Porqué Narcos presenta la lucha de la DEA contra el narcotráfico como una excusa para armar paramilitares. Un relato a plena luz del día.
José Padhila, showrunner de Narcos, como director realizó Tropa de Elite (2007), esa película levantó polvareda a partir de la justificación – voz en off mediante – el terrorismo de estado impuesto por el escuadrón BOPE (policía militar de Brasil, autorizada a ingresar a a las Favelas, torturar y asesinar de ser necesario). La justificación no era el único punto de vista, o lo era sólo desde el discurso. Al presenta crudamente lo que implica esta violencia en imágenes Padhila expone los tantos. Lo que alguna vez declaró es que su intención es contemplar los diferentes discursos que un escenario esencialmente violento impone. Al quedar estas imágenes en la retina un poco más que las palabras, las justificaciones de su protagonista policía, la derecha lo acusó de izquierdista. En Narcos sucede algo similar: se presenta a un Pablo Escobar como amo del terror, como un ser que está por encima de todos, por lo que se naturaliza que un policía recurra a la tortura de niños para darle caza.
Es una sola escena y aparece como una isla en lo que es la serie. No sé cuántos la tendrán presente porque la serie redunda en el terror y el mal absoluto que representan los narcos y aligera discursivamente a los agentes del bien y el orden, a los que intentan imponer una idea de justicia. Si la DEA decide armar a los paramilitares y a los narcos rivales del Capo de turno una y otra vez es porque desea justicia. Estoy narrando lo que está presentado en la serie, sobre este punto me detengo para inferir que el director no es tan reaccionario como lo son los espectadores. Hay un par de datos claves que destilan uno o dos actores secundarios como comentario que refleja una realidad concreta: Con cada final de temporada el comercio de cocaína sólo crece y el gobierno norteamericano en este ida y vuelta se ocupa, de forma metódica, de armar grupos según sus intereses.
Hay escenas increíbles en donde los protagonistas – agentes de la DEA reflexionan sobre lo que son capaces de hacer: armar a personas tan violentas, salvajes. Acto seguido la serie pone en pantalla escenas reales, el melodrama sanguinario de estos grupos armados por ellos mismos que no sólo asesinaban sino también disponían los cádaveres de formas determinadas para enviar mensajes. Vemos la crueldad y vemos al agente de la DEA lamentándose. Disgustado por sus formas. Fumando un cigarrillo, mirando al horizonte, arrepentido. Lo qué es capaz de hacer el ser humano.
Lo que se plantea la serie es que estos pobres y heroicos agentes deben hacer lo que deben hacer porque Colombia es un país con un Estado excesivamente débil en donde toda idea de justicia es una ilusión. La corrupción sistemática derruye su capacidad de gobierno y no sorprende que el pueblo sienta, a la hora de las injusticias, que no está siendo gobernado por alguien que cuida sus intereses sino por alguien que cuida intereses extraños, intereses comerciales vinculados a las potencias de turno.
Quien desciende a los barrios olvidados es, ni más ni menos que Pablo Escobar. El pueblo se le asocia, se vuelve cómplice. Su discurso populista es una más de sus genialidades. Hay una construcción de personaje que trasciende fronteras y lo vuelve mito. Se trata de un villano con acceso a todos los rincones de la ciudad. La ciudad es suya. La distorsión en como se distribuye la información le dan un protagonismo absoluto menoscabando datos que no son menores. Tanto en el relato de Alonso Salazar J. La parábola de Pablo, como en El patrón del mal como en Narcos se presenta esta frase dicha, impresa y referida en formato documental:
El MAS que creó Pablo fue el inicio del paramilitarismo en Colombia.”[1]
El MAS (Muerte a secuestradores) es una coalición de bandas narcotraficantes, formada por Escobar, dedicada a la recuperación, mediante la violencia, de personas secuestradas. La idea de que este fue el inicio del paramilitarismo en Colombia flota en la pantalla y se le adjudican a Escobar miles de muertos, responsabilidad en una guerra sin fin, en el descontrol desmedido, en la sangre por la sangre. En un libro de Noam Chomsky sobre políticas internacionales, un libro que se puede encontrar en cualquier librería, nos encontramos con lo siguiente[2]:
Otra catastrófica decisión de Kennedy en 1962 fue enviar una misión de las Fuerzas Especiales, dirigida por el general William Yarborough, a Colombia. Yarborough asesoró las fuerzas de seguridad colombianas para que llevaran a cabo <<actividades paramilitares, de sabotaje o terroristas contra partidarios comunistas conocidos>>[3]”
Para el siguiente ejemplo la biografía de Alonso Salazar J. se presenta más lúcida. En las ficciones audiovisuales se le atribuye a Escobar la toma por parte del M-19 del Palacio de Justicia colombiano. Salazar destaca que si bien, en el momento, se vinculó al capo narco con este ataque porque quería destruir su historia penal, también es sabido que los archivos tienen copias por lo que la acción no tendría sentido alguno. Por otro lado, más cerca en el tiempo los altos mandos del M-19 han comentado que, si bien tuvieron apoyo por parte de Escobar, él no fue quien incitó este ataque y el apoyo fue más bien simbólico. También se especifica que este ataque fue un error de lectura del escenario político por parte del M-19.[4]
Escobar no tenía más interés que el de desestabilizar a un Estado con el cual estaba enfrentado y comulgaba con estas acciones sentado frente a la TV. La historia que se cuenta, que se repite mil veces, equivocada y que agranda la figura del fenecido Escobar y disminuye la capacidad institucional de Colombia tiene un claro sesgo. “El hombre que le hizo la guerra al Estado” existe en un país en el cual el Estado es débil. La debilidad de este Estado no está cimentada en la desorbitante capacidad de un criminal sino en políticas implementadas en su territorio, políticas con intereses foráneos. A su vez, Escobar es un ejemplo de capitalismo feroz, un ejemplo de oportunismo y, una vez muerto, es funcional: Su diabólica y gigante figura carga con las culpas y el negocio sigue. Impoluto.
El problema de la construcción de ficciones alrededor de personajes políticamente relevantes es que colaboran a la distorsión y la distorsión es funcional. Al confrontar con Wikipedia, los hechos presentados parecen tener sentido, se dibujan en el orden y con el hilo narrativo pautado. En términos dramáticos, entendemos porque ambas ficciones eliden ciertos acontecimientos y estiran otros. Más o menos acertadas en sus elecciones, ambas ficciones rebosan de planteos interesantes. En términos reflexivos, lo narrado apesta a cinismo. ¿Por qué digo apestan? En ambas ficciones lo emotivo supera lo racional. En el caso de Narcos el cinismo es mayor, el protagonismo de la DEA es enaltecido en exceso y detalles como el motivo por el cual el negocio continúa creciendo a pesar de la caída del capo dejan en claro que el objetivo es otro, el objetivo no es detener el narcotráfico sino eliminar a una figura determinada con un discurso reconocible. No necesariamente de izquierda, Pablo Escobar se alió tanto con la izquierda como con la derecha según le convino. Incluso es un gran representante de lo que significa la idea de self-made man norteamericano y la ambición imperialista. Creo que ni el perfil ni el discurso tienen lugar en esta determinación de objetivos, sino la persona por encima del negocio. La destrucción sistemática de los focos identificables de poder se lleva a cabo para que estos focos no se transformen en islas abyectas: Símbolos evidentes de una decadencia subterránea.
La violencia no tiene nada con qué justificarse excepto la mentira, y la mentira no tiene nada con qué defenderse excepto la violencia. Aquel hombre que alardee de la violencia como su método inexorablemente deberá haber escogido la mentira como su principio.
Solzhenitsyn, Alexander
[1] Alonso Salazar Jaramillo, La parábola de Pablo (2001), Booket, Gerli, Buenos Aires, 5ta. Ed. 2014, p. 106
[2] Chomsky, Noam, Who rules the world?, Ediciones B, Traducción de Javier Guerrero, Buenos Aires, Argentina, 2016, pp.24-25
[3] Chomsky, Noam, Rogue States, Haymarket Books, Chicago, 2015, p.88 [Versión en castellano: Estados canallas, Paidós, Barcelona, 2001]
[4] Alonso Salazar Jaramillo, La parábola de Pablo (2001), Booket, Gerli, Buenos Aires, 5ta. Ed. 2014, pp. 170-171
«La violencia no tiene nada con qué justificarse excepto la mentira, y la mentira no tiene nada con qué defenderse excepto la violencia. Aquel hombre que alardee de la violencia como su método inexorablemente deberá haber escogido la mentira como su principio» VIOLENCIA ES MENTIR