Queriendo ser (Clara Beter Ediciones) es el último poemario de Gito Minore. Un poeta ligado a la ciudad, es decir, testigo de su vida cotidiana. Piezas que reúnen su inconfundible y poderoso aliento. Su mundo porteño personal y único. Porque si bien Minore pertenece a una generación, a una ciudad y a una condición social precisas, hay en sus poemas, en ese latido humano de sus mejores versos, una combinación de tonos que forjan una infrecuente sinceridad. Rotundidad en el decir y una insistente fidelidad a unos pocos y esenciales núcleos temáticos. En una tarde de otoño, bajo el cielo gris de su querido Boedo, tuvimos la siguiente conversación.
-¿Cómo fue el desarrollo que tuvo Queriendo ser?, ¿de dónde surgió la búsqueda, esa necesidad de escribir estos poemas?
–Queriendo ser surge en un momento muy particular de mi vida: cuando me enteré que iba a ser padre. Por diversos motivos, hacía un tiempo bastante largo que no venía escribiendo poesía y este hecho trasversal despertó en mí una sensibilidad que derivó en este conjunto de poemas. Sin ir más lejos, el primer poema “Queriendo ser” lo escribí el mismo día que supe que el nene venía en camino, y habla un poco de eso. De ese ser queriendo ser. De ahí en adelante, entre mediados del 2011 y el 2013, surgieron varios versos en esa tónica, de los que elegí algunos que a su vez, constelaban en cierta manera con otros anteriores a esa época. El libro finalmente se compiló y editó poco después.
-Hablemos de tus inicios con la palabra. Desde tu adolescencia, cuando comenzaste a tomar clases de guitarra para formar tu primera banda, ¿ya entonces escribías poesía?
-Sí. Mi primer acercamiento al arte fue con una guitarra colgada, tratando de emular a Gustavo Cerati. Pero si bien con el instrumento arranqué a los trece años, ya había una búsqueda en mí. De muy pequeño armaba una suerte de revistita de historietas en las que escribía y dibujaba las tiras. También hice algún que otro poema antes de componer mis primeras canciones.
-¿Las bibliotecas populares te ayudaron en tu formación?
-No y sí.
-¿Cómo es eso?
-No para mi más temprana formación porque lamentablemente las descubrí tarde. A la primera que entré tenía 18 años, así que ya algún camino había realizado. Y sí, porque una vez que entré, hice uso y abuso de ella. Puntualmente de la biblioteca José Hernández, en Liniers. Ahí, en un par de años, leí a Cortázar, Nietzsche, Paul Auster, García Márquez, poesía de todo tipo y color, libros de sectas, religión…
-Contame de esa tempranísima canción tuya que escribiste, “Fiesta en el cementerio”
-Es la primera canción que escribí. La compuse con un amigo de la secundaria a los 14 años. La hicimos para nuestra primera banda, pero nunca le pusimos música. Un poco tenía las influencias del momento. La idea de fiesta, de cosa bailable, tenía que ver con el primer pop de Soda y lo de cementerios, muertos vivos y flores podridas, de todos los bolsilibros de terror que leíamos.
-Cuando tenías veinte años publicaste tus primeros poemas. ¿Siempre fue para medios porteños?, ¿ejercías entonces el periodismo?
-Sí, publiqué poesía en los periódicos zonales Los duendes del barrio, Cosas del Barrio, La máquina y en un montonazo de revistas y periódicos del Movimiento Humanista (que nacían y morían a los dos números) en Liniers, Mataderos, Lomas del Mirador y Flores. En algunos, además de poemas metía alguna notita o una reseña de recitales, pero no podría decir que ejercía el periodismo.
-Gito, ¿de qué modo el barrio es esencial en la construcción de tu obra lírica. Acabás de mencionar Mataderos, Floresta, Liniers, y claro, también ahora Boedo?
-El barrio es un micro mundo del que no me puedo ni quiero escapar. Es la geografía donde habitan mis personajes y mis fantasmas (o viceversa). El barrio tiene su peso en la construcción de un relato, ya que no concibo (al menos yo) historias en ningún lugar o en lugares que no conozco. Quizás es una limitación mía, pero cuando escribo además de imaginarme a los personajes, los necesito “ver”. Y generalmente los veo en mis recuerdos. Con alguna deformación, con más virtudes o defectos, pero viviendo en los lugares que yo también viví, o vivo.
-Tu poética está claramente enraizada con lo social…
-Sí. Si bien no hago bulla de mis ideas políticas (o mejor dicho partidarias) lo social siempre está, tanto en mis relatos como en mi poesía. De hecho la poesía siempre trasparenta las inclinaciones, la ideología de quién la produce. En ese sentido, es el género más botón. No zafa nadie de semejante vidriera. Por pensamiento, palabra, obra u omisión, nos delata a todos. Aunque a mí, no he de negarlo, de vez en cuando se me escapa algún Perón, por aquí o por allá. Pero un Perón mansito, vestido de civil, no te asustes.
-Nombraste a Perón y recordé una antología que hiciste hace un tiempo, Poetas depuestos. Uno de esos poetas era el recientemente fallecido Alfredo Carlino.
–Alfredo Carlino fue un gran poeta y sobre todas las cosas una excelente persona. Yo lo conocí en el año 2007 en una peña en Boedo donde tanto él como yo recitábamos entre medio de solistas y grupos de folclore. La primera vez que lo sentí leer en vivo, me llamó mucho la atención la temática de sus poemas (uno de ellos dedicado a Eva Perón) por lo cual me acerqué a saludarlo y nos quedamos conversando. De esa charla surgió una idea que finalmente, luego de varias investigaciones, se convirtió en el libro Poetas depuestos, una antología en donde se recogen un centenar de poetas peronistas. En ese proceso, Alfredo me dio una mano muy grande, ya que lo pude consultar directamente para algunas cuestiones. Fue un verdadero libro abierto. También me acompañó en la presentación que se hizo en el 2011. Siempre le voy a estar agradecido.
-¿Finalmente pensás que tuvo el reconocimiento que se merecía?
-No sé si justamente tuvo el que se mereció, pero durante la década pasada se le otorgaron varios de manera oficial, entre ellos el de “Ciudadano ilustre” de la Ciudad de Buenos Aires. También se publicaron algunas cosas. Igual siempre el mejor reconocimiento es el de la gente, y la gente lo quería mucho.
-Regresemos a tu obra lírica. Hay una presencia crítica también que gravita a través de toda tu producción. Pienso, por ejemplo, en tu libro Noventas, donde elaborás una mirada muy reflexiva sobre el menemato.
-Noventas es un libro que quiero mucho. Lo escribí a los 20 años, con todos los defectos y falencias que puede tener un pibe de barrio que a esa edad escribe y publica un libro. Así y todo, creo que tiene el mérito de ser bastante sincero y poner en letras mucho de lo que (me y nos) pasaba en ese entonces.
-¿La poesía si no tiene lirismo no es poesía?, pregunta tramposa, ojo.
-¿Por qué? ¿La poesía tiene lirismo? ¿En serio? No te sabría decir. Hay tanta poesía, tan plural, tan diversa, que preferiría no encasillar. Me cuestan este tipo de definiciones. Se me hace difícil ser la policía de la poesía.
-Me gustaría que comentaras sobre tu estilo. Un pulso, una construcción apegada a lo coloquial y visceral, ¿no? Es decir, un léxico duro.
-Sí. Por lo general escribo de manera bastante coloquial y visceral. Por lo menos en lo que es poesía y cuento. Igualmente, también tengo algunas cosas más académicas, pero quizás es otro palo. Ahí me emprolijo un poco, me pongo el corsét universitario. Hace algunos años, en una revista que quiero mucho (Metalica zine) me bautizaron “el poeta heavy”. Algo que me gustó, que lo viví como un reconocimiento, ya que mi mayor influencia viene por ese lado. Así que lo de léxico duro tiene mucho sentido. Constela a la perfección: heavy metal, heavy poetry, heavy lexicum.
-¿Podrías referirte al proceso de escritura de un poema como tu “Ulises agradecido”?
-Ese poema lo escribí en el 2007, o sea mucho antes de empezar a concebir Queriendo ser. En realidad, formaba parte de una serie que quedó inconclusa y que se llamaba: Desvariaciones sobre Ulises. Eran varios poemas en torno a un Ulises criollo, fracasado y endeudado. Si bien la serie tenía sus agujeros, ese poema particularmente me gustaba mucho y lo rescaté para este libro. Me parecía que jugaba bien con el resto del “relato”.
-Por curiosidad, ¿leés en vos alta cuando escribís y corregís?
-A veces leo en voz alta, a veces no.
-¿De qué modo se te revela la poesía en el día a día?
-De manera inesperada, impredecible y hasta caótica. La mayoría de los días no aparece, pero cuando cae, me pega un sacudón y me atraviesa. Donde esté y a la hora que sea. Es un momento maravilloso, y lo vivo tan intensamente que la mayoría de las veces no puedo recordar cómo fue o qué pasó. Como un sueño, o un trance. Después, así como vino se va, y nuevamente retorna cuando se le canta. No sabés como la extraño cuando no está.
-¿Qué poetas te movilizan, Gito?
-Muchos. Por algún motivo que no sé, los primeros que leí me siguen movilizando: Almafuerte, Benedetti, Bukowski, Claudio de Alas, Juan L. Ortíz, Álvaro Yunque, Oliverio Girondo, Gabriela Mistral, Nicolás Guillén. Aunque también me gustan y me provocan admiración un montón de poetas nuevos. Se está escribiendo muy bien en la Argentina hoy por hoy.
-¿Sentís afinidad por algunos de los nombres de la llamada Generación del 90?
-No los conocí en su momento. Al único que había leído y me gustaba (aunque no sabía que era parte de la Generación) fue a Reynaldo Sietecase. Me había copado mucho el libro Cierta curiosidad por las tetas.
-¿Sos de los que cree que hay que sacar a la poesía a la calle?, ¿por qué?
-Sí. Está bueno compartir la belleza. Que no sea propiedad de unos pocos. En algunas oportunidades, hace algunos años hemos salido a leer con megáfonos en el obelisco, o en calles concurridas y fue una gran experiencia. También con el proyecto FabricaCuentos (junto al dibujante Isidoro Reta) hemos ido a leer y producir cuentos infantiles a diferentes plazas, merenderos, etc.
-Tu sello Clara Beter ediciones se ha encargado también de difundir poesía porteña a través de una serie de importantes antologías. ¿Me contás un poco sobre tu editorial y este proyecto en particular?
-Clara Beter ediciones es un sello que llevamos adelante con María Inés Martínez desde el año 2012 a esta parte. Surgió como una necesidad de generar un espacio editorial para nuestro grupo literario devenido del ciclo “Poesía bajo la autopista”. Ese año editamos una antología con ese nombre, en la cual de manera cooperativa participamos unos veinte autores. Algunos con más trayectoria que otros, pero todos en igualdad de condiciones, en cuanto cantidad de páginas y libros para promover. De esa primera experiencia se desprendieron otras cuatro mientras duró el ciclo. También publicamos obras de autores particulares, tanto de poesía, como narrativa y ensayo. Ya llevamos casi treinta títulos lanzados.
Gito Minore (1976) es poeta, escritor y docente. Estudió la carrera de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Publicó 15 libros entre ellos Queriendo ser, Mínimamente, Flores cohibidas y Fuerza íntima (poesía) y El día que mi padre lloró y otros relatos (narrativa). Además, colaboró con poemas, artículos y prólogos en diversas antologías y libros colectivos. Desde hace unos años dirige la editorial Clara Beter y la colección Rescate poético de la Editorial Punto de encuentro. Ha participado de diversas Ferias del libro y encuentros de literatura, tanto en Argentina como en Ecuador, Paraguay, Guatemala y Cuba.