Los otros 90′: Robles, Tarantuviez, Rejtman y Lezcano

Alejandro Olaguer nos brinda una lectura de las novelas Los años felices de Sebastián Robles, No lo soñé de Gustavo Tarantuviez, Rapado de Martín Rejtman y Los Mantenidos de Walter Lezcano.

Decimos «los 90’» para referirnos a una década signada por el retraimiento y la demonización del Estado como regulador de los procesos sociales, económicos y culturales, por la destrucción de la producción nacional y el empleo, la exclusión social de grandes sectores de la población, la frivolidad, el cinismo, la extranjerización de la cultura, el predomino de lógicas de mercado, etc. “Menemismo”, “Neoliberalismo”, “Nueva década infame”, son etiquetas, simplificaciones políticamente correctas, clichés no exentos de una cuota de hipocresía. No es que todas estas etiquetas, conceptos y clasificaciones sean falsas, pero resultan parciales y, sobre todo, insuficientes para tener una mirada más rica y profunda de esta etapa de la historia reciente sobre la que no podemos dejar de hablar.

La literatura es, muchas veces, un complemento ideal de la historia. Ciertas novelas y relatos nos ayudan a matizar y enriquecer las perspectivas históricas, a llenar los vacíos, a mirar qué ocurría por debajo de los procesos políticos, en la cotidianeidad y la rutina de distintos individuos y lugares.

Hay tres novelas que personalmente considero fundamentales para caracterizar esa etapa: “Vivir Afuera” de Fogwill, “Las Islas” de Carlos Gamerro y “El Traductor” de Salvador Benesdra. Un escalón por debajo está “Una sombra ya pronto serás” de Osvaldo Soriano y varios otros libros.

Pero todas estas obras vienen de una generación que durante los 90’ ya transitaba su vida adulta, construyeron sus miradas y sus estilos con referentes culturales de los 60’, los 70’ y los 80’. Creo que es interesante ver qué tiene para contar y decir mi propia generación, una generación que se formó precisamente en esa época, que accedió a referentes culturales alternativos y diversos (Los Redondos, Nirvana, MTV, Los Simpson, Seinfeld, Cerdos&Peces, Chachacha, Tinelli, etc.) a los cuales se aferró. ¿Cómo ve nuestra generación los 90’? ¿Qué le dejó? ¿Qué tiene para decirnos? ¿Cómo los narra?

 

Los Años Felices

 

Esta novela de Sebastián Robles es la adaptación a libro de un blog que se llamaba «Los 90′» y, como su nombre lo indica, pretendía hacer una semblanza de la década menemista. El texto soporta bastante bien el proceso de transformación de blog a libro, la novela queda bien ensamblada pese a su naturaleza fragmentaria.

Es un libro que se inscribe en la corriente de «novela iniciática» y de lo que está de moda denominar como «narrativa del yo«. Es decir, se narra el paso de la adolescencia a la post-adolescencia (de la secundaria a la universidad si se quiere) en lo que es o simula ser un registro autobiográfico en primera persona.

El autor apela a la anécdota, a escenas fragmentarias, relatos aislados de la vida de estos chicos durante dos años, pero bien hilvanados, de manera que la historia siga siendo una. Los temas principales son, como es de esperar, el amor, la iniciación sexual, la tensión entre la tribu de amigos y las novias, la escuela (o la facultad), el primer trabajo y todo ese universo inconmensurable que contribuye la confusión en esa etapa de la vida.

Los 90′ están ahí, de fondo, aparecen inevitablemente en cada una de las referencias geográficas, culturales y políticas que Robles, con oficio, dosifica como al pasar, mencionándolas tangencialmente, construye el escenario sin quitar del centro de la escena a los personajes; elude eficazmente menciones directas a las miserias de esa época (frivolidad, individualismo, exclusión, pobreza, ausencia del Estado, etc.) pero no deja de referenciarlas, las vemos, las recordamos cada vez que sus personajes buscan trabajo o viajan en tren, por ejemplo.

Si bien Robles manifiesta en la contratapa del libro la intención explícita de narrar la década que «odió, pero también amó en secreto«, lo que logra va mucho más allá de una caracterización de época, el escenario podría ser la década del 80′ o la primera década del siglo XXI y el libro no cambiaría mucho, probablemente los personajes escucharían otra música, irían a otros lugares y usarían distinta ropa, pero la esencia de la novela no cambiaría. Lo que logra narrar Robles es esa zona gris y turbulenta entre la adolescencia y la juventud, y lo hace bastante bien.

 

No lo soñé

 

La novela de  Gustavo Tarantuviez editada en el 2014 se desarrolla en Mendoza y se ubica temporalmente en algún momento de los 90′. Hay, como en la novela de Robles, una intención manifiesta de caracterizar la década, el autor lo expresa en los agradecimientos del final.

El protagonista es Lupus, un joven de veinte y pico de años de edad que transita su juventud sin rumbo claro, sobrevive como puede a la marginalidad e intenta diluir esa realidad dura a base de drogas, alcohol y otros excesos. Sus compañeros de aventuras son excluidos del sistema, los perdedores del modelo económico y social vigente durante esa década, jóvenes sin futuro, jugados a los veinte años. Ese es el primero de muchos guiños a la intención de dejar un mensaje. A diferencia de lo que ocurre en “Los Años Felices” en esta novela existe un ánimo de denuncia política explícito, una revelación de preferencias ideológicas. El riesgo en estos casos es entusiasmarse con ese ánimo de denuncia política y caer en el lugar común, Tarantuviez muchas veces roza el cliché políticamente correcto, se tienta con la denuncia directa en detrimento de la narración, pero logra mantener la novela en el campo de la literatura.

La novela se compone de escenas sin continuidad temporal hilvanadas por la presencia de Lupus. Escenas crudas de violencia, excesos y decadencia que tienen como escenario «la ciudad que no se ve», esos barrios suburbanos del Gran Mendoza que la prolijidad y la asepsia emblemáticas del pedacito visible de la ciudad capital durante esos años escondía, como basura que se barre debajo de la alfombra. Permanentemente se hace referencia a este contraste, el territorio de la «Mendoza Limpia» no es el de Lupus, él siempre está afuera de eso, en los márgenes; a no más de quinientos metros de ese centro limpio y vital, el alumbrado público no funciona, hay suciedad, oscuridad, un árbol de luz que tapa el bosque de miseria. Las referencias a ese contraste, a ese progreso económico social aparente y para pocos en desmedro de miles y miles de excluidos, son directas y permanentes, se narra el lado oscuro de la década. También hay referencias permanentes letras de Los Redondos, desde el título, los epígrafes y el texto mismo, la banda que mejor expresó ese desencanto de nuestra generación.

Al principio el lector se encuentra con una prosa áspera, ripiosa, llena de aristas sin pulir, como un texto al que le falta transitar el proceso de corrección. Pero después del primer capítulo queda claro que, voluntario o no, ese estilo sucio encaja perfectamente en la atmósfera del libro, contribuye a crear un clima, a establecer el lugar y el momento desde donde se mira el mundo. Los excesos de adjetivos, las metáforas hiperbólicas y oscuras, la prosa recargada, el abuso de frases cortas sin verbos, remiten a la poética de Los Redondos.

Es una historia narrada con vértigo y crudeza, sin intención de suavizar nada, a medio camino entre los textos más oníricos y alucinados de Borroughs y el realismo sucio de Enrique Symns, con evidentes influencias de Arlt, Stephen King y, por supuesto, la poética ricotera.

 

Rapado

 

Martín Rejtman es cineasta y escritor “de culto” en el sentido que tanto sus películas como sus relatos (no tiene novelas y ha dicho en numerosas entrevistas no estar interesado en escribirlas) no suelen transitar por la ancha avenida del “mainstream cultural” o de la cultura popular, sino que son muy valorados y glosados pero por un público más bien acotado e ignorados por la mayoría del público. Se ha escrito mucho, tanto sobre su cine como sobre su literatura y existen innumerables entrevistas en donde Rejtman ofrece algunas claves para entender mejor su obra.

Adentrarse en Rapado, su segundo libro de relatos, implica, más que entrar en los 90’, adentrarse en el universo Rejtman, un universo con leyes propias, minimalista, superficial y aparentemente trivial en donde los personajes son personas de clase media, bastante inmaduras y con dificultades para encontrar un destino y, en consecuencia, deambulan sin rumbo fijo por la ciudad, que casi siempre es Buenos Aires. Todo parece suceder por casualidad más que por decisiones firmes de estos personajes, las formas de relacionarse, los lugares a los que van, las cosas que hacen e inclusive lo que se narra.

Los cuentos, narrados con frases breves y vocabulario simple, parecen recortes arbitrarios y parciales de la vida cotidiana de cualquier persona. El lector es un espectador ocasional de un fragmento al azar de una vida cualquiera, como quien es testigo involuntario de una conversación o una situación de la vida de un desconocido en un colectivo o en la calle. Los relatos terminan abruptamente y, dado que no hay tensión ni un conflicto demasiado explícito, sin resolución, se sale del relato de la misma manera que se entra, como cuando nos bajamos del colectivo y dejamos de oír la conversación o de contemplar una escena, con la certeza de que todo seguirá su curso normal. No hay grandes pasiones ni dramas, no es literatura de intensidad y tensión, el mismo Rejtman dice en una entrevista que se trata de una especie de “realismo idiota”.

En todas las entrevistas a Rejtman le preguntan si su literatura es una referencia ética y/o estética a la década del 90’ y él lo niega enfáticamente. Al contrario que en las novelas anteriores, aquí no hay intención de denunciar ni de problematizar un momento histórico, de hecho, al igual que en la novela de Robles, todo podría suceder en cualquier momento. Y sin embargo los 90’ están ahí, mucho más presentes inclusive que en Los Años Felices, como paisaje, latentes, visibles. No es raro, la mayoría de los relatos de Rapado fueron escritos durante esa década y algunos, inclusive, parecen desarrollarse a mediados de los 80’. Los 90’ aparecen por referencias: la música, la ropa, los objetos, algunas costumbres, el vocabulario, los libros. Al tratarse, en palabras del autor, de literatura que se va construyendo por “acumulación” de escenas, pasajes y objetos, es inevitable que surjan con fuerza las marcas de una época más allá de la ausencia absoluta de guiños culturales o políticos que expliciten el contexto histórico. En ese sentido creo que tanto este libro como un par de películas de Retjman, pertenecen al conjunto de dispositivos culturales que nos ayudan a pensar los 90’ más allá de sus intenciones.

 

Los Mantenidos

 

Algunas de las mejores expresiones culturales circulan por los márgenes, sumergidas e invisibles para el dios del mercado y para el gran público. Es el caso de Editorial Funesiana en general y de Walter Lezcano en particular. Narrador y poeta, correntino, Lezcano (como Robles y Tarantuviez) pertenece a mi generación, la que asomó el hocico en los 90′, su obra está diseminada por internet y en libros artesanales de algunas editoriales de este tipo.

Y Los Mantenidos es la prueba de que muchas veces los márgenes producen expresiones estéticas de mucho mayor calidad que lo que puede encontrarse en los circuitos formales de circulación de narrativa.

Esta novela, además de ofrecer una buena historia, de estar muy bien escrita y de construir algunos personajes entrañables, nos ofrece una panorámica de un país estigmatizado por algunos e ignorado por otros: el sur del conurbano bonaerense con todos sus contrastes y tensiones, en la novela están sus mañanas pintorescas, los barrios bajos y luminosos sin rascacielos y sus calles tranquilas musicalizadas por los pájaros, pero también la violencia de sus jóvenes y la desintegración socio cultural producto de la pobreza y la marginalidad. Quien haya vivido en el conurbano aunque sea un tiempo, va a reconocer inmediatamente el escenario.

Dado que el libro puede descargarse de forma gratuita en varios formatos creo que no conviene mucho profundizar en el argumento. Basta con decir que es una novela de iniciación, un joven de 19 años deja la casa de la madre para dar sus primeras batallas solo contra la realidad. La primera parte, narrada en primera persona por el protagonista, describe estos primeros pasos: el primer empleo, la soledad, los amigos, la timidez para enfrentar al género femenino, y el descubrimiento de la literatura como método eficaz para evadir la realidad cruda. En la segunda parte el protagonista, convertido en profesor de literatura de secundaria, da sus primeros pasos en un colegio de Claypole y conoce ese abismo entre la teoría que se enseña en los claustros académicos y la realidad de tratar con alumnos con realidades sociales duras, entre cuyas prioridades no está precisamente la literatura. Esta segunda parte está escrita en tercera persona y, además del protagonista, sigue a algunos de esos alumnos conflictivos. La tercera parte muestra cómo seguirá la vida de estos alumnos que empiezan, tal vez, el periodo que atraviesa el protagonista en la primera parte. Es una novela que describe desde adentro una realidad cruda pero sin ánimo de victimizar a nadie.

Si bien aquí tampoco existe la intención de caracterizar una época, el vínculo es insoslayable: la primera parte se desarrolla en los últimos años de la convertibilidad y el deterioro se refleja en la falta de perspectivas, las dificultades para conseguir trabajo, la precarización laboral y la pobreza. En la segunda y la tercera parte es evidente que los 90’ han quedado atrás en el calendario (los personajes llevan sus celulares a la escuela, escuchan música y sacan fotos con ellos), pero los efectos sobre las generaciones posteriores se manifiestan a través de la marginalidad, los déficit educativos y la debacle cultural ética y estética que padecen los adolescentes (¿los hijos de la generación del 90’?). En este sentido, casi sin proponérselo, la novela llega más lejos y explora con mayor profundidad que las otras tres en la caracterización social, cultural y geográfica de esa década que, a mí entender, nunca superamos del todo.

 

Conclusión

 

Por estos cuatro libros desfilan diversos elementos: la música, los programas de TV, la ropa, el interior, el conurbano, la capital, clases sociales, formas de relacionarse, trabajo y estudio, las drogas, la marginalidad, los miedos, el sexo, el lenguaje cotidiano, las tensiones y el contexto político y económico. Todos ellos, enfocados desde diferentes perspectivas y con diversos estilos, nos pueden ayudar a trazar un mapa para enriquecer nuestra mirada sobre lo que significaron los 90’ más allá del cliché y la simplificación.

Hay muchos otros libros que podrían sumarse y enriquecer este conjunto arbitrario y personal. Por ejemplo una antología que sacó RHM en 2008, llamada Uno a Uno que compilaba relatos de jóvenes narradores sobre los 90’, cuentos muy desparejos pero con la consigna clara de escribir esa época; o “Pinamar” de Hernán Vanoli es una excelente novela que una de sus partes narra el 2001 desde la perspectiva de jóvenes que crecieron durante los 90’; y muchos otros que ofrecen otras miradas sobre la época. Yo elegí estos cuatro porque me gustaron mucho y me parece que ofrecen un abanico diverso de miradas y temas que nos ayudan a enriquecer la memoria sobre una etapa de la historia que, a pesar de nuestros deseos, no deja de interpelarnos.

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