Ilustración Mariano Lucano

Aspirino, el esperador del malaire

Este es un diario íntimo dado a publicidad por el escritor Orlando Espósito como dicen los títulos a continuación. Dibujo de Mariano Lucano.

 

 

(Diario íntimo)

 

Dado a publicidad por
Orlando Espósito
Buenos Aires, 2012.

 

 

 

            Nota del responsable de la publicación:

 

Una tarde salí a dar un paseo con ganas de estirar las piernas y respirar aire fresco. Fui hasta los bosques de Palermo con la intención de caminar por la orilla del lago.

Ocupé uno de los bancos de cara al sol tratando de dejarme ganar por la serenidad que emanaba del espejo de agua.

De pronto descubrí en el extremo del asiento una considerable cantidad de  hojas tamaño A4, encuadernadas con tapas de acetato y espiral.

Pensé que podía tratarse de un apunte olvidado por algún estudiante. Picado por la curiosidad, lo tomé.

La primera hoja contenía el siguiente mensaje:

 

Este es el único ejemplar de un Diario Íntimo.

He puesto el alma y la vida en sus páginas.

Aquí lo dejo librado a su suerte, con la esperanza de que alguien lo lea.

Cuando terminé esta historia me dominó una sensación de vacío mientras que una pulsión casi morbosa me exigía que lo hiciera público.

Si aquél que dé con él tiene el hábito de la lectura podrá intentar atravesar sus páginas. De lo contrario le ruego que lo abandone en el mismo lugar u otro similar que tenga más a mano.

Sea como sea agradeceré lo traten como el mensaje de un hombre.

Si ocurriera que por alguna razón les diera por enviar un comentario, consigno mi dirección de correo: aspirino@xxx.com

 

El original estaba ajado y sucio, como si hubiera ido pasando de mano en mano durante un largo tiempo. Mi vicio de lector me llevó a emprender de inmediato su lectura.

Algunos datos indican que transcurre allá por los años noventa. Por momentos pensé que se trataba de la obra de un desquiciado. Tal vez un par de páginas elegidas al azar y la escena final del 26 de enero, sean más que suficientes para llegar a una comprensión cabal de la totalidad, lo que haría innecesario –y prescindible— el resto.

 

No obstante cedí a la tentación de hacer algunas copias y dejarlas —según pedido del escriba— libradas a su suerte en distintos lugares de la ciudad al acecho de un lector incauto.

Por años traté de entrar en contacto con el autor. Los correos que envié nunca fueron contestados. La conclusión más fácil es que, quién haya sido, no desea ninguna comunicación por esa vía. No obstante, dado que en cierto modo quedé involucrado después de su lectura decidí abrir una cuenta propia con el ánimo de recibir las opiniones de aquellas personas que lo consideren conveniente. Aquí va:

 

aspirino2000@gmail.com

 

 

27 de febrero

Querida: ¿cuándo va a terminar este mes? Febrero es un mes febril. Te espero en febrero. El infierno es un lugar donde siempre es febrero.

Malaire en febrero. Todo hierve, todo hierve. Los vidrios reflejan un sol que te cae desde arriba como una olla de aceite hirviendo sobre la camisa pegada a la espalda.

Te sigue, el diablo, te sigue y espera a que abras la boca para respirar y salta y se para adelante pero no lo ves. No lo ves porque el sudor gotea desde tus cejas y te pican los ojos y los  rayos rebotan en todos los vidrios del infierno y se descomponen en prismas de sudor y ves mil reflejos pero no ves a Oluc.

Oluc, sí, que salta y se te para adelante cuando abrís la boca para respirar, y suelta un chorro de nafta incendiada en tu boca que se mete por la garganta y va directo a los pulmones, en febrero.

Un febril febrero en Malaire.

 

28 de febrero

Febrero sin ella es interminabril. ¿Quién es ella? Ya no lo sé. Sartre: ¿el infierno son los otros? Los otros en febrero. ¿Dónde están los otros en febrero, Lacan?

Anoche vino la vecina. Vino diciendo que no funcionaba su teléfono y que tenía que hacer una llamada que no podía postergar.

REPLAY. Timbre. Abro puerta. Allí está ella. Hace meses que nos venimos mirando con hambre. En el ascensor, en los pasillos, en la calle. Pide disculpas por la intromisión y suelta la historia del teléfono descompuesto.

Ojos que vuelan sobre mi hombro para escudriñar. Mucho encuentro. Mucho encuentro en los pasillos y en el ascensor.

—Pasá–, digo.

Pasa. Mira libros, mira cuadros, mira Qwerty. Aspiro perfume. Falda amplia, tacos. Consulta libretita. Disca. Pelo corto a la francesa. Uñas que tamborilean mientras revolotean los ojos. ¿Ésta será Ella? Cuelga.

—Qué raro, no contestan– dice–. Menos mal que ya están empezando a vender teléfonos celulares ¿viste?

—Esperá un rato y probá otra vez.

—No quiero molestar.

Digo que no, que no molesta. Muestro el sillón. Se sienta. Que no se me vaya. Cruza una pierna buena sobre otra pierna buena. Está buena. Los ojos parecen una bandada de golondrinas. Dice que está llamando a un amigo que le va a dar noticias sobre su madre y su hija.

—… fueron a pasar un mes al Sur y tengo que saber cuándo regresan. Dijo que lo llamara en cualquier momento, que iba a estar todo el día en la casa… Los teléfonos son una calamidad. No veo la hora de que los privaticen… Pruebo de nuevo, ¿sí?

Se levanta y va hasta el aparato. Narguile sigue cada movimiento preparado para dar el zarpazo. Disca.

 

Hexagrama 31. El influjo.

—Ken arriba; Tui abajo –dijo Shizuko–. Tomar una muchacha trae ventura.

Trae ventura, sí. Ken abajo y Tui arriba. Claro que una vez que Ken tome a la muchacha, la muchacha va a empezar a pedir y pedir. Después van a venir la madre y la hija y la manta que las cobija. No es bueno mezclarse con la vecina que es madre e hija. Una vez que te trajo ventura, la muchacha, te trae todas las demandas y andá a cantarle a Lao Tzu.

—Ahora me da ocupado –dice.

—Armarse de paciencia…

Me calienta. Me calienta que se haya metido en mi casa con tanto descaro. Mucho encuentro.

—No sé… vos tendrás cosas que hacer.

— ¡Por favor!, no te hagas problema.

Se sienta. Hay que darle la oportunidad de quedarse.

—Está bien aquí –dice mirando el ventilador de techo.

— ¿Querés tomar algo fresco?

El que tiene sed es Narguile. Todo febrero sin ella.

—Bueno.

Bandeja, vasos, cerveza. Coca. Ella disca. Cuelga. Vuelta al sillón.

— ¿Cerveza?

— ¿Cerveza…? Bueno, un poco, apenas…

Está buena, la Tui. Ken la va a servir desde abajo. Ojos revoloteantes se posan sobre Qwerty. Pregunta:

— ¿Escribís? Siempre escucho el ruido de la máquina cuando paso…

—Intento una novela –miento. ¿Por qué no digo que es un diario? Diario vergonzante. Ella dice que está bueno escribir.

—Yo soy periodista; salud pública y temas médicos.

—Somos casi primos –digo.

— ¿Por qué no usás una computadora, no sería más cómodo?

—Y… sí, sería, pero ya estoy muy acostumbrado a mi Lexicon y no tengo ganas de andar aprendiendo.

Ella habla, dice cosas sobre su trabajo. Sirvo otro vaso de cerveza. Me muevo despacio para no espantarla.

—Si me emborracho voy a decir muchas pavadas.

Tiene los ojos húmedos. Le digo que no le va a resultar difícil llegar hasta la casa. Ríe. Vuelve al teléfono. Disca. Aumento la velocidad del ventilador. Desde la calle llega el sonido intermitente de una bocina. Música del Malaire. Ululares de sirenas y alarmas antirrobo.

Habla de la madre y de la hija. Tiene un buen par de lolas, la Tui. Todavía está muy rígida en el sillón. Está asustada de su propia audacia. Mañana va a contárselo a sus amigas con lujo de detalles. Apoyo los brazos sobre las rodillas para que parezca que estoy interesado en lo que dice.

Segundo vaso al coleto. No le ofrezco más. Dice que vive en el edificio desde hace cinco años, que antes vivía en Sierra Grande pero cerraron la mina. Habla de los ascensores que se rompen y de las lamparitas que faltan en los pasillos, se queja del portero. Miserias de consorcio.

Voy hasta la cocina y busco una lata de almendras saladas. La sed de sal. PULL. ¡Clac! Lo que más me gusta de las almendras saladas es abrir la lata.

—Se me hizo interminable febrero –dice.

Sofreno lengua: no digo interminabril. Sigue la bocina; lo único que le faltaba al anochecer para ser más pesado. Ahora dice que estaba tan aburrida que se puso a cocinar y preparó una carne al horno. Escancio.

— ¡Qué rico, cuánto hace que no como carne la horno! –digo.

— ¿Y si traigo un poco y preparamos una picada?

— ¡Bárbaro!

La que está picada es ella. El que quiere carne es Narguile. Un mes sin ella (aquella) y viene ésta (ella) y me ofrece carne. Quiero carne, sí.

—Enseguida vuelvo –dice echándose un último trago de cerveza.

Entro al baño y cepillo dientes. Cambio toalla. Enciendo lámpara de pie. Joaquín Sabina. PLAY.

Demora. Las mujeres siempre demoran. Después, cuando ven los cuarenta en el espejo, lamentan todos los sí que no pronunciaron. Nudillos en la puerta. Abro: Tui.

Viene con una fuente. Hago un gesto señalando la cocina. Pasa. Ella también cepilló dientes. Buena señal. Halitosis no. Busco botella y vasos en el living. Más cerveza. No quiero emborracharla. Ella no se va a emborrachar, no. Quiero que tenga un pretexto. Tiene que poder decir después, que no sabía lo que hacía.

— ¿Más cerveza? –ríe-. Ya no sé ni cómo me llamo.

Mira y bebe. Mirá, mirá, lo hago por vos. Ríe. Deja vaso. Descuelga tabla de la pared, abre cajón, saca cuchillo. Ayudo. Nos rozamos. Pan en rodajas. Heladera: mayonesa, picles, pepinos en salmuera. Roces. Querida estrechez de la cocina. Tui ríe.

Paso mi bragueta por sus nalgas cada vez que puedo. Ozono. Aire electrificado. Hundo el dedo medio en la mayonesa y se lo ofrezco para que lo chupe. Mirá, mirá, lo hago por vos. Sujeta la muñeca y pasa la lengua desde la base hasta la punta del dedo mientras me mira. Luego ríe. Ríe tanto que se le aflojan las piernas y tiene que recostarse contra mi pecho.

 

ADVERTENCIA AL LECTOR: SIGUE ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO.

Escribe Orlando Espósito

Orlando Espósito nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1946. Es padre de cuatro hijos. Fue fotógrafo, librero, distribuidor de maquinaria para la industria gráfica y gerente comercial en empresas de desarrollo de software desde que esta industria dio los primeros pasos. Durante años se ocupó de la explotación de una granja ganadera situada cerca de Fuerte San Javier, en la Patagonia Norte. Viajero, apasionado por las letras desde su adolescencia, hoy vive en Buenos Aires y se dedica de lleno a escribir.

Para continuar...

El Saxofonista y Lucifer

Sebastián Trujillo (¿Quizás más narrativo que nunca?) comparte esta historia sobre recelos, talentos e imposibilidades de la noche. Ilustra José Bejarano.

8 Comentarios

  1. Mariano Lucano, genio del plumín y el pincel. Gracias por ilustrar mis delirios!

  2. absolutamente genial. Hermosamente loco. ¡Qué vuelo el tuyo!

    Al margen de la calidad de la narrativa, la riqueza del lenguaje y otros aspectos literarios, a mí me sorprenden los senderos del pensamiento creativo. ¿Cómo se le ocurrió?, me pregunto. ¡Es sumamente original! Una delicia.

  3. Una vez más, quede atrapada con la detallada narrativa de Orlando,
    Esta vez, a partir de encontrar un diario en los bosques de Palermo, dejado por alguien, con necesidad de contar su historia, sin importar conocer a quienes se hacen eco de ella..
    El vívido detalle del calor sofocante de Febrero, donde “el sol cae como aceite hirviendo y deja su camisa pegada a la espalda”..
    Extraña a su amada que no llega…Pero, la irrupción de una vecina, (con una excusa vanal) para pedirle prestado el teléfono, lo motiva a desplegar sus picarescas tácticas de conquista..
    Y, en su cabecita loca, tejer conjeturas ,sobre los problemas que podrían traerle su madre e hija cuando regresen… Me divirtió la idea que la vecina chupe su dedo con mayonesa…
    Pero …Me hubiera gustado ser mosquito, para ver que pasó cuando a ella “se le aflojaron las piernas”
    Bravo Orlando!!!…Hasta la próxima!

  4. Una vez más, quede atrapada con la detallada narrativa de Orlando,
    Esta vez, a partir de encontrar un diario en los bosques de Palermo, dejado por alguien, con necesidad de contar su historia, sin importar conocer a quienes se hacen eco de ella..
    El vívido detalle del calor sofocante de Febrero, donde “el sol cae como aceite hirviendo y deja su camisa pegada a la espalda”..
    Extraña a su amada que no llega…Pero, la irrupción de una vecina, (con una excusa banal) para pedirle prestado el teléfono, lo motiva a desplegar sus picarescas tácticas de conquista..
    Y, en su cabecita loca tejer conjeturas sobre los problemas que podrían traerle su madre e hija cuando regresen… Me divirtió la idea que la vecina chupe su dedo con mayonesa…
    Pero …Me hubiera gustado ser mosquito, para ver que pasó cuando a ella “se le aflojaron las piernas”
    Bravo Orlando!!!…Hasta la próxima!

  5. Gracias por tu comentario ME

  6. Orlando! Muy bueno!! Siempre sorprende tu imaginación y creatividad en los temas que abordas!Son novedosas y ocurrentes tus descripciones, lo que hacen que uno se sumerja en lo vivido que esta ocurriendo en la narrativa. Y lo mas interesante de todo es la intriga de lo que continuará…………. Bravo y a la espera del proximo desenlace

  7. Gracia Virginia! Muy estimulantes tus comentarios.

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