Augusto Munaro entrevista a Nahilí Jarcovsky por Casa en mi boca (Alción Editora), su primer poemario. Retrato de Mariano Lucano.
Casa en mi boca (Alción Editora), es el primer poemario publicado por Nahilí Jarcovsky. Libro de enorme capacidad de transformación y de búsqueda, donde los poemas indagan la inscripción del yo en las cosas o la instancia del lenguaje en los sentidos. Casa en mi boca contiene algunos poemas en prosa y una serie de poemas breves que susurran la potencia de las palabra como signo crucial donde confluye lo real y lo imaginario. Lo real amplificado por la fantasía, la memoria y una emotiva perplejidad.
Augusto Munaro [AM]: El libro está compuesto por un importante número de poemas de variado registro. ¿Cómo pensaste y diste forma a Casa en mi boca?
Nahilí Jarcovsky [NJ]: Casa en mi boca es el resultado de un proceso de escritura y experiencia de vida que llevó más de diez años, que fue el tiempo que me tomó sentirme aceptablemente madura como poeta; de ahí que sea un libro de doscientas páginas, que es un poco extenso para ser un primer libro de poesía. Reúne poemas que fueron concebidos en diferentes épocas de mi vida a lo largo de esos años y es por eso que se perciben variados registros estéticos, ya que esos textos no fueron pensados a priori para ser publicados. Cuando decidí publicarlos, al principio temía que eso fuera un problema; pero luego comprendí que no tenía por qué serlo y resolví establecer cinco partes según el “contenido” general de los textos. Descubrí que esas partes esbozan una especie de progresión que representa mi proceso de madurez en la escritura y en la vida: los poemas breves de Venecitas son un nacimiento tímido y pequeño, y tienen algo del espíritu del haiku; en Los colores de la tierra aparece la voz de la infancia, el juego, la inocencia y una primera conexión con elementos de la naturaleza; en Las sábanas del aire los poemas tienen la voz de una mujer que descubre el amor y también el dolor en el amor; los textos de Sonrisa en un silencio tienen un tinte metafísico y oscuro, de cuestionamiento del ser y su existencia, y finalmente los poemas de Las manos de barro indagan concretamente acerca del proceso creativo en la escritura.
[AM]: El título pertenece a un verso, pero, ¿por qué precisamente ese verso y no otro del libro?
[NJ]: El título del libro es parte de un poema breve que dice: ‘detrás de mí no hay pecado / sólo la inocencia húmeda de un jardín / haciendo casa en mi boca’. Cuando tuve que decidirlo, apenas releí ese poema, sentí que ése sería el nombre del libro; no lo tuve que pensar. Y ahí me di cuenta que esos versos resumían el motivo que me llevó a crear: la creencia de que en todo lo que me antecede, osea, en mi historia, no hay pecado ni error; lo único que existe es la inocencia de un terreno fértil que “hace casa” o hace pie en mi propia boca; y digo “boca” como representación de “palabra” y “verbo”. Luego de elegir el nombre del libro entendí que el único lugar en el que puedo hacer casa, en el que puedo habitar y al cual pertenecer, es en la morada del lenguaje.
[AM]: El silencio es un tópico recurrente en varios de tus poemas. ¿Hay una palabra que sustituya al peso del silencio?
[NJ]: Como dije en otra entrevista: el silencio me fascina. No creo que haya ninguna palabra que pueda reemplazar al silencio; ni siquiera representarlo. El silencio es el principio de toda creación. Todo lo que existe no puede sino haber sido concebido en un seno silencioso. El lenguaje verbal para nosotros comenzó teniendo una función de supervivencia y luego se desarrolló de manera compleja hasta lograr también expresar la belleza, el dolor, las ideas o cualquier impresión humana; pero también en ese largo proceso adquirió lastres pesados como la especulación, el engaño, la exacerbación mental, etc. De ahí que los lenguajes no verbales como la música, la danza, lo visual, e incluso el silencio, se vuelvan tan imprescindibles para equilibrar esto último. Por eso creo que la literatura, aún perteneciendo al lenguaje verbal y sus riesgos, tiene la posibilidad de hacer con él algo distinto: convertirlo en una obra de arte. Y la poesía como género puede ir incluso más allá, porque goza de posibilidades más libres y amplias que pueden trascender lo intelectual para convertirse también en una profunda experiencia humana.
[AM]: ¿Qué elementos habitan tu poesía?
[NJ]: Mayoritariamente los elementos de la naturaleza (entendida como biodiversidad) como las plantas, las flores, la tierra, los animales, la noche. También el cuerpo y sus placeres, la intimidad, la búsqueda de sentido, la indagación en los misterios de la existencia. Y ojalá (porque no sé si lo he logrado) que el silencio.
[AM]: Las piezas que incluís en “Venecitas” operan como pequeñas máximas de una densidad lírica muy lograda. “Tal vez yo sea/ la brevedad/ de las cosas perdidas”.
[NJ]: Venecitas es el comienzo de Casa en mi boca. El comienzo de un libro es lógicamente lo primero que se suele leer para conocerlo y tiene la carga (o la dicha) de ser la primera impresión que recibe el lector; y si se trata de un primer libro, tiene además una relevancia mayor: es una suerte de presentación de ese autor. Yo me imagino con humor que es como si alguien me dijese: ‘Bien, ahora usted está a punto de estrenarse como autora. ¿Qué es lo primero que tiene para decir al mundo?’. Y ante esa pregunta, mi instinto es salir corriendo y esconderme debajo de una mesa… no podría tener una respuesta decidida y omnipotente. Por eso es que los poemas de Venecitas son apenas un susurro de tres o cuatro versos, un asomo muy tímido, en donde hay más dudas que certezas.
[AM]: Las piezas reunidas bajo “Desamor” son muy sentidas. Pienso en “Cicatriz”: “No/ no me marques con tu fuego/ me basta/ con que enciendas esta lágrima”. Parece increíble que el dolor se pueda convertir en belleza…
[NJ]: Precisamente ése es el desafío y la función del arte, en una humanidad que es doliente desde que la conocemos. Algunos dicen que el dolor humano se hace más soportable cuando creamos; pero creo que se puede hacer algo más que eso: además de hacer al dolor más liviano, se lo puede transformar en algo liberador y verdadero. Digo verdadero y no necesariamente bello, porque, como dice un poema de este libro, ‘a veces la belleza espanta las inspiraciones / y lo dolorido atrae los trazos más sentidos. / lo dolorido, / que esconde otra belleza’. Muchos poemas de este libro están bien atravesados por el dolor. Y digo “bien” porque el dolor los atravesó de manera tal que los marcó constructivamente.
[AM]: Sos una poeta que parece pensar a través de las emociones. Nahilí, ¿la poesía se acerca más a una terapia o a una confesión?, ¿por qué?
[NJ]: En vez de “Pienso, luego existo”, en mí se cumpliría la premisa: “Siento, luego existo” (risas). La poesía no es una terapia ni una confesión. Eso no significa que escribir no sea también sanador; pero en el caso de alguien que se dedica a ello, no puede ser sólo un acto terapéutico; es ante todo un acto creativo. Tal vez en un principio puede ser terapéutico, sí; por ejemplo en mi adolescencia muchas veces escribía como forma de hacer catarsis; pero a medida que pasaron los años, se transformó en una forma de ver el mundo, y ahora en el único oficio que me interesa. Con respecto a la cualidad de confesión, la poesía puede tenerla como ingrediente creativo, o sea, adoptar la confesión como herramienta para generar intimidad, pero un poema no necesariamente es una confesión personal de su autor, y aunque así lo fuera, debe entenderse como parte de un recurso de la ficción.
[AM]: ¿Pensás que de haber nacido 20 años antes hubiera sido más complicado dar a conocer tus poemas?
[NJ]: No, todo lo contrario. No quisiera renegar de esta época, ni decir que “todo tiempo pasado fue mejor”, porque este tiempo también tiene elementos que podemos aprovechar constructivamente. Si hubiera nacido en el ’67, habría empezado a escribir más intensamente poco antes de los ’90, que tampoco es tan lejano en el tiempo… La televisión era la reina del momento. Aún así, todavía no existían las redes sociales y la masividad de internet; por lo que la forma de acceder a la literatura era más tradicional, principalmente en papel, ya sea por publicación en libros como en otros medios gráficos de comunicación, así como yendo a espacios en donde se leyera o hablara al respecto. En ese sentido, el libro como objeto tenía una utilización mayor, y asimismo el encuentro de persona a persona se hacía imprescindible para intercambiar ideas; a lo sumo lo que reemplazaba al cuerpo en cuanto a la forma de comunicar era la voz en el teléfono o el envío de una carta escrita a mano, por ejemplo. Y eso tiene una magia hermosa, aún con sus limitaciones, o precisamente por ellas. Una carta tiene la impregnación de la piel de la persona que la escribe, la forma única de su caligrafía que jamás se va a volver a repetir en su forma exacta, la sal de alguna lágrima, la marca de un beso. Al enviarse recorre un viaje en el espacio que tarda en el tiempo, con todos sus riesgos, lo que acrecienta la ansiedad de quien la escribió y quien la espera, etcétera. Todas esas características abren un abanico de posibilidades infinitas ligadas al destino y a la aventura, que la inmediatez de la virtualidad mató por completo. Hoy el formato electrónico de lectura es preponderante, el libro como objeto perdió popularidad, por lo que es más necesario que nunca cuidar la labor de las editoriales, sobre todo de las independientes o artesanales, o mejor dicho, solamente la de ellas, ya que las grandes editoriales se cuidan solas, o las cuida el mercado. También hoy conocemos a nuevos escritores a través de internet, que está muy bien, pero a veces eso nos tienta a ser cómodos y no poner el cuerpo en una charla o en ir a buscar sus libros. En apariencia la virtualidad tiene la velocidad del tiempo presente, pero en verdad creo que nos desfasa del tiempo real, nos diluye las caras. Y en cuanto a mi propia escritura, toda esta maquinaria virtual y globalizadora me asusta y me avasalla un poco. Es que soy un bicho raro en ese sentido. Para que se entienda a qué me refiero: viví en las sierras de Córdoba por casi siete años, hasta hace unos pocos meses, al pie de una montaña, en un lugar inaccesible. Viví a la luz de las velas y estuve años sin internet, por ende, sin redes sociales. Gran parte de Casa en mi boca nació en ese contexto, que resultó prolífico para la creación, pero me dificultó la interacción con las movidas literarias. Con esa forma de vida es más difícil darse a conocer, aún en tiempos en donde hay acceso a todo. Ahora estoy en otra etapa, en una ciudad, tratando de adaptarme y de aprovechar lo mejor de esto.
[AM]: Es interesante cómo interviniste los datos biográficos aparecidos en la solapa del libro. Con humor claro, pero se podría casi leer como un poema más… ¿se trató sólo de un guiño a la originalidad?
[NJ]: No quise ser original, y de hecho después encontré otras biografías en las que también han jugado con la ironía. No me considero intelectual ni formal, por lo que no me sentía natural escribiendo mi biografía con datos irrelevantes como la fecha o lugar de nacimiento, o las carreras cursadas, etcétera. Cuando tuve que entregar la información de solapa al editor, escribí a ese respecto en las redes sociales: “La ridiculez de escribir la biografía para tu libro en tercera persona, cuando todos saben que es una escribiendo de una misma. Y la extrañeza de intentar decir algo, cuando en realidad quisiéramos escondernos detrás de esa solapa. Dijo el escritor español Juan Tallón: ‘Es curioso, porque (…) tu biografía mengua hasta ese punto exánime en el que estás acorralado contra la pared, preguntándote cómo te llamas. Llega un día que te olvidas del título de tus primeros libros, incluso de la fecha de tu nacimiento. Te vas borrando’ “. Por eso creo que nuestra obra puede hablar más y mejor de nosotros mismos, que nosotros mismos.
[AM]: Tu breve poema “Absurdo”, dice: “Sé que es absurdo/ contar con palabras/ mi propio vacío”. ¿El acto de escribir ofrece algún tipo de liberación?
[NJ]: Es absurdo contar con palabras un vacío, contar lo incontenible. Esa es precisamente la paradoja más interesante de la escritura: estamos ahí intentando nombrar lo que no puede terminar de ser nombrado; y ese intento nos da sentido. Sí, creo que escribir puede ser liberador; puede liberarnos y liberar. No siempre lo logra; pero cuando lo logra, genera una fuerza poderosísima tanto en el escritor como en el lector. La poesía es un género tan inaprehensible, que en el intento de caminarlo tenemos la posibilidad de ir cada vez más lejos, tanto como queramos, y en ese tránsito ir abandonando condicionamientos hasta rozar un cierto abismo que nos permita ser libres.
[AM]: ¿Todos los poetas se comprometen?, si es así, ¿con qué?
[NJ]: No se me ocurre que pueda existir un poeta que no sea comprometido. No hablo de los compromisos ideológicos o sociales. Me refiero a un compromiso con la escritura en sí. Sostenerse en el tiempo escribiendo, corrigiendo, publicando, compartiendo, sería imposible sin constancia, sin tenacidad. Sería imposible sin la convicción de que bien o mal, debemos seguir haciendo lo que hacemos, aunque muchas veces no sepamos por qué. Eso ya es un gran compromiso. ¿Con qué? No lo sé. Con uno, con la escritura, con otros… con algo. Pero sin dudas es un compromiso.
[AM]: Eugenio Montale dijo que “un poeta comprensible tiene pocas posibilidades de sobrevivir”. ¿Un poeta simple se acaba en una lectura?
[NJ]: No sé a qué se habrá referido Montale… Supongo que pensaría que si los poemas son complejos, eso nos obliga a volver sobre ellos una y otra vez para poder desentrañarlos. Yo creo que ese pensamiento corresponde a una generación que creía o cree que la brillantez radica en la complejidad del lenguaje; ya que luego vamos a necesitar de los eruditos para que nos expliquen lo que el autor quiso decir. Es una generación que elogia la utilización de palabras o expresiones que sólo la gente formada intelectualmente puede entender, y que del mismo modo desdeña el lenguaje más simple y popular, como si eso fuera de menor calidad. No es la complejidad la que nos obliga a volver sobre los poemas, sino la profundidad. No nos confundamos: no necesariamente la complejidad en la retórica nos garantiza que un escritor sea bueno. Incluso a veces la complejidad puede ser una máscara en la que un escritor se esconde por incapacidad o miedo a decir las cosas tal cual son. Escribir cosas intrincadas con palabras que la mayoría no conoce, sólo es un artificio, que sí requiere un poco de ingenio y conocimientos de la lengua; pero no garantiza un contenido. Particularmente ese tipo de escritura no me interesa en lo más mínimo; me parece más una distracción lingüística que otra cosa. Del mismo modo, tampoco un poema comprensible y simple necesariamente tiene menos profundidad. Creo que es difícil lograr un poema simple y claro, que tenga profundidad e inteligencia a la vez. Es mucho más difícil que escribir de forma compleja. Lo complejo requiere intelectualidad; lo simple, sabiduría.
[AM]: ¿Quiénes fueron fundamentales en tu formación?
[NJ]: Los escritores que leí y que me abrieron la mente y los sentidos, primero. Y en cuanto a personas cercanas, Hernán Nemi, un amigo mío que también fue mi profesor de literatura en la secundaria; a quien le confío lo que escribo y cuya perspectiva a la hora de editar me ayuda mucho. También Osvaldo Bossi, que fue mi primer maestro de taller de escritura hace once años, con quien aprendí las bases del arte de corregir, además de conocer a poetas contemporáneos diversos, lo cual me enseñó a escribir con mayor libertad.
[AM]: Te pido cites tres nombres importantes, para vos, de la poesía argentina actual.
[NJ]: Yo no pienso la importancia en términos de reconocimiento o fama, sino en lo que respecta a mi experiencia como lectora. Hay poetas muy talentosos, y hay muchos que no conozco aún. El año pasado leí por primera vez a Natalia Litvinova; la conocía pero nunca la había leído, y sus poemas me parecieron realmente preciosos, luminosos. Los poemas de Diego Roel no tienen comparación con la poesía de otros contemporáneos suyos; es hermética, mística, potente. Y a Luciana Jazmín Coronado la conocí hace poco en Barcelona, como poeta y como amiga. Leí los poemas de su libro Catacumbas, y me parecieron fantásticos, oscuros y profundos. Estoy ansiosa por conocer más poetas aún escondidos para mí.
[AM]: ¿Cómo te relacionás personalmente con la poesía? ¿Es un acto cotidiano, un camino, o un momento de iluminación?
[NJ]: Es un acto cotidiano en el sentido de que todo lo que estoy haciendo en este momento tiene como único objetivo proporcionarme libertad financiera y tiempo para dedicarme a los proyectos creativos en los que estoy trabajando. Siempre escribí, y además también ejercí otras artes como el teatro y la danza, pero desde que publiqué Casa en mi boca, sentí una especie de revelación que me dio la certeza de que la escritura sería de allí en adelante mi único camino; tomé la decisión de que sería el centro de mi vida. No escribo todos los días, no tengo un patrón fijo. Hay épocas de mucha producción en las que quizás en poco tiempo hago mucho, y épocas en las que no escribo, pero no significa que no esté trabajando en la escritura. Trabajar en la escritura no es solamente escribir. Los momentos de quietud, como en la naturaleza, son fundamentales para gestar internamente aquello que cuando esté listo, se va a traducir de forma espontánea en el acto de sentarse a escribir. Alternar esos espacios de acción y no-acción es un ritmo sano que conforma todo el acto creador en sí.
[AM]: ¿Cuál es tu esquema de trabajo en relación a la escritura de un poema?
[NJ]: Escribo cuando siento un impulso interno que se traduce concretamente en ganas de escribir. Ahí suelo hacer de un tirón, con mayor o menor dificultad, una especie de esqueleto, sobre el que luego voy trabajando en las sucesivas correcciones. La corrección es un acto delicado y casi intransferible. Pero sin dudas se aprende. No hay reglas fijas, sino el uso de ciertas premisas que aplicadas con practicidad y criterio, nos ayudan mucho a que el poema sea fluido y consistente a la vez. Mi trabajo ha sido ir mejorando poco a poco la escritura más que la corrección, osea, escribir mejor para corregir menos.
[AM]: Cito “Onírico”, también, de modo íntegro: “Son tan frágiles/ los paisajes de ensueño/ en los que te veo/ que ya no sé si sos/ si soy/ si somos/ ciertos”. ¿Qué lugar ocupa lo irreal a la hora de construir tus imágenes líricas?
[NJ]: Particularmente me fascina el género fantástico dentro de la ficción, y lo curioso es que me di cuenta hace pocos años que era mi modo de relato favorito. Si bien en Casa en mi boca no hay muchos poemas que tengan rasgos de irrealidad entendida como construcciones surrealistas u oníricas, es algo que me interesa mucho profundizar de aquí en adelante.
[AM]: Por cierto, ¿la memoria inventa?
[NJ]: La memoria inventa y no inventa. Si inventar es faltar a la verdad en un sentido empírico, entonces sí, la memoria inventa. Pero la memoria no inventa cuando se dice una verdad que es esencialmente cierta aunque en los hechos no haya sucedido realmente así. Eso es lo que hace la ficción: decir una mentira, para decir una verdad mayor. Además, hablar de “verdad” en cualquier disciplina artística es ambiguo y una pérdida de tiempo. ¿Qué es mentira, qué es verdad? Siempre me pareció absurdo que se etiquete a los relatos autobiográficos o a las novelas históricas como tales. Lo que a mí me importa es si eso que leo me está diciendo algo que me toque la médula, si está construido de forma realmente bella. No me importa si lo que se cuenta fue una experiencia real de su autor o si se lo inventó, como tampoco me importa si ese escenario que me retratan responde a lo que realmente sucedió en una determinada época histórica. En tal caso, el hecho de saber si una obra es más o menos ficción o realidad, me parece algo anecdótico que puede ser útil como contexto, pero que no debe definir a la obra en sí, y mucho menos modificarnos la forma de percibirla como lectores.
[AM]: El reciente y extenso viaje por Europa, ¿te motiva para regresar a la aventura de la poesía?, ¿proyectos futuros?
[NJ]: El viaje continúa, estoy en España. El propósito del viaje está totalmente vinculado a la escritura, ya que aquí vine a desarrollar un emprendimiento que me permita publicar mis libros en España a la vez que en Argentina. Estoy trabajando en varias cosas al mismo tiempo. Acabo de terminar un poemario nuevo que se llama ‘Como aman aquellas criaturas’, y ahora estoy en el proceso de encontrar una ilustradora porque la idea es que sea casi un álbum ilustrado. Me interesa combinar la escritura con las artes visuales; por eso estoy trabajando en tres pequeños álbumes ilustrados nuevos, dos de los cuales son para niños. Cuando encamine la publicación de ‘Como aman aquellas criaturas’, con muchos nervios me sentaré a trabajar en un proyecto que me llevará mucho tiempo y será un gran desafío para mí, y que estará inspirado en una obra de literatura fantástica.
Nahilí Jarcovsky nació en 1987 en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Casa en mi boca (Alción Editora) es su primer libro de poesía.
Mencioné en mi comentario a la entrevista que Nahilí compartió en FaceBook que las preguntas fueron creativas e interesantes que permitieron respuestas inteligentes de alcances insospechados, es una pena que en México no pueda conseguir su libro. El juego de imágenes, la composición simple y profunda de sus palabras nos regala momentos plenos de satisfacción, alegría de vuelos de la imaginación. Es bueno que compartiera la entrevista, es una manera de conocer mejor a la poeta que es y necesitar leyéndola, felicidades por la entrevista
Gracias Roman por comentar. Siempre es saludable saber que nos leen y que se genera cierta curiosidad/inquietud por el trabajo de diferentes artistas.