Tras recibir una serie de explicaciones por parte de hombres, la autora de esta nota reflexiona acerca de cómo la humillación ante la falta de conocimientos (real o imaginaria) se impone un dispositivo de poder que termina por colocar a las mujeres en un rol de receptoras pasivas ante el saber. Ilustración: Cindel García.
Llovió cuatro días seguidos. Sin aislamiento, aunque llueva salimos para trabajar, para hacer trámites. Pero ahora la premisa es quedarse en casa y está bien que así sea. Toda esta introducción es para decir que, al quinto día (triunfalmente soleado) realmente necesitaba salir y ver gente.
Me encontré con una amiga en el parque. Hablamos mucho. Se hizo de noche, la primera noche sin lluvia después de cinco días. La decisión fue mutua: ir a tomar una cerveza.
En nuestras bicis pedaleamos hasta el primer bar que nos gustó y ahí fuimos a pasar la noche de sábado. Estábamos dejando las bicicletas en un lugar cuando un hombre, sentado en una de las mesas y escrutándonos, nos explicó que así como estábamos haciendo no, que era mejor ponerlas apoyadas en el árbol. Y nosotras obedecimos. No sé qué pensó mi amiga, no le pregunté. Pero yo pensé: claro, qué tonta. Ni siquiera consideré que la ubicación que nosotras habíamos elegido también era correcta.
Cinco minutos pasaron hasta que nos interrumpió el siguiente hombre. Nosotras en nuestra conversación (y quiero aclarar, privada) nos preguntábamos si el bar habría abierto a raíz de la pandemia. No, nos interrumpió él, este es un lugar mítico de la ciudad, el sonido de adentro es de no sé qué y qué se yo. Nos explicaba como si fuéramos niñas. Mi amiga me dijo en voz baja que era raro que nosotras, que nos gustan el tipo de lugar descripto por el hombre de al lado, no lo conociéramos. Pero asumimos directamente que era así, que no lo conocíamos. Ahora, escribiendo esto, googleo el nombre del lugar mítico que nos enseñó este hombre. No existe.
Dos sucesos de igual cariz en cinco minutos. Hasta ahora nunca había pensado profundamente en esto. Claro que sí en los hombres que se muestran superiores por su saber o en las explicaciones paternalistas por parte de hombres desconocidos. Pero nunca me había dado cuenta de que yo, de entrada, asumo que la posición masculina es la correcta. Quiero decir, soy una mujer a la que le gusta mucho saber cosas, me divierte, me interesa conversar respecto de ellas. Estudio y leo siempre que puedo. Es bastante claro que me gusta reflexionar y analizar situaciones, digo si tenemos en cuenta las pocas líneas escritas hasta ahora. Pero, ¿cuántas veces en mi vida yo fui tonta?
La problemática de los hombres explicando cosas a mujeres ya está bastante explorada. El conjunto de ensayos “Los hombres me explican cosas” de Rebecca Solnit analizaron esta cuestión en profundidad. Sin embargo, no por ser un tema explorado deja de ser actual e, incluso, urgente, seguir desentrañando de qué se trata.
El término que se ha acuñado para la necesidad del hombre de explicar algo a una mujer, asumiendo que no lo sabe simplemente por su género, es “Mansplaining”. A mí, particularmente, me parece un poco reduccionista porque deja de lado una gran cantidad de aristas. Porque quiero decir, no solo ellos explican, sino que también nosotras aprobamos esa explicación.
Pienso fundamentalmente en algo que, a fines prácticos, voy a llamar “monopolio masculino del saber”. Es esa seguridad que tienen los hombres sobre sus palabras, sobre sus saberes, y es la posición en que nos colocamos nosotras también como receptoras pasivas de ese saber. Ahí está el punto.
Yo soy mujer y estudié Historia, pero todos los hombres que quisieron explicarme acontecimientos del pasado, no solo se sintieron autorizados para hacerlo, sino que se sintieron seguros. No importa cuántos años estudié, ellos igual me explican qué fue la Guerra de los Siete Años y yo escucho. A veces también me ponen a prueba y me preguntan fechas que no sé: “A ver si sabés esto, ¿en qué año San Martín se subió a un caballo por primera vez?”. Nunca una mujer tuvo esa reacción hacia los saberes que construí en base a mi disciplina. Nunca.
Entonces, recapitulando, esa noche de sábado no me sorprendió tanto que los hombres me explicaran cosas, sino que yo, por primera vez me di cuenta de que, de una, asumí que ellos tenían la razón. Incluso siendo una feminista declarada y comprometida, asumí que su razón era mejor que la mía. No tengo problemas con que alguien sepa más que yo, que no se malinterprete. El problema es cuando ese saber (real o imaginario) se convierte en un dispositivo de poder.
Me pregunto, como ese sábado, cuántas veces fui tonta, fui humillada y avergonzada por no saber algo (o me hicieron creer que no lo sabía), y eso operó como un castigo y un candado para cerrar la boca de una vez. El mecanismo de la humillación es más fuerte de lo que creía.
La universidad como espacio privilegiado del poder
Como espacio del saber, desde ya, la universidad. Nombro una experiencia personal. Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras. A mis veinte años, tenía que rendir un final. Entré a rendir con un diez de promedio. Me fui con un cuatro. El profesor que me tomó el final, no solo me hizo preguntas incontestables sino que también me humilló frente a sus pares hombres y, quiero aclarar, adultos mayores. Frases del estilo: “¿vos socializás? Porque si hablás con tus amigos lo mismo que hablás acá, no debés tener ningún amigo” resonaron en mi mente durante años y me hicieron callar la boca a posteriori, cuando creía saber algo pero mejor no opinaba porque no, quizás no lo sé tanto como creo.
Ese hombre me puso un cuatro y fui descalificada por mi falta de conocimientos (sobre temas que ni siquiera eran parte del programa de la materia). Pero yo había ido a rendir con un diez. Me había sacado nueve en un parcial y diez en el otro. Cuando terminó la cursada el profesor que calificó mis parciales, empezó a seguirme en absolutamente todas las redes sociales, hasta en la aplicación de Nike para correr. Y se abrió así el interrogante: ¿sabía yo realmente sobre la materia como para merecer esa nota o a este hombre solo le gustaban mis tetas?
Nunca me sentí tan tonta.
Esa experiencia fue traumática y me marcó a fuego, como a aquellas brujas del siglo XVI a las que se buscaba aleccionar (salvando las distancias). Seguro que más de una se identifica con la situación descripta. Y si somos muchas las que pasamos por algo así, ¿hasta qué punto este monopolio masculino del saber no actúa como un dispositivo de control para mantenernos pasivas y sumisas?
Claro, en la universidad también hay mujeres que tienen actitudes similares a las de estos profesores que mencioné pero, y sin estar de acuerdo, quizás es la única forma que encuentren de ser respetadas por sus colegas varones. Lo único que puedo decir, a partir de mi experiencia es que y repito, en mi caso, las mujeres fueron empáticas y apuntaron a una construcción colectiva del saber.
Hay una gran diferencia entre la construcción horizontal del saber y esa bajada lineal (autoritaria y soberbia) del saber que te humilla y castiga.
Pero como mi experiencia es solo mi experiencia, lo voy a hacer más amplio. Decíamos, entonces, que el lugar por excelencia del saber, es la universidad. Pues entonces, veamos algunos números: según cifras reveladas por UNESCO IESALC en un análisis realizado a principios de este año, solo el 18% de las universidades de la región latinoamericana tienen rectoras mujeres. Además, la mayoría de los directores de departamento y jefes de cátedra, son varones. ¿La razón de esto es que las mujeres somos tontas y no podemos ocupar los cargos jerárquicos del saber? Bueno, es bastante contradictorio, porque la mayor parte del cuerpo de estudiantes, que se forman en dichas casas de estudio, son mujeres. Sin embargo, el acceso a los cargos de poder, los cargos del saber, aún es muy difícil.
Por otro lado, no mencionar la cuestión de clase sería una omisión gravísima. Para la sociedad patriarcal, la mujer de sectores populares, es doblemente tonta. Por mujer y por pobre. Esto repercute directamente sobre sus posibilidades: no solo tiene negado el acceso a los espacios de poder, sino también a los espacios del saber académico.
No nacimos tontas, llegamos a sentirnos como tales
La definición de tonto/a de la Real Academia Española es: “adj. Dicho de una persona: Falta o escasa de entendimiento o de razón”.
Retomando la reconocida frase de Simone de Beauvoir que asegura que no nacimos mujeres, sino que fuimos adquiriendo las tradicionales características atribuidas a lo femenino, aseguro que no nacimos tontas. Se nos hizo creer que lo somos.
Y cuántas veces fui tonta y cuántas veces lo soy a fuerza de no saber hacer cosas porque siempre estuvo un hombre ahí para hacerlo, detentando su monopolio del saber
Como siempre, esta salvedad que ya parece un chiste: no todos los hombres.[1] Que se entienda de una vez que cuando las feministas hacemos una crítica, la hacemos al patriarcado como sistema. No nos expliquen, por favor, que estamos equivocadas, que ustedes no son así. Porque es cierto, no todos los hombres nos ubican en esa posición pero sí todas las mujeres más de una vez nos sentimos tontas solo por ser mujeres.
Desde ya, este artículo no pretende explicar el “mansplaining”, sino pensar en los efectos que dicha operación tiene sobre nosotras. Hay miles de dispositivos a través de los cuales el patriarcado nos oprime y este es uno de ellos. Con tantas experiencias de humillación, es más difícil opinar con seguridad. Esto tiene un efecto directo sobre el valor de nuestras palabras y saberes.
Lectora que llegó hasta acá: ¿y vos cuántas veces fuiste tonta?
[1] Desde ya que este artículo divide a los géneros biológicamente. Las aristas de las disidencias son aún más complejas.
No soy mujer !! Sin embargo te leí completo…. el primer hombre que les dijo que apoyaran las bicis en el árbol , no está mal?? Ya que cuando apoyas contra la pared siempre se marca o la rueda o el freno en la pared, vos no pusiste donde la había apoyado?? Presumo que era contra una pared???
Y el 2 do se hizo el boludo como para charlar con 2 hermosas chicas, ??? Que se yo??? A mi Mercedes me pasó cosas similares a tu experiencia en la universidad, a mi peor ya durante la residencia en el hospital , una médica de planta me cargaba de trabajo , me exigía más que a los demás y montón de cosas más??? Así que nosotros también sufrimos humillaciones por parte del sexo opuesto … en fin … Te mando un beso enorme , se de tu cualidad de persona… pero a las ultras feministas no me las banco… saludos a la familia