Lectura de Filosofía Gourmet, apuntes para una gastrosofía rioplatense, libro ganador del Premio Heterónimos de Ensayos de 2016 Una reflexión sobre nuestras tradiciones culinarias en relación a nuestros hábitos sociales.
Llegando a sus cincuenta, un hombre decide someterse a un régimen alimenticio para perder esos quince kilos que los últimos años de buen comer le han regalado. El tortuoso proceso se entorpece porque no puede dejar de pensar en todo lo que involucra a la comida y sus rituales, principalmente aquellos que le tocan las fibras emocionales y lo conducen a la nostalgia. Así, no le queda más opción que sentarse a escribir lo que está pasando por su cabeza mientras el atado de rabanitos que tiene en la heladera espera, en vano, ser comido en alguna ensalada.
Es como parte de ese proceso que nace Filosofía Gourmet, apuntes para una gastrosofía rioplatense, el recientemente publicado ensayo de Mariano Carou, licenciado en Letras y docente. Además de ser producto de una dieta frustrada, este ensayo es el ganador del Premio Heterónimos de Ensayos de 2016, cuyo jurado estuvo compuesto por Germán García, Maristella Svampa y Ricardo Coler.
Por mi parte, unos días antes de empezar a leer Filosofía Gourmet, me encuentro con mi amiga Francesca. Su familia está de visita y a ella la irrita cómo su madre no para de hablar de la comida italiana. Es algo muy de tano, me dice enojada, estén donde estén tienen que gritar que la mozzarella no es tan buena como la de su lugar de origen. La charla continúa con más anécdotas. Me cuenta que cuando vivió en Suecia trabajaba con un español y un italiano que en la hora del almuerzo de lo único que hablaban era de su comida tradicional, compitiendo por definir cuál era la mejor. “Ma, si tanto extrañá la mozzarella, ritorna a la Italia”, remata furiosa. Mientras la escucho, pienso que nosotros, los argentinos, somos iguales pero que ella ha tenido la suerte de encontrarse en Buenos Aires con amigos piola como yo que nunca deslegitimarían la imagen del país que eligió para vivir. Por eso no le digo que se tranquilice, que acá somos iguales, que es una pena que ellos no tengan dulce de leche y que la mozzarella se la pueden meter en el culo porque una pizza de esas finitas no se compara en nada con un buen asado.
Entonces, la pregunta es: ¿solo comemos para combatir el hambre o la comida encierra un significado para cada uno de nosotros? En palabras del autor de este ensayo: “Si comiéramos para alimentarnos nos bastaría con frascos de variados complejos vitamínicos. Comer, el ritual de comer, es porque sí. Porque nos gusta y porque queremos compartir nuestros días con quienes caminan con nosotros”. Así, Carou reflexiona sobre esta cuestión, poniendo el foco en la idea de que la gastronomía es tan parte de la identidad de una nación como su bandera. Se trata de un tema cotidiano y que más de una vez ha generado polémica en sobremesas familiares o en reuniones con extranjeros, pero lo novedoso de este ensayo es la forma jugosa en que Carou lo explota usando como medio al género ensayístico.
Filosofía Gourmet, editado por Heterónimos en octubre del año pasado, es una obra que se lee rápidamente, toques de humor en sus reflexiones profundas sobre la gastronomía (o “gastrosofía”, por tratarse del amor a la sabiduría sobre la comida) tradicional del Río de la Plata y una redacción cuidada, hacen que la lectura sea placentera. A ello suman los divertidos epígrafes, bien elegidos para cada capítulo. En cuanto a las intertextualidades variadas que aparecen a lo largo del ensayo, no son un problema, sino que ayudan a convertir este relato en un chiste prolongado. Así, las reflexiones meticulosas en torno al comer y beber de los argentinos invitan a la risa cómplice de los rioplatenses de pura cepa. Entre los alimentos destacados de este ensayo destacan ese plato “primario, rústico y animal” que es el asado; las empanadas que se definen por su relleno más que por su esencia; la representación del “triunfo momentáneo de la barbarie sobre la civilización” que es el choripán de la costanera; el dulce de leche, “Óleo Santo empalagoso por excelencia”; las pastas de los domingos entendidas como “un retazo de vida en medio de la modernidad”; la picada, una comida improvisada que favorece la unión de los comensales; y bebidas como el mate, “un rito que nos hace salir de nuestra solitariedad”, y, claro, el vino, que le pone un toque de gracia a la vida.
A pesar de que el texto tiene varias cuestiones simpáticas y divertidas, es un problema la división sexual que el autor ejerce sobre los cocineros. Para Carou, las milanesas y el locro solo pueden hacerlos las mujeres, mientras que el asado es patrimonio de los hombres. A ello se suma que en muchos casos parece que la argentinidad pasa solamente por los hombres que son los que cocinan el asado o comen las milanesas de su mamá. En vez de problematizar esa cuestión que parecería inocente pero que es muy importante para las reivindicaciones de género, el autor de esta obra perpetúa los típicos estereotipos que, además de no ser reales, solamente atrasan. En los tiempos que corren, se han demostrado obsoletas.
Sorteando ese problema sobre el cual debemos mantenernos alerta, se recomienda leer Filosofía Gourmet sin hambre ya que sus reflexiones pueden llevarnos a manotear cualquier cosa que se nos cruce, como un yogurcito light o un turrón de esos de kiosco. En el mejor de los casos, este libro debe leerse con una buena copa de vino al lado, mejor si se marida con una picada que nos permita seguir leyendo sin tener que frenar para comer. El mate, fiel compañero también es una buena opción si la hora de lectura no es vespertina. En definitiva, Filosofía Gourmet es un libro que es conveniente tener a mano y citarlo siempre en discusiones gastronómicas para levantar como bandera si el debate es con extranjeros, ¡que no se crean que el locro no ha sido filosofado!