Desplazarse

Notas sobre Claudio Magris y Sergio Chejfec. Ilustración de Mariano Lucano.

Los dos hablan, o escriben, acerca del movimiento en la geografía. Las escrituras se desplazan desde, y se sirven de, la narración para dotar de sentido un mundo reflexivo, ensayístico si se quiere, o mejor dicho inestable. Magris se desplaza entre las cosas, y no solo entre los libros, porque –según dice– le interesan las cosas, es decir, lo real. Chejfec se desplaza, más por convicción que por gusto, como si no pudiera hacer nada distinto: hay una fuerza ética, o sonora, que lo empuja hacia los costados de lo que está diciendo, acaso porque en ese ejercicio de rodear una zona, de caminar sus endebles contornos, hay un modo de entender la literatura como un saber aproximativo –y solo aproximativo– de aquello que Magris llama –también– real.

Magris se mueve por el territorio europeo urgido por la necesidad de dar a cada sitio un nombre y una tradición, una historia. Arroja luz y claridad sobre las áreas en penumbra, emplaza su erudición en el lugar donde –antes de su escritura– había solo desconocimiento. Humanista, iluminista y, sobre todo quizá, turista, Magris se emociona frente a los monumentos e intenta extraer de ellos lecciones estéticas o morales que más tarde escribirá en la habitación de su hotel.
Cada capítulo del Danubio o de El infinito viajar constituye una clave de lectura en el sentido más cabal del término: se presenta como solución, al menos parcial, a cierta criptografía del espacio –el pedazo de una llave que abrirá alguna puerta cerrada, algún candado. Se trata de una literatura de viaje y de tesis que, sin ser obvia ni académica, es esencialmente asertiva y directa. Los narradores de Magris son héroes de escritorio que regresan de la materia, como del infierno, para redimirla sin ambages con la lapicera. Son Ulises que, de regreso a Ítaca, hacen de su experiencia una exquisita –y autoritaria– guía de viaje.

Chejfec, por el contrario, es un visitante artificioso, un asomado, que transita el espacio y el lenguaje anónimamente, rumiante, incapaz de captar o rendir cuenta de todo lo experimentado en el camino. Sus recorridos suelen ser microscópicos y no extenderse a través de países sino de habitaciones, de calles y, a lo sumo, de pueblos o carreteras. Poco importa el lugar donde se emprende el desplazamiento y el lugar donde acaba: es la andadura lo que sostiene a la voz que habla.
Dubitativo, a veces estólido, el narrador de Chejfec es un recién llegado que, aturdido por las circunstancias, debe hacer del detalle un sistema. Similar al flâneur, que deambulaba en París, es precario incluso en su sofisticación: sus discursos se elaboran sobre sentidos cristalizados, sobre lugares comunes, que se complejizan o se saturan al punto de destrozarse y –luego– desvanecerse. Modo linterna –el título de uno de sus libros– refiere esta circunstancia: el haz de luz es un foco fugitivo rodeado de oscuridad, un foco que está condenado –también él– a ser oscuridad cuando se agote la batería.
Muy lejos de ser un héroe, el caminante de Chejfec es un hombre que anda por ahí, un tipo que pasa y se borra en el tumulto o en el más absoluto vacío de la avenida principal. Nada redime ni entiende: la peripatesis se reduce a mero periplo. La materia persiste, dispersa y sin explicaciones, latiendo, mientras un escritor se pierde en la ciudad.

Al turista de Magris, se opone esta figura enigmática –un tanto melancólica, un tanto ausente, un tanto indefinida– del peregrino chejfeciano. Si en Magris sobra –o se nota demasiado– el escritorio, en Chejfec falta. La mano del autor es evidente en el artificio, pero su pretensión verista ha desaparecido por completo. No hay celebración del viaje en Chejfec, a diferencia de Magris, sino más bien una crítica del desplazamiento –crítica que debe entenderse en el sentido más cabal del término, es decir, como exploración y determinación de los límites a los que está sometido el desplazamiento, en tanto categoría y tema del lenguaje literario. El viaje mismo, como concepto, se troca por el de mero tránsito; la guía de viaje es sustituida por el esbozo tentativo de un mapa que se repliega.

En pocas palabras, mientras Magris exalta el viaje –el desplazamiento entre las cosas como forma de entender, redimir y capturar lo real, de conquistar intelectualmente el territorio visitado– Chejfec lo cuestiona, lo pone en entresijo y hace del movimiento una metáfora de la duda y del extrañamiento. El movimiento en Chejfec es un movimiento que podría pertenecerle a un proletario, pero nunca a un millonario. El movimiento en Magris es un movimiento que podría pertenecerle a un millonario, pero nunca a un proletario. Cada uno toma partido por una parcela de la experiencia humana, por la acumulación o por la precariedad, y hace de esa elección una obra entera.

Escribe Juan Agustín Otero

Nació en 1995 en la Ciudad de Buenos Aires. Colabora en varios medios gráficos y digitales con notas y ensayos sobre literatura. Actualmente, es editor en Revista Colofón. Un cuento suyo fue premiado por la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2017) y editado en la antología "Raros peinados nuevos" de Eterna Cadencia. Otro cuento suyo fue seleccionado para integrar la antología de Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina (2017).

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Un orden canónico

En esta nota Gabriela Puente analiza los distintos sentidos del concepto de canon, su uso estético, ético y político en ciertos momentos de la Historia occidental, así como el impacto actual de esta noción. Ilustra Mariano Lucano.

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