Pequeña reflexión sobre los nuevos escritores como bandas de covers de Michel Houellebecq a partir de Ampliación del campo de batalla. Ilustración de Mariano Lucano.
Hace algún tiempo, Fabian Casas dijo que los jóvenes escritores parecían bandas de covers de Houellebecq. No entré a leer la entrevista como para ver la profundidad del comentario. Me pareció más interesante fuera de contexto. En los últimos años, costumbres anglosajonas y cierta tendencia funcional, condujeron a una mancomunada concepción de lo que significa escribir bien. Escribir bien es ser directo, ser práctico, no abundar en descripciones, ni en términos que puedan resultar confusos. Escribir bien es escribir con el lenguaje acotado, con las palabras que mejor te salen, que son más tuyas. Escribir bien es ser sincero sin hacerle perder el tiempo al lector. Así se ha cimentado que sobre-adjetivar, utilizar frases rimbombantes y experimentar con el lenguaje es casi por naturaleza pretencioso e ilegible. Tengamos en cuenta que lo que se produce excede en demasía el tiempo que requiere comprenderlo e incorporarlo, se establece una economía en la que el autor no puede exigir demasiado al lector y prometer muy poco a cambio. Quizás sea este el motivo por el cual los libros de autoayuda tienen tanto éxito: en sencillos pasos prometen una solución a la vida en general.
Ahora, si bien criticamos también convenimos: el estilo sin estilo (Wikipedia, s.f.) de Houellebecq está muy vinculado a su ámbito de pertenencia. Michel es funcional hasta no queriendo serlo. Es perfectamente económico y lee su ámbito, su tiempo, según una óptica acorde. Pocos escritores logran ser tan acordes. Podríamos decir que Houellebecq es quizás una de las personas más normales del mundo[1]. Este es el límite oscuro de lo que denominamos «normal». En este caso, para el escritor ser normal es comprender que el mundo normaliza a la mayoría y cuando hablamos de normalidad, hablamos de configuración.
Houellebecq es el profesional que piensa y que incluye entre sus hobbies el desarrollo de una estética personal sin alterar en exceso su trabajo diario. ¿Cómo desarrollar una estética personal en los márgenes de un exigente mundo profesional?
Las formas de lo normal.
Lo normal tiene formas. Para una gran cantidad de gente, lo normal es casarse, tener hijos y un trabajo estable. Desarrollar una carrera profesional y alternar con un hobby. Para otra enorme cantidad de gente lo normal es tener una familia, amantes, hijos, divorcios, crisis nerviosas, recuperar el rumbo profesional, intentar hacer un negocio personal, volver al trabajo en relación de dependencia y tener alguna que otra adicción. Las excentricidades existen pero se maquillan. A lo sumo sobrevuelan alguna que otra charla alcohólica: Una persona normal comprende que debe mostrarse civilizada aunque no lo sea.
Amplío, para un músico profesional que tiene recitales a menudo puede ser normal teñirse el pelo, maquillarse y dedicarse a la promiscuidad tanto como para un oficinista lo es ponerse traje y corbata. Son formas de pertenecer al ámbito profesional de turno. Podríamos decir que son estereotipos pero habría que eliminar la idea de estereotipo cuando hablamos de gente real. Mucha gente querrá ser un estereotipo pero, como en una película de bajo presupuesto, se notan las costuras. Si bien la intención resulta entretenida, quienes se toman en serio sus papeles, suelen requerir atención con un especialista de la mente. Es decir, necesitan una reconfiguración.
Las observaciones de este primer Michel, el Michel circa 1994 son las del Michel oficinista. Houellebecq se volverá una superestrella, se transformará en un gran representante del individualismo egocéntrico de nuestra sociedad. La lucidez de Houellebecq en este sentido es inmediata. Se reconoce a sí mismo, reconoce su estilo y le habla al lector.
“(…) para alcanzar el objetivo que me propongo, mucho más filosófico, tengo que podar. Simplificar. Destruir, uno por uno, multitud de detalles. Además, me ayudará el simple juego del movimiento histórico. El mundo se uniformiza ante nuestros ojos; los medios de comunicación progresan; el interior de los apartamentos se enriquece con nuevos equipamientos. Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, lo cual reduce otro tanto la cantidad de anécdotas de las que se compone una vida. Y poco a poco aparece el rostro de la muerte, en todo su esplendor. Se anuncia el tercer milenio.”
La obra de Houellebecq está tan ensimismada que los personajes de uno de sus últimos libros parecieran asomarse en sus primeros libros y saludar. Se anuncian a la distancia como algo incipiente. ¿Será Houellebecq de esas personas que se consumen a si mismas una y otra vez? ¿Puede alguien volverse un buen narrador sin repetir una y otra vez las mismas historias? ¿Sin probarlas en voz alta una y otra vez? ¿Sin cambiarlas hasta tal punto que casi no cambian? Como si formaran parte de una tradición oral íntima. Una especie de mito descartable. Los personajes aparecen y se presentan con tesis, las tesis de los personajes están relacionadas con su aspecto físico. Cuando no es así, están relacionadas con el aspecto físico del protagonista. El protagonista escucha y opina. Nos hace partícipes de su mundo interior y vemos que hay muy pocos vínculos. Quizás por el propio principio narcisista y misógino del autor. Se entiende que quizás no sea muy simpático. Cada tanto nos encontramos con generalizaciones presuntuosas como la siguiente:
“(…) De todas formas en esta época uno se vuelve a ver poco, incluso cuando la relación arranca con entusiasmo. A veces hay conversaciones anhelantes sobre aspectos generales de la vida; a veces también hay abrazo carnal. Desde luego, uno intercambia números de teléfono, pero en general se acuerda poco del otro. E incluso cuando uno se acuerda y los dos se vuelven a ver, la desilusión y el desencanto sustituyen rápidamente el entusiasmo inicial. Créeme, conozco la vida; todo está completamente bloqueado.”
Observemos este párrafo con otros ojos. Houellebecq no es Houellebecq sino un vecino, un vecino llamado Alberto, reservado, especializado, algo soberbio. Un tipo que da una impresión gris y que, si compartís una cerveza con él, pensás que no tiene nada interesante para decir porque es Alberto, del 5to. D y se viste como un salame incogible. Ni siquiera te interesa la vida sexual de Alberto. No es una mina, no es un familiar, no es un amigo que conocés de hace un tiempo, no compartís un trabajo y no compartís un pasado con él ¿por qué habría de importarte Alberto?
Porque Alberto es Houellebecq y conoce el desinterés inherente de la proyección que acabo de hacer. Conoce desde donde lee la normalidad. Conoce al lector normal como muy pocas personas se permiten conocerlo (conocerse). El talento de Houellebecq reside en saberse más Alberto que nadie.
[1] “Me considero un tipo normal. Bueno, puede que no exactamente, pero ¿Quién lo es exactamente? Digamos que soy normal al 80%.” , Houellebecq, 1994
Excelente nota. El arte de decir mucho con poco no es fácil. Escribir sin adjetivos no nos garantiza un gran cuento ni una buena novela