Ilustración María Lublin

La pandemia y lo ominoso

Gabriela Puente escribe sobre la pandemia y qué entendemos o qué creemos entender en el encierro. Tomando como puntos de partida el ensayo Lo ominoso de Sigmund Freud y los cortos realizados por la comediante argentina Malena Pichot al comienzo de la cuarentena, Gabriela baja al infierno de la Divina Comedia y busca entre las sombras una silueta amiga que le de una mano a la hora de transitar normalidades que se mueven por el tiempo. Ilustra María Lublin.

 

Heimlich – Unheimlich

 

Corre el año 1918, la gripe española comienza a azotar Europa. En 1919  Freud publica un ensayo en el que se pregunta por lo ominoso. El ensayo freudiano se ve inmerso en una atmósfera pandémica; pandemia que marcó para siempre la vida del padre del psicoanálisis, ya que menos de un año después de la publicación de Lo Ominoso, en enero de 1920, el virus acaba con la vida de su hija embarazada. Lo ominoso, como la pandemia, queda insolublemente unido a la muerte.

Heimlich es lo familiar, Unheimlich, lo ominoso. Podemos pensar  lo familiar como una cáscara que recubre algo que debe permanecer oculto. Pero, ante determinadas circunstancias, lo que se mantenía fuera de nuestra vista se expone.

Lo ominoso es, para Freud, autómata y doble;  regresión y repetición; ominosos son los  movimientos, tan extáticos como mecánicos, de la locura y la epilepsia.

También -y sobre todo-  percibimos lo siniestro en el animismo arcaico de la niñez que retorna; en los complejos de castración y en el deseo de los genitales maternos, puerta de reingreso al edénico vientre; en este sentido, concluye Freud: “el prefijo un de la palabra unheimlich es la marca de la represión” (1976: 244).

 

Malena se duplica

 

Unas semanas después de la diseminación global del covid-19, en pleno aislamiento obligatorio, la humorista argentina Malena Pichot filma una serie de sketch acerca de la pandemia que pueden ser encontrados en Youtube. Los cortos son filmados con  tecnología ínfima; su atmosfera se torna intimista y bizarra; hilarante y claustrofóbica. En penumbras, ante una única cámara, movilizada por la ausencia y la soledad de la pandemia, Malena comienza a disociarse en un doble superyoico y siniestro.

Aquel doble, que en el ensayo freudiano sobre lo ominoso, asume la premonición de la muerte; en los sketch de Malena se carga de humor. Miro su delirante multiplicación, pienso que  la catarsis de la risa quizás pueda impedir otras disociaciones más profundas y masivas que podrían tomar cuerpo en cuarentena, quizás no.

Simultáneamente, otro universo distinto de imágenes se despliega diariamente ante nosotros, en el encierro: los medios masivos de comunicación argentinos llevan un morboso conteo de víctimas de  covid, que a duras penas puede esconder su rostro mercantil: a mayor cantidad de víctimas, más populosa la audiencia y abultado el rating.

Así, la muerte deformada, en tanto que número estadístico, es vaciada de su costado ominoso y, con ello, de su cara oculta más sublime. Y es así que no hay nada de sublimidad, de intimidad, de ominoso en la muerte mientras los que mueren son los otros, y los otros no son más que números.

Pero ¿qué ocurre con la Otredad en el encierro? en condiciones habituales el Otro nunca es un mero número, cómputo o alter ego destinado a concretar nuestros deseos ególatras. Es, antes que nada, una de las figuras de lo inalcanzable que, al mostrarse, no abandona ni un ápice de su ocultamiento.

No hay muerte sin otredad, y, viceversa, no hay Otro sin muerte del yo. Pero cuando la muerte fue vaciada de un sentido más pleno;  y el yo, encerrado y aislado del mundo, comienza a multiplicarse indefinidamente; entonces, el Otro deviene un doble depreciado, a la usanza de los videos de Malena Pichot.

 

 

Lo ominoso temporal

 

Hacia finales de la Edad Media, Dante imagina/sueña, en su Divina comedia, que atraviesa, de la mano de Virgilio, los círculos infernales; en uno de ellos se encuentra con el alma de un condenado que predice el futuro exilio de Alighieri.

Sin embargo, el espectro no se limita a  fútiles vaticinios,  sino que expone la teoría quizás más ominosa que jamás se haya concebido acerca del tiempo. Afirma el condenado: “como los que padecen (…) un defecto en la vista, vemos [en el infierno] sólo las cosas alejadas, porque sólo así nos ilumina la luz de la verdad. Cuando están próximas, todo nuestro intelecto es vano, y si alguien que llegue no nos informa, nada sabemos de nuestro estado actual. De lo que puedes colegir que cuando no haya futuro, tras el juicio final, perderemos la capacidad de conocer” (2006: 137).

Si el paraíso consiste en la visión directa de la verdad que es Dios, la condena, por su parte, reside en la refracción de esa visión, en la desviación eterna de una consciencia torturada que tan sólo puede dirigirse hacia la nada.

A los moradores del infierno, el presente les fue expropiado. Y si pueden dirigir su intelecto hacia el futuro es sólo para percatarse de que ya nunca serán.

Derramado entre los perpetuos suplicios de los condenados, el tiempo en sí mismo se distorsiona.

 

Hay salida en el futuro/hay futuro (¿?)

 

Volviendo a nuestro tema, en este presente pandémico, el tiempo “habitual” parece haber colapsado; y,  como ocurre con  los dantescos condenados, nos encontramos existiendo en un tiempo mutilado, al que le falta alguna de sus tres dimensiones.

¿Qué hacemos con tanto tiempo que sobra, con todo el tiempo que nos falta o con el tiempo perdido? La temporalidad discurre de manera errática; o muy rápida, o muy lenta, pero siempre impotente para organizar nuestras experiencias cotidianas. Más aun, podríamos decir que lo cotidiano estalló durante la cuarentena.  Ya agotamos múltiples recetas de cocina, hicimos infinitas videollamadas, teletrabajamos en línea, ayudamos a nuestros niños con la tarea, y largos etcéteras, intentando reproducir alguna normalidad perdida en los irregulares tiempos que corren. Pero ya no podemos evadirlo más: lo familiar comienza  a mostrar aquel rostro que muchos procuraban ocultar a cualquier costo.

Parece que ante nuestros ojos y de manera obscena, el tiempo se desnudó. Algunos verán el rostro antes oculto del aburrimiento, otros el del vacío, otros, incluso, el de  la desesperación. La temporalidad devino ominosa, más ominosa que nunca.

Más aun, la esencia de lo ominoso se vincula intrínsecamente con el tiempo;  la palabra castellana “ominoso” deriva del término latino omen que significa presagio y augurio -la mayoría de las veces-  desfavorable. Así, en la raíz misma de la palabra se anuncia un futuro incierto y terrible.

Para Freud, por el contrario, lo ominoso estriba en el pasado reprimido que retorna.

Ambas nociones, sin embargo, coinciden en que el presente pareciera  quedar fuera del radio de acción de lo ominoso. Pero, el presente necesita del límite siempre móvil y cambiante del pasado/futuro, de lo contrario, también aquel colapsa en una especie de estado de la  atemporalidad. Por tanto, el desgarramiento de la temporalidad sucesiva ordinaria  es total.

Pensándolo bien quizás no nos tocaron tiempos difíciles, sino la difícil tarea de recrear el tiempo; de expropiárselo a la máquina de repetición capitalista de nuestros días para insuflarle algo de  vitalidad.

Puede acaso recuperarse  o transformarse; no lo sabemos, pero sí podemos afirmar que la recomposición del entramado del tiempo no es una tarea que dependa de estrategias meramente individuales copiadas en línea de algún gurú del momento. El tejido del tiempo es communis, algo que sólo puede ser atendido colectivamente.

Es menester rebelarnos a este tiempo colapsado y eterno de la virtualidad que en el encierro parece apropiarse de todas nuestras acciones, hasta las más mínimas. Una vez que la realidad desnuda su rostro ominoso ante nosotros ya no podemos mirar para otro lado, sobre todo, porque no queda ya otro lugar a donde fijar la vista.

 

Bibliografía

 

Alighieri, Dante. (2006).  La divina comedia,  Espasa Calpe, Madrid.

Freud, Sigmund. (1976). “Lo Ominoso” en Obras completas 17, Buenos Aires, Amorrortu.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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Un Comentario

  1. Patricia Nasello

    El extraordinario cuento “Los objetos”, escrito por Silvina Ocampo, resume ambas posturas. El personaje principal, una mujer adulta llamada Camila Ersky, en un período corto de tiempo y en distintas partes de la ciudad, va reencontrando para su felicidad una gran cantidad de objetos que había perdido, tanto en la juventud, como en la adolescencia y niñez. Estos son los dos últimos párrafos:
    “No había nadie en su casa. Abrió la ventana de par en par, aspiró el aire de la tarde. Entonces vio los objetos alineados contra la pared de su cuarto, como había soñado que los vería. Se arrodilló para acariciarlos. Ignoró el día y la noche. Vio que los objetos tenían caras, esas horribles caras que se les forman cuando los hemos mirado durante mucho tiempo.
    A través de una suma de felicidades Camila Ersky había entrado, por fin, en el infierno”.

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