La luz no se corta como el papel (Ediciones Con Doble Z), de Aixa Rava, es su segundo poemario, y libro donde continúa trabajando un decir atento a la búsqueda. Sin estridencias, huye del artificio, diciendo lo que quiere porque dice lo que siente. Con inusual y grato pudor, el libro revela entonces el recorrido que incluye una experiencia, su impacto en el orden sensitivo y, en suma, su núcleo, su voz. Retrato de Mariano Lucano.
-¿Cómo surgió La luz no se corta como el papel?, ¿qué sentimientos e ideas convergieron en el pulso escriturario de este libro?
-Algunos meses después de que se publicó, una amiga me contó que otra amiga de ella lo había leído y le había escrito para preguntarle: “Che, ¿Aix se separó?”, porque de la lectura le había quedado una sensación de ruptura, de corte, de cambio, que en medio de tanta escritura del yo es casi imposible no interpretar como autorreferencial. Lo cierto es que el libro lo escribí un año antes de separarme y si bien no hay poemas que hagan referencia a eso directamente, sí se desprende de todos una atmósfera de quiebre, de hastío, de pérdida y de nostalgia. Tuve que releerlo para entender lo que esta amiga había captado, me asusté un poco pues me resultó casi premonitorio en esa relectura. Para mí, el poemario había surgido de una necesidad interna de cambio, de hartazgo de ciertas situaciones que se venían repitiendo en la vida cotidiana (no sólo en la mía, en la de mis amigos, en la de gente que conocía), en la ciudad en que vivía. Me sentía/estaba estancada con muchas cosas, añoraba otras, todo era un loop de lo mismo, algo que intento expresar en el poema “Hace mucho que no”, que nace de un ejercicio de taller a partir de la performance Caminhando de la artista brasileña Lygia Clark. Ahora que vuelvo a pensar en esto me llegan de otro modo las palabras de la inolvidable Macky Corbalán: “La poesía es un viaje de la una que una era a la otra que va a ser”.
-Llama la atención, quizás, la cita de Büchner al inicio del poemario. ¿Por qué la elección de este dramaturgo?
-Siempre sentí fascinación por el teatro, no sólo como espectadora y aspirante a actriz, sino también como lectora. Amaba las obras de teatro que me daban en la escuela: desde Aristófanes hasta Shakespeare, desde Lorca, Calderón de la Barca hasta Alejandro Casona, el absurdo de Becket y Ionesco, leí mucho teatro durante mi adolescencia, casi tanto como poesía. Las obras de Büchner (Woyzeck, La muerte de Danton, Leonce y Lena) las leí en la facultad, en la cátedra de Literatura Europea I que estaba a cargo, y creo que aún es así, del dramaturgo Alejandro Finzi. La inconclusa Woyzeck fue mi preferida, pero que ese fragmento resultara epígrafe del libro fue un hecho absolutamente fortuito. Estaba limpiando la biblioteca un día y me puse a ordenar los libros, tenía varios que no entraban en los estantes porque vivo comprándome libros que voy leyendo de manera simultánea y alternada, cinco o seis libros al mismo tiempo (razón por la cual, sumada a mi pésima memoria, jamás puedo recordar citas exactas, no sé si pertenecen a uno o a otro, pero así me gusta leer, en una especie de red de voces que arman el mundo paralelo que necesito para poder vivir en este); decía, entonces: estaba ordenando y entre que saco y pongo unos y otros, me encuentro con este libro y me vino, justamente, una especie de nostalgia por aquella primera lectura, por aquellos años de estudio, aquellas clases, y empecé a leerlo ahí, franela en mano, salteándome parlamentos, buscando otros que vagamente recordaba, pero que recordaba hermosos, y así di con esa escena, la quinta, y con ese monólogo del Capitán y esas palabras que, en ese momento y ahora mismo, resultan tan adecuadas para abrir el libro.
-Aixa, ¿cómo definirías tu yo lírico construido en torno a La luz no se corta como el papel?
-Soy tan mala para las definiciones, me cuesta tanto definir cosas, definirme, que por eso escribo poesía, para aproximarme al menos. Creo que el yo lírico de La luz… busca certezas, por eso en tantos poemas remata con aserciones, por eso el título, algo de todo lo que se está quebrando tiene que quedar en pie. Pero ese algo que queda —si queda— no deja de ser un resto, de ahí también la nostalgia, la melancolía, a diferencia del yo lírico de Barda, mi primer poemario, que era más evocativo y guardaba, entre la tristeza y la melancolía —que aunque me esfuerce no desaparecen de mi poesía—, cierta esperanza, cierta alegría. Hay además en ese yo una duplicidad, o ambigüedad, una mujer-niña, una niña-mujer que enuncia, que se dice, que se viste y se desviste, a veces con seguridad, otras veces como puede.
-“El rastro” es un poema muy emotivo. “Me quedé / en esa llamada –etapa de la niña / il ritornello, mirando el árbol / subiéndolo / reptándolo /uniéndolo al tiempo. / En el instante último encontré / el bucle infinito de los recuerdos / como un gusano que una y otra vez / pisa el rastro a sí mismo.// Así, toda la tarde /después de que te fuiste”. Me gustaría te refieras a la mirada que se detiene ante los hechos para, con gran sutileza, enunciar una ausencia.
-Es una mirada infantil, ingenua, que se filtra en la mirada de la mujer que rememora. La duplicidad a la que me referí antes se manifiesta en este poema plenamente, hay hechos que siguen viéndose desde los ojos de una niña, sin posibilidad de elaboración, de cicatrización, la ausencia es uno de ellos.
-En poesía, ¿pesa más el juego de la abstracción o el de la expresión?
-Bueno, hay en tu pregunta una contraposición que entiendo a qué se refiere pero que creo que no comparto. La expresión puede tomar la vía abstracta o la concreta, no creo que porque un poema juegue más con la abstracción —más con los sonidos y los efectos que con los significados— resulte menos expresivo, y el hecho de que “pese” más una cosa que la otra está más ligado a la poética y a la búsqueda de quien escribe que a una especie de finalidad u obligatoriedad poética universal, algo así como “en poesía debe ser o debe construirse de tal o cual manera”. A lo largo del tiempo cambian las formas de expresión, cambian las búsquedas y los medios. Pienso, por ejemplo, en el “Primero sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz: “Piramidal, funesta de la tierra / nacida sombra, al cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva, / escalar pretendiendo las estrellas; / si bien sus luces bellas / exentas siempre, siempre rutilantes, / la tenebrosa guerra / que con negros vapores le intimaba / la vaporosa sombra fugitiva…”, o en “Muerte de Narciso” de José Lezama Lima, metafórico, alegórico y plagado de imágenes concretas que construyen una abstracción sonora maravillosa: “Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo / envolviendo los labios que pasaban / entre labios y vuelos desligados. / La mano o el labio o el pájaro nevaban. / Era el círculo en nieve que se abría. / Mano era sin sangre la seda que borraba / la perfección que muere de rodillas / y en su celo se esconde y se divierte”. Une tantos significantes opuestos, distantes, con tal maestría que uno se pierde en ellos y no puede estar pensando sólo en la escena representada, yo lo leo, lo escucho y siento que me fugo en éxtasis absoluto. Si ese lirismo no es expresivo, no sé qué puede serlo.
-Leo, completo, otro poema del libro, “Balance”: “No tengo sólo palabras, / a veces junto acciones, / sobre todo durante el día / y hago listas y tacho, / lleno libretas: de números, / compras, libros, lugares. / Diagramo futuros y me siento / tan prospectiva / proyectista /positiva. / Se me salen las columnas / y el balance me da / siempre como la mona”. Es un poemario atravesado por un léxico fresco, espontáneo; que reconocemos de inmediato por su relieve de cotidianidad.
-Sí, muchos poemas del libro se nutren de situaciones cotidianas, concretas y el léxico simula ser espontáneo y fresco, en realidad hay mucho trabajo sobre el lenguaje, un cuidado en la elección de las palabras, en el tono. Ah, pero esto vale para la próxima pregunta…
-Tus versos son muy precisos, contrarios a cualquier complacencia retórica. Me refiero a tu puesta en palabras, esa grata conjunción entre intimidad y pensamiento que alcanza la temperatura de tu escritura. Respecto a las decisiones de corrección, ¿sos muy rigurosa en la elección de cada frase, en la elaboración de todo vocablo?
-Sí, soy muy rigurosa, tanto que me fastidio un poco conmigo misma en el momento de creación, cuando surge el poema, cuando armo el esqueleto, si no encuentro la palabra precisa. Dejo espacios en blanco o dos o tres opciones para retomar después cuando corrija. Hay poemas que necesitan más corrección que otros, pero igual corrijo mucho, releo mucho. Trabajo como correctora, es mi hacer cotidiano, y siempre fui muy perfeccionista, detallista y otros –ista, no hay manera de que todo eso no repercuta en mi proceso de escritura.
-¿A qué se enfrenta el poeta hoy día?, si es que se enfrenta a algo.
-La verdad es que me resulta difícil hablar de una figura o construcción de ese modo, pensar en “el poeta” o en “el escritor” y su misión y sus obstáculos, puede que sea desidia, pero la poesía se convirtió para mí en una forma de estar en el mundo, de resistir, de comunicarme y mi yo que escribe está absolutamente imbricado con mi yo que trabaja para una agencia de traducción, que compra más verduras que carne, que practica yoga y que necesita un abrazo un día cualquiera. Quizás, si lo pienso desde la lógica de la producción, más que de la creación, como alguien que produce algo en lugar de alguien que crea, surjan cuestiones como enfrentarse a, aunque más bien diría ocuparse de, encontrar la forma de que eso llegue a otro (lector, editor, etc.), de que se conozca, se difunda, provoque, genere reacciones, respuestas, nuevas preguntas. Por qué escribimos, para qué y para quiénes son preguntas que se renuevan y permanecen, son las preguntas fundamentales, las de nuestro hacer particular en el mundo, me las hago yo tanto como se las hace quien forja una reja, crea un juego de vídeo, investiga sobre algún tema o compone una canción.
-¿Recordás qué vivencia te llevó a escribir “Nieve”?
-La respuesta correcta hace referencia a un plural, porque ese poema es un compendio de vivencias, de momentos. Por temática podría haberse publicado en Barda si no fuera porque lo escribí después, y es por esto que difiere de aquellos primeros poemas, el tono es distinto, acorde con los poemas de este poemario en el que aparece. La evocación de aquel paisaje de Río Grande, de la vida dentro de la casa, del trabajo del padre y la presencia de la madre, y esa confrontación y también convivencia del frío y el calor devienen en reflexión sobre lo no aprendido, no es simple recuerdo, es conciencia, es darse cuenta de lo que fue y de lo que queda. Lo escribí luego de encontrar unas fotos de uno de los últimos viajes que hice a la cordillera con mi familia.
-Pienso en autores de nuestra tradición lírica argentina como: Banchs, Lugones; los modernistas. También, si avanzamos en el tiempo, en los ultraístas como Borges; en los neorrománticos de la llamada generación del 40… los surrealistas con Aldo Pellegrini y Enrique Molina a la cabeza… ¿Las metáforas que gustan a una generación parecen ridículas a la siguiente?, ¿por qué?
-Bueno, me repito, las formas y los recursos expresivos, las causas y los fines que se persiguen o que motivan a las distintas expresiones artísticas varían con el tiempo, varían las búsquedas y los gustos, es lógico y necesario que así sea y quien quiera enriquecerse buceará en esa variedad sin juzgarla, esto es, sin tacharla de ridícula, anticuada, vieja, o el adjetivo que se le ocurra. Ya suficiente etiqueta se les pone a esas expresiones desde la academia que las transforma en objetos de estudio (poesía barroca, neobarroca, modernista, conceptual, erótica, satírica, metafísica…, estoy enlistando categorías de diferentes perspectivas de análisis, no estoy siendo nada rigurosa). Hace algunos años que la rima para muchos que quieren/pretenden y de hecho escriben poesía es anticuada, ridícula, innecesaria, sin embargo para otros, entre los que me incluyo, la rima sigue vigente, y es además necesaria. Yo soy defensora, militante de la rima, interna o a final de verso, continua, gemela, abrazada… es la forma más lírica de imprimirle ritmo a un poema, y así y todo, no deja de ser un gusto que conservo en mi poesía, pero que no me impide disfrutar de aquellos poemas en los que falta.
-¿Cuáles son, según tu criterio, algunos de los excesos de la poesía?
-Veo, actualmente, un exceso del sondeo en la historia propia, de lo confesional, a veces sin que medie ficcionalización alguna o trabajo sobre el lenguaje, como si escribir poesía fuera contarle a una amiga por Whatsapp lo que te pasó la noche anterior, ubicar un par de palabras una debajo de otra y ya. Incorporar el registro coloquial, volcarse hacia las experiencias diarias y ampliar el universo de temas sobre los cuales escribir, construir otros modos de hacer poesía son exploraciones sumamente válidas, no nuevas, pero ¿qué es nuevo? y ¿por qué estamos buscando siempre algo nuevo?, podríamos también preguntarnos. No obstante, creo que el trabajo sobre el dúctil y vasto lenguaje poético no puede pasarse por alto, no puede primar el qué sobre el cómo en la poesía.
-¿Te encontrás trabajando en un nuevo proyecto vinculado a la poesía?
-En diciembre del 2017 terminé de darle forma a un poemario compuesto por tres plaquetas que espero se publique este año, y ya estoy escribiendo otros dos poemarios en paralelo. Vengo muy lento, a cuentagotas, porque estoy con otros proyectos relacionados con la escritura y la edición que me insumen tiempo y energía creativa, pero que en este momento me entusiasman más. Ya contaré de qué se trata.
Aixa Rava (1982), es Profesora en Letras y de Español como Lengua Extranjera egresada de la Universidad Nacional de Comahue (Neuquén). Sus poemas han sido publicados en revistas y antologías literarias como Revista eSe, y Buenos Aires Poetry, entre otras. Trabaja como correctora para varias agencias de traducción, editoriales y revisas, y dicta talleres de escritura creativa. Además de La luz no se corta como el papel, tiene publicado su poemario Barda (2014).