Juan Estévez es un escritor uruguayo que en 2016 ganó el premio nacional de literatura con su único libro «Entusiasmo sublime». Con nosotros se presenta de manera particular. Nos acerca a la vida de Boogie, un hombre duro. Un hombre duro como todos los hombres que se crían entre la mala, la maleza y la aparente inofensiva quietud de los pueblos quietos. Hoy, además, Boogie sufre, entonces Estévez fue en busca de su testimonio. A partir de ahí, administró voz y narrativa y nos trajo este gran texto.
Desde su metro ochenta y los noventa kilos alimentados por el batir de una poderosa quijada que gesticula una sonrisa de circunstancias, Boogie ya conoce a Boogie, y sí, ríe someramente cuando le hablo del personaje de Fontanarrosa. No me lo dice, deja que hable como un maldito nabo y que diga que es igualito en el porte físico, en sus sentencias que suenan como latigazos en el lomo de quienes le temen. Portador de un machismo medio naif, repleto de códigos que pocos respetan, ha llegado a poco más de cuarenta años habiendo atravesado un sinuoso recorrido donde el sufrimiento ha sido una constante a moldear como arcilla sobre alambre para que no se le doblasen las rodillas.
Nació entre locos. Su madre, que había enloquecido fue locamente enamviolada por un enfermero quizá loco. A lo seis meses de nacido su madre abandonó la Colonia Echepare, al enfermero y a su hijo: José Baltasar, nombres de prócer y de rey negro y mago. La abuela materna se hizo cargo y terminó por ponerle el apellido de su marido y el de ella. El marido de la abuela era un señor circunspecto en apariencias sociales pero un hombre duro puertas adentro. Dos por tres doña Nacha amortiguaba golpes con la experiencia de años y desde gurisito moquiento José recibió chirlos. El dolor como motor se le fue instalando y naturalizó el frío de las heladas cruzándolas en pata para ir a la escuela o estoico toleró los pinchazos de las rosetas en el campo. La pobreza fue esa piel que lo abrigó hermanándolo con sus amigos de crianza en el pueblo.
-El Gringo no sabe nada.
-Y no. A ese nivel no le va a llegar esto…
-Pero su nombre está en el recibo.
-Si. Alguna responsabilidad le cabe, sí.
-Ta. Con algo me conformo.
A los dieciséis años medía un metro ochenta y su espalda crecía día a día. Pertenecía a un grupo de amigos con personajes heterogéneos aunque muy pacíficos. Por eso fue que Boogie tomó para sí la responsabilidad de ser el titular indiscutido de repartir cascarazos lavando afrentas a sus compañeros.
Cultivó un humor escéptico, rudo, con el que dilapidó el tiempo en la Utu local. La abuela Nacha luchaba contra la pobreza y haciendo malabares consiguió para ir pagando la estadía de Boogie en una Escuela Agraria de Fray Bentos. Entretanto fue habitando en el personaje de su tamaño, llenando con contenido los huecos de su piel y sólo siguió el destino de hacerse temer. Conoció el timoratismo de los lúmpenes con quienes interactuó en los andurriales del trabajo informal y el ‘día a día’ del vendedor ambulante que se atrevió a vender, por decir, cámaras de video truchas allá por Mendoza acampado entre gitanos. O en el mundo del porro, ‘bocas’ traicioneras de prensado paraguayo conviviendo con ‘frula’ y ‘la base’. Supo de su esencia traidora de su clase aunque luego encontró esas mismas miradas mezquinas, esa gestualidad interesada en tenerlo de su lado en gente de diversos estratos sociales porque en sus devenires le tocó entenderse con la miseria y con los miserables.
-Te lo dije: estos se acomodan entre ellos. Por eso yo ando así, solo. No creo en sindicatos ni Justicia ni patrones de buena fe ni en políticos de buen corazón.
-Esto recién empieza, Boogie.
Desde hace unos meses el tema central en las juntadas de mates en el Timbó con mi amigo Boogie el resiliente ha sido sobre cómo ha venido cayendo su economía, su salud. Por un lado tuvo mucha imaginación para hacer arreglar la Dakar 125 que le daba cierta libertad al ir y venir día a día hasta el campamento y regresar a su rancho, con sus perros Luna y su hijo Eros, un perro con la cabeza del tamaño de una pelota de básquetbol y cuando comenzaba a disfrutar de su transformación a 150 cc le atacó una neuralgia del trigémino que ni con tortillas de calmantes lograba contener el dolor en la mejilla derecha, el oído, el ojo, la cabeza… tanto que me mostró la rama del árbol paraíso del fondo y la cuerda con la que se pensaba colgar si hubiera continuado el dolor.
No tenía ni luz eléctrica ni agua en el rancho. Luego de unos desaciertos amorosos no pudo delinear un plan de contingencia y se atrasó en los pagos, en los fiados, y le cortaron los servicios. Había vivido como bicho en el monte, remando la vida en el barro de lágrimas.
Durante su convalecencia de tres meses recibió seis mil pesos como adelanto de su salario y ni un peso más. Nada del seguro por enfermedad.
Superó la dolencia y se internó de nuevo a hachar yendo y viniendo con la cuadrilla de cinco más en el inmenso monte indígena de casi tres mil hectáreas mayormente de espinillos y algarrobos. Al menos una carga de treinta mil kilos por semana se llevaban los camiones de leña entresacada del monte para permitir el paso del ganado angus de deseada genética.
-Alguna plata hacen con la mantención del monte indígena con el no pago de impuestos y encima la cría de ganado. Y la leña es abundante. Nosotros éramos una de dos cuadrillas monteando en El Curupy del Salvador.
El Curupy es la estancia de Jorge Luis Mahilos que tiene una extensión de 6.200 hectáreas de las cuales 2.800 son de monte nativo. Además de las miles de hectáreas de campo natural se le suman 1.200 hectáreas de agricultura donde se hace rotación con pasturas.
Lucas, el administrador de la empresa le admitió telefónicamente a Boogie haber sido “una cagada” aceptar poner en planilla a los trabajadores y al patrón dueño de la empresita de monteo.
La cagada, él debió saberlo, permitía pagar miserias en aportes patronales y que pudieran tragarse los beneficios de los trabajadores.
-Nunca en cuatro años cobré aguinaldo ni salario vacacional ni licencias…ni el seguro por enfermedad.
Y el que figura como patrón es Mahilos. Capaz el hombre no sabe nada pero el que tiene la responsabilidad de resolver esto es él.
-Qué vas a hacer?
-Yo por cuatro años he cumplido mi palabra de no armar lío. Pero ellos no cumplen con lo mínimo. A un muchacho que no llega al año en la cuadrilla el hombre le dio una motosierra. No me pagaron nunca nada. Voy a pedir lo que me pertenece.
En el campamento hubo revuelo al llegar el Inspector de Trabajo. Pudo comprobar todo lo que había denunciado Boogie y advirtiendo civilizadamente que se deberían cumplir con algunas prerrogativas como habitar en casa habitación (en lugar de las asfixiantes carpas de nailon de silo, el piso de tierra, el frío invernal, el mosquiterío infernal, la falta de un excusado decente) para lo que fueron mudados a un rancho casi caído, sin baño pero ahora con guantes y zapatos de seguridad.
Mientras tanto Boogie se enfrascó en laberínticas disputas por whatsapp con un tal César de la Unatra (Unión Nacional de Trabajadores Rurales y Afines) quien no reparó en relativizar el reclamo hasta que se defendió de la inacción diciendo que él estaba en Tacuarembó y que era un sindicato pobre y no podía viajar hasta Villa Soriano.
-Martín Cardozo, del Plenario Soriano del Pit-Cnt, jugó fuerte tocando aquí y allá en la Central. Eso hay que decirlo.
El campamento quedaba a pocos metros del sojal y cuando fumigaban dos por tres el viento les llevaba el sudor de la muerte que hacía olas en el mar verde ante el paso del tractor mosquito.
Buena parte de los montes están en bañados donde abundan las yararás y si nunca hubo una mordedura, un accidente de motosierra o machetazo fue porque todos se cuidan.
-Todo me aguantaba. La comida, los mosquitos, los días solo bajo lluvia torrencial y la soledad que llevaba a escuchar a Cirilo hablando solo en el puesto a una legua. Me aguanté que no me pagaran beneficios ganados, me aguante fríos y calores… Mil cosas.
Pero cuando Eros su perro enfermó y por más vueltas que dio no pudo salvarlo supo que se iría de aquel lugar. Las relaciones estaban tirantes y sospecha que se lo hayan envenenado para que se fuera.
Hizo la denuncia mediante llamadas y luego de ingentes tratativas vía celular comenzaron a aparecer posibles instancias para buscar soluciones mientras se realizaba una inspección. Se habló de que (el Ministro) Murro estaba enterado. Se habló de que Pereira el Presidente de la Central estaba enterado.
-Todo muy lindo pero el poncho no aparece. No viene nadie de ningún sindicato.
Cuando allá a lo lejos se veía la polvareda de la tropa de coronavirus Boogie fue despedido mediante un whatsapp y avisado de que cobraría lo asignado por la empresa en una tarjeta.
-Vos decís que Mahilos puede estar enterado?
Sonríe y se mete en la casita alquilada a un primo porque le sale más barato pagar dos meses de alquiler que hacer convenios de pago en la OSE (agua) y la UTE (electricidad).
Mahilos es una familia de las más ricas del Uruguay: tabacalera y cría de genética Angus es lo más visible. La historia la recuerda por haberle sido robada por los tupamaros -van a ser 50 años en abril próximo- 25.000 libras esterlinas (240 kilos en oro) en lo que fue catalogado como El Robo del Siglo. Los guerrilleros además de lo económico obtenían apoyos por tratarse de un apellido defenestrado por pobres y buena parte de la clase media.
Por estas horas Boogie se prepara para salirle a la changa y seguir en la pelea. En cualquier momento debe ir a Montevideo (pagando todo él para recorrer 300 kilómetros de burocracia montevideana) a entrevistarse con dirigentes del Pit-Cnt y tal vez alguno de la Unatra se le arrime.
Para enfrentar la pandemia de coronavirus en estos primeros momentos de ‘distanciamiento social’ está más que listo. Su mecanismo de resiliencia sigue aceitado, así que ataca:
-Algo va a salir.
Milimétrica escritura que une pasión, corazón y sentimientos pariendo una redacción única que trasciende el tiempo.