Cuando tuve la oportunidad de preparar algunas preguntas y enviárselas por correo electrónico a un escritor que admiro, como el inexperto entrevistador –y algo enceguecido estudiante de letras– que soy, caí casi sin darme cuenta en una trampa, que, ahora veo, me había puesto a mí mismo: olvidaba que el escritor no es un crítico, es pues eso, un escritor, un sujeto que disfruta escribir y se realiza en esa actividad así como un atleta corriendo una carrera o un músico interpretando e improvisando música. El crítico viene después, mucho después, y hace una especie de literatura que reescribe la del escritor en forma de “relatos de la cultura”, en los que priman las representaciones e implicancias hiladas en una suerte de red inter-discursiva. Pero hay algo ahí, que no se reduce nunca a lo mero institucional, y hace del delirio originario –la literatura– un hecho artístico en sí mismo indecible, siempre en huída hacia otros sentidos.
Narrador prolífico, autor de una obra cuentística tan original como perspicaz –además de ensayista–, Fernando Sorrentino (Buenos Aires, 1942), en esta entrevista, apuesta por la creación y el artificio del relato. La escritura como dispositivo de ficción autónomo, que fluye de la combinatoria de palabras en una experiencia/experimentación que a cada paso se hace a sí misma. “El propio texto, con su tiranía, fue llevándome a ese desenlace”, dirá a propósito de uno de sus cuentos, pero bien aplicaría a toda su narrativa, en la que el lector halla no tanto un procedimiento como un proceder, un dejarse llevar por la creación de mundos posibles.
Mundos que, en el caso Sorrentino, partiendo de una situación verosímil o concreta, de forma progresiva, como en espiral, devienen absurdos, grotescos, estrafalarios… En esto es posible ver la influencia y filiación con autores como Kafka, Borges y Denevi, a quienes Sorrentino recuerda y relee a menudo.
El humor, irónico y disparatado, parece un factor común en todos tus cuentos. ¿Crees que solo caracteriza a tu estilo o, además, resulta en condición de cierta cuentística contemporánea, así como lo fantástico y el terror rondaban en una gran porción de los cuentos de fines del siglo XIX y principios del XX?
No soy de teorizar ni de plantearme interrogantes. No busco deliberadamente entrar en el humor; más bien ocurre que la misma trama de cualquier relato suele invitarme a incluir algún condimento gracioso. Aunque también soy consciente de que, más de una vez (“El irritador”, “Un drama de nuestro tiempo”, “En defensa propia”…), el humor fue el núcleo del relato. Por otra parte, también me agrada muchísimo la literatura, en sentido amplio, “insólita”, dentro de la cual podemos incluir lo fantástico, lo policial y lo terrorífico.
“Esencia y atributo”, quizás tu cuento más breve, también sea el que alude más directamente a una duda metafísica, casi como una burla a las categorías que dan nombre al título. Cuestiones como éstas, ¿las transformás en ficción (procedimiento borgeano de, digamos, condensación de una idea en relato) o se podría ver, más bien, una parodia de este recurso?
Lamento tener que exhibir, una vez más, mi incurable frivolidad literaria. Lo cierto es que ni siquiera se asoman a mi cabeza tales cuestiones. Simplemente, se me ocurrió la idea de que un elefante pudiera nacer en el dedo de una persona y, entonces, sólo tuve que desarrollarla, procurando, según mi propia exigencia, que la historia se construyese del mejor modo literario posible.
En “Supersticiones retributivas”, hay, además de una estructura narrativa perfecta, una idea, a mi parecer, genial, que cumplir con las supersticiones ajenas sea un trabajo. ¿Apunta, acaso, hacia esa tendencia actual a hacer de la necesidad y el producto del trabajo cosas cada vez menos tangibles y concretas para la comunidad, apenas sus efectos simbólicos?
Te remito a la primera oración de mi respuesta anterior y agrego que jamás intento trasmitir ningún mensaje en favor ni en contra de nada. En este cuento lo que más me interesaba era que el propio narrador se convirtiera él mismo en parte de la irrealidad que antes parecía advertir con total lucidez. Y ahora pienso que ni siquiera sé si me interesaba: creo más bien que el propio texto, con su tiranía, fue llevándome a ese desenlace.
En el punto 21 de la Introducción a la guerra civil del grupo Tiqqun, se señala la condición contradictoria del término “hostis” (extraño, enemigo, huésped) y se dice: “Es muy evidente que el derecho, las leyes de hospitalidad, el aplastamiento bajo una montaña de regalos, o bajo una ofensiva armada son otras tantas formas de borrar el hostis, de prohibirle ser para mí algo singular”. Habiendo leído “En defensa propia” poco tiempo antes, me pareció encontrar en este pasaje una fuente de relaciones para reflexionar en lo que en el cuento se pone en escena con vertiginoso absurdo. ¿Tales significaciones del hostis, vecino y a la vez enemigo, estuvieron presentes durante la escritura?
No, ni remotamente. Me causó gracia la idea del in crescendo de la sucesión de regalos, y la escribí para divertirme. Cosa, dicho sea de paso, que es lo que hago cuando escribo: tengo que sentirme a gusto, no lo tomo como un trabajo sino como un momento muy agradable en donde puedo dar libre curso a uno de mis mayores placeres: el placer de fabular, de inventar mentiras más o menos verosímiles.
Otro cuento admirable, “Para defenderse de los escorpiones”, presenta, como la mayoría de tus relatos, un espacio urbano, Buenos Aires, y una invasión por la que “la gente se muestra sorprendida, temerosa y hasta indignada”. Mientras que esta gente trata de deshacerse de los escorpiones por medios tradicionales, el protagonista ofrece un método novedoso… Retomando algunas consideraciones anteriores, parece que el devenir absurdo, el punto de fuga desopilante, fueran el modo y el tono más concentrados para indicar hacia o poner en texto estas relaciones políticas…
Tu pregunta es más perspicaz que mi respuesta. Sin embargo, no me avergüenza ser reiterativo: no hice otra cosa que imaginar una invasión de escorpiones y, con este embrión, ir inventando peripecias. Nada está planificado: el mismo relato me va hamacando en un sentido o en otro, y es muy agradable sentirme sorprendido por mí mismo.
Ahora bien: un crítico amigo ha señalado que el tema de la invasión suele repetirse en mis cuentos. Yo no me había dado cuenta, pero resulta que tal aserto es la verdad: ese temor ha de haberse originado en mi niñez, cuando, por culpa de visitantes no solicitados, yo me veía obligado a dejar de hacer lo que me interesaba hacer para realizar lo que no quería hacer: saludar, conversar, sonreír, recibir informaciones insustanciales…, etc.
¿Crees que la literatura debe buscar provocar, que la escritura y todo arte son, en cierta manera, formas de transgresión?
Yo no busco ningún efecto que no sea literario: sólo procuro que el cuento me salga lo mejor posible. Hace años escribí un breve trabajo donde está bien explicada esta cuestión. Remito al enlace:
El narrador escribe un cuento; el lector suele leer otro http://www.letralia.com/140/articulo03.htm
Ahora, lo curioso (o, tal vez, no curioso, sino lógico) es que, en efecto, sin yo buscar tal objetivo, parece ser que mis cuentos resultan ser “provocativos”.
¿Cuál fue el último libro que leíste y cuál te gustaría leer en breve?
En realidad, hace ya unos cuantos años que tiendo a releer y a no incursionar en autores desconocidos. “Desconocidos” es una manera de decir. Por ejemplo, aunque yo jamás leí una línea de Émile Zola, sé perfectamente que su literatura no podría interesarme, y entonces no dilapido mi tiempo en una actividad tan infecunda como leer un texto que me aburrirá. Es decir que, aunque yo no haya leído a Zola, eso no implica que, para mí, sea un autor “desconocido”. A otros autores los evito porque no me agradan sus rostros, sus ropas, su entorno…: no quiero saber absolutamente nada con ellos (por ejemplo, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir: lo que escriban unas personas con esas caras no puede ser de mi agrado).
Entonces: ¿a quiénes estuve releyendo últimamente? A algunos de mis amores literarios, esos escritores que me causan un inmenso placer: releí, por ejemplo, dos maravillas: “En la colonia penitenciaria”, de Kafka (¡mi ídolo total!), y “Circe”, de Cortázar. Hace dos o tres meses, pasé momentos agradabilísimos con Un pequeño café, esa novela tan querible de Marco Denevi. Vuelvo continuamente a Borges… Y hay otros libros que tengo bien frescos en la memoria y que, tal vez, ya no necesito releer: Martín Fierro, La vida es sueño, David Copperfield, Lazarillo de Tormes… En fin, la lista es larga y, por eso mismo, puede ser tediosa… Ahora tengo ganas de volver a releer el Quijote, cuya última lectura será de hace más o menos cinco años.
¿Qué cosas te hacen reír?, ¿qué cosas te dan miedo?
¿Qué cosas me hacen reír…? Pueden provenir de sorpresas o pueden provenir de elaboraciones literarias. Ejemplo de estas: los tres primeros tratados del Lazarillo; también Cortázar, en Los premios, cuando narra el episodio del accidente del padre del Pelusa Presutti… En otros casos, no voy más allá de la sonrisa.
¿Miedo? No: más bien aborrecimiento siento hacia: la codicia, la desconsideración, la avaricia, la burocracia, los ruidos, los mosquitos, la estupidez…
¿En qué estás trabajando actualmente?
No estoy trabajando en nada orgánico, pero siempre estoy ocupado con cuestiones, digamos, “laterales”: corregir pruebas de imprenta, responder dudas semánticas por traducciones… Tengo no menos de ocho cuentos escritos del principio al fin, lo que no significa que estén terminados, pues estoy dejándolos “descansar” para, más adelante, volver a redactarlos por completo. Sin embargo, estoy un poco fiacún y voy postergando el momento de ponerme en serio a cumplir con esa tarea.
En fin, en gran medida “me dejo llevar” por los acontecimientos y por el tiempo. En literatura prefiero no apresurarme y no forzar las velocidades. Y, cuando veo que no avanzo en un texto con la fluidez que me gusta, me digo “Este no era para mí” y de inmediato lo abandono y lo tiro al diablo. Si la escritura deja de ser un placer y se convierte en un trabajo con algún ingrediente de obligación, entonces no es razonable continuarla, pues, indefectiblemente, el fastidio que me significó ejecutarla voy a trasmitírselo al lector, que ninguna culpa tiene de mi obcecación.
Esto es todo: otras cosas no se me ocurren.
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