Trampear la realidad

Trampa para fantasmas (la disolución) indaga en diversas estrategias escénicas para que los cuerpos pasen desapercibidos. Cómo desafiar al sentido más hegemónico del ser humano, la vista.

 

Con sólo una mesa larga y un par de sillas en escena, Luciana Acuña y Luis Biasotto vuelven a sorprender en una propuesta teatral hermosamente perturbadora. Los fundadores del Grupo Krapp recurren a la danza y al teatro contemporáneo para elaborar un tejido corporal de actores y bailarines que aparece y desaparece en un abrir y cerrar de ojos.

Al espacio vacío alumbrado de manera neutra, arriban cinco intérpretes en fila. Eligen sus asientos, los intercambian, se desplazan lentamente, no hablan. Son cuerpos-máquinas que exhiben toda su destreza. Torciones, estiramientos, los músculos al límite de sus posibilidades. Pero un extraño ruido interrumpe la reunión. Los sonidos de la guerra abordan la escena. Las bombas los desordenan, los alteran y empiezan a aparecer otros gestos en esos cuerpos. Las figuras cansadas y desarticuladas se dejan caer en una escalera mecánica imaginaria, escena que remite indefectiblemente al universo bélico de la película The Wall de Pink Floyd, como así también a ese trasfondo de capitalismo salvaje que está presente en la cinta. Entonces toma doble significado el título de la obra, ya que las estrategias de invisibilidad para eludir a los fantasmas se unen al horror ante la guerra, como un fantasma que acecha constantemente.

La amenaza bélica también se hace presente mediante vestuarios de camuflaje, cascos estrambóticos, luces que reemplazan a los ojos, todas estrategias de desaparición. Y el relato que contextualiza la puesta surge, no a través de los actores, sino a través de una proyección escrita sobre el escenario. En la Primera Guerra Mundial, el movimiento artístico cubista fue fuente de inspiración para afrontar el hundimiento de barcos que eran fácilmente visibles a la distancia. El cubismo permitió diseñar navíos cuya forma se quebrara en varios fragmentos afilados y así tendieran a desaparecer a simple vista. Al igual que la táctica que utilizan los intérpretes en escena, el camuflaje de ese entonces no se basaba en hacer desaparecer las formas, sino en deformarlas hasta convertirlas en algo amorfo e irreconocible.

Los intérpretes se esconden unos detrás de otro, arman figuras conjuntamente, se asoman y se esconden en las patas del escenario, sólo mueven sus ojos, evitando cualquier sobreexpresión, son casi objetos. Así, la notable destreza física se pone al servicio de la disolución del cuerpo como elemento principal de la escena y, sin embargo, es la propia materialidad corporal la que les permite desaparecer. Una forma de estar tan presentes que logran desdibujarse continuamente.

En este sentido, es destacable el trabajo en equipo de los actores. El cuerpo en comunidad toma protagonismo para contrarrestar ese mundo bombardeado al que se hace referencia. Sólo a partir de la cercanía y la interacción con los otros, cada elemento adquiere mayor potencia, logrando significar expansivamente.

Por supuesto, este universo fantasmal no sería posible sin una iluminación acorde. El diseño lumínico de Matías Sendón es de una precisión quirúrgica, y despojado de sentimentalismos. Como si la luz abordara el conflicto esencial entre el cuerpo objeto y sujeto.

Trampa para fantasmas (la disolución) se mueve continuamente en ese margen. El cuerpo máquina, un objeto que es comprendido desde sus partes, analizadas independientemente unas de otras. Y el cuerpo propio, en el que las partes que lo componen tienen una relación entre sí, y a su vez tienen una relación exterior con el mundo y las cosas que lo rodea. Una realidad determinada biológica y culturalmente que pone a existir a un cuerpo no como estando en el espacio, sino siendo allí.

Existen tantas interpretaciones como formas y estados en escena.  Antes que un concepto, Trampa para fantasmas (la disolución) es una indagación que penetra directamente en la corteza cerebral, desordenando todas nuestras concepciones sobre el cuerpo en la representación teatral. 

Ficha técnico-artística:

Intérpretes: Milva Leonardi, Alejandro Alonso, Francisco Dibar, Quillén Mut Cantero, Ana García.

Asistencia: Paula Russ / Carolina Basaldúa

Música: Gabriel Chwojnik

Iluminación: Matías Sendón

Arte: Mariana Tirantte

Video: Alejo Moguillansky

Fotografía: Agustin Mendilaharzu

Post producción Fotográfica: Inés Duacastella

Realización : Julio Sosa

Producción: Gabriela Gobbi

Dirección: Luciana Acuña y Luis Biasotto

Sala: El Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA)

Funciones: Sábados 23hs

Escribe Melina Martire

Soy licenciada en Artes Combinadas (UBA). Realicé la Especialización en Diseño y Planificación de Proyectos Culturales en la Alianza Francesa. Cursé el Posgrado en Gestión Cultural y Comunicación en FLACSO. En actuación me formé con Lorena Szekely, Pablo Mariuzzi, Paco Redondo, Diego Cazabat. Clown con Marcelo Katz, Marcos Arano y Pablo Fusco. Trabajé en diversas obras de teatro como actriz y gestora de prensa. Fui redactora de Revista Cultural Originarte. Publiqué en Revista Telón de Fondo. Fui redactora estable de críticas del área escénicas de Revista Funcinema, Revista Mutt, y Revista Feminacida. Actualmente escribo para Revista Colofón. Tomo clases de escritura creativa con Juliana Corbelli, ambito en el que estoy desarrollando un compilado de cuentos. En el 2019 estrené como actriz  la obra teatral Boicot en el Bauen, concebida en creación colectiva con la Compañia Irredentas. Formo parte desde hace tres años de un proyecto de investigación escénica llamado Haber Sabido con dirección de Gonzalo Facundo Lopez. En el 2020 estrené como actriz la miniserie web Una calle nos separa por Nube Cultural.

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