El recolector de palabras

¿Qué parte del lenguaje habitamos y qué parte nos habita? Acá les compartimos una lectura de Diccionario de palabras y frases de la costa santafesina (Ediciones A capela) de Pablo Aranda. Un diccionario que nos invita a seguir revisando la experiencia performática de nombrar el mundo recolectando palabras. Ilustración de María Lublin.

 

 Nada más escolar que un diccionario

 

 ¿Cómo se elige aquello que vale la pena pasar al papel? El ejercicio de la escritura nos atraviesa con su consecuencia más directa: dejar marca, registro. Una vez que escribimos algo, no podemos “desescribirlo”, no existe tal cosa; por eso, la escritura tiene un valor especial, porque no existe cantidad de papel suficiente en el mundo para plasmar todo lo que pensamos o decimos. Entonces hay que elegir. Quienes nos dedicamos a la docencia lo sabemos muy bien: no podemos perder el tiempo escribiendo cualquier cosa sin sentido, desvinculada de todo interés propio o de nuestros estudiantes. No podemos dejar librado a la suerte aquello que se escribe en las aulas, no puede dar todo lo mismo.

Así las cosas, en las escuelas y colegios vemos pasar cuentos, relatos, reescrituras, listados, resúmenes, síntesis argumentales, glosarios, poemas, canciones, textos de estudio, textos literarios, trabajos prácticos, ensayos y otras muchas variedades de géneros didácticos (excusas realmente) que usamos para abocarnos a la tarea de pensar sobre el lenguaje. Entre esa inmensa lista de formas de la escritura escolar nunca hubiera esperado encontrarme con un diccionario. El diccionario en la escuela no se escribe, se lee, se “consulta” como a un oráculo al que le pedimos nos revele verdades sobre el significado de las cosas; pero siempre es tratado como un texto anexo, de ayuda, un apéndice, un artilugio casi inservible o en desuso ya con la posibilidad de googlear en dos segundos cualquier inquietud que nos aqueja. Y es que hoy, ¿quién usa un diccionario?

Pablo Aranda, docente y escritor, nos propone una reconversión de sentidos: el diccionario no se usa, se hace. Lo cual nos lleva a una de las ideas centrales que este libro, el Diccionario de palabras y frases de la costa santafesina, nos recuerda; que el lenguaje es símbolo y acto a la vez. Que es posible hacer una palabra, y con ello no quiero decir inventar palabras, sino efectivamente ponerlas en práctica. Y es que el mismo acto de nombrar el mundo es en sí una acción que transforma esa realidad que nombramos, hay una relación dialéctica entre el símbolo y el acto que da como resultado la transformación misma del objeto, o mejor dicho, la construcción de ese objeto que conocemos y al que otorgamos sentido. Así, desde un aula igual a muchas, un grupo de estudiantes y su docente eligen dar la batalla por el sentido y apostar al registro de su propia realidad, de aquello que conforma su territorio, su espacio vital.

 

¿De dónde vienen las palabras?

 

En medio de clases, estudiantes de secundaria y discursos enredados se hace evidente para el autor, docente y recolector de este libro, la necesidad de aclarar, de desentrañar los sentidos de aquello que decimos. Porque no todo da lo mismo, porque los decires se transforman con la velocidad de las teclas, de códigos que van y vienen de las pantallas a la oralidad, porque un diccionario del habla popular no puede obviar ninguno de los terrenos donde el lenguaje es un acto político. Así, el Diccionario de palabras y frases de la costa santafesina, publicado por la editorial A capela durante 2020, nos propone un recorrido por los paisajes discursivos de esta localidad costera.

Leer un diccionario como este es casi un paseo turístico, nos invita a recorrer el lenguaje que atraviesa la costa santafesina. En este sentido, las palabras no son ya solo eso, escrituras en un papel ordenadas alfabéticamente, sino que a medida que empiezan a pasar las páginas, al igual que los días en un viaje, se vuelven parte de lo que vemos, son los lugares por donde elegimos transitar como turistas curiosos, ansiosos por ver qué hay más allá, a la vuelta de la esquina-página. Y a medida que uno lo va recorriendo, es imposible no detenerse, como quien se detiene frente a una vidriera llena de luces que captura nuestra atención en medio del tumulto apabullante de voces y nos obliga a salir de nuestro recorrido anticipado; para recordar e imaginar situaciones donde usar cada una de esas expresiones y frases. Algunas porque se incluyen en nuestra bitácora personal (esas pequeñas y grandes listas de palabras que hablan en clave de recuerdo) y otras porque simplemente son tan extrañas que quizá nos sea imposible evocar una sola imagen; pero está ahí, la vemos, vemos a otros ejerciendo, haciendo esas palabras.

Entre las grandes letras al comienzo de cada sección, que nos anticipan un trayecto del recorrido, lo reiterativo de la estructura con la que se escribe cada una de las entradas, las explicaciones de tono serio y certeras en sus significados, junto con la variedad de ejemplos y diálogos inventados que dan contexto a las expresiones (aunque solo en los casos extremadamente necesarios); la lectura del Diccionario resulta casi humorística, ligera y sobre todo deja en uno la necesidad de volver.

 

A un paso del asombro

 

¿Y qué hay de las palabras en nosotros? ¿Hasta dónde nos llega el lenguaje? ¿Qué hacer con todo lo que nos inunda?

Nadie recuerda cuándo fue la primera vez que sintió asombro ante una palabra. Sin duda la hubo, pero por más esfuerzo que hagamos para buscar en nuestra memoria se hace imposible recuperar ese momento. Seguramente sea una tarea imposible (y por demás inútil, puesto que lo que interesa ahora es el qué y no el cuándo), pero aquí no estoy hablando de aquellos momentos en que aprendemos palabras nuevas, palabras difíciles, cuyo significado antes ignorábamos. Aquí hablo del asombro, de sentir esa necesidad de no dejar ir aquello que escuchamos o leímos porque nos resulta sencillamente vital. No siempre es la palabra en sí la que nos cautiva, las más de las veces son los sentidos que quien enuncia deposita en sus palabras lo que nos resulta maravilloso. El tono de la voz, el gesto que acompaña, el lugar dónde se dice, en definitiva, el significado mismo del término hecho acto; esa es la frontera de lo inédito y ahí justamente se esconde la posibilidad del asombro.

Decimos entonces que lo que nos fascina no es necesariamente la palabra sino el contexto en el cual se inscribe y así vamos por la vida recolectando, muchas veces sin tener la intención explícita de hacerlo, palabras de diferentes orígenes, idiomas y geografías que pasan a formar parte de aquello que somos. Desde algún lugar de la costa santafesina Pablo Aranda nos recuerda que estamos hechos de ese rejunte de palabras, de esa bitácora que oscila entre lo colectivo y la interioridad. Pues el lenguaje, como la identidad, no habla sólo de lo que está dentro nuestro sino que nos abre; nos expone a los otros y nos habita, nos inunda, nos hace. Y es que, justamente, el lenguaje y lo vital tienen mucho que ver. Hay una suerte de voluntad compartida que es a la vez propia y ajena, donde se juega esa batalla entre el habitar y el ser habitado, esa tensión permanente que nos permite estar con otros y compartir la búsqueda o la lectura del mundo. Es esa posibilidad de reflejarnos permanentemente en la experiencia de las palabras compartidas la que nos permite a su vez hacer de nuestras casas, calles, escuelas y barrios lugares transitables, impregnados de sentidos performáticos, sentidos que transforman.

Entonces, justamente por esa alusión a lo compartido es que este no es un libro que únicamente es libro (aunque dudo de si algún libro es solamente un libro en realidad), este es además un proyecto que sostiene en su fundamento la necesidad de discutir la tensión entre la tradición, lo dado, lo poco cuestionado y la innovación, lo inédito. Porque es allí mismo el lugar donde se disputan nuestras identidades, y es allí también donde se formulan las preguntas que nos piden pensar de nuevo, volver a lo que hace mucho no interrogamos y resignificarlo. Por ello, no debe extrañarnos que en las últimas páginas el autor cite a Arturo Jauretche y nos haga una invitación a jugar la misma apuesta de continuar la gran tarea de recolectar palabras. Es por todos estos motivos que el Diccionario es en esencia, una frontera materializada, es ese lugar donde se ponen en juego las batallas por el acto de nombrar; acto cuyo carácter político no podemos dejar de lado, pues implica un posicionamiento consciente en el mundo, implica una revisión de la identidad colectiva de un grupo de estudiantes y su maestro, así como las marcas internas de las subjetividades individuales. Así este proyecto-libro actúa como un hilo que enlaza sentidos y decires, un hilo que nos conecta y ata al mismo tiempo que nos pide seguir tejiendo para habitar y dejar que nos habite la frontera del asombro.

Escribe Maia Oliveira

Maia Oliveira (CABA, 1992) con su apellido cortazariano es un montón de cosas. Desde narradora oral, dibujante, bailarina, y muchas etcéteras más. Pero, sobre todo, es Maestra. Aunque su título diga, erróneamente, Profesora de Educación Primaria (ENS N° 2 "Mariano Acosta"); ella lo desborda. Coordina una red de docentes y estudiantes de carreras de formación docente que se dedica a la documentación narrativa de experiencias pedagógicas y a la investigación educativa.

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