Caminar Juntos

Ingreso al universo de una familia muy particular que intenta, como puede, sobrellevar la enfermedad de uno de ellos. Una experiencia singular y vertiginosa en la que la realidad se vuelve puesta en escena.

Domingo al mediodía. El recuerdo de estar de visita, los ñoquis de la abuela, jugar a las cartas mientras los grandes duermen la siesta, ser una niña que escucha diálogos de adultos que no comprende. Sentirme diferente me extraña y me divierte. Abrir armarios anticuados, encontrar objetos desconocidos y darles un nuevo uso y significado. El descubrimiento en los días de reunión familiar.

El dramaturgo croata Ivor Martinic, de tan sólo treinta y tres años, revolucionó la cartelera porteña en el año 2014 cuando se exhibió su obra Mi hijo sólo camina un poco más lento en el Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América. Allí Guillermo Cacace llevó a escena esta obra, que aún se mantiene en cartel con gran éxito. Es una propuesta sumamente original desde la dramaturgia y la dirección actoral y escénica. Hay algo de lo experimental, de la prueba y de lo diferencial o distintivo que crean un clima particular.

Por empezar, la obra se puede ver los sábados y domingos al mediodía y a la hora de la siesta, un horario poco habitual en el teatro, que responde a la necesidad orgánica del elenco de hacer las funciones en el mismo horario en el que la ensayaron. El espacio no cuenta con ningún tipo de escenografía ni un complejo diseño lumínico: sólo la presencia de  la cálida luz que entra por el ventanal en el fondo de la sala me acompaña durante toda la obra. El factor luz natural modifica, por supuesto, cada función, así como también los ruidos de la calle. Por otro lado, la temática en sí plantea un juego muy interesante con la idea de lo distinto y cómo eso afecta a las personas.

La obra gira en torno al joven Branco, que por una enfermedad sin especificar se ha quedado postrado en silla de ruedas. La familia se reúne el día de su cumpleaños número veinticinco. Lejos de un clima festivo, lo que sucede es el intento de mostrar normalidad frente a un contexto desfavorecedor. Los amores pero también las ansiedades, las frustraciones, la soledad, la resignación, la bronca y el olvido, pueblan la escena.

Allí donde hay una carencia, la imposibilidad de caminar del protagonista, sobreviene un exceso de parte del resto, como si quisieran equilibrarlo y llenar el vacío. La madre melodramática que no pasa un día sin llorar por la suerte que corrió su hijo y lo menciona constantemente, una hermana que se está enamorando y lo expresa por medio de posturas corporales extrañas, la abuela que putea sin cesar al tiempo que olvida la mitad de las cosas, una tía sumamente verborrágica que niega la homosexualidad de su propio hijo hasta el último momento, una pretendiente de Branco que le habla sin dejarlo respirar, para convencerlo de que es un buen partido. En contraposición con el rol de las mujeres en escena, los hombres adoptan una postura de silencio y evasión. El padre, siempre con llave en mano, sale cada vez que puede a hacer compras, el abuelo sale a pasear porque se aburre, está también el tío al que nadie registra y el novio de la hermana que tiene un pequeño momento de protagonismo verbal en el que le pide prestada la silla de ruedas al futuro cuñado.

De una u otra manera, todos en el entorno de Branco tienen un conflicto con el desplazamiento, con avanzar hacia algún lugar, con resolver, mientras que el protagonista parece ser el único que acepta su realidad y su diferencia. El hecho de que en su cumpleaños lo traten aún como a un niño indefenso, muestra que la familia ha quedado detenida en el tiempo, y les cuesta asumir con naturalidad su situación actual, algunos por evasión, otros por exageración.

Mi hijo sólo camina un poco más lento es un encuentro teatral inesperado, la manifestación de una realidad contada de manera única en cada función. La obra no es distinta de lo que sucede en cualquier familia, en la mía propia. A pesar de que no hay vestuarios que denoten un tiempo histórico preciso, ni telones, ni utilería, ni marcaciones espaciales, y con nombres de personajes extranjeros, mi cuerpo como espectadora entra en comunión directa con esos once actores que me interpelan con sus miradas y gestos en un conflicto dramático que traspasa generaciones y épocas: cómo salir adelante juntos y diferenciados, cómo soltar lo que no se puede cambiar. Por eso, esa palabra corta en el título de la obra da todo un significado nuevo a la historia: sólo. Una pequeña diferencia que lo cambia todo pero que a su vez mantiene allí ciertas estructuras iguales, algo un poco distinto pero no lo suficiente.

Un ritual familiar que funciona como repetición de un mito ejemplar, esa historia inicial que dio origen a todo. En el rito de cada función la historia adquiere un poder irradiador que colabora con la cohesión de los vínculos familiares y de los espectadores mismos. A esto colaboran también el clima intimista y la comodidad que hacen sentir a los espectadores.

Los actores dan cuenta de una sinceridad y compromiso en sus actos que se contagia, me ofrecen mate y galletitas mientras me acomodo, conversan entre ellos antes de dar inicio y, comenzado el acto, un narrador se encargará de contar para nosotros los pormenores del texto. Asimismo, los actores se encuentran constantemente en el escenario, intervengan o no en la escena que se está desarrollando. Se mantienen allí antes de comenzar, y también terminada la función. De este modo, en la propuesta de Cacace, no existe una diferenciación entre realidad y ficción, entre actor y público, entre espacio de representación y lo circundante. Se trata de un estar presente, encarnando una problemática sumamente compleja: la inclusión y aceptación de personas con capacidades diferentes, la pregunta de qué es la normalidad. Quizás no haya nada que aceptar, sólo estar, transitar, sentir.

 

 

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Ivor Martinić

Traducción: Nikolina Zidek

Actúan: Aldo Alessandrini, Antonio Bax, Luis Blanco, Elsa Bloise, Paula Fernandez Mbarak, Pilar Boyle, Clarisa Korovsky, Romina Padoan, Juan Andrés Romanazzi, Gonzalo San Millan, Juan Tupac Soler, Pochi Ducasse (actriz reemplazante).

Trailer: Mariano Asseff

Vestuario: Alberto Albelda

Escenografía: Alberto Albelda

Diseño de luces: David Seldes

Fotografía: Sebastián Arpesella, Nora Lezano

Asistencia de dirección: Catalina Napolitano

Prensa: Carolina Alfonso

Arreglos musicales: Francisco Casares

Director asistente: Julieta Abriola

Dirección: Guillermo Cacace

Sala: Apacheta Estudio (Pasco 623, CABA)

Sábados y domingos 11:30hs y 14hs.

 

 

Escribe Melina Martire

Soy licenciada en Artes Combinadas (UBA). Realicé la Especialización en Diseño y Planificación de Proyectos Culturales en la Alianza Francesa. Cursé el Posgrado en Gestión Cultural y Comunicación en FLACSO. En actuación me formé con Lorena Szekely, Pablo Mariuzzi, Paco Redondo, Diego Cazabat. Clown con Marcelo Katz, Marcos Arano y Pablo Fusco. Trabajé en diversas obras de teatro como actriz y gestora de prensa. Fui redactora de Revista Cultural Originarte. Publiqué en Revista Telón de Fondo. Fui redactora estable de críticas del área escénicas de Revista Funcinema, Revista Mutt, y Revista Feminacida. Actualmente escribo para Revista Colofón. Tomo clases de escritura creativa con Juliana Corbelli, ambito en el que estoy desarrollando un compilado de cuentos. En el 2019 estrené como actriz  la obra teatral Boicot en el Bauen, concebida en creación colectiva con la Compañia Irredentas. Formo parte desde hace tres años de un proyecto de investigación escénica llamado Haber Sabido con dirección de Gonzalo Facundo Lopez. En el 2020 estrené como actriz la miniserie web Una calle nos separa por Nube Cultural.

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