¿Qué esperamos del futuro? ¿Algo puede acomodar las cosas alrededor del amor o no tenemos solución? Houllebecq se especializó en este tipo de preguntas y dio sus respuestas en novelas, ensayos y otros textos, recorridos en esta nota por Lucas Iranzi, con ilustración de Tano Rios Coronelli.
7 de enero del 2015, 11:30 de la mañana, Paris, oficina del semanario satírico Charlie Hebdo. Un hombre enmascarado y armado con un rifle AK-47 aprieta el gatillo. Se suelta el percutor, se enciende el fulminante, se genera una pequeña explosión. El calor se traslada a un líquido gelatinoso con olor a éter. Gases a alta presión empujan la bala hacía el exterior del cañón. Un embolo recoge estos gases y se mueve hacia atrás expulsando el cartucho utilizado. El proceso se repite unas cincuenta y un veces, cincuenta proyectiles atraviesan polímeros, maderas, metales, pieles, terminaciones nerviosas, tejidos adiposos y órganos. Ese mismo día, mediante otra cadencia y otro mecanismo, se distribuye el resultado de adherencias hidrofílicas e hidrofóbicas sobre papel litográfico siguiendo un dibujo determinado mediante una solución de ácido nítrico y goma arábiga. El dibujo se compone de letras, la euritmia de las letras determina un libro, el libro se titula Sumisión.
A las pocas horas el grupo terrorista Al-Qaeda se adjudica el atentado a la redacción del semanario humorístico Charlie Hebdo. Trece años antes, Houellebecq fue llevado a juicio por haber dicho en una entrevista que “La religión más idiota del mundo es el Islam”. Se lo acusó de incitación a la violencia e injuria racial, sin embargo fue absuelto de todos sus cargos. En el libro Sumisión, Houellebecq retrata cómo alcanza la presidencia de París un musulmán en el año 2022 sin uso de la violencia. El autor parece haberse reconciliado con la religión. No solo con el Islam, sino con el conjunto de creencias en si como instrumento para encontrar un cauce en circunstancias sociológicas complejas. Musulmán quiere decir “el que se somete” y en esta historia, esta modificación vital afecta al protagonista de la novela, François, un académico especializado en la obra de Joris-Karl Huysmans, escritor francés de mediados del siglo diecinueve.
Huysmans es un ícono de lo que se denomina decadentismo, su novela A contrapelo es la Biblia de este movimiento. A contrapelo cuenta la historia de un hombre que se aísla para gozar los placeres de su soledad. A través de detalladas descripciones, el materialismo, como el placer estético de materialismos y caprichos, se vuelcan en el texto. Dada la desmesura metódica y detallista de cada apreciación, se establece un recorrido sistemático por una forma personal de interpretar la cultura. La novela podría resumirse como un distanciamiento de los cánones clásicos de apreciación y formación mediante la exacerbación del gusto individual de su protagonista. Se trata de una interpretación de la cultura como un todo, de imágenes e ideas, colores, texturas y modas, un todo de sencilla -y muy personal- perversión.
El vocabulario de Huysmans es tan específico que por momentos pareciera componerse de neologismos. Es inherente tanto a los neologismos como al vocabulario exacerbado cierta connotación elitista. En contraposición a esta lectura, para Houellebecq lo que pretende Huysmans al mezclar vocabularios de diversos ámbitos es la búsqueda de un sentido de igualdad. Se me ocurre un paralelismo: cualquier trabajo posee un léxico que le es completamente propio, si este conjunto resulta excluyente, muchos aspectos de lo que hacemos día a día no pueden ser compartidos, como de hecho no lo son en la medida en que la profesión se profundiza. Huysmans combina estos vocabularios no sólo con la intención de ser específico sino con la pretensión de interrelacionar diversos ámbitos en profundidad. El conflicto inherente a esta búsqueda está dado por una soledad que el progreso hace inevitable al requerir una especialización cada vez más profunda de cada una de sus partes.
“Si la energía de las células deviene independiente, los organismos que componen el organismo total cesan de subordinar su energía a la energía total, y la anarquía que se establece constituye la decadencia del conjunto. El organismo social no escapa a esta ley, sino que cae en decadencia, por el contrario, tan pronto como la vida individual crece desproporcionadamente”
Essais de psychologie contemporaine (1883-1886), Paul Bourget
Contra el mundo, contra la vida.
En Sumisión, Huysmans no solo es el mentado novelista, sino también un personaje más, un protagonista, Houellebecq ya había establecido esta práctica en su primer libro, un ensayo llamado H.P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida. Sobre este ensayo, Houellebecq comenta que fue una especie de primera novela con un solo personaje: Lovecraft y aclara que, como escritor, sólo siguió a Lovecraft al haber <<hecho estallar el marco del relato tradicional>> por la utilización sistemática de términos y conceptos científicos. Más allá de este comentario para mí Houellebecq desarrolla ciertos aspectos temáticos y biográficos de este escritor a través de su propia ficción. Por ejemplo, en el ensayo sobre Lovecraft analiza de forma minuciosa como se configura el racismo del autor norteamericano a través de su obra y, sobre todo, cómo logra transmitir puntualmente una sensación subyacente y humana: el miedo.
El racismo en Houellebecq no aparece en relación al Islam, ya que al tratarse de una religión aquella afrenta pertenece a un conjunto de creencias particulares. El racismo de Houellebecq aparece en relación a la lectura que hace del mundo moderno. En este sentido la lectura, por más violenta que sea, llama a la reflexión.
Ampliación del campo de batalla
En Ampliación del campo de batalla (1994), su primera novela en términos tradicionales, se narra la historia de un informático y, a través de sus ojos, se asiste al proceso de estandarización de las emociones mediante la instauración de ideas comunes, mal interpretadas y exageradas. Se construyen, entre los otros y el protagonista, distancias ineludibles. Incluso en relación al sexo hay un profundo desprecio. Durante toda su bibliografía Houellebecq desarrolla una relación ciclotímica con el sexo, yendo de la castidad a la sexopatía, enarbolando diálogos entre obsesiones particulares. Luego de un primer ensayo en donde la repugnancia hacia la vida cotidiana es manifestada mediante el eco misántropo y escapista de Lovecraft, esta noción deviene novela realista con numerosas aristas autobiográficas y un sentido del humor peculiar: el informático que protagoniza esta primera novela escribe fábulas de animales en su tiempo libre. En su literatura, Houellebecq le reserva sólo a los animales (y fundamentalmente a su perro) las alegrías que no se permite a sí mismo.
Las partículas elementales
Aislado y desencantado, Houellebecq intenta huir a través de esas pequeñas grietas que dibujan estas vidas ajenas. En sus textos se puede leer una recomendación sucinta para cualquier escritor: Escuchar, prestar atención, estar atento a los detalles. Su primera novela era una publicidad de su vida interior y los excesos autobiográficos pronosticaban un éxito pasajero. Necesitó crecer, indagar y para hacerlo, incapaz de salir de sí mismo, se disoció en puntos de vista. La castidad no difiere de la promiscuidad, son exageraciones, lecturas parciales y acotadas. Para su segunda novela, Las partículas elementales (1998), la ciclotimia sexual del autor es representada en dos personajes, dos hermanastros, uno promiscuo y vulgar, el otro asexuado y bioquímico.
El bioquímico le da carnadura a las ideas positivistas de August Comte mediante una asociación progresiva, derruye la burocracia positivista y su consecuente especialización, para encontrar nuevas formas. El desarrollo técnico de una teoría particular atraviesa el panorama desolador representado mediante una comprensión oblicua, algo parecido al amor.
“Las formas de la naturaleza(…)son formas humanas. Es en nuestro cerebro donde aparecen los triángulos, los entrelazamientos y los ramajes (…) En medio de nuestras creaciones, creaciones humanas, comunicables a los hombres, nos perfeccionamos y morimos. En medio del espacio, el espacio humano, tomamos medidas; con estas medidas creamos el espacio entre nuestros instrumentos(…)En ese espacio al que tanto temen (…) los seres humanos aprenden a vivir y a morir; en medio de su espacio mental surgen la separación, el alejamiento y el sufrimiento. Sobre esto hay muy poco que decir: el amante oye la llamada de su amada a través de océanos y montañas; a través de océanos y montañas, la madre oye la llamada de su hijo. El amor une, y une para siempre.”
Las partículas elementales. Michel Houellebecq
Esta ilusión, este artificio construido desde múltiples aspectos llamado amor, tiene un virus, el virus de la competencia genética, estímulos externos, visuales y conceptuales que nos conducen al sexo con parámetros establecidos y a la necesidad de competir en términos monetarios. Las partículas elementales concluye que el sexo será eliminado como forma de reproducción y todos los conflictos se verán extinguidos. El sexo seguirá cumpliendo con su función hedonista y la raza humana sólo será reconocida como escalón para encontrar una forma consecuente y evolucionada de existencia.
Lanzarote
La glándula mamaria de un animal adulto y una combinación nuclear entre una célula donante diferenciada y un óvulo no fecundado dio origen a un virulento debate ético en el año 1996. El resultado conseguido en Edimburgo, Escocia, fue una oveja llamada Dolly y fue dada a conocer públicamente siete meses después de su nacimiento. El debate sobre la clonación humana comenzado en los sesenta, adquirió una nueva relevancia. En noviembre de 1998, fue creado el primer clon humano híbrido, se extrajo el núcleo de una célula de la pierna de un hombre y se insertó en el óvulo de una vaca, la célula híbrida se cultivó y se convirtió en un embrión. El embrión fue destruido después de 12 días.
Esta rápida evolución requirió una flexibilidad moral que las creencias tradicionales no poseían, en este hiato sectas como el movimiento raeliano aprovecharon para hacerse un lugar desde la provocación directa. En el año 2002, la compañía raelina Clonaid anunció su intención de clonar un ser humano por primera vez en la historia. Debido a los problemas legales inherentes a la demostración de este “logro”, la organización no ha presentado prueba alguna de su proeza. Influenciado por el caso, en la nouvelle Lanzarote, Houellebecq justifica cómo es que esta trascendencia encuentra su cauce mediante sectas New Age. Según el escritor, más allá de las ideas comerciales y manipuladoras de estos movimientos, está la angustia de personas cuyo conjunto de creencias heredado resulta insuficiente. En esta nouvelle realiza un experimento acotado, circunscribiendo la problemática a un sólo destino y limitándose al turismo primermundista, sin intercambio alguno con el mundo de los pobres. La variante turística surge como una excusa para atravesar culturas y encontrar al ser humano en su ocio, una oportunidad para generalizar sobre diferencias, placeres y poderes.
Plataforma
Su siguiente novela, Plataforma, expande el panorama. El sexo se vuelve sistemático y confluye con el dinero, Houellebecq desarrolla una distopía acotada a los límites de un negocio: Una agencia de viajes en donde se garantiza la libre actividad sexual entre los turistas. El turismo sexual es el desencadenante, donde se explicita, sin atenuantes, el poder del capital sobre el sexo vernáculo y detrás de esta concatenación de ideas e intereses, los personajes, profesionales primermundistas, se asocian y desarrollan relaciones en procura de un beneficio.
“-Eso es lo maravilloso de ti: te gusta dar placer. Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menor atracción hacia el cuerpo de los demás.”
Plataforma, Michel Houellebecq
Ensayos y amistades literarias
En el ensayo Aproximaciones al desarraigo, Houellebecq escribe que los occidentales se encuentran atiborrados de deseos, aturdidos por una publicidad que les reclama competencias y lucha, creen necesitar constantemente, desear y ser deseados. Minados por la obsesión cobarde de lo politically correct, pasmados por una marea de pseudoinformación que les proporciona la ilusión de una modificación permanente de las categorías de la existencia (ya no se puede pensar lo que se pensaba hace diez, cien o mil años), los occidentales contemporáneos ya no consiguen ser lectores; ya no logran la humilde petición de un libro abierto: que sean simplemente seres humanos, que piensen y sientan por sí mismos (…) Con mayor motivo, no pueden desempeñar ese papel frente a otro ser (…) cada cual, movido por una dolorosa nostalgia, continúa pidiéndole al otro lo que él ya no puede ser; cada cual sigue buscando, como un fantasma ciego, ese peso del ser que ya no encuentra en sí mismo. Esa resistencia, esa permanencia; esa profundidad. Todo el mundo fracasa, por supuesto, y la soledad es espantosa.
La revolución sugerida es apartarse por unos segundos del devenir y quedarse inmóvil.
En este juego en el que Houellebecq arma los escenarios, el mismo Houellebecq está entrampado: los escenarios están circunscriptos a una apreciación subjetiva que tiende a la generalización y, aunque por este mismo motivo resulte detestable, sus observaciones se sienten precisas. La conciencia resulta una prisión en la medida en la que está condicionada por deseos y estos deseos se desencadenan mediante la estimulación publicitaria de cada uno de nuestros sentidos. Oímos, olemos, vemos y sentimos una necesaria insatisfacción. Lo inabarcable se manifiesta fascinándonos y arrinconándonos.
El marco de este cúmulo de deseos tiene una base estadística, relaciones específicas que condicionan a una mayoría. Cada clase social tiene sus productos, sus programas preferidos, sus preferencias estipuladas y estos gustos y asociaciones culturales le proveen, a su vez, el acceso al ámbito que le corresponde. La personalidad como manifestación irrepetible se vuelve incomprensible, pierde su lugar. Vivimos en un mundo en el que cada cual tiene, y debe tener, su norma y su nicho.
“Hay que vivir a 800 por hora y morir inmediatamente después, el cerebro esparcido como esperma contra el capot del auto. Ser un meteorito insaciable del que nadie puede sacar ningún provecho (…) La decadencia no sólo es una búsqueda de redención: es sobre todo un modo de vida.”
Un texto pasado de moda, Frédéric Beigbeder
Esta capacidad para conminar a cada uno a su círculo no se puede desarrollar sin una sutil e inquietante capacidad persuasiva. Observemos la rebeldía del rock, su energía catártica y la nula inferencia que éste posee frente a las decisiones vitales de la mayoría. Jóvenes, adultos y viejos, saltan, gritan, se emocionan en masa, recibiendo la violencia inapelable de unos graves que retumban en el pecho. Extasiados, satisfechos, vuelven a su casa, se conectan con sus celulares, una televisión de fondo, un portal de noticias y algunos chimentos al pasar. Ahora a descansar, a dormir (o no), en todo caso, mañana hay que trabajar. Los músicos también reciben su paga, guardan sus instrumentos, siguen con la gira, los más afortunados, los menos se van con la sencilla satisfacción de haber dado un buen show.
Frédéric Beigbeder es un publicista que devino escritor contemporáneo de afamada amistad con MH y, sin hacer apología de métodos más violentos de rebeldía, denota la capacidad de persuasión que posee esta singular y metódica segmentación de los gustos. Esta excitación puntual de los sentidos, describe cómo productos y consumidores irán siendo reemplazados al ritmo de las modas. El concepto prevalecerá forjado en la genética, la necesidad biológica de sobrevivir, de mantenerse vigentes o, al menos, con vida.
“Vivimos en el primer sistema de dominio del hombre por el hombre contra el cual incluso la libertad resulta impotente. Al contrario, su mayor logro consiste precisamente en apostar fuerte por la libertad. Cualquier crítica le da protagonismo, cualquier panfleto refuerza la ilusión de su dulzona tolerancia (…) El sistema ha alcanzado su objetivo: incluso la desobediencia se ha convertido en una forma de obediencia.”
13´99 euros, Frédéric Beigbeder
Para mi Houellebecq dialoga con estas ideas desde la vereda opuesta. Hay en la descripción de la resignación ganas de dejar claro qué es la resignación y, una vez delineada la idea, inquietarla. Houellebcq retrata aspectos de una realidad contemporánea buscando una calidez humana. Aunque no la encuentre, en su tarea como escritor está la búsqueda. Es necesario salirse del marco. Esta idea excede lo que se entiende por misantropía en su trabajo. En el interior de sus novelas, el humano detestado es el humano como producto socio tecnológico, inseguro, cobarde y violento. Entiende que en el mundo actual pareciera ser éste el humano que tiende a sobrevivir. El mismo humano que olvida con facilidad que la corrección política puede desdibujarse fácilmente volviéndose funcional a una industria desoladora. Este condicionamiento industrial tiñe la verdad, volviéndola un caldo de cultivo de complacientes y tristes hipocresías.
La vitalidad del hombre se presenta aterida por la discordancia de una interacción social vacía y esa búsqueda del amor enunciada en Las partículas elementales se va transformando en algo inasible dentro de un mundo cada vez más cuántico/disminuido en lo que se refiere a emociones. Los vacíos se expanden y, para Houellebecq, en dónde las feministas hallan sexismos, no hay más que la más pura expresión de una misantropía inherente a lo contemporáneo. Por ejemplo, con respecto a una pornografía excesivamente violenta para con la mujer, en la crónica ¿Qué buscas aquí?, Houellebecq cita a una amiga que le advierte que “Para reafirmar su potencia viril (…) el hombre ya no se conforma con la simple penetración. Se siente constantemente evaluado, juzgado, comparado con los demás machos. Para librarse de ese malestar, para llegar a sentir placer, ahora necesita golpear, humillar y envilecer a su compañera; sentirla completamente a su merced. Por otra parte, este fenómeno empieza a observarse también en las mujeres.”
Por lo tanto, si hemos perdido el valor del acto sexual diluyendo la idea de amor en su representación física y degradante, no hay más esperanza. La decrepitud es una preocupación mayor, la clonación una esperanza ambigua y el sexismo una problemática que alcanza al ser humano como tal: Este no es un mundo fértil para un amor cálido, mutuo y superior.
“(…) los adeptos al sadomasoquismo veían en sus prácticas la apoteosis de la sexualidad, su forma última. Cada cual estaba encerrado en su cuerpo, plenamente entregado a sus sensaciones de ser único (…) Está la sexualidad de la gente que se ama, y la sexualidad de la gente que no se ama. Cuando ya no hay ninguna posibilidad de identificación con el otro, la única modalidad que queda es el sufrimiento… y la crueldad.”
Plataforma, Michel Houellebecq
En el ensayo Anti-Matter: Michel Houellebecq and depressive realism, Ben Jeffery se aproxima a la obra de Houellebecq entendiendo que hay algo triste e inevitable en toda aproximación a la verdad: El reconocimiento de ese cúmulo de defectos que afrontamos día a día. Esa mirada implacable proyectada por todo este mundo resulta en una parafernalia abyecta e irrisoria. Por esto mismo, Jeffery entiende que la lucidez y la salud mental no van de la mano. Desde mi punto de vista, el trabajo de Houellebecq pareciera, no sólo asumir que la verdad se reviste de una profunda amargura, sino que debemos sostenerle la mirada, enfrentarla, encontrar la forma implacable de contrarrestarla.
“-Soy racista…-dijo alegremente-. Me he convertido en un racista… Uno de los primeros efectos de viajar es que se refuerzan o crean prejuicios sociales, porque ¿cómo nos imaginamos a los demás antes de conocerlos? Idénticos a nosotros, por supuesto; y sólo poco a poco nos damos cuenta de que la realidad es ligeramente distinta (…) El racismo parece caracterizado, al principio, por una mayor antipatía, un impulso competitivo más violento entre machos de raza diferente; pero su corolario es el aumento del deseo sexual por las hembras de la otra raza. Lo que está realmente en juego en la lucha racial (…) no es ni económico ni cultural, sino biológico y brutal: es la competencia por la vagina de las mujeres jóvenes.”
Plataforma, Michel Houellebecq
A medida que la agencia de viajes de Plataforma se expande y cruza fronteras se encuentra con la represión de los países musulmanes. Éste encuentro irá desde el desprecio hacia la más pura confrontación y la confrontación se dará en un momento de calma, de amorosa aceptación. Houellebecq ofrece una nueva negación de la paz, de la concordia, una nueva ampliación del campo de batalla. Recordemos que a partir de este libro se realizaron las entrevistas en las cuáles declaró las frases que lo llevaron a juicio.
El problema puntual que Houellebecq señaló en Plataforma es que el Islam tiene un carácter unívoco más pronunciado que el catolicismo. La solución católica a esta disyuntiva fue establecer la santísima trinidad. En cambio el Islam, para él, no desarrollaba capacidad de abstracción. Por ende, esa otrora fuente de desolación reducida al combo sexo y dinero, se vuelve fuente de seducción que puede invadir el campo de la creencia y volverla inerme.
(…) No le cabía duda, el sistema musulmán estaba condenado a la extinción: el capitalismo era más fuerte. Los jóvenes árabes sólo pensaban en el consumo y en el sexo. Por mucho que a veces pretendieran lo contrario, su sueño era sumarse al modelo norteamericano: la agresividad de algunos sólo era consecuencia de una envidia impotente; afortunadamente, cada vez había más que le daban abiertamente la espalda al Islam.”
Plataforma. Michel Houellebecq
Esta idea cambia en Sumisión (2015), en donde pronostica que, al darle una importancia superlativa a la educación y a la demografía desestimando las variables económicas, el Islam tiene la posibilidad de propagarse con suma rapidez por toda Europa. El mundo de Plataforma (2002) se encontraba entre la vida capitalista cuyo exacerbado individualismo conduce a la desazón y una alternativa mística nacida en el odio. Para continuar con su derrotero, Houellebecq buscó alternativas, negaciones absolutas, ofrecer una alternativa a la vida en todas sus facetas constituyendo una oposición permanente. Una agudeza extrema de la percepción sensorial que se encuentre a punto de provocar una completa alteración en la percepción filosófica del mundo. Lo que Houellebecq denomina poesía.
La posibilidad de una isla
Para Houellebecq, en H.P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida, la novela se diferenciaba de la poesía al tener la necesidad de ofrecer una imagen exhaustiva de la vida, al deber aportar una nueva <<iluminación>>. Según él, un novelista no debía hacer caso omiso de nada, sexo, dinero, ideología, distribución de la riqueza. Todo debía encajar en una visión coherente del mundo. Al tratarse de una tarea humanamente imposible, el resultado era casi siempre decepcionante. Encontrándose en un punto álgido de su oficio como escritor Houellebecq, en el año 2005 intenta una nueva retroalimentación, la contradictoria incorporación de la poesía a esta visión. En estas condiciones surge La posibilidad de una isla.
Esta novela trata sobre la confrontación con la idea de finitud o, en su defecto, con la idea de trascendencia. La búsqueda de paz e inmortalidad vislumbrada al final de Las partículas elementales encuentra su continuación orgánica. Camuflada a través de un interesante juego poético, la ciencia logra prolongar la conciencia de su protagonista a través de siglos. Los recuerdos luminosos de lo finito relampaguean como una fuente de efímeras felicidades y contundentes tristezas. Los datos pueden configurar una eternidad pero no sin sacrificar lo que hay de humano y bello en cada momento, como el significado de cada recuerdo en carne propia. La idea de belleza comienza a asimilarse a través de movimientos puntuales, como así también lo erótico, se trasciende la textura de una superficie para indagar en la configuración de un presente y ese presente se deteriora con el tiempo.
La posibilidad es el amor, y la novela es el mapa de una moderna desviación. Encadenado al deseo, el autor se equivoca, se desvía del camino de un amor real, persigue uno artificial y sumamente sensual. Una forma de huir de la idea concreta de decrepitud. Todo cuerpo humano decae, toda vida pierde su vitalidad. Todos vamos a morir. Por esta razón el protagonista es un comediante cuya carcajada es la carcajada de Houellebecq, carcajada que retumba en los espacios insospechados del tiempo, en el reflejo siniestro de la eternidad y del vacío.
Las novelas de Houellebecq no son la manifestación de una filosofía concreta sino la incorporación de ciertas reflexiones a una realidad imaginada. Detalles autobiográficos decoran con su realismo una proyección determinada de contrastes, un caleidoscopio parecido a la existencia y a las distintas formas de la desazón. El dulce sonido de una reflexión no basta para amortiguar la pérdida, no sólo de los momentos, sino de toda relación y, fundamentalmente, la de su perro. En la obra de Houellebecq hay pocas cosas más importantes que su perro.
El mapa y el territorio
En El mapa y el territorio nos encontramos con todos los tópicos de Houellebecq disociados. Jad Martin, un artista contemporáneo es el protagonista y Michel Houellebecq se vuelve personaje. Una trama criminal y la descripción minuciosa del ámbito del arte contemporáneo dialogan en perfecta sintonía con el sinsentido del autor como figura pública. Consecuencia ineludible de la fama, sus novelas, obligadas a comprender el mundo tal como él lo ve, le devuelven la mirada. Una fina capa de ironía recae sobre el agotamiento de las formas artísticas en un mercado saturado y sobrevaluado. Ubicado en las antípodas del mundo artístico se encuentra el detective anatemizando esa anticuada simplificación según la cual no hay forma de ser inteligente y no captar la profunda decepción del porvenir, el vaciamiento del alma humana, la tragedia de la identidad y la muerte del arte en general. El detective está para garantizar que sigamos en pie o que, al menos, se siga produciendo y el arte es un producto.
En el año 1991 el publicista Charles Saatchi le ofrece a Damien Hirst pagarle por cualquier obra que estuviera dispuesto a hacer. En el océano pacífico, cerca de la costa australiana, el miedo navega en la forma fría de un tiburón tigre, con la necesidad de moverse para respirar, se hunde en la negrura del mar, cae en la noche debajo de los peces. Entre corales y extrañas formaciones algo se mueve. Algo se modifica. La luciferina sufre una oxidación en millones de algas bioluminiscentes tiñendo de rojo el mar. En la opacidad ocular del escualo: el azul distante, el turquesa coralino y el rojo tóxico son la cromatografía de su vitalidad. Muerto, petrificado en aldehído fórmico, viaja de museo en museo. Sus células se descomponen. Errores en el mantenimiento. El tiburón tigre original es reemplazado por uno nuevo. La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo es el nombre de la obra del artista Damien Hirst, el nombre de un pescado contenido en un tanque de formol con la boca abierta.
En una brumosa relación con la muerte, el artista descripto por Houellebecq, el protagonista de su novela, llamado Jad Martin desarrolla obras con cierta singularidad gráfica. Estas obras parecieran transcribir aspectos visuales que las ideas de Houellebecq han ido desarrollando en cada uno de sus libros. La manera occidental de lidiar con la muerte se constituye de una profunda negación. Un entierro de la presencia. Diferentes rituales son enumerados a lo largo del libro como formas de extender esa presencia que ha devenido ausencia, lo que MH denomina asumir la realidad física de la muerte. No sólo todo organismo sino también toda civilización, toda tecnología decae, se vuelve reemplazable. El arte y su trascendencia se recrean como forma de escape, proyección en el futuro y el anhelo de que su personaje se vuelva alguien relevante a través del tiempo forma parte de la honesta intención del autor. El mundo del Mapa y el territorio sigue siendo tan poco promisorio como siempre, pero sus personajes manejan una dignidad íntima y personal.
Sumisión
El clima de Sumisión es por momentos apocalíptico, en este apocalipsis, Houellebecq retoma su relación con el Islam pero en esta ocasión pareciera buscar una reconciliación. Digo pareciera porque si bien distingue a los fundamentalistas de las posturas reaccionarias del musulmán que efectivamente alcanza el poder, recalcando sus ideas concretas y su mesura, es difícil no observar cierta manipulación mediática. Estas formas enfrentadas dentro de su microcosmos narrativo no son más que la tentativa de evolucionar. El positivismo es criticado mediante su representación pero abrazado en su frívola naturaleza conclusiva.
“(…)A partir de un subconjunto de medidas se puede definir una historia, lógicamente coherente, de la que en cambio no puede afirmarse que sea verdadera; simplemente, puede sostenerse sin contradicción (…) Tú tienes conciencia de tu yo; esta conciencia te permite emitir una hipótesis: la historia que eres capaz de reconstruir a partir de tus propios recuerdos es una historia coherente, que justifica el principio de narración unívoca.”
Las partículas elementales. Michel Houellebecq
Esta cita establece las condiciones de una cohesión estética que puede confundirse con un pronóstico pero cuya gracia reside precisamente en esta ilusión. Las realidades acotadas, autobiográficas, manipuladas de Houellebecq se componen de pequeñas verdades interceptadas al vuelo y estas verdades tienen más que ver con la naturaleza humana que con la construcción de una filosofía peculiar, una ideología absolutista o una postura nacionalista en contra del multiculturalismo. Y cuando hablamos de naturaleza humana, hablamos de la naturaleza del propio Houellebecq. Lo que recorremos al recorrer su singular obra, son pequeñas y grandes contradicciones dialogando a través de repeticiones. Vemos a los personajes viajar, emigrar, abandonar una y otra vez. Vemos a los protagonistas hundirse en apatías vacías, perder la sexualidad, perder el interés en cualquier actividad. Por último y en general, el abandono de la realidad para perderse en el campo abstracto del arte, ya sea en el estudio como en la creación del mismo. Tengamos en cuenta que Houellebecq no ha dejado de escribir, actuar, no ha dejado de exponerse a la mirada ajena y hay en esta actitud, siempre, el deseo megalómano de pervertir esta mirada. De conciliar con ese antiguo postulado que versa que el arte puede cambiar el mundo. He aquí, su redención. Y es tan poco humilde que ni siquiera se oculta: en Las partículas elementales ya enunciaba que ser brillante, combativo, de mentalidad pragmática y flexible a la vez son las bases de un extraordinario agitador de ideas.
Las criaturas abisales de Lovecraft aguardan al costado del tiempo, establecen redes conspirativas, trastornan pueblos enteros mediante una siniestra influencia. Las monstruosidades de Houellebecq llevan turbantes e irán horadando su ficción como las criaturas del cuento del escritor norteamericano: El que susurra en la oscuridad. Poco a poco, ya sea desde la violencia como desde la mesura, irán instalando sus ideas. Por esto mismo Houellebecq en las entrevistas acompaña con su propia voz el discurso de su futuro soñado y en los entresijos se sospecha que detrás del pronóstico se oculta una amenaza. Amenaza que el espectro reaccionario sabrá leer a través de una de las sensaciones más primigenias y esenciales: El miedo.
Quizás la obra de Houellebecq, más allá del ingenio particular de cada novela, genere empatía desde el aspecto más chabacano y superfluo de la norma: el placer pornográfico, las fantasías concretadas, los excesos capitalistas, la opulencia clasista. Todas las variantes del egoísmo exacerbado y la manifestación del placer acomodaticio. Desde cierta superioridad intelectual, Houellebecq comulga con ciertos aspectos de la mediocridad. El escritor también es un incitador de deseos. No se trata de un crítico ajeno al mundo que describe sino de un activo partícipe. Quizás la fantasía antropológica denote cierta ilusión de superioridad y nos incite a ver a un personaje como un objeto de estudio. Esto degrada tanto al personaje como a quién lo estudia. Degrada la naturaleza profunda que se procura observar privilegiando una superioridad relativa, constituida desde el temor a ser consumidos por el fango de la mediocridad. Por el fango de aquellos que se observan con tanto interés y algún orgullo personal se da el lujo de juzgar, de volverlos (y volvernos) fango.
Alejado de los intereses del dinero, apenas vinculado con sus intereses sexuales, apático e influenciado por avatares políticos e inevitables, el protagonista de Sumisión, François se sumerge en una parodia de los medios de comunicación y las agencias de inteligencia. Información que parece exclusiva, se comparte a través de ámbitos. A su vez, el feminismo se ve condenado por cuestiones demográficas, la misoginia inherente al Islam triunfa. Esta contradicción en donde el liberalismo se enfrenta a sus propios límites inclusivos es una especialidad de Houellebecq, enfrentar el multiculturalismo con el feminismo hablan de su facilidad como provocador. Al respecto, en el libro Enemigos Públicos, que recoge mails escritos con el filósofo Bernard Henry-Levy, aclara:
“La fuerza que en mí podría desempeñar ese papel de socialización es bien distinta: mi deseo de desagradar encubre un inmenso deseo de gustar. Pero quiero gustar por mí mismo, sin seducir, sin ocultar lo que puedo tener de vergonzoso. Puede que me haya entregado a la provocación; lo lamento, porque no es ése mi carácter profundo. Llamo provocador a quien, independientemente de lo que pueda pensar o ser (…), calcula la frase o la actitud que provocará en su interlocutor el máximo desagrado o molestia; por supuesto, a quien aplica el resultado de su cálculo. Muchos humoristas, en los últimos decenios, han sido provocadores notables (…) Al contrario, hay en mí una forma de sinceridad perversa (…) No deseo gustar a pesar de lo que tengo de peor, sino a causa de lo peor que tengo, llego hasta desear que mi peor parte sea lo que se prefiera en mí.”
Enemigos públicos. Correspondencia entre Michel Houellebecq y Bernard Henri-Levy
En los albores del decadentismo la literatura se enfrentaba al conocimiento positivo del mercado editorial y a la franca competencia de donde había que rescatar la idea del arte por el arte de las garras de una mayoría que podía condicionar los contenidos. Ante esta amenaza nace una rebeldía absoluta y nihilista que se expande a través de los géneros y a través del humor. Combinando nigromancia, vodevil y estudios analíticos, se apunta directamente a cualquier noción de saber sin discriminar, por el sólo placer de atentar contra la idea de éxito, fama, popularidad, raciocinio y esa efímera noción de “buena literatura”. Sin embargo es curioso cómo el decadentismo se ha ocultado bajo la piel de escritores de best-sellers como Houellebecq, señal inequívoca de que ha sido, de algún modo, digerido por las masas e incorporado a su acervo. Aunque también se podría distinguir otro guiño.
Detrás de tanta desolación, de tanta crueldad, de tanta apatía, el francés parece estar queriendo salvaguardar una íntima esperanza que quizás se muestra en su reflexión con respecto a una vida dedicada a las letras: “Confieso que albergo dudas sobre si es una buena vida, una vida bella. ¿Qué vida es la de quien no puede dar tres pasos sin tomar su libreta de apuntes? ¿La de quien trabajando sobre un texto llega al cabo de unas horas a tal estado de agotamiento nervioso que sólo puede aliviarlo ingiriendo varias botellas de alcohol? (…) Por otro lado, hay en todo esto un elemento ineluctable; y, en esto coincidimos, uno está muy cerca del amor. Me acuerdo de aquella entrevista con Patricia Highsmith en la que el periodista le preguntaba qué sería de su obra si por azar volvía a enamorarse, a enamorarse locamente. Ella guardó silencio unos segundos y después sonrió y contestó suavemente: <<Pero ahí, señor, no podemos hacer nada. Absolutamente nada>>”