Shibólet (Griselda García Editora), es el décimo poemario publicado de Diego Roel, y uno de los más intensos. Son poemas que se sustentan en un lenguaje maleable y sutil, apto para cobijar una penetrante observación sensitiva y conceptual sobre los seres y las cosas. Su ejercicio habilita la posibilidad de una inflexión, de un acento propio que hace de la temporalidad una ardua labor con la palabra. Una poesía, como cierta vez dijo el propio Roel, “que pone al descubierto, las formas furtivas del orden”. Retrato de María Lublin.
-¿Cómo y por qué Shibólet es una palabra que abre y cierra significados?…
-La palabra hebrea shibólet es hoy sinónimo de contraseña. Significa espiga, o según otras fuentes, corriente, torrente. La usaron los miembros de Galaad, seguidores de Jefté, para identificar y eliminar a sus oponentes efraimitas, que la pronunciaban sibólet. El episodio es narrado en Jueces 12, 5-6, y nos muestra que la lengua es siempre el lugar de una disputa. Y el lugar de un encuentro: el encuentro del otro. Shibólet es una palabra que señala un acontecimiento único e irrepetible. Jacques Derrida le dedicó un interesante ensayo a esta palabra. El filósofo nos habla de fechas que quedan grabadas en lo profundo de la memoria histórica de una comunidad. Pero no se trata de cualquier fecha, sino de “fechas invisibles, ilegibles quizá: aniversarios, anillos, constelaciones y repeticiones singulares, únicos e irrepetibles: «unwiederholbar»”. En un poema de La Rosa de nadie, Paul Celan escribe: “emigra por doquier, como la lengua/ arrójala, arrójala”.
-¿La contemplación es una de las vías en la creación del poema?
-Heidegger decía que había dos tipos de pensar: el pensar calculador y la reflexión meditativa. Esta última no aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico. El pensamiento calculador dirige el mundo, amenaza el arraigo de las obras humanas. La contemplación es el substrato, el suelo donde el poema y la obra de arte pueden arraigar. Pero el camino de la contemplación es un camino arduo, son pocos los que lo emprenden seriamente.
-¿De qué modo se aúnan poesía y realidad?
-La poesía pone en evidencia la imposibilidad de la expresión: las cosas nunca son lo que parecen. Como señala Hugo von Hofmannsthal en la Carta de Lord Chandos, las palabras no logran evocar el sentido profundo de las cosas. Por eso podemos afirmar, como hace Henri Meschonnic parafraseando a Osip Mandelstam, que en la escritura es siempre la guerra. Para responder tu pregunta primero tendríamos que definir lo real. Lo real escapa a la simbolización, es no-representable. Por eso, el lenguaje llega siempre a destiempo.
-Cuando leemos piezas tan disímiles y precisas como “Anábasis” o “Mazmorra”, ¿cada poema impone sus propias reglas?
-Sí, cada poema impone sus propias reglas. En el caso particular de Anábasis una música se impuso, una determinada fluidez rítmica. No creo que esos poemas sean piezas disímiles, creo que están atravesados por un mismo tono.
-Cuando un poeta consigue su propio tono, ¿puede dislocar la gramática?
-Claro, puede.
-¿Cómo?
-Te voy a citar a César Vallejo: “La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta cambiar, en cierto modo, la estructura literal y fonética de una misma palabra, según los casos”.
-Diego, ¿existen los falsos poetas?
-Sí, existen los falsos poetas. Son legión.
-Me gustaría regresar atrás en el tiempo. Has tenido poetas formativos ejemplares. Pienso en Horacio Castillo, pero también en el caso de Jorge Smerling, un poeta muy relegado, ¿verdad? ¿Qué podrías decir de su obra lírica?, ¿qué aprendiste de él en particular?
-Jorge es el autor de Quasar, un libro iniciático. Su lectura fue fundamental para mí. Quasar violenta las preceptivas conocidas, crea nuevos modos de decir, nos pone frente a una palabra que dice y desdice al mismo tiempo, esa palabra silenciosa de la que hablaba Gadamer. Creo que de Smerling aprendí todo. Cuando tenía dieciocho años me leyó en La Giralda el poema Arte poética, de Paul Verlaine. Me dijo: “escuchá Diego, acá está todo. Escuchá:
De la musique avant toute chose,
Et pour cela préfère l’Impair
Plus vague et plus soluble dans l’air,
Sans rien en lui qui pèse ou qui pose.
Acá esta todo, Diego. Siempre la música”.
Disculpá la cita en francés, pero ese poema no se traduce. “De la musique avant toute chose”.
-Por cierto, tus primeros poemarios como Diario del insomnio y Cuaderno del desierto los sacaste a través de Libros de Tierra firme, sello del mítico José Luis Mangieri. ¿Qué recuerdos guardás de él?
-En 2004, cuando edité con José Luis mi primer libro, Padre Tótem, vivía en Burzaco. Mangieri vivía en Floresta, creo que en la calle Mercedes. Cuando iba a su casa a corregir las pruebas de galera, me quedaba a dormir. A la mañana me preparaba el café con leche. Hablábamos de Tuñón, del Partido, de Julio Huasi, de la hermana de Julio Huasi (Juana Ciesler, otra poeta injustamente olvidada). Siempre volvía a casa con la mochila llena de libros. Era único.
-En poemas como “Catacumbas”, “Palabras de sangre animal” y “Tekiah”, ¿las itálicas tienen el peso simbólico de una revelación metafísica?
-Son voces que dialogan con mi voz, son voces que atraviesan mi voz. Lo puedo explicar citando unos versos de Padre Tótem. Esas voces son “aullidos de mi voz que son mi voz de nuevo aullando”.
-Hay versos tuyos que permanecen en la memoria por su contundente claridad metafórica. Comparto varios: “mi cuerpo es la leña de la noche”; “la lenta combustión de lo real”; “escucha el canto de los cedros”; “los muertos mendigan un haz de luz”… Me pregunto, ¿qué tipo de vivencias encienden estas sentidas analogías? y, sobre todo, ¿cuál es el estado de ánimo para poder lograrlas?
-Supongo que esas imágenes son como el dedo que apunta a la luna. El dedo que apunta a la luna no es la luna.
-Leo tu breve poema “Hogar”. “El fuego declina en las cumbres./ La noche zumba y crece.” ¿Qué lugar ocupa la anécdota en tu escritura?, ¿cómo se configura en el poema?
-Todo lo que escribo viene de mi propia experiencia. Trato de no olvidar lo que me enseñó Smerling a través de Verlaine:
“Car nous voulons la Nuance encor,
Pas la Couleur, rien que la nuance!”
-Tu poema “Al otro lado”, tal vez uno de los más logrados del libro. ¿Recordás su historia?
-Sí, la recuerdo. No la voy a contar. No tiene importancia. Ese poema lo escribí en un bar de la Avenida Corrientes, mientras esperaba a un amigo. El amigo nunca llegó. El poema, sí.
-¿Qué opinás de la métrica en el poema?, ¿te parece un concepto anticuado?
-No me parece un concepto anticuado. Pero quizás sería conveniente recordar, otra vez, el poema de Verlaine (en ese poema está todo):
“Prends l’éloquence et tords-lui son cou!
Tu feras bien, en train d’énergie,
De rendre un peu la Rime assagie.
Si l’on n’y veille, elle ira jusqu’où?
O qui dira les torts de la Rime?
Quel enfant sourd ou quel nègre fou
Nous a forgé ce bijou d’un sou
Qui sonne creux et faux sous la lime?”
Creo que sólo se llega a comprender lo que, en cierta medida, se reinventa.
-¿Es válido que el poeta contemporáneo busque el éxito editorial, como ocurre con quienes escriben novelas fáciles para mucha gente?
-En este país no existe el éxito editorial para el poeta.
-¿Considerás un estigma el «yoísmo» de mucha poesía que se escribe en la actualidad; es decir, hablar de sí mismo sin más?
-El poeta debería morir en el poema, hacerse invisible. O como lo expresa Horacio Castillo en Mandala, su último libro: “Habla lo que se tacha a sí mismo.” El poeta debería destituirse, desvanecerse. Creo que hay que discutir el lugar del autor.
-Por último, y según tu criterio, ¿quiénes leen poesía hoy?
-No sé, no pienso en eso. Yo leo poesía. Tengo amigos que leen poesía.
Diego Roel (Bs. As., 1980) publicó Padre Tótem/Oscuros umbrales de revelación (2004), Diario del insomnio (2005), Cuaderno del desierto (2007), Las variaciones del mundo (2010), Los jardines del aire (2012), Dice Jonás (2015), Vía Lucis (2015), Kyrios (2016) y Las intemperies del mar (2017). Estudió Historia de las Artes Visuales en la Universidad de La Plata. Desde 2011 coordina el ciclo de lectura Cendra. Actualmente reside en Neuquén.