A dónde vas con tu brilloso auto en la noche (Alto Pogo), el primer libro publicado de Sandra Buenaventura, posibilita una poética que deslimita, licúa: estalla en posibilidades a través de una escritura alucinatoria donde el Yo, por momentos, se desdobla disolviéndose en pura sensación. Esta obra inaugural, recoge un intimismo de ardiente expresividad que alcanza, por momentos, eficacia virtuosa de raro vuelo imaginista.
-Tu primer libro son poemas escritos en prosa. ¿En qué momento y por qué aparece nuestro querido Kerouac en la historia del libro?
-Siempre tengo una imagen poética que me persigue, me da placer, ya sea estético, musical, porque me proyecto en ese lugar a través de la música, o del cine, porque me inserto en alguna película mientras la imagen me piensa, esa imagen es la de rodar con un descapotable por una ruta que corta un campo de pastos verde claro, algo amarillos, de hecho corresponde esa imagen a una película en concreto. Por una parte mi fascinación poética por la carretera, por la ruta, la ruta de pastos amarillos, y por otro está lo que me pasó buscando el título, que es una frase casi idéntica de On the road, (“¿Dónde vas, América, en tu brilloso auto en la noche?”). Pero esa frase no me llegó directo de Kerouac, sino de uno de los protagonistas de Mad Men, Bert Cooper, que le lanza esa frase a Don Draper. Recuerdo que mirábamos ese último capítulo, y yo que buscaba un título, fue escuchar esa línea tan mágica y anotarla en la hoja que tenía más a mano, y fue en la primera página del libro de cuentos de Francisco Bitar editado por Nudista, siempre recordaré ese momento de efervescencia.
-A dónde vas… intenta elevar lo cotidiano al rango de poesía. Lo hace, en gran medida, a través del modo enrarecido en que construís las imágenes. Son cientos que van articulando una pulsión muy particular. Un ritmo alucinatorio. ¿Hubo un método específico con el que enhebrabas la secuencia de las imágenes?
-Siempre me atrajo el desahucio de códigos, del poder generador, ese unir realidades dispares, y que, a partir de esa unión se produzcan, tal vez, realidades otras, sensaciones otras, disparadores de conciencia otras, es lo que me hace verdaderamente vibrar y lo que busco, sin hacerlo de manera explícita, en mis lecturas. Ahora bien, si eso lo consigo aunque sea un poquito en mis textos, no lo sé, tendría que decirlo alguien que me haya leído. Estoy en mi decir del poema, pero también estoy fuera, muy afuera, y ese sí es un ritmo alucinatorio, que me interesa mucho, la subjetividad práctica, lo que somos, y la subjetividad verbal, ¿o el decir poético es solo subjetividad verbal? Ese soy y no soy es lo alucinatorio. La realidad que es y no es.
-Da la sensación que la voz que has construido parece salir de un “bad trip” de LSD. ¿Soy yo o tiene ella algo de junkie?
-Sí, definitivamente tiene algo de junkie. Es más, me encanta la idea de la droga, digo la idea, espacio sublimado que nutre, porque las drogas me sientan muy mal, me dan fotofobia y migrañas de esas que nunca te olvidás. Tampoco pierdo de vista la poesía como lugar único y desesperado de drogadicción, tanto del lado de la producción como de la recepción. Poetizar y ser poetizado es la traslación, el trastocar de los sentidos de la forma más básica y visceral, la función modificadora de la palabra, que te hace entrar en los relieves de un objeto, sumergirte en la textura de una experiencia, de una interioridad que remite a un acto modificador de la percepción. Tengo un sueño: escribir poesía después de una toma de ayahuasca.
-Imagino que se trató de una escritura meticulosa. ¿Hubo mucha corrección?
-Empecé a escribirlo en el 2009 hasta el 2012, luego lo retomé si bien recuerdo en el 2016 más que nada para la corrección, no particularmente corrección significó limpieza, despojo, llegar a un minimalismo, a un hueso poético, no, la corrección la vivo como un ensuciar, rescatar los huecos, dejarlos así, como pensarme el proliferar de los espacios extensos que lleva cada palabra, con esa noche durasiana, palabras-amapola, carne liviana, forma, color —también veneno.
-A menudo los textos explicitan marcas y nombres de personajes. Es decir, imaginarios sociales, musicales y culturales. Pienso en Coca-cola; la pantera rosa; Norman Bates; los Beatles… Más allá de lo obvio, ¿qué operación busca enraizar en el texto?
-Insertar al sujeto poético en los contextos culturales, en marcas de época, en huellas que ha dejado el cine, por ejemplo, y que sigue operando en las construcciones de la realidad, creo que tiene que ver con la parte objetiva de la voz poética que es tomar en cuenta la parte social del lenguaje, el yo poético en su rol social. Estas construcciones de la realidad serían construcciones dinámicas que se hacen y deshacen en todas las direcciones, el pasado es hoy, el hoy hace ondas, es un centro móvil. Por otra parte, más subjetiva y personal, los contextos culturales son disparadores de placer, siempre tengo que vivir la escritura desde y para la erotización, y los nombres con gran carga social y cultural me terminan por arrojar a ese espacio de la erotización. Sin la pulsión erótica, no hay diseño poético, ni, para mí, lectura.
-Me gustaría tu opinión sobre el grado de elaboración del lenguaje en A dónde vas…, su enmarañada fraseología. ¿Lo considerarías barroco?
-Me encontraría rara afirmando que mis textos entran en la fiesta barroca, si me circunscribo a la teatralidad, a lo espejeante de la sensibilidad barroca. En principio el lenguaje de estos poemas no es un lenguaje injertado, por otros idiomas, por ejemplo, o por citas, ahí tampoco los considero barrocos, o neobarrocos. No pienso en un sujeto poético ahogante, en fuga endémica hacia lo meta.
-Sé que sos una lectora omnívora. ¿En qué medida influyen en tu poética las experiencias vitales por un lado, y tus lecturas por el otro? ¿Creés que es necesario vivir y leer mucho antes de escribir poesía?, ¿por qué?
-Creo que mi emoción poética se formó mucho con poetas estadounidenses. Las poetas americanas (Dickinson, Bishop, Doolittle, Olds…) han sido fundamentales, siempre tengo que volver a ellas, como si fueran talismanes, abridoras de la alteración, de la experiencia antes de la misma experiencia. Haber llegado en la adolescencia a Anne Sexton fue la supernova, realmente mi supernova poética, Alda Merini, Marina Tsvetaeva, y la adorada Delmira Agustini también son parte de mi engranaje de supernovas, supernovas postsexton.
-Por cierto, ¿cómo conviven en vos el poeta y el editor?
-Son dos estar-en-el-mundo que se llevan fluidamente. Soy la editora de Metalúcida y escribo poesía, no sé, es una maravilla en sí. Y la música siempre me acompaña…
-Sandra, ¿qué poetas hispanoamericanos están cerca de tu concepción y práctica de la poesía?
-He sido lectora sin descanso de Alejandra Pizarnik, Susana Thénon, Blanca Varela, Delmira Agustini. Es mi cuadrado mágico de habla castellana. Siempre funciono dentro de él, pero me escapo para poder escribir. Ellas me conciben y me gestionan la práctica, pero al mismo tiempo las pongo fuera de esos lugares, constantemente. Si por un lado puedo pensar en ellas como algunas de mis conformadoras de una subjetividad poética, por otro, las cuatro son la composición perfecta de lo que rechazo. Son relaciones en suspensión, nunca se resuelven, permanecen en una violencia positiva.
-¿Estás escribiendo un nuevo libro del que te gustaría adelantar algo?
-Sí, estoy terminando una nueva serie de poemas.
-Por último Sandra, ¿es la poesía un milagro de nuestra inteligencia?
-No sé si es un milagro de nuestra inteligencia, como decís, lo que sí diría, o me parece, es que de nosotros, o en nosotros, la poesía es capaz de hacer algún milagro.
Sandra Buenaventura (Bs. As.) vivió la mayor parte de su vida entre Barcelona y París. Estudió Letras y se doctoró en la universidad Sorbonne-París IV con una tesis sobre Alejandra Pizarnik. En 2013, tras su regreso a la Argentina, funda la editorial Metalúcida. Actualmente forma parte del equipo docente de la carrera de Artes de la Escritura, en la Universidad Nacional de las Artes, Buenos Aires.