El nombre es, tal vez, el rasgo identitario más fuerte, más visible, más propio. Somos lo que decimos, lo que comemos, lo que nos gusta y lo que no pero somos Albertos, Julietas, Andreses y Guillerminas incluso antes de nacer. Nos presentamos a través de nuestros nombres, nos damos a conocer por ellos. Nos elevan o nos entierran, según lo que hagamos con nuestras humanidades.
Hubo y hay muchos escritores que eligieron o estuvieron obligados a usar otro nombre para publicar sus obras. Necesidades, urgencias, conveniencias, miedos, ocultamientos: las motivaciones varían.
Mark Twain es el seudónimo de Samuel Langhorne Clemens y era una expresión que utilizaban los marineros, ocupación que tuvo durante algunos años.
Las hermanas Brontë recurrieron a seudónimos masculinos para evitar la censura de la época.
A Neftalí Ricardo Reyes le vino bien el Pablo Neruda: a Reyes padre le molestaba tener un hijo poeta. Parece que la explicación que dio Neruda sobre la elección de ese seudónimo no coincide con los datos históricos y el propio poeta nunca aclaró las conjeturas que se trazaron sobre el nombre con el cual se hizo conocido.
Hay nombres con tanto punch, tan sonoros, tan estéticos que parecen apodos pensados a medida.
Narciso Rossi, escritor, editor del sello La otra gemela, no se identificó nunca con su nombre. De su admiración por Narciso Ibáñez Menta surgió su seudónimo que ya es para él, tan o más real que el nombre que lleva en el DNI su familia lo llama por otros apodos y sus amigos le dicen Nacho o Narcho, condensando ambos nombres. Alguna vez escuchó “Pobre pibe, llamarse Narciso. Por eso le dicen Nacho”.
Federico Soler, escritor y psicoanalista tucumano, eligió el misterioso Fedhers Krauss. En un primer momento, empezó como un juego al crear la cuenta de Facebook; unos años después, intentó diferenciar con ese nombre su actividad profesional (psicoanálisis) de la de escritor. Su primer libro Cuerpo Liminal saldrá en mayo con su nombre auténtico. Le produce asombro que una construcción propia, como es un seudónimo, se vaya propagando y adquiera vida propia, a tal punto que supera al creador mismo.
Al momento de publicar su libro, Canción de aire, Mere Echagüe (escritora, actriz, traductora) consultó con su editor y acordaron utilizar su apodo. “Cuando empecé a hacer teatro por primera vez, hace unos once años más o menos, todos me preguntaban mi nombre y yo contestaba con mi apodo: Mere. Varios me preguntaron de qué nombre provenía; al primero que me preguntó le dije que mi nombre real es Hemeregilda y se corrió la voz, seguí contestando eso a las demás personas y muchos se lo creyeron durante un buen par de años”
Flor Codagnone es poeta, traductora, periodista; coordina talleres y clínicas literarias y su último libro es Resto (Modesto Rimba, 2016). Ella utiliza uno de sus nombres pero acortado. Ha llegado a fantasear con cambiarlo en el DNI. Detesta que en algún flyer o en una nota pongan “Florencia”: “Supongo que lo hacen pensando que es más serio que ‘Flor’, pero yo en el ‘Florencia’ no me encuentro. Cuando en las cosas médicas me llaman ‘María’ siento, que de algún modo, protejo el ‘Flor’ que me es más íntimo.” Una de las cosas más lindas que le pasó fue estar haciendo una entrevista telefónica con un mexicano y que él le devolviera su nombre en alguna de sus lenguas originarias.
Su tocaya, Flor Canosa supo usar, hace unos años, un seudónimo que fue parte de un aprendizaje y la construcción de su independencia emocional. Una editorial le propuso publicarla y bajo ese mote. “Fui a la presentación de mi propio libro como mero asistente, sin poder abrazar ni un solo laurel.” En aquellos tiempos se veía obligada a presentarse e insistir que ese seudónimo no era su nombre real. El personaje había seducido a sus interlocutores y Flor tenía que salir detrás de su creación y autoafirmarse.
Durante un tiempo, el misterio rondó a Elena Ferrante, la autora de la exitosa saga Dos amigas. Sobre su verdadera identidad se tejieron intrigas que parecían responder a prejuicios arcaicos, asegurando que era realmente un hombre; murmuraciones propias de chusmerío de barrio editorial que no le perdonaban a Ferrante éxito y talento. Ella se negaba a darse a conocer; para la prensa era un fantasma. La misma autora explicó que su decisión se basaba en las posibilidades creativas que le daba este anonimato. Ferrante resignaba el reconocimiento hacia su persona por calidad y libertad literaria. Un buen día, un periodista italiano anunció haber develado el misterio: Anita Raja, una traductora italiana, era la mujer (y con eso habrán tenido que lidiar los cerebritos patriarcales) que firmaba como Elena Ferrante. Parece que Raja reconoció su identidad en seis tuits que se autodestruyeron en pocos segundos: preservar el anonimato en estos tiempos es digno de una Misión Imposible.
Luis Mey ha escrito, entre muchos títulos, de Los pájaros de la tristeza que se publicará en abril, trabajó en la librería Ateneo Grand Splendid. “Algunas veces, en la librería, en mis tiempos de librero, escuché por ahí que pedían las ‘Cincuenta sombras de Luis Mey’. Por lo demás, el engaño del seudónimo fluyó bastante bien.” En una charla con su primera editora, ella le preguntó por el apellido de su madre y eligieron utilizarlo. “Pero son decisiones que se toman en esos momentos donde creés que cualquier decisión es fabulosa para tu futuro libro, el único, el que cambiará la historia del hombre y demás onanismos.” Cuando manda un trabajo a algún concurso se pone un poco tenso si es requisito presentarlo con seudónimo. “Tengo que usar seudónimo de mi nombre y al final, si la cosa anda bien, usar el seudónimo anterior. Tres nombres para una sola persona.”
En la misma librería en la que trabajaba Mey, hace lo propio Debret Viana. Escribe semanalmente artículos críticos sobre literatura, cine y series. Ha publicado el libro de relatos Menos y co-conduce Ficticios, un programa de radio, dedicado exclusivamente a la literatura. Debret Viana asegura que las máscaras son más verdaderas que los rostros. sobre todo si fue uno mismo el que talló la máscara. “El desdoblamiento está poblado de ventajas y placeres. espero llegar al punto en que podré ir a hacerme dar un masaje mientras yo mismo me quedo en un bar escribiendo. Me siento mucho más cómodo siendo el que no soy.” El autor está planeando pergeñar un heterónimo más y perpetrar crímenes disolutos bajo su nombre; luego urdir un último heterónimo, con el que se mudaría a Gales a vivir pacíficamente.
El heterónimo es una variante más definida: el autor crea una identidad con biografía y personalidad propia y le adjudica una parte de su obra. Fernando Pessoa y Antonio Machado son sus expositores más conocidos.
Y hay, también, quienes modifican, apocopan, transforman levemente el nombre del documento o recurren al uso de su apodo para ajustarlo a las necesidades del reconocimiento público.
Fue la Teacher Mary quien bautizó a Angie Pagnota cuando estaba en la primaria. La profesora repartió unas hojas con la letra de Angie, de los Rolling Stones y le lanzó: “Mirá que apodo que tenés, hasta te hicieron una canción”.
Pagnota es directora de la Revista Kundra y su último libro Memoria de lo posible, acaba de publicarse con este apodo. Ella ha decidido seguir usándolo: “Ya está, mi seudónimo soy yo.”
Germanato Germán, coordinador de Encuentro de la palabra, en la biblioteca popular Beatriz Urondo de Merlo utilizó en su primer libro Antiprincipito, su nombre y apellido “reales”. En el segundo, Moustro ( libro/casete/disco, 1999), firmó como G. Am, sin advertir que esa era una nomenclatura de la escala musical. “O sea, me hice llamar Sol La menor”.
Entre los músicos había una brasilera recién llegada al país que siempre lo llamaba Germanato. Una tarde se armó una discusión sobre su nombre y le pidieron que aclarara la confusión. “Ella creía que yo me llamaba Germanato. Estaba tan segura de lo que decía que le dije: sí, tenés razón, me llamo así.”
Richard Bachman fue posible porque no debía opacar los éxitos de Stephen King, hasta que ambos se fundieron en un sólo escritor. King dio vida y muerte a Bachman, según la conveniencia editorial.
“Empecé a firmar como Kike a partir de mi cuarto libro. La sensación que tengo es que antes, cuando firmaba Enrique, nombre por el que nadie me llama, estaba usando un seudónimo”, dice Kike Ferrari que odia que le digan Enrique.
Kike es el apodo que usó para su libro Nadie es inocente (2015).
Para Y es probable que no quede ninguno (2015), un amigo le pidió una novela negra que trabajara sobre la estandarización de la forma tradicional, una especie de homenaje a los libros pulp (el detective, el ventilador de techo, la oficina mugrienta, la botella de whisky, la rubia fatal). “La forma que encontré de escribirla divirtiéndome y sin caer en la parodia fue crear un escritor norteamericano –Hank McPherrar- y escribirla a través suyo. Hank, es Kike en inglés. Y McPherrar es una deformación mal disimulada de mi apellido.»
Rosana es Cocó Galli, marplatense, arquitecta y autora de Desde la playa (2016) Cuando me mandaba alguna macana de chica, su padre desde abajo de la escalera hacía retumbar su voz al son de Rosana. “Ese nombre nunca me traía buenas noticias.” En un momento el Rosana era para los planos, las facturas, los bancos, las escrituras. Hoy es Cocó en los carteles de obra y en los libros.
Daniel Ávila y Esteban Dublin se confunden. Ambos son colombianos. Daniel, creador de Esteban, es publicista y autor, entre otros títulos, de Las narraciones alternas (2016) La elección de su seudónimo fue una decisión estética, literaria. Con el tiempo, se pudo acostumbrar a que le dijeran Esteban por fuera del papel escrito y digital. Un día, las personas empezaron a relacionarse más con Esteban que con Daniel. “El tema es que ya se había convertido en una especie de bola de nieve de la cual me fue imposible salir. desde hace un tiempo decidí seguir publicando con mi seudónimo, pero siempre aclarando que mi nombre real es otro.”
En el año 2015, la prensa mundial anunció que la escritora J.K.Rowling publicaría un libro bajo el seudónimo de Robert Galbrait. Intuimos que en este caso no era la discreción el motivo.
En las antípodas de la elección y el uso de un seudónimo, tenemos a Ildiko Nasrr, escritora jujeña, autora de Ni en tus peores pesadillas. Ella tuvo que aclarar muchas veces que ése es su verdadero nombre. Ha llegado, incluso, a mostrar su documento de identidad. “De chica lo padecí: un nombre como de varón para una mujer. Este nombre que debo deletrear siempre y explicar su origen. Es mi tesoro. Me hace exótica y única donde vivo. Combinado con mi apellido es como un banquete explosivo.” “A veces, cuando no tengo ganas de dar explicaciones o deletrear uso el ‘Valeria’, tan pedeste, normal y que suena tan poderoso en algunas pronunciaciones. Una vez intercambiamos varios mails con un poeta y fotógrafo de Salta y creyó que yo era un hombre. Cuando nos conocimos, se quería morir” Ildiko ha plasmado el desdoblamiento fortuito en este microrrelato: Ildiko y yo A Ildiko es a la que le pasan las cosas. Yo cruzo los puentes de San Salvador de Jujuy distraída en el hilito de agua de uno de los ríos, o en las piedras blancas que los adolescentes utilizan para declarar su amor. De Ildiko tengo noticias por los portales de internet, me llegan noticias de su glamour y encantos. A mí me gusta desayunar sola en un puesto callejero y a las apuradas. Ella, en cambio, goza de los placeres de confiterías y hoteles en las ciudades a las que va como invitada de honor. Me gustan las minucias, acaso, encerrarme en un libro para viajar por otras psicologías. Ella es el centro de su universo y ríe encantando a todos. Ildiko y yo casi nunca nos encontramos. Somos diferentes. Yo soy simple y ella, excéntrica. Odio las cámaras y ella las busca. Yo pierdo todo y ella escribe que todo lo pierde. Ninguna tiene rencores o memoria. Y, como Borges, todos dudamos acerca de quién es el que verdaderamente escribe.
Para seguir en tema se recomienda leer Máscaras de Juan Boldini.