El Fantasma Verde 6

El Flaco se decide a empezar a escribir una novela negra. ¡Por fin se decide! pero está paralizado por la angustia de la página en blanco. No sabe ni cómo empezar y, ni hablar, como seguir. Encima lo interrumpen a cada rato, la novia que se va a pasear en bici con uno de los mormones, el uruguayo que quiere unos bizcochos en canje. Todo en contra, el flaco perdido, vendiendo bizcochos con manteca negra. Sexta entrega de El fantasma verde, una novela de Orlando Espósito ilustrada por José Bejarano – Los capítulos anteriores en este link.

Capítulo 11

Era una tortura estar ahí sin lograr escribir una puta frase. Probé con música de fondo, con silencio total, fumado y sin fumar. Puse La Polla Records, Nick Cave, Mozart, Piazzola pero el resultado era el mismo: cero. Cero palabras. Decidí hacer un borrador. Bajar la trama podría ser de utilidad. Había oído que los escritores toman notas y hacen diagramas antes de iniciar el trabajo. Buscaría por ese lado.

“Cuatro amigos que comparten ideas anarquistas deciden constituir un grupo para ajusticiar a los políticos corruptos que evaden las consecuencias de sus actos. El grupo adopta la denominación Comando Simón Radowitzky. Todos viven en Villa Urquiza. El plan de acción es simple: dividen el territorio en cuatro zonas, Norte, Sur, Este y Oeste. Meten en una bolsa cuatro papelitos y los sacan al azar, de tal modo que cada uno sabe cuál le tocó pero no conoce la suerte de los demás”.

Entró Lena y dijo: Me voy a dar una vuelta en bici con Axel. ¿Quién es Axel? Amor ¿siempre estás en la luna? Axel es el chico de la iglesia. ¡Axel! ¿Y qué van a hacer? Vamos a dar una vuelta en bici, ¿no te dije? Sí, sí, dijiste, pero ¿vas a repartir panfletos y esas cosas? ¡No! ¡Cómo se te ocurre! Vamos a ir hasta el río… hasta Olivos.

Maldito yanqui comebiblias. ¿Por dónde andaba?

“Deben procurarse un arma y elegir un blanco dentro de su zona. Tiene que ser un político involucrado en un caso famoso. Van a cometer un asesinato por año cada uno. A partir de la constitución del comando dejarán de verse. Ensayan el estilo de un comunicado que harán llegar a los medios cuando concreten la misión. El anuncio debe ser parco y tiene que parecer redactado por la misma persona. Memorizan el comunicado. Faltan los detalles, el nombre del blanco y la causa. Pero las palabras serán siempre las mismas”.

Timbre. Nunca voy a escribir una novela si tengo que atender el timbre para vender masitas. Era el Yoruba de la otra cuadra, el del taller de chapa y pintura. Traía una bolsita de flores de su propia cosecha. Che, dijo, están buenísimos los bizcochos, digo, me gustan mucho. Acá te traigo un poco para colaborar, digo, si no te cae mal. ¡Para nada! Pasá, pasá. ¿Tomás unos mates? ¿Sabes qué pensé? Que tú podés darme una cantidad de galletas a cambio. ¡Me encantan! pero no ando bien de plata y si te va el canje… Contesté que sí, que no había problema. Charlamos un rato. Cuando estaba por irse agregó: También me gustaría que vinieran los muchachos a pintar el frente del taller. Digo, si no hay problema. ¿Y por qué va a haber problema? Te los mando y arreglás con ellos. Tiene que ser en canje, ¿sí? Tendría que hacer una casilla en la terraza y escribir ahí. Así no puedo. Lena se va con el comebiblias y yo quedo para atender la panadería. Aparté los pensamientos y puse Mozart. Un poco de paz para concentrarme. Venía bien. Era la primera vez que bajaba unas líneas a la pantalla. Sentía que iba cuajando la idea. Se armaba la trama.

“Una vez por año cometerían un ajusticiamiento. Así sería el encabezado: Parte de Ajusticiamiento – Comando Simón Radowitzky. Cada uno por su lado, sin otro contacto posterior. Librados a su propia decisión irían dando cuenta de coimeros y ladrones de guante blanco. Cuatro por año. Así sería imposible que los detectaran…”

Teléfono. ¿Cómo andás hermano? Era Lucas. ¿Qué hacés? ¿Vamos a tomar una birra? Y… bueno. ¡Vamos!

Capítulo 12

Lucas me estaba contando que la relación con Rosana no iba bien, que se le había cruzado una mina que era un camionazo. Se conocían de antes pero nunca logró que le diera ni cinco de bola.

Viste como son las minitas ¿no? Cuando andás devaluado ni te miran pero si ven que estás enganchado mejora tu cotización. ¿Y cuándo será que se va todo a la mierda?, pensé. ¿Cómo pasás de valuado a devaluado?

Escuché lo que decía mi amigo, entusiasmado con el encare que le había hecho la otra. Lo notaba más que agrandado, claro. Rosana era linda pero la otra, estaba recontra. Lo dejé hablar hasta que vació el buffer y le comenté que lo andaba buscando el uruguayo. Andá a verlo, dije, tiene el taller sobre Achega, entre Talavera y Congreso, ¿te ubicás? Le expliqué cómo llegar. Hoy lo veo, contestó.

Recorde que se me había cruzado un inconveniente en la trama de la novela. Un detalle. Los cuatro, ¿cinco?, son tipos comunes, de a pie y tienen que comprar armas, rifles o pistolas de calibre grueso.

Che, Luquita, ¿sabés dónde se pueden comprar armas? ¡¿Qué cosa?! Armas, armas ¿no sabés qué es un arma? Macho, ¿enloqueciste? ¿Te agarró la paranoia? ¡Largá los bizcochos, hermano!

No, boludo, no son para mí. Es para mi novela. Hay cuatro tipos que tienen que comprar armas y no sé dónde se compran. Y… lo más fácil es en una armería ¿no? No puede ser en una armería porque tienen que ser sin registro ¿entendés? Tienen que ser ilegales, afanadas o algo así. Que yo sepa, dijo Lucas, los que le venden las armas a los chorros son los matutes. Lucas se fue para lo del Yoruba y yo quedé con el problema de la compra de armamento. Entré a la piecita, prendí la compu y puse Siniestro Total, Héroes del silencio. Prendí una tuca que daba para un par de caladas y traté de analizar la cuestión.

Si yo estuviera decidido a matar a alguien y anduviera necesitando un fierro ¿qué haría? Tenía razón Lucas, lo más seguro era recurrir a un cana. Pero si uno no se dedica al choreo no tiene ratis conocidos que anden en eso. No puedo ir al que está cuidando la parrilla y preguntarle che, ¿sabés quién vende un rifle con mira telescópica?

Mi novela estaba a punto de naufragar. Nunca hay que escribir sobre cosas de las que no se tiene experiencia, decía Papá Ernest. “Por eso sí, por eso sí, quiero tocarlas” cantaban los punkies. Tomé papel y lápiz.

¿Qué armas tendrían que ser utilizadas? Apareció la primera bifurcación: dependía del objetivo. Si el blanco estaba lejos o cerca, si sería a quemarropa o a distancia. Un punto importante a determinar eran los objetivos. Esto debía ser previo a la elección del armamento. No. No podía ser de cerca. Tenía que ser de lejos.

Decidí entrar a buscar en internet casos policiales. Asesinatos sin resolver, muertes violentas en episodios confusos. Cambié la música por Paco de Lucía con John Mac Laughlin; Siniestro Total me distraía.

Pasé horas buscando y tomando notas. Comprobé que no había casos de políticos que murieran bajo balas o bombas anónimas. La mayoría moría en la cama, libres de culpa y cargo y dejando una herencia a sus deudos. Somos un pueblo de pelotudos, pensé. Nunca murió un funcionario desde que se desbandaron los anarquistas. Ramón Falcón, el Capitán Varela y poco más.

¿No hay venganza? ¿El pueblo siempre se la come doblada?

Escribe Orlando Espósito

Orlando Espósito nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1946. Es padre de cuatro hijos. Fue fotógrafo, librero, distribuidor de maquinaria para la industria gráfica y gerente comercial en empresas de desarrollo de software desde que esta industria dio los primeros pasos. Durante años se ocupó de la explotación de una granja ganadera situada cerca de Fuerte San Javier, en la Patagonia Norte. Viajero, apasionado por las letras desde su adolescencia, hoy vive en Buenos Aires y se dedica de lleno a escribir.

Para continuar...

La petaca

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