Postales del Infierno

Lectura de la novela «No somos una banda» (1991) de Orlando Espósito. Ciencia ficción local que explora un muy probable sino para nuestro ya de por si muy enquilombado terruño argento: un país cuyo interior solo decae mientras las fronteras están plagadas de controles tanto físicos como químicos.

´No somos una banda´, la primera novela de Orlando Espósito (Banfield, 1946), fue publicada por Editorial Grupo Cero a comienzos de 1991. El oficio de escritor en la vida de Espósito estuvo entrelazado con lo profesional entre impresoras, computadoras y una chacra sureña. Sus apuestas narrativas subsiguientes lo condujeron desde la Argentina post-apocalíptica a la novela negra (´El fantasma verde´, ´Los secuestradores´, ´Dejad a los niños venir´) y a relatos publicados en blogs. Con ´escenas de gran realismo en una pesadilla que no da tregua´ y a partir de un interrogante fatal -´¿cómo reaccionaría cada uno de nosotros, sin otra ley que el instinto y la lucha por la propia subsistencia?´-intentamos quitarle el polvo a este singular destello de la ciencia ficción local.

Ciento veintidós páginas. Veintisiete capítulos. Una contratapa: “´No somos una banda´ es una visión estremecedora de lo que podría haber sucedido en nuestro país; tal vez, de lo que está aún por suceder. ¿A qué extremos de salvajismo y barbarie somos capaces de llegar sometidos a presiones extremas? ¿Qué es lo que queda de un Estado, cuando la ineficacia y la corrupción… alcanzan su máxima expresión? Un país sumergido en el caos, habitado por seres en los que la civilización es apenas un recuerdo, se transforma en un mundo distinto… en el que todo ha cambiado: la vida, el sexo, el amor…”.

Y, por supuesto, la situación económica. La cesación de pago de la deuda de los países del Tercer Mundo han llevado al globo al borde del colapso, menos en Argentina donde el colapso ocurrió. Devastado por la hiperinflación, desde hace tres años el país naufraga sin gobierno, sin ejército y sin ley, y con su territorio reducido a la mitad por las invasiones de Chile, Brasil e Inglaterra. “Después de todo –dice el protagonista- era un lejano país, notorio… por su ingobernabilidad. Bárbaros disimulados bajo una fina capa de esmalte para quienes la democracia y las modernas nociones de Estado eran… un exceso…” [II].

El ´linchamiento del Congreso´ fue el punto de no retorno de la revuelta: “Retengo una confusa cronología de los hechos que condujeron a la catástrofe: Los primeros saqueos a supermercados, los cortes de luz programados…, las farmacias sin medicamentos, los discursos oficiales teñidos de sorpresa y preocupación. Nadie se dio cuenta de que algo estaba empezando.” Bandas, o mejor, grupos armados se dedicaron a la depredación. “Comenzó la escasez de alimentos. Se quebró la cadena de producción y distribución. Sobrevinieron los despidos en masa. Los obreros tomaron las fábricas pero nada tenían que fabricar.” Desaparecieron la electricidad y el gas, y emergieron la ira, los rostros enrojecidos y los puños blandiendo armas. “Nada quedó a salvo de la ira, y todos los árboles, todos los postes, todos los monumentos, fueron utilizados para colgar a los funcionarios y a los políticos… imposible saber cuántos eran. Algunos más colgados que otros, pero todos colgados… Me estremece el asco y el espanto de aquellos días. El incendio de la Casa Rosada, del banco Hipotecario, de la Catedral…” [V]. 

El linchamiento instaló la incertidumbre y el hambre, según su memoria siempre oscilante: “¿Qué fue lo que pasó? Me fatiga pensar en el futuro lejano. Es más importante una lata de arvejas… Es más, creo que ya no sabría multiplicar ni dividir. Hasta es probable que no logre recordar las estrofas del Himno Nacional…” [I]. Pero todavía las recuerda       -´Oíd mortales…´, etcétera- y las recordará hasta agotarlas, verso a verso, en el final de cada capítulo impar, como un mantra paradójico que justifica que las acciones que acabamos de leer sucedieron en un territorio que solía llamarse Argentina.   

Los capítulos pares son para Rita y sus dos hijos, Andrés y Federico, quienes emigraron a Francia en un avión como refugiados cuando todavía era posible abandonar el país. Su perspectiva de exiliada contrapone la salida –“Cuando el avión sobrevoló los suburbios vio las columnas de humo y las llamas color amarillo y ocre que brotaban…, las autopistas cubiertas de automóviles amontonados, inmóviles para siempre, muchedumbres reducidas al tamaño de hormigas marchando…” [II]- con el arribo al campo de refugiados en suelo europeo: “La escalerilla daba a una zona demarcada por un vallado tras el cual montaban guardia los soldados… Grandes lámparas de mercurio encandilaban a los recién llegados. Uno tras otro debían ingresar en una casilla donde eran sopleteados con un polvo blanco que olía a DDT. Luego, entraban en el hangar donde cumplían la cuarentena. Un hombre protegido con un barbijo y guantes quirúrgicos les entregaba una ficha que debían completar con datos personales” [IV]. Detrás del olor a desinfectante quedaban la identidad y la pertenencia a un país que había perdido la confianza, la solidaridad y la idea de comunidad, sumido en el ´sálvese quien pueda´.

Rita sufría con sus hijos trabajando en Francia como sirvienta y pensando en reencontrarse con su marido, el narrador de los capítulos impares quien en la desolada Buenos Aires ignoraba el destino de su familia. 

La incomunicación era absoluta. La solución estaba lejos o era ajena: “…las Naciones Unidas habían logrado establecer una zona de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza… Los primeros contingentes de cascos azules fueron desbordados por la multitud y las toneladas de víveres, los kilómetros de vendas y los tambores de desinfectante no alcanzaron para frenar la marea humana… Los soldados… tuvieron que disparar para salvaguardar sus propias vidas.” [XV] Rita seguía el curso aproximado de las acciones por los noticieros. Los videos eran filmados por periodistas “…desde gran altura porque la gente les disparaba como si fueran enemigos.” [VIII] Se veían escenas de carnicería vacuna y humana.

Escapar a ese caos era entrar en ´zonas de cuarentena´, ´áreas sanitarias´, ´campos de embarque´ o directamente irse de la ex capital donde todo era escasez: de combustible, de leña, de carne fresca (de perros), de fósforos secos. El dinero no servía. El asesinato era la moneda de cambio. “Desde que se generalizó la revuelta, la gente no soportaba ser comandada por nadie y los líderes terminaban con una bala en la espalda.” [IX] 

Un día los primeros muertos ´sin marca de violencia´ aparecieron. “Era la peste que mencionaba la radio. Adoptamos estrictas medidas sanitarias. Colocamos… acaroína en la puerta de entrada. Debíamos hundir las suelas en el líquido desinfectante antes de ingresar… Abandonamos el despojo de cadáveres y hervíamos el agua aunque fuera de lluvia.” [XIII] La consigna para todo el grupo que resistía en el centro porteño y, al que se había sumado el narrador, fue ´salir de la ciudad´ como tantos que habían huido al “…campo pensando que obtendrían más fácil lo necesario para vivir…” [IX].

El grupo entonces migra -algunos hacia Uruguay, otros hacia Mendoza donde hablaban de un gobierno provisional. Camino al Tigre se encuentran con otro mundo: “…una aldea de pescadores formada por antiguos vecinos de Vicente López”. Los guardias los hacen retroceder no sin antes contarles cómo obtenían los alimentos. “El río estaba limpio, se había acabado la mugre”. A pocos kilómetros de la ciudad pestilente, el poblado mantenía una vida apacible: “…huertas llenas de almácigos, plantas de tomate y ají, árboles frutales y limoneros… Un par de botes realizaban maniobras de pesca… El río tenía vida, los peces habían sobrevivido al tanino, a las cloacas, al plástico y al petróleo.” [XXIII]

En los capítulos finales la novela roza la esperanza colectiva, aunque deja en conjunto el sabor rancio del cóctel explosivo que fue la transición de los experimentos alfonsinistas a los delirios menemistas y que Rita resume en una frase: “…somos peores que pordioseros. Nos engañaron. Nos dijeron que el nuestro era el mejor país del mundo, que comíamos más carne que nadie, que teníamos los mejores profesionales y técnicos.” [VIII] 

La imagen de tapa, con una lágrima que cae desde un ojo azul o celeste, vibra al ritmo de un cierto llorisqueo nacionalista por la pérdida de valores, de líderes, y por la disolución de una comunidad supuestamente unida -“Una vez quebrada la delgada protección de la sociedad, no hay peor enemigo para nosotros que nuestros congéneres…” [XXIII]- letanía que repite estrofa a estrofa en el final de los capítulos impares un Himno disonante.

La novela de Espósito es todavía hoy un secreto más citado que leído. En 2006 Fernando Reati la incluyó en Postales del porvenir, análisis de la ´literatura de anticipación´ en Argentina entre 1985-1999, junto a títulos como Las repúblicas (1991) de Angélica Gorodischer, El aire (1992) de Sergio Chefjec, La ciudad ausente (1992) de Ricardo Piglia –artefactos narrativos de ciencia ficción que indagaron las transformaciones sociales y culturales que se expandieron como reguero de pólvora al filo del nuevo milenio.

Novelas como ´No somos una banda´ advierten la futura pesadilla en los rescoldos de los años ochenta, atizados por los primeros coqueteos del menemismo. Un factor casi metafísico determina la explosión de este país austral, alejado de los imperios tecnológicos. Una inédita variable financiera dispara la catástrofe cuya fuerza y contundencia nos conecta con la frase de cabecera que el propio Espósito tomó de los ´Proverbios del infierno´ de William Blake, y que es sello para este cierre: “Aquel que desea y no actúa, engendra la peste” [´He who desires but acts not, breeds pestilence´].

Escribe Roberto Lépori

Roberto Lépori [Córdoba, 1976]

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6 Comentarios

  1. Es una novela apocaliptica escrita con gran detalle

  2. Por lo que se vislumbra en la nota, una temática similar a algunos de los cuentos del libro «A la sombra de los bárbaros» de Eduardo Goligorsky

    • Hola Mariano, es una referencia posible y existen muchísimas otras. Espósito reconoce que se inspiró en una novela post-apocalíptica francesa. La dificultad en el ámbito local es que la historia de la ciencia ficción argentina no está escrita ni investigada a lo largo y ancho. Muchas gracias por tu comentario.

  3. Sorprendente relato si tomamos en cuenta la fecha de la obra y los hechos sucedidos posteriormente a su creacion excelente relato de ficcion cada vez mas parecido a la realidad .

    • así es Liliana, si bien Espósito trabajó a partir de una novela que había leído, podríamos decir que su ficción acertó en la proyección sobre la realidad. muchas gracias por su comentario

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