El intérprete, el documentalista, el conspirador y Fabián Polosecki

Ilustración: María Lublin

Reseña de Escritos Paranoicos. Polosecki (2017, Editorial Sálmacis) de Roberto Lépori

I. El libro inicia como un policial. Plantea un enigma que es la muerte de Fabián Polosecki. El suicidio, que es conocido por todos, deja un espacio disponible, un territorio que el narrador resuelve habitar con un discurso ¿Por qué se mata Polosecki? ¿Quién fue Polosecki? Según la fuente, es artista audiovisual, periodista de investigación, antiperiodista, entrevistador, factótum e ideólogo de los ciclos televisivos El otro lado (1993-1994) y El visitante (1995), colaborador en medios gráficos, impostor, narcisista, personaje de la contracultura en los 90’, famoso, figura popular, maníaco-depresivo, ex-militante, carilindo, buen muchacho, violento, incomprensible, enfermo mental. En el libro de Lépori, lo que primero es una indagación fáctica, de la trayectoria hacia la muerte, deviene poco a poco disputa por el significado. El enigma del suicidio se integra a su enigma complementario: el de la vida que lo precedió. Polosecki aparece como un lugar de sentidos contradictorios –sentidos que otros, los que lo conocieron personalmente o a través de la pantalla, depositaron en él– y el narrador explora ese marasmo para construir, desde adentro, una lectura menor: Polosecki anarquista, Polosecki disidente político, Polosecki místico.

II. La operación es compleja. Lépori fabrica una interpretación pero esa interpretación se monta sobre otra estructura fabricada: un archivo que él mismo suministra y que se incluye al final. Como en el Libro de los pasajes, la bibliografía es, a un tiempo, fuente y obra. Y es curioso: en este caso, el primer elemento del aparato de citas, según el mismo autor reconoce, puede no ser más que una invención. Lépori le adjudica a Polosecki un relato que fue publicado en el no. 3069 de Radiolandia y, con lo que pretende ser un gesto aclaratorio, oscurece la función autoritativa del archivo. “De estar equivocado –el texto bien puede pertenecer a Pablo de Santis, o a cualquier otro– será solo rectificarme”, dice y no se sabe si el comentario es burlón o serio. En Escritos Paranoicos, la bibliografía queda sujeta a la lectura y el orden de lo verdadero es sustituido por el de la verosimilitud. No importa, del todo, si Polosecki escribió ese relato, porque merecería haberlo escrito. Y tampoco importa –podemos pensar– si Polosecki fue en los hechos un anarquista: hay ciertamente una versión anarquista que podemos imaginar.

III. La factura del libro es artesanal. El trabajo de Lépori es, en este sentido, completo e integrado: escribe, edita y distribuye a pedido. Hay alrededor de cuarenta ejemplares en circulación y, aunque la base del texto está consolidada, aún sigue en proceso de correcciones menores. Entiendo, por mi parte, que las condiciones objetivas de producción y de circulación están emparentadas con el contenido de Escritos Paranoicos. La anarquía es el tema y la forma de los ensayos leporianos, pero a la vez es también la manera en que los ejemplares se confeccionan y se comercializan. La relación personal y la casualidad son, en general, las causas determinantes de la lectura. La encuadernación es precaria pero no por eso carece de atractivo. Por fuera de las industrias editoriales y de la ciudad, Lépori escribe sobre un hombre que se propuso conocer a fondo la urbanidad y que después se retiró al Tigre, para alcanzar, por medio del contacto con la naturaleza, el autoconocimiento. La antigua dialéctica campo-ciudad adopta aquí, en la biografía de Polosecki y en la del propio Lépori, una reversión contemporánea: solo desde el espacio rural –nos insinúa Escritos Paranoicos– se puede abordar y entender el tumulto ciudadano.

IV. Leer un texto, cualquiera, es siempre y en algún punto leer una transformación. La de la grafía sobre el papel o sobre la pantalla, la del deseo en obra autónoma, la del control escriturario devenido desequilibrio textual. Escritos Paranoicos empieza como investigación y deriva, lentamente, en conspiracionismo literario. El lector se interna en la historia referida de Fabián Polosecki. Esa historia se cuenta como un enigma tradicional y sus componentes estructurales están a la vista: el hecho misterioso, la víctima, el detective y los sospechosos –que en este caso, al tratarse de un suicidio, son más bien mecanismos de opresión, un sistema político, cuadros patológicos. Pero hay un momento, no claramente identificable, en que la escritura de Lépori se reorienta. Entonces, el autor mismo empieza a resultar objeto de sospecha y se vuelve protagonista. Porque Lépori pasa de la exploración dubitativa a la aserción de una certeza: Polosecki es un anarquista. Los fundamentos de esa creencia son variados y algunos son más persuasivos que otros. Pero no es en el orden de la retórica que me interesan esos fundamentos, sino más bien en el orden de la estética. La interpretación leporiana se hace atractiva por su elasticidad narrativa, su toxicidad, su carácter de all-pervading. Algunos ejemplos: Rodolfo Walsh fue un anarco-gnóstico; Polosecki se ubica en el canon literario argentino junto a Borges; la tradición primitivista se extiende desde Lao-Tsé a los hippies y hasta el Unabomber Kaczynski; el suicidio es un hecho político. Como se lee, el narrador descubre el significado que busca donde sea y despliega –en el silencio sacramental que suscita todo suicidio– una constelación imprevista de hechos, conceptos, doctrinas filosóficas, relatos, momentos de lucidez y de delirio. A su modo, Lépori hace en el ensayo lo que Vonnegut en la novela: construye una red conspirativa que es contundente por su singularidad y su extraña solidez.

V. Después del fracaso de las experiencias socialistas, o por lo menos después del derrumbe del muro, un joven argentino, que apenas llega a los treinta años, apuesta al contacto extremo con los hombres en la ciudad y, luego, al contacto extremo con la naturaleza y consigo mismo. Lépori caracteriza esa búsqueda como antimilitante y antiperiodística, osea, contraria a los colectivismos y a la vez contraria a la imposición de verdades mediáticas. Si Fabián Polosecki no fue anarquista, fue ciertamente anárquico: su biografía debe ser reconstruida a partir de fragmentos contradictorios y esquivos, encastrando piezas no siempre pasibles de localizar. Y si no fue místico ni de tendencias primitivistas, como sugiere el autor de Escritos Paranoicos, hay que admitir que corrió a contramano de las industrias audiovisuales de la década de los 90’. Cuesta hoy pensar, que hace treinta años y junto con el ascenso de Marcelo Tinelli, en pleno menemismo, se produjeran en la tv’ de aire ciclos con la calidad estética, y hasta diría la misión ética, de El otro lado. Al circo y la pavada del neoperonismo liberaloide, a las risas estentóreas de los reidores tinellianos y, más en general, al triunfo aparente del desarrollo tecnológico sobre el humanismo, Polosecki opuso la seriedad y la sencillez del contacto con la gente. Ante el ruido, prefirió la escucha. Habló con travestis, con ex guerrilleros, con mujeres del servicio doméstico, con barras y desarrapados. Puso la voz del programa al servicio de aquellos que casi nunca tienen voz, que son reducidos a los lugares comunes tanto de la progresía como del conservadurismo. No los mostró ni como objetos frágiles ni como criaturas culpables de su precariedad. Simplemente les dio lugar, dejó que contaran su historia, conversó con ellos. Y cuando Polosecki ya no supo, o no pudo, continuar con ese proyecto –porque el éxito de mercado, las circunstancias personales o quién sabe qué se lo impidieron–, en vez de moderarse –y según nos dice Lépori– pisó el acelerador. Imaginó un imposible y, en protesta solitaria contra el sistema, se tiró debajo de un tren.

VI. Insisto: hay en la escritura de Lépori una tensión entre libertad extrema –para argumentar, para narrar– y orden extremo –para dar sentido a la agregación de todo lo que se escribe. Y el resultado es un texto alucinado y alucinatorio, fiel a su título, es decir, paranoico, que no escatima en recursos ni se preocupa del juicio de mayorías. “Acaso por mi insistencia” cuenta Lépori sobre el final, “[un] contacto remata enojado diciéndome que hacía ‘…elucubraciones a lo Jorge Rial, parecés investigador policial […], dejame tranquilo con tus opiniones’”. Y no creo errar si digo que el narrador parece satisfecho con esa caracterización de detective perturbado. La acusación confirma sus méritos: el de haber llevado a la realidad la trama de suspenso que supo escribir, el de haber producido un eco donde antes solo había silencio y, en suma, el de poner en escena a un personaje que ciertamente no merece el olvido.

VII. En lo personal, y hace falta decirlo, conocí a Fabián Polosecki por medio de estos ensayos. El libro de Lépori, según creo, tiene un importante valor documental. Que ese documento, en parte o en todo, sea declaradamente un artificio, una invención, una plataforma de experimentación argumental y narrativa, no lo deslegitima. Al contrario: es un valor que se agrega a su condición de archivo y que explicita las premisas subjetivas de las que parte todo trabajo de investigación y memoria. Porque –y quiero ser claro, tal vez enfático en esto– hay claramente una labor, seria y real, del autor por dar a conocer, por constituir un objeto de registro y consulta para el lector. Escritos Paranoicos, antes que una serie de escritos biográficos o una literatura conspirativa, significa una prueba contundente de esa criptografía que fue y es todavía Fabián Polosecki. El estatuto estético y político del libro va más allá de la disputa entre neorromanticismo y tecnocracia –o sus variantes. Los ensayos de Lépori son un esfuerzo por reubicar en el mapa, por repolitizar, una voz que acallaron las voces del lamento, la tragedia, la farsa y el espectáculo –algunas genuinas en el dolor y otras no tanto quizá. Su escritura nos dice que el enigma del suicidio, cuando persiste, deviene mordaza, hecho sagrado, misterio del que no debe hablarse mucho. Y Fabián Polosecki no fue, o al menos no fue solamente, un pobre muchacho que hacía cosas interesantes, se volvió loco y se mató. Los Escritos Paranoicos son un campo de fuerzas que rompen con ese lugar común. Y que, a partir de astillas, rearman el cuerpo contradictorio de un disidente audiovisual en los años 90’.

Escribe Juan Agustín Otero

Nació en 1995 en la Ciudad de Buenos Aires. Colabora en varios medios gráficos y digitales con notas y ensayos sobre literatura. Actualmente, es editor en Revista Colofón. Un cuento suyo fue premiado por la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2017) y editado en la antología "Raros peinados nuevos" de Eterna Cadencia. Otro cuento suyo fue seleccionado para integrar la antología de Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina (2017).

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