De lo bello y lo sublime a la estandarización de la arquitectura.

Apuntes sobre Etienne Louis Boullée (París 1728-1799) y la arquitectura como la primera de las artes.

Hete aquí una pregunta que desvela a todos los arquitectos: ¿Qué es la arquitectura? ¿Es el arte de construir o es el arte de diseñar?

Y si es el arte de construir, ¿cómo podría ejecutarse sin un diseño previo?

Y si es el arte de diseñar, ¿cómo asegurar que el diseño sea una obra arquitectónica y no una composición plástica?

La respuesta es sencilla, aseguran los expertos : La arquitectura es una combinación entre diseño y construcción en pos de intervenir un espacio.

Entonces, si es una combinación entre diseño, construcción y espacio, ¿qué papel juega Etienne Louis Boullée en la arquitectura? ¿Fue realmente un arquitecto? ¿Fue un pintor? ¿O fue simplemente un poeta enamorado de lo bello y de lo sublime?

Lo primero que habría que aclarar es que Etienne Louis Boullée (París 1728-1799) fue un arquitecto que nunca construyó. Es decir, sus obras arquitectónicas (por lo menos las más emblemáticas) nunca se materializaron. Sin embargo, su manera de ver e interpretar la arquitectura alcanza para darle un lugar privilegiado dentro de ésta; lugar que yo asignaría a la altura de Mies van der Rohe, de Frank Lloyd Wright y del injustamente olvidado Louis Kahn.

Sin embargo, insisto, no construyó.

Sus ideas se quedaron en las dos dimensiones, y en un libro estupendo titulado: “Arquitectura. Ensayo sobre el arte”.

En dicho libro, Boullée, define a la arquitectura como el arte de diseñar. “Concibo luego obro” dice y a continuación comienza a despotricar contra sus colegas a los que acusa, entre otras cosas, de carentes de sensibilidad.

¿Y qué es la sensibilidad en la arquitectura? Se preguntarán ustedes. ¿Es llorar frente a una piedra? ¿Es destapar un champagne en señal de brindis por un negocio bien cerrado? ¿O es la capacidad de emocionar? Cada cual tendrá su respuesta, pero para Etienne Louis Boullée, la sensibilidad era encontrar la poesía en la arquitectura, era hallar en ésta su capacidad de asombro.

Su obra más representativa es, quizás, “El cenotafio de Newton”. Intentaré explicar, a grandes rasgos, de qué se trata.

Imaginemos una esfera de dimensiones descomunales. Imaginemos que, en su interior, esta esfera consta de un centenar de perforaciones de diferentes diámetros por donde ingresa la luz del sol. Imaginemos que en la parte inferior de la esfera se encuentra el sarcófago de Newton, elevado por una especie de pedestal. Imaginemos que de los laterales del sarcófago se desprenden gruesas nubes de humo. Imaginemos, para finalizar nuestro recorrido imaginario, que todo esto fue pensado a mediados del siglo XVIII, lejos de toda posibilidad constructiva. ¿Y qué nos queda? Una imagen surrealista, sin duda, plagada de simbolismos.

La esfera representaría, naturalmente, al universo. Los “agujeros”, por donde entra la luz del sol, las estrellas, los planetas, las galaxias. El humo podría representar la atmosfera y Newton, es decir, su sarcófago, el hombre rodeado por la creación, el hombre finito ante un universo infinito. Etcétera.

Nadie puede negar la presencia de la poesía en esta postal. Nadie, en su sano juicio, puede negar la incansable lucha de Boullée por encontrar las emociones.

Emociones que, por otra parte, hoy a comienzos del siglo XXI parecen haber desaparecido. Basta con ver las revistas de arquitectura para darse cuenta . Hoy todo el mundo quiere casas minimalistas, para luego contratar a un decorador más o menos económico para que le ponga una lámpara más o menos costosa y con eso creen compensar (arquitectos y clientes) la falta de emociones que le produce la casa. La arquitectura ha delegado gran parte de sus obligaciones a la decoración y es ahí donde está el error. Si la arquitectura naciera desde lo más profundo del arquitecto, desde su capacidad de emocionarse y de emocionar, como aconsejaba el buen Boullée, otro sería el resultado.

Pero lamentablemente no hay tiempo para que el arquitecto se cultive; en la facultad poco se enseña acerca de la importancia de las artes plásticas y absolutamente nada acerca de la poesía, apenas si se estudian dos o tres cuadros de Picasso, Mondrían y Braque para después volver a caer en los tecnicismos propios de la carrera, y una vez que el estudiante sale de la facultad y entra a trabajar en un estudio, ya es demasiado tarde. La vorágine del negocio inmobiliario lo arrastra de un lugar a otro dejándolo prácticamente incapacitado para detenerse a pensar en la sensibilidad de sus clientes; y el cliente, que por su parte también ha perdido la sensibilidad, resume toda la capacidad artística del arquitecto a “quiero un dormitorio acá, otro acá y un baño donde entre una bañera.” Punto. Fin de la historia. Después viene un tire y afloje económico en donde el arte pasa a ser un hecho secundario y anecdótico.

Con el tiempo la arquitectura fue perdiendo toda capacidad de asombro. Culpemos a Le Corbusier y a su célebre ensayo “Le Modulor” por eso, en dónde racionalizó la arquitectura hasta el punto de estandarizarla. Olvidándose, probablemente, de que el ser humano no sólo es materia sino que también está compuesto de emociones.

Y eso es lo que buscaba Boullée: emocionar. Que el espectador quede conmovido frente a la obra arquitectónica, que una vez que entre en ella nada vuelva a ser lo mismo. El cenotafio de Newton no debe leerse como una simple obra de arquitectura, si no como un intento de materialización de la poesía. Algo que en el siglo XXI brilla por su ausencia.

Y ustedes me dirán: “pero hay edificios que emocionan” y yo les diré que sí, que tienen razón, que hay edificios cuyas fachadas emocionan, pero que en su interior, donde el ser humano morará e intentará construir su hogar, los dormitorios no dejan de tener tres 3 X 3 y los pasillos 0,80 metros de ancho, sin importar si el morador será un ermitaño dibujante de historietas cómicas o un viajero amante del aire libre. Lo que inevitablemente lleva a formularse la siguiente pregunta: ¿no será que la arquitectura se ha transformado en una especie de escultura hueca, en una simple fachada?

Si es así, estamos realmente jodidos.

Entonces, cabe preguntarse: ¿deberíamos culpar a Boullée por las limitaciones constructivas de la época? ¿No deberíamos, acaso, verlo como una especie de visionario al que nunca quisimos escuchar?

Y por último: Si la arquitectura ha perdido toda capacidad de sensibilidad y ha caído en la estandarización y en el frenesí inmobiliario, ¿tiene algún sentido seguir llamándola “la primera de las artes”?

Escribe Sebastián González

Hablar de uno nunca es fácil. Supongo que habría que empezar por el lugar de nacimiento, la fecha y esas cosas. O tal vez se podría obviar y simplemente mencionar el acontecimiento más importante de mi vida, que sería (se cae de maduro): nacer. O tal vez no. En todo caso nací en Gualeguaychú, la llamada “capital del carnaval” para los espíritus alegres, y la llamada “ciudad de los poetas” para los espíritus más melancólicos. ¿El año? Mil novecientos ochenta y cinco. Lo demás es un largo bostezo que intento suprimir con la escritura. A veces tengo suerte y consigo que algunos de mis escritos integren libros de antología, formen una novela o un libro de cuentos. A veces no.

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