Algunas palabras sobre el escritor uruguayo y el entretenimiento como fin. Escribe Sebastián González, ilustración de Mariano Lucano.
Tengo un problema: no puedo mirar los videos que circulan por internet sin adelantarlos hasta el punto exacto donde comienza la acción que, dada mi experiencia en el tema, siempre ocurre en los treinta segundos finales de la filmación. Sea un video porno, de peleas o de caídas. Siempre evito los prólogos innecesarios y voy directamente al grano. A los hechos. Por suerte esta especie de ansiedad no me asalta a la hora de ver una película, por ejemplo, donde soy capaz de fumarme una trama perfectamente somnífera con la misma paciencia que posee un monje tibetano.
Pero el otro día, esta ansiedad que yo creía una patología exclusivamente reservada para internet, me asaltó en uno de los momentos más sagrados para mí: a la hora de leer un libro. Por supuesto que no se trataba de cualquier libro, era Los adioses, obra memorable del grandísimo Juan Carlos Onetti. Y fue ahí, alrededor de la página número diez, en el momento justo en que Onetti describe con una lentitud kamikaze al nuevo paciente que llega a las sierras a curarse, que me invadió una necesidad inexplicable de llegar al fin del asunto; es decir, saber de una buena vez si el fulano se iba a salvar o no. Por supuesto que me contuve. Cerré el libro y salí a fumar un pucho a la vereda y mientras veía a personas que no conozco ir y venir, algunos con bolsas de supermercado, otros con el celular en la mano, me cayeron dos verdades absolutas: lo idiota que nos está volviendo internet y lo poco que se lee a Onetti.
Por supuesto, en esta nota, voy a hablar de Onetti.
Decía yo: qué poco se lee a Onetti. En las escuelas (me consta) no se lee. Personas que conozco (que sí leen) jamás lo han leído, lo han escuchado nombrar, por supuesto, pero no lo han leído. Tal vez de los escritores del llamado “Boom”, Onetti sea el menos leído. Tal vez, ahora que lo pienso, Onetti ni siquiera haya pertenecido al “Boom”. Arrastrado fue. Que el “Boom” le abrió las puertas a las grandes editoriales, es verdad. Que fue amigo de Vargas Llosa, de Cortázar y de García Márquez, también es cierto pero, sin embargo, a diferencia de éstos tres, Onetti siempre prefirió mantenerse al margen, siempre prefirió la discreción, “jugar de callado” como se dice en el barrio. Galeano, que no se callaba nada, le adjudica una frase que de alguna manera nos sirve para entenderlo. Dice Galeano que decía Onetti “que las únicas palabas que tienen el derecho a existir son aquellas mejores que el silencio”
Notable, la frase. Sea de Onetti o no. Lo que no me cabe duda es que Onetti eligió vivir bajo ese lema.
En una entrevista que anda dando vueltas por Youtube se puede ver a un Onetti callado. Un Onetti que fuma, toma agua o whisky (la entrevista está en blanco y negro) y responde a las preguntas con una lentitud exasperante. Exasperante para los tiempos televisivos y para nosotros, hombres amantes de la velocidad ciber-galáctica acostumbrados a adelantar los videos.
Exaspera Onetti. Se exaspera el gallego que lo entrevista, lo productores, los camarógrafos. Todos se exasperan. Menos Onetti, que parece llevar las riendas de la entrevista, que parece degustar la sonoridad de las palabras de la misma manera que degusta su cigarrillo. Por momentos se crean baches insoportables a la mitad de una oración. El gallego le tira una soga disfrazada de adjetivo para salvarlo del naufragio, Onetti la rechaza con una mueca amarga (jetuda), hasta que finalmente completa, a su manera y no a la manera que sugería el gallego, la oración.
En esa misma entrevista (que debe ser la única televisada) Onetti cuenta que es capaz de pasarse una noche sin dormir en busca de un adjetivo que le permita continuar con su novela. Le creo. Basta con leerlo para darse cuenta. No hay arrebatos en Onetti. Todo es lento y detallado. Tampoco hay “espectacularidades” al estilo realismo mágico o literatura fantástica. Sus novelas están compuestas por personas comunes, siempre al borde del fracaso o fracasados por completo.
En Los adioses, por ejemplo, cuenta la historia de un cantinero que pasa sus horas intentando adivinar el destino de los pacientes que llegan al pueblo con la esperanza de sanarse. En El pozo nos cuenta la historia de un hombre encerrado en una habitación que recuerda. En El astillero la historia de un hombre y un proyecto imposible. En Dejemos hablar al viento la historia de un pintor mantenido que sueña con retratar “la ola perfecta”. En el cuento Bienvenido, Bob la historia de un hombre que espera que un hombre joven envejezca. Y así. Sin espectacularidades. Sin argumentos grandilocuentes. Simplemente personas haciendo cosas, y a veces ni siquiera eso.
Alguien dijo, posiblemente García Márquez o Vargas Llosa, que Onetti debía ser considerado uno de los mejores novelistas del siglo XX. Le doy la derecha en el caso de Vargas Llosa y la izquierda en el caso de García Márquez. Ambos, aunque probablemente sólo uno haya pronunciado la frase, tienen razón. Onetti es un gran novelista. Un novelista innato. Y su virtud radica en el hecho de ser paciente, de no perderse en la búsqueda de una trama perfecta, sino en el hecho de disfrutar de cada una de las palabras que van componiendo la novela. Ahí está su grandeza, lo que de alguna manera lo hace distinto a los del “clan bum”.
Por supuesto que no es tarea fácil leer a Onetti. Por supuesto, también, que no es recomendable terminar con uno de sus libros y pasárselo al amigo o a la noviecita de turno y aconsejarle que lo lea, más si son personas ajenas al mundo literario, más si uno quiere seguir conservando la amistad y el noviazgo.
Pienso que a Onetti hay que leerlo solo. Hay que fumárselo solo. Hay que tumbarse en un sillón, apagar celulares, televisor y computadoras y estar dispuesto a sumergirse (junto a los personajes) en el más tedioso -valga la redundancia- de los aburrimientos. Se puede pensar que esta tarea (la de embolarse frente a un libro) es una tarea innecesaria. Puede ser. No lo discuto. Pero habría que aclarar que hay aburrimientos que son necesarios, que son prescindibles para poner de manifiesto las cosas alegres de la vida. Esa es la función de Onetti dentro del inmenso canon de la literatura latinoamericana: aburrir. Demostrar que la vida (que esta vida que estamos transitando) está compuesta, también, (le pese a quien le pese) de grandes momentos de intrascendencia amarga.
Después de todo, quién dijo que la verdadera literatura es sólo aquella capaz de divertir.
Revista Colofón Lo que pasa cuando ya pasó todo.


Hace rato que no leo algo con tanta dosis de ignorancia. Este pibe es un burro. Alguien debería explicarle de qué se trata Onetti. En una de esas empieza a dejar de aburrirse. Nadie puede aburrirse con el lenguaje de Onetti. Su manera de hacer resplandecer (con el lenguaje) hasta lo más abyecto. Y no dan ni ganas de hacer otro comentario. Es tan burdo este libelo que el bostezo es mío. Vayan a estudiar. A leer. Quémense las pestañas. Y si después creen que es necesario escribir algo, háganlo. O llámense a silencio, como dice el quía por ahí, en alguna parte.
Hola Guillermo,
Creo que tu comentario habla más de tu idea de entretenimiento que de tu conocimiento o «pasión» por Onetti.
Esa pasión suena a fanatismo descerebrado y lo más interesante de esta nota es revertir la idea de aburrimiento, ponerla en un eje cercano al goce. Pero, claro, eso hay que saberlo leer.
Si te interesa un artículo por las loas de siempre a un autor reconocido te recomiendo otra publicación. Acá nos permitimos jugar un poco con las ideas y te invitamos a participar.
Te agradecemos el comentario.
Desagradable, burdo y trillado su comentario que parte desde la ofensa y la impulsividad. Debatir una idea con la que no está usted de acuerdo puede plantearse desde otro lugar, no es necesario atacar. Es de hombres sabios y educados opinar con altura. Si su criterio proviene de sus formas jamás lo leeria.
Y debe ser como vos decís. Debo ser un fanático descerebrado. Porque por mas que leo y leo la nota, no entiendo lo que tratás de explicarme. En cambio hay un texto de Sergio Chefjec que sacó en «Diario de Poesía» (N° 41 ¡del año 1997!) que titula «Defensa del tedio», y ahí sí lo entiendo. Lo recomiendo. Y lo hace sobre Kafka, Flaubert y Di benedetto. Pero bue. Debo ser yo que no capto esa oposición entre internet y la morosidad de Onetti. O que no logro entender la magnífica ironía : «La función de Onetti es aburrir…». Pero bueno, doy por mi parte, terminada, esta mínima polémica. Y propongo otra, para seguir derribando mitos: «Michelangelo Buonarroti no sabía dibujar…»
Gracias y disculpas por el desagradable momento generado.
Hola Guillermo,
No hay problema, quería contestar con un improperio a la altura de «ignorante» pero en cualquier caso es un ida y vuelta de palabras con significantes relativos. La polémica enriquece, tenemos un ida y vuelta de ideas antes de publicar un texto. Puertas adentro el texto generó un desacuerdo similar al que mencionás. Surgió el tedio de Forster Wallace. Un tedio con sentido del humor. Pero claro, al intervenir el humor, el tedio es relativo, argumentó el autor. La conversación se dispersó y a mí personalmente me quedó en el tintero el juego tanto con la idea de entretenimiento como con la idea de lo que es aburrido.
Me interesan las referencias que mencionás y las voy a ojear. Sobre todo teniendo a Zama tan presente y llevada al cine. Gran debate entretenimiento/aburrimiento.
Con respecto al último debate planteado, para mí sabía dirigir con perfecta cohesión a un grupo enorme de gente (hablo desde la intuición).
Saludos,
Lucas Iranzi
La verdad que a mí la nota me pareció muy interesante. Los insultos de acá abajo son al pedo. En ningún momento el autor ningunea a Onetti,ni le saca mérito por nada. El enfoque está puesto en la dinámica de la prosa de Onetti y como ésta (o su literatura), justamente, se asocia un poco con una de las aristas de la vida de cualquier hombre, o sea, el aburrimiento (lo de la «arista» no lo dice este ignorante sino Schopenauer). Se puede estar de acuerdo o no, de hecho hay grandes escritores que defienden la tesis de que escribir es poner entre paréntesis el flujo de la vida, o interrumpirla, o dejarla en suspenso. Pero a mí me parece valido preguntarse si el aburrimiento que produce Onetti en algunos lectores, no es, como dijo el autor de la nota, una metáfora consciente del escritor, una especie de lección, simplemente un aviso: en la vida a veces te aburrís, a veces lees cosas que no te gustan, pero a no desesperar «guillermo», porque es mas que necesario.
Totalmente de acuerdo con vos