Prólogo
Hay ciertos pasajes de la memoria que no se pueden borrar, noches de boxeo que veo con mayor nitidez. Por ejemplo, la pelea de Lennox Lewis contra Vitali Klitschko que vi con mi viejo y un amigo de él en casa, o cuando El Chino Maidana sorprendió a Broner y, prácticamente, le arruinó la carrera (ese día estaba trabajando en una pizzería de mala muerte y dejé de atender a la gente para no poderme los detalles). Cada noche que hay pelea, siempre el mismo ritual, porque si no, no sería un ritual: el vino, la picada y la transmisión de la pelea en, la mayoría de las veces, Rojadirecta. Cada noche es la primera y la última. El tiempo se vuelve circular, se detiene el espacio, o se suspende, desaparece. Son la mesa en la que estoy sentado y el cuadrilátero: el templo sagrado donde moran los dioses.
La obra y el museo
Porque el boxeo es una obra de arte. Cada una de sus manifestaciones pugilísticas tiene el color y la magnitud de una verdadera expresión artística. Desde una visión externa, vemos el combate como un desafío que sobrepasa lo deportivo, que se desliga del simple detalle técnico y que se sumerge en una batalla (al decir de Graziano) “por la supervivencia”. Si la lucha no fuera por tal, el boxeo quedaría reducido a un plano instrumental. Pero debido a que en el cuadrilátero se despliega ese “algo más”, es que el boxeo se encolumna dentro de un ámbito místico y artístico.
Así como la historia del arte vive en los museos, dentro del boxeo podemos imaginar uno. Y no existe mejor museo que una colección de videos que proyecten peleas, que los recuerdos de cada round en las videotecas personales, archivos de internet y documentales compilatorios.
Las batallas pueden repetirse innumerable cantidad de veces, pero, cada vez que se las reproduce, hay una diferencia: el espectador ya sabe el resultado. Saberlo hace que miremos una nueva batalla. Como en el policial, donde, durante la relectura, descubrimos una segunda historia. Percibimos cada golpe dentro de un todo organizado y cada error es el indicio de una derrota. El combate repetido está plagado de detalles que no muestra el “en vivo”. Y, mejor aún, la visión de la historia, expuesta en retrospección, muestra cómo se encadena toda la historia del boxeo. Cada uno de los campeones, sus gestas, su victoria, su ocaso y, como consecuencia, el nacimiento de una nueva estrella. Es así como podemos empezar a ver la historia de Mike Tyson desde cada una de sus caídas hasta llegar a su comienzo esplendoroso; y lo mismo con cualquier de figura del ambiente.
Imaginemos un museo imaginario [1] que muestre las diferentes etapas del boxeo en relación a algunos períodos del arte.
El origen del boxeo
En una primera instancia, el arte nace de la mano de lo sagrado. Las primeras obras impulsaban el mensaje de los dioses y poco importaba su belleza: el valor residía en su adoración a la divinidad. En el boxeo sucedía al revés. Las primeras luchas registradas a finales del siglo XIX y principios del XX contenían una fuerte carga de profanidad, crueldad y una escasa cantidad de leyes que las determinaban. Se registran combates entre esclavos con los ojos vendados en los que sus “amos” apostaban por uno u otro; pleitos entre terratenientes y terratenientes contra esclavos; también entre hijos de esclavos. Este tipo de batallas fueron registradas en cuentos de Sir Arthur Conan Doyle compilados en el libro Cuentos del Ring. Un poco más tarde, pero dentro de la misma etapa, aparecen Sullivan, Corbett, Jeffries, y, ya en un momento de transición, Jack Dempsey, Firpo y Tunnie. El boxeo comenzaba a gestarse como institución, pero aún existían más boxeadores “fuera de la ley” que dentro de lo permitido. Circulaban por los márgenes de la sociedad y poco importaban los luchadores que se enfrentaban. La sangre prevalecía por sobre los nombres.
Es recordado por historiadores del deporte el primer round de la pelea en el que “el toro de las pampas” cae siete veces y Dempsey es arrojado fuera del ring y, a pesar de ello, ninguno pierde la pelea. Otro famoso episodio es el de la pelea entre Dempsey y Tunnie en el que el segundo cae a la lona y el primero olvida la nueva regla de replegarse al rincón neutral para que el réferi comience el conteo. El tercer hombre sobre el cuadrilátero empieza a ejecutar las acciones de manera tardía y se le otorga más tiempo al caído para restablecerse y continuar la lucha.
Esta es la época literaria de Sir Arthur Conan Doyle y de Jack London, con los cuentos «Por un bistec» y «El mexicano». Una etapa donde la sangre y el misterio primaban por sobre el resto de las cosas.
Llegan las reglas y los dioses
Luego de la primera etapa, el arte muda, gradualmente, de lo sagrado a lo profano. Se comienza a expulsar a los dioses del Olimpo y se pone el acento sobre el hombre. Es así que nace la Edad Moderna. En el boxeo se da un proceso inverso. Comienzan a crearse los ídolos, las divinidades. Comienzan a surgir las denominadas “peleas del siglo” y, como correlato, los dioses que se debaten en el ring. Los boxeadores se hacen conocidos masivamente. El boxeo pasa a ser un asunto nacional. Las reglas se delimitan con mayor claridad. Es así que encontramos, dentro de esta etapa, momentos diferentes en que los héroes comienzan a gestarse fuera del ring y las peleas debaten asuntos políticos:
Hay, en primer lugar, una instancia de lucha racial. Los negros eran perseguidos y los púgiles que ganaban el título de peso pesado debían ser blancos y norteamericanos. El problema surgió cuando Jack Johnson entró en escena y le “arrebató” el título máximo, para la época, a Tommy Burns. Desde ese momento comenzó una de las grandes batallas del siglo: El Gigante de Galveston vs La Gran Esperanza Blanca, como llamó Jack London a una sucesión de combatientes (entre ellos el ex campeón Jeffries) que nada pudieron hacer contra el -denominado por muchos- “más inteligente boxeador de la historia”.
Hay también, en un segundo momento, luchas xenófobas. Una de las batallas más recordadas es la de Joe Louis y Max Schmelling en la que la afición norteamericana apoyó al alemán en la primera pelea (debido a que su compatriota era negro) y, en la revancha, a su par nacional (debido a que a Schmelling se lo vinculaba con el nazismo).
Y en un tercer momento se nos presenta la batalla (para muchos) más importante de la historia: Muhammad Ali vs. Joe Frazier. Eran considerados los mejores peleadores de la época pero también tenían formas muy distintas de moverse en la vida. Alí se había opuesto a su reclutamiento para la guerra de Vietnam y se presentaba como una figura icónica para la rebeldía de los 60’s, mientras que Frazier había pedido al presidente Nixon que se retire la pena contra su rival para poder realizar el combate. Uno, odiado por blancos y negros conservadores y amado por un espíritu de cambio de la época; el otro, ponderado por los conservadores y odiado por rebeldes. Montaron una pelea que fue tan larga dentro del ring (tres peleas) como fuera (con cruces mediáticos largos y tendidos). La lucha constituyó un drama político en primera plana, donde, por fin, las diferencias raciales se mantenían latentes pero no eran lo principal.
Podríamos enumerar más peleas, por ejemplo, Tyson vs Holyfield, Durán (Panamá) contra Leonard (el imperialismo). Pero lo importante es que al ring subieron púgiles que encarnaron la imagen del ídolo y el público clamó por alguno de los artistas en el ring.
Por último, así como el anterior estadio fue escrito con la palabra de Conan Doyle y London, éste está atravesado por la nueva visión de la literatura de Norman Mailer, sobre todo, por su libro La pelea, donde dos luchadores encarnan el espíritu de toda una época.
El olvido de los dioses
El arte actual llega a una etapa de reflexión. Las Vanguardias y las corrientes posteriores llevaron a que el arte comience a ser una práctica que se muerde la cola. Los problemas de las artes visuales pasan a ser objeto de estudio de filósofos, los críticos valen más que los mismos artistas, las obras no se presentan sin su explicación. Existe una conceptualización del arte que lo subyace y lo domina. En el boxeo se da un giro similar en algún punto. Se comienza a percibir una victoria de la estrategia. Los púgiles dejan, de a poco, de ser ídolos para ser técnicos, máquinas de pensamiento, ambiciosos del estado físico. Cada vez importa menos la valentía o picardía de un púgil. Ahora, a la batalla la gana la táctica y la resistencia.
El boxeo entra en una etapa en donde las peleas se toman su tiempo. Los boxeadores se miden mucho y se agazapan otro tanto. Cada uno estudia debajo del ring al otro y los golpes se calculan a la perfección. El aire en los pulmones es muy importante y quien saca ventaja en el manejo del tiempo de la pelea tiene una gran posibilidad de ganar.
Las tácticas están cada vez más estudiadas y los púgiles saben de ante mano cómo se va a plantear la pelea. Ya no es el estilo de uno contra el estilo de otro, sino un estilo que se adapta y prepara para contrarrestar al otro.
Los boxeadores son intelectuales de la lucha. Pero debemos ampliar el panorama. Esta nueva camada es tan rápida dentro del ring como por fuera. Los púgiles forman parte de la organización de sus peleas, son parte de las promotoras, analizan la conveniencia de las contiendas, las adelantan, las atrasan o, comúnmente, no las realizan.
Los ejemplos más destacados son los de Oscar de La Hoya y Floyd Mayweather Jr. Ambos se mueven (o han movido) como peces en el agua dentro y fuera del ring. De la Hoya, una vez abandonada su actividad en el cuadrilátero, comienza a promover boxeadores. Dentro de él, se movía con fluidez, tomaba distancia, medía al opositor. Un peleador exquisito que, además de inteligencia, tenía buena pegada. El caso de Mayweather es parecido. Siempre expectante, siempre midiendo los tiempos, es un especialista de la media y larga distancia. Es el boxeador al cual no se lo puede medir. Sus golpes son precisos y exactos y, además, reina el boxeo desde hace 16 años. Fuera del ring se maneja con mayor libertad. Pelea contra quien quiere y le da rédito económico. No acepta peleas en las que se ve complicado (contra el Pacquiao del 2007 o Margarito). Su capital económico se acrecienta en proporción a su capital táctico. Una cosa más, Mayweather tiene el apodo de “Money” y De La Hoya, “Golden Boy”.
La táctica y la estrategia sobrepasan el ring. La conveniencia es su alma mater. La bronca entre boxeadores está claramente subordinada a los negocios. Esto tampoco es nuevo, existió siempre, pero, en la actualidad, con el cambio de capitales mafiosos a capitales de mercado (que especulan en la bolsa) a disposición del boxeo, se ha acrecentado.
¿Será el futuro la época definitiva del boxeo táctico? No es bueno hacer pronósticos cuando uno no es adivino. Pero seguro que tendrá sus rounds buenos y sus momentos malos. Hará falta un cronista que reformule las estructuras profundas de la literatura y cuente de manera novedosa las nuevas tramas del boxeo.
Bis
Sin embargo existe un futuro inmediato, que no acepta predicciones, que no importa proyectarlo. Es un futuro que ya está barajado, tiene alrededor de seis meses de distancia. Ese futuro es el de las peleas programadas, las que aparecen en las agendas de los portales deportivos y que han sido confirmadas por los organismos internacionales. Ese calendario es la promesa de volver a introducir una obra de arte más al museo imaginario. Allí los dioses, las reglas, el capital, el cuadrilátero, el templo y yo junto a mi computadora soñamos que la historia está sucediendo. No hay otro momento mejor que los recuerdos que voy a archivar cuando esa agenda deje de ser tal y pase a ser una transmisión en vivo, con el presentador repitiendo las mismas frases y los contrincantes hablando el mismo y único idioma: el del boxeo.
[1] Idea de Luis Juan Guerrero.