Ante la reciente muerte del reconocido cineasta surcoreano Kim Ki-Duk, María Lublin escribe una lectura de la película «La Isla», ¿Será la posibilidad de una isla una realidad cruel y flotante?
Escucho el timbre de un mensaje de whatsapp. El grupo de la revista. Levanto la vista del dibujo que intento hacer. Anahí anuncia que murió Kim Ki-Duk. No sé quién es, pero me entero enseguida. Hay una vorágine de intercambios entre ella y Lucas —que sí lo conocen— porque vieron sus películas. Hay varias palabras que recuerdo de esos chats: sublime, terrible, desesperación. Y la opinión de un amigo de Lucas que dividía su obra en períodos (o algo por el estilo): meditativo, simbólico y ultraviolento. ¿Quién fue este hombre y qué hizo en sus películas? Ya no podía dejar de pensar en él. Me pasaron los links de youtube. Imposible conseguir sus películas en DVD (al menos en la Patagonia, donde vivo).
Esa noche me desvelé. Miré el reloj: las cuatro y media. Salí al jardín, ya estaba amaneciendo y escuché los pájaros. Iba a hacer calor. Mi casa es una isla ahora, pensé. Una isla en un mundo convulsionado que está por acabarse, por eso no puedo dormir. Me acordé del cineasta coreano y una de sus películas más famosas. Me acomodé en un sillón y busqué La Isla.
Desde el principio Kim Ki-Duk me dio lo que necesita un espectador: la velocidad de lo que sucede para engancharlo, pero en un contexto de calma extrema: se veía un lago enorme, vegetación a lo lejos y pequeñas cabañas flotantes. La atmósfera era apacible, como en un buen sueño, y sin embargo algo inquietante se preanunciaba. La película tiene pocos diálogos, tan elocuentes que no es necesario entender el idioma, ni verla subtitulada. Cada toma es estéticamente impecable, son cuadros. El director es un artista plástico, pensé. Y luego me devoró la trama ( la resumo, no pasa nada, jamás podría poner en palabras lo que vi y sentí): En ese lago, hay un humilde emprendimiento de pesca: cada cabaña, de tamaño minúsculo es alquilada a pescadores por una mujer que supuse administradora del lugar. Ella les provee a cada uno alimentos, bebida, sexo. En un botecito a motor casi destartalado lleva y trae víveres y prostitutas. La protagonista se enamora, o se obsesiona, con uno de los pescadores que se ha refugiado allí huyendo de la policía y es tan enorme el contraste entre la violencia y la ternura, lo real y lo que está más allá, que estoy dentro de la película sin darme cuenta. Esta es mi isla ahora. Acá suceden las cosas fatalmente, ninguno de los protagonistas tiene chance de escapar a su destino. La historia tiene una lógica tan propia que aunque las escenas sean inverosímiles se vuelven reales. Todo sucede en el agua, un agua calma en donde ocurren cosas extremadamente crueles con los anzuelos, los cuerpos humanos y los peces. (Dicen que hay gente que se desmayó en el estreno de la película en el Festival Internacional de Cine de Venecia).
Dice Umberto Eco en Historia de la Fealdad (Ed. Lumen, pág. 436): “Ninguna conciencia de la relatividad de los valores estéticos elimina el hecho de que en estos casos (habla de escenas de crímenes y torturas en las obras de arte) reconocemos sin ninguna duda lo feo y no logramos transformarlo en objeto de placer. Comprendemos entonces porqué el arte de distintos siglos ha vuelto a representarnos lo feo con tanta insistencia. Por marginal que fuese su voz, ha querido recordarnos que, pese al optimismo de algunos metafísicos, en este mundo hay algo irreductible y tristemente maligno”.
“La Isla” lo desmiente en un punto: al menos en la impresión subjetiva que causó en mí esta película, el horror (asimilado a lo feo), se transforma, mediante la genialidad artística del director coreano, en un objeto de goce estético, de placer. Es poesía visual y simbólica. Trágica, enorme: un relato de la fuerza de las pasiones y de la soledad irrebatible de los seres humanos.
Yo supongo que Eco debió haber visto los filmes de Kim Ki-Duk. Su Historia de la Fealdad es del 2007 y La Isla del año 2000. Ya no me enteraré, ambos están muertos.
Hay artistas plásticas que tienen un no sé qué de cronistas que me encanta.
Me metí en ese día y esa noche como si la hubiese vivido. También creo que buscaré La isla. Gracias!
Notable comentario, María, y buen relato de una noche de cine en casa. ¿Escuchabas ruiditos en la puerta de calle? Creo que entra a fondo en el tema de la obscenidad de la violencia del mundo real y el enfoque que puede hacer el artista. Ya la estoy buscando y vuelvo sobre esto.