Juan Boldini hace un recorrido por los gestos del futbolista argentino Riquelme y su rebeldía tiempista.
Hasta el 8 de Abril del 2001, el Topo Gigio era un títere. Un ratón (en italiano “topo” significa ratón) creado a fines de los 50 en Italia. En la Argentina y Uruguay se inmortalizó su imagen junto a Juan Carlos Mareco, deseándonos “hasta mañana y que descanses bien”.
El 8 de Abril, Juan Román Riquelme es el 10 de una de las mejores formaciones de la historia del Club Atlético Boca Jrs. Mauricio Macri, el presidente del club. Ha dicho que si Riquelme quiere cobrar más, deberá irse al exterior.
Mientras la Bombonera delira, el diez corre hacia el centro exacto de la cancha. Sacando la pelota del arco, sin que nadie lo mire está Franco Constanzo, arquero de River; quien atajó el penal, pero no puedo evitar que Riquelme meta el rebote de cabeza para marcar el 2 a 0.
El diez detiene su carrera frente al palco presidencial. El gesto está planeado. Lleva las manos abiertas junto a las orejas. La mirada fija. Sus compañeros lo abrazan, pero él no se mueve
Luego le preguntarán y dirá que festejó así “porque a su nena le encanta el Topo Gigio”.
El gesto –por su potencia- queda bautizado para siempre. Cada dos por tres alguien lo repite sabiendo que está haciendo un cover.
En 1971, el escritor y director de cine italiano Pier Paolo Pasolini, escribe El fútbol “es” un lenguaje con sus poetas y prosistas.
Lo escribe para explicar la derrota categórica de su selección, Italia, contra Brasil en el mundial de México 1970. En el texto analiza al fútbol como un lenguaje, un sistema de signos.
Las palabras del lenguaje fútbol son potencialmente infinitas, porque infinitas son las posibilidades de combinación de los pases de pelota entre jugadores. Y se combinan en un partido, que es un auténtico discurso dramático.
Pero en la configuración de este lenguaje hay distintos tipos de escritores. El momento del gol es exclusivamente poético. Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación creativa del código. También la gambeta es poética (aunque no siempre como el gol). Gambeta y gol fueron los fuertes de Brasil y destrozaron el orden táctico italiano.
Los espectadores somos parte del lenguaje fútbol, no como hablantes sino como decodificadores. Los momentos que suceden en el rectángulo de pasto nos interpelan. La belleza poética de una gambeta o un gol, a veces trasciende la camiseta. Algo así le pasó a Pasolini con los brasileros.
Ese idioma habla Riquelme sin decir palabras, de píe y con la mirada fija.
El fútbol fue creado -sistematizado- por los ingleses a mediados del siglo XIX. Al comienzo fue sólo un desprendimiento del rugby. Aparentemente, fue la posibilidad de hacer pases hacia adelante lo que cambió radicalmente todo.
Sin embargo, en un comienzo los ingleses seguían apegados al aspecto físico del juego. Para ellos soltar la pelota era un gesto de debilidad y un jugador debía avanzar lo más posible con el balón. Pasar la pelota a un compañero no era componente creativo de juego, era sólo para no perderla.
Por eso, los mejores intérpretes del nuevo deporte vinieron de otros lugares. Primero, fueron los escoceses, más endebles físicamente que los ingleses. Llegando a la década del 30, se destacan Uruguay, Argentina y la Escuela del Danubio (con Austria y Hungría a la cabeza).
El escritor inglés Jonathan Wilson dice, que tanto en Europa Central como en el Río de la Plata la actitud hacia los británicos era de desconfianza. Eso ayuda a que se reinterprete el juego y su espíritu.
A partir de la desconfianza al poderío inglés y la debilidad física, surge un deporte donde los intérpretes más destacados, no son necesariamente los más atléticos.
En los años 30, la selección austríaca se destacaba por su juego asociado. Su figura era Mathias Sindelar, apodado «el hombre de papel» por su contextura física endeble. Por sus gambetas y habilitaciones, también se lo llamó “el Mozart de la pelota”.
El 12 de marzo de 1938 Adolf Hitler anexa Austria al Tercer Reich. A raíz de la Anschluss (sinónimo de unión), las selecciones de una y otra nación pasarían a fusionarse. Sindelar hacía un tiempo que no jugaba en su selección, pero decide jugar el último partido antes de la fusión.
Hay versiones que dicen que fue un golazo; otras, tan sólo un rebote. Sobre lo que no caben dudas, es sobre lo que sucede después. Sindelar corre hasta quedar frente al palco de los jerarcas nazis.
En lugar de saludar protocolarmente, baila.
Menos de un año después muere junto con su amante, en circunstancias poco claras.
Si Riquelme es el último enganche, Sindelar fue el primero.
En 1942 Alemania ocupa Kiev. Inmediatamente se prohíbe la práctica del fútbol. Había un fuerte vínculo entre fútbol y política. El Dínamo de Kiev había sido fundado por la policía y el Ejército Rojo.
Sin embargo se juega al fútbol. Los estadios vacíos pronto se llenan de partidos “amistosos” entre guarniciones, empleados del tren, etc. Amparado por el dueño de una panadería surge el FC Start. En él confluyen ocho jugadores del Dínamo y tres del Lokomotiv.
El Start juega siete amistosos y gana todos. Cuando le gana a una guarnición alemana, está tentando la suerte. Los alemanes piden la revancha. El Start debe perder, pero no lo hace. El partido termina antes de tiempo para frenar la goleada a la que estaban sometiendo a los gendarmes.
Los jugadores FC Start terminarán en un campo de concentración, y sólo tres de ellos sobrevivirán la guerra. Hoy en día hay una estatua que los recuerda en el actual estadio de Kiev.
En 1963, el húngaro Zoltan Fabri, inspirado en los hechos de Kiev, filma Match en el infierno.
En la película, Onodi, un ex jugador de la selección húngara (una especie de Puskas), está preso en un campo de concentración. Se organiza un partido de fútbol entre presos y guardias con motivo del cumpleaños de Hitler. Onodi debe entrenar al equipo de los presos.
Para eso le dan una horma de queso y una pelota. Onodi, hambriento, toma la pelota maravillado. Sus compañeros dudan de que aún pueda jugar bien después de tantas penurias. Onodi les responde haciendo jueguitos, luego duerme la pelota en el empeine. Luego dice algo.
La frase queda grabada en la mente del niño Roberto Fontanarrosa. De grande el Negro la usará para titular uno de sus libros: “El fútbol es sagrado”.
El director teatral Ricardo Bartís sostiene que mucho de las cosas que sabe sobre el teatro, las sabe por el fútbol. El teatro es una pasión que no eligió, como ser hincha de un club.
Actuar, dice, es como jugar en una cancha con niebla o mal iluminada. Por momentos tenés una sensación surrealista de poder perderte. Si la pelota se va muy lejos, podés cruzarte a otra escena, otro campo, otra cancha.
Al ver un partido de fútbol uno ve en el jugador algo de los actores. Hay jugadores que se relajan si no juegan con una hinchada que les grite. Pero hay otros, dice Bartolo, que están dispuestos a intentar el salto. Su actitud tiene un nivel de predisposición para que el “milagro” ocurra.
Riquelme está de píe en la Bombonera con las manos junto a las orejas.
Se sabe dueño de un poder efímero. Lo ejerce. No necesariamente le traerá un beneficio – no al menos material.
Del otro lado, sentado, incómodo y sin saber si gritar o no el gol de su equipo, está Mauricio Macri.
Un gol nunca es sólo un gol.