Compartimos el cuarto capítulo de El camino a Wigan Pier, un libro de George Orwell (1984, Rebelión en la granja) en el que el autor intentó analizar la forma de vida de los obreros en la década del ´30, realizando, para cuando finalizó, todo un testamento ideológico. Gracias a la traducción de Marcelo Zabaloy, vuelve a ser posible leer la última visión política de un gran escritor en nuestra lengua. Los capítulo anteriores pueden encontrarlo en este link. Ilustraciones de María Lublin.
A medida que uno camina por las ciudades industriales se pierde en laberintos de pequeñas casas de ladrillo ennegrecidas por el humo, supurando en un caótico desorden por corredores lodosos y pequeños jardincitos cenicientos donde hay basureros hediondos y líneas de ropa sucia y retretes semiderruidos. Los interiores de estas casas son siempre muy similares, aunque el número de ambientes varía entre dos y cinco. Todas tienen un comedor casi idéntico, de nueve o veinte metros cuadrados con una cocina a leña; en las más grandes también hay un lavadero; en las más chicas fregadero y caldera estaban en el comedor. Atrás está el patio o parte de un patio compartido por un número de casas, suficientemente grande como para contener el tarro de basura y el retrete. Ni una sola tiene agua caliente instalada. Se puede andar días y días, supongo, por literalmente cientos de kilómetros de calles habitadas por mineros, cada uno de los cuales cuando trabaja queda negro de pies a cabeza, sin siquiera pasar por una casa en la que uno pueda darse un baño. Habría sido tan sencillo como instalar un circuito de agua caliente operando desde la cocina, pero no haciéndolo el constructor se ahorró quizás diez libras por casa, y en el tiempo que estas casas se construyeron probablemente nadie imaginó que los mineros necesitaran baños.
Porque hay que recalcar que la mayoría de estas casas son viejas; tienen cincuenta o sesenta años por lo menos, y un gran número de ellas no son aptas de ninguna manera para ser habitadas por un ser humano. Se siguen alquilando simplemente porque no se consiguen otras. Y esa es la cuestión principal de la vivienda en las regiones industriales; no es que las casas sean diminutas y horribles, o que estén distribuidas en barrios bajos increíblemente mugrientos alrededor de fundiciones contaminantes y canales hediondos y montones de escoria que los saturan con humo sulfuroso –aunque todo esto es perfectamente cierto– sino simplemente que no hay suficientes casas que recorrer.
‘Falta de viviendas’ es una frase que se ha venido repitiendo muy livianamente desde la guerra. Pero significa muy poco para alguien con un ingreso de más de £10 por semana, o para el caso incluso £5 por semana. Donde las rentas son altas la dificultad no es hallar casas sino hallar inquilinos. Recorriendo cualquier calle en Mayfair uno verá carteles ‘Se alquila’ en la mitad de las ventanas. Pero en las zonas industriales la mera dificultad de hacerse de una casa es uno de los peores agravantes de la pobreza. Quiere decir que las personas toleran cualquier cosa –cualquier villa misera, cualquier porquería llena de insectos, pisos podridos y paredes crujientes, cualquier extorsión de propietarios miserables y agentes chantajistas– simplemente para conseguirse un techo que los cubra. He estado en casas espantosas, casas en las que no viviría una semana ni aunque me paguen, y me entero que los inquilinos han vivido allí veinte o treinta años y solo esperan tener la suerte de morir allí. En general estas condiciones se toman como cosa de rutina, aunque no siempre. Algunas personas apenas parecen darse cuenta de que las casas decentes existen y ven los insectos y los pisos podridos y las goteras en los techos como obras de Dios; otros protestan amargamente contra los propietarios; pero todos se aferran desesperadamente a sus casas temiendo algo peor. Mientras la falta de viviendas continúe las autoridades locales no pueden hacer demasiado para que las casas existentes sean más habitables. Pueden ‘condenar’ una casa, pero no pueden ordenar su demolición hasta que el inquilino tenga otra donde ir, y así las casas condenadas que siguen en pie son de lo peor por estar condenadas porque naturalmente el propietario no gastará más de lo inevitable en una casa que tarde o temprano será demolida. En una ciudad como Wigan, por ejemplo, hay más de dos mil casas en pie que han sido condenadas por años y secciones enteras de la ciudad serían condenadas en bloque si hubiese alguna esperanza de que se construyan nuevas casas para reemplazarlas. Ciudades como Leeds y Sheffield tienen decenas de miles de casas ‘fondo con fondo’ todas condenadas pero que seguirán en pie por años.
He inspeccionado un gran número de casas en varias ciudades y pueblos mineros tomé notas sobre los puntos esenciales. Creo que puedo dar una mejor idea sobre lo que son las condiciones transcribiendo unos pocos extractos de mi libreta, tomados más o menos al azar. Son apenas unas notas breves y requerirán ciertas explicaciones que daré después. Aquí hay algunas de Wigan:
- Casa en el barrio Wallgate. Tipo fondo ciego. Una arriba, otra abajo. Medidas de comedor 3,60 por 3,00 m., el de arriba lo mismo. Recoveco debajo de las escaleras de 1,5 x 1,5 m. que sirve de despensa, lavadero y hoyo de carbón. Las ventanas abren. Distancia al baño 50 metros. Alquiler 4 9d., impuestos 2s. 6d., total 7s. 3d.
- Otra lindera. Medidas como la de arriba, pero sin recoveco bajo las escaleras, solo un nicho de sesenta centímetros de profundidad conteniendo fregadero –sin lugar para despensa, etc. Alquiler 3 2d., impuestos 2s., total 5s. 2d.
- Otra como la de arriba pero sin ningún recoveco, solo un fregadero en el comedor justo al lado de la puerta del frente. Alquiler 3 9d., impuestos 3s., total 6s. 9d.
- Casa en barrio Scholes. Casa condenada. Una arriba, otra abajo. Ambientes 4,5 por 4,5 m. Fregadero y caldera en el comedor, hoyo de carbón debajo de las escaleras. Piso hundido. No abre ninguna ventana. Casa aceptablemente seca. Propietario bueno. Alquiler 3 8d., impuestos 2s. 6d., total 6s. 2d.
- Otra lindera. Dos arriba, dos abajo y hoyo de carbón. Paredes totalmente destruidas. Entra mucha agua en los cuartos de arriba. Piso en desnivel. Las ventanas de la planta baja no abren. Propietario malo. Alquiler 6, impuestos 3s. 6d., total 9s. 6d.
- Casa en Greenough’s Row. Una arriba, dos abajo. Comedor 4 por 2,40 m. paredes que se caen y entra el agua. Las ventanas traseras no abren, una del frente sí. Diez de familia con ocho criaturas todas muy seguidas. El municipio está tratando de desalojarlos por hacinamiento pero no encuentran otra vivienda donde mandarlos. Propietario malo. Alquiler 4, impuestos 2 s. 3d., total 6s. 3d.
Suficiente con Wigan. Tengo páginas del mismo tenor. Acá va una de Sheffield –un típico espécimen de las muchas decenas de miles de casas ‘fondo con fondo’ en Sheffield:
Casa en Thomas Street. Fondo con fondo, dos arriba, una abajo (p.ej. una casa de tres plantas con un cuarto en cada piso). Sótano. Comedor de 4,5 x 3 m., y los cuartos de arriba lo mismo. Fregadero en el comedor. El último piso no tiene puerta pero da a escaleras abiertas. Paredes del comedor medio húmedas, paredes en los pisos de arriba cayéndose a pedazos y rezumando humedad por todos lados. Casa tan oscura que hay que dejar la lámpara encendida todo el día. Le electricidad estimada en 6d. por día (probablemente una exageración). Seis de familia, padres y cuatro criaturas. El marido (en el PAC) tuberculoso. Una criatura en el hospital, los otros parecen sanos. Los inquilinos han estado siete años en esta casa. Se mudarían, pero no hay otra casa disponible. Alquiler 6s. 6d., impuestos incluidos.
Acá algunas de Barnsley:
- Casa en Wortley Street. Dos arriba, una abajo. Comedor 3,60 por 3 m. fregadero y caldera en el comedor, hoyo de carbón debajo de las escaleras. Fregadero desgastado casi plano y desbordando constantemente. Paredes no muy sanas. Tragamonedas[1], iluminación a gas. Casa muy oscura y la iluminación a gas estimada en 4d. por día. Los cuartos de arriba son en realidad un solo cuarto dividido en dos. Paredes muy malas –pared del cuatro de atrás rajada de arriba abajo. Marcos de ventanas hechos pedazos y los rellenan con madera. La lluvia entra por varios lugares. La cloaca corre por debajo de la casa y apesta en verano pero los de la Municipalidad dicen que no ‘puen hacer ná’. Seis personas en la casa, dos adultos y cuatro críos, el mayor de quince años. El penúltimo en el hospital –posible tuberculosis. Casa infestada de insectos. Renta 5 3d., impuestos incluidos.
- Casa en Peel Street. Fondo con fondo, dos arriba, dos abajo y sótano grande. Comedor nueve metros cuadrados con fregadero y caldera. El otro cuarto de abajo la misma medida, probablemente pensado como sala de estar pero convertido en dormitorio. Las habitaciones de arriba las mismas medidas que abajo. Comedor muy oscuro. Iluminación a gas estimada en 4 ½ por día. Distancia al baño 70 metros. Cuatro camas para ocho personas –dos padres viejos, dos muchachas adultas (la mayor de veintisiete años), un hombre joven y tres críos. Los padres tienen una cama, el hijo mayor otra y las cinco personas restantes comparten las otras dos. Insectos muy mal –‘no hay mo’de vitarlas con esta calor.’ Miseria indescriptible en el cuarto de abajo y el olor de arriba casi insoportable. Alquiler 5s. 7 ½ d., impuestos incluidos.
- Casa en Mapplewell (pequeña aldea minera cerca de Barnsley). Dos arriba, una abajo. Comedor de 4 por 3,6 m. Fregadero en el comedor. Yeso partido y paredes descascaradas. Horno sin estantes. Ligera pérdida de gas. Los cuartos de arriba de 3 por 2,40 m. cada uno. Cuatro camas (para seis personas, todos adultos), pero ‘una cama no sirve’, presumiblemente por falta de ropa de cama. El cuarto junto a las escaleras no tiene puerta y las escaleras no tienen barandilla así que cuando uno se levanta de la cama los pies le cuelgan en el vacío y puede caer desde tres metros sobre la piedra. La podredumbre seca[2] es tan mala que se puede ver el cuarto de abajo a través del piso. Insectos, pero ‘lo tenemo a raya con desinfectante oveja.’ El camino de tierra que pasa por estas cabañas es como un montón de estiércol y dicen que en invierno es intransitable. Retretes de piedra semiderruidos en los fondos de los jardines. Los inquilinos están en esta casa desde hace veintidós años. Tienen £11 de atraso en alquileres y pagan 1 extra por semana para cancelar esto. El propietario ahora lo niega y los ha intimado a desalojar. Alquiler 5s., impuestos incluidos.
Y así sigue y sigue y sigue. Podría multiplicar los ejemplos por decenas –podrían multiplicarse por cientos de miles si alguien eligiera una casa para inspeccionar en todas las zonas industriales. Mientras tanto algunas de las expresiones que he usado requieren explicación. ‘Una arriba, una abajo’ quiere decir una habitación en cada piso –por ej. una casa de dos habitaciones. Casas ‘fondo con fondo’ son dos casas construidas en una, siendo cada lado de la casa la puerta del frente de otro, de manera que si uno pasa caminando por una hilera que parece ser de doce casas en realidad lo que uno ve no son doce sino veinticuatro casas. Las casas del frente dan a la calle y las de atrás al patio, así que si uno vive en la cara que da a la calle, para ir al retrete o al basurero tiene que salir por la puerta del frente y dar la vuelta a la esquina –una distancia que puede llegar a ser de doscientos metros; si uno vive en la de atrás, por otra parte, la vista que tiene es una hilera de retretes. También hay casas del tipo llamado ‘fondo ciego’, que son casas solas, pero en las que el constructor omitió poner una puerta trasera –por pura maldad, aparentemente. Las ventanas que no abren son una particularidad de las viejas ciudades mineras. Algunas de estas ciudades están tan socavadas por obras antiguas que el suelo cede continuamente y las casas se deslizan de costado. En Wigan uno pasa junto a hileras completas de casas que se han inclinado en ángulos sorprendentes, con las ventanas inclinadas diez o veinte grados respecto de la horizontal. A veces la pared del frente se pandea hacia afuera hasta que se ve como si tuviese siete meses de preñez. Se puede refaccionar, pero enseguida se pandea de nuevo. Cuando una casa repentinamente se hunde un poco las ventanas quedan trabadas para siempre y la puerta tiene que ser reacondicionada. Localmente esto no sorprende. El cuento del minero que vuelve a casa del trabajo y encuentra que solo puede entrar derribando la puerta del frente con un hacha se considera jocoso. En algunos casos anoté ‘propietario bueno’ o ‘propietario malo’, porque hay una gran variación en lo que los habitantes de los barrios bajos dice sobre los propietarios. He encontrado –como es de esperar, quizás– que los pequeños propietarios son usualmente los peores. Es ir contra la corriente decirlo, pero un puede ver el por qué de esto. Idealmente, el peor tipo de propietario de barrio bajo es un gordo malvado, preferiblemente un obispo, que está cobrando un ingreso enorme de unos alquileres extorsivos. En realidad, es una pobre anciana que ha invertido los ahorros de su vida en tres casas de una villa miseria, habita una de ellas y trata de vivir de la renta de las otras dos –sin tener nunca, por consiguiente, dinero para reparaciones.
Pero unas simples notas como estas solo me sirven de recordatorio. A medida que las leo me recuerdan lo que he visto, pero no pueden dar por sí mismas mucha idea de lo que son las condiciones en esos terribles suburbios del norte. Las palabras son cosas tan débiles. ¿De qué sirve una breve frase que dice ‘techo gotea’ o ‘cuatro camas para ocho personas’? Es la clase de cosa sobre la que el ojo resbala, sin registrar nada. Y sin embargo puede abarcar una enorme magnitud de pobreza. Tomemos, por ejemplo, la cuestión del hacinamiento. Es muy común que ocho e incluso diez personas vivan en una casa de tres habitaciones. Una de estas habitaciones es el comedor, y como probablemente mide alrededor de trece metros cuadrados y contiene además la cocina y el fregadero, una mesa, alguna sillas y un aparador, no hay lugar para una cama. Así que hay ocho o diez personas durmiendo en dos cuartos pequeños, posiblemente, como mucho, en cuatro camas. Si algunas de estas personas son adultas y tienen que ir a trabajar, tanto peor. Me acuerdo que en una casa tres muchachas adultas compartían la misma cama y todas iban a trabajar a horas diferentes, cada una molestando a las otras cuando se levantaba o volvía; en otra casa un joven minero que trabajaba en el turno noche dormía durante el día en una cama estrecha en la que otro miembro de la familia dormía de noche. Hay una dificultad adicional cuando hay niños crecidos, en que no se puede permitir que varones y mujeres adolescentes duerman en la misma cama. En una familia que visité había un padre y una madre y un hijo y una hija de unos diecisiete años y solo dos camas para todos ellos. El padre dormía con el hijo y la madre con la hija; era la única forma de descartar el peligro del incesto. Después está la miseria de los techos con goteras y las paredes húmedas, que en invierno hace que algunos cuartos sean casi inhabitables. Después están los insectos. Una vez que las chinches se meten en una casa permanecen para siempre; no hay un medio seguro de exterminarlas. Después están las ventanas que no abren. No necesito indicar lo que esto debe significar, en verano, en un diminuto comedor bochornoso donde el fuego, sobre el que se cocinan todas las comidas, debe mantenerse encendido más o menos constantemente. Y están las miserias especiales que acompañan las casas fondo con fondo. Una caminata de cincuenta metros hasta el retrete o el basurero no inducen precisamente a ser limpio. En las casas de adelante –por lo menos en una calle lateral donde el municipio no interfiere– las mujeres adquieren el hábito de tirar sus desechos por la puerta del frente de modo que el desagüe está siempre sucio de hojas de té y costras de pan. Y vale la pena considerar lo que es para una criatura crecer en uno de los callejones donde su visión está limitada por una hilera de retretes y una pared.
En lugares como estos la mujer es solo una pobre esclava aturdida en medio de una infinidad de trabajos. Puede mantener el ánimo, pero no puede mantener sus patrones de limpieza y prolijidad. Siempre hay algo que hacer y ninguna comodidad y casi literalmente no hay espacio ni para darse vuelta. No termina de lavarle la cara a una criatura que otra ya está sucia; antes de terminar de lavar los cacharros de una comida ya tiene que empezar a preparar la siguiente. Encontré grandes variaciones en las casas que visité. Algunas eran tan prolijas como uno podría esperar dadas las circunstancias, algunas eran tan terribles que no puedo describirlas adecuadamente. Por empezar, el olor, lo más importante y predominante, es indescriptible. ¡Pero la miseria y el desorden! Un fuentón lleno de agua mugrienta por acá, una palangana repleta de cacharros sin lavar por allá, más cacharro apilados en cualquier rincón, pedazos de papel de diario tirados por todos lados, y en el medio siempre la misma mesa espantosa cubierta con un mantel de hule pegajoso y repleta de ollas y planchas y soquetes medio deshechos y pedazos de pan duro y trozos de queso envueltos en diarios mugrientos. Y el amontonamiento en una habitación minúscula donde ir de un lado al otro es un viaje complicado entre los muebles, con un cordel de ropa húmeda que se le pega a uno en la cara ni bien se mueve y las criaturas por el piso densas como hongos. Hay escenas que se me han grabado en la memoria. El comedor casi desierto de una cabaña en una pequeña aldea minera, donde toda la familia estaba sin trabajo y todos parecían estar desnutridos; y la familia numerosa de hijas e hijos adultos desparramados ociosos por ahí, todos pelirrojos extrañamente parecidos, huesos esplendidos y caras sumidas arruinadas por la desnutrición y la desocupación, y un hijo alto sentado junto al fuego, demasiado apático incluso como para notar la presencia de un extraño y despegando un soquete pegajoso de un pie desnudo. Un espantoso cuarto en Wigan donde todos los muebles parecían estar hechos con cajones de empaque y listones de barril y además se deshacían; y una anciana con el cuello ennegrecido y el pelo caído denunciando al propietario en un acento irlandés de Lancashire; y su madre, de más de noventa años, sentada atrás, sobre el barril que le servía de cómoda y mirándonos en blanco con una cretina cara amarillenta. Podría llenar páginas con recuerdos de interiores similares.
Por supuesto que la miseria de las casas de esta gente es a veces por su propia culpa. Incluso si uno vive en una casa fondo con fondo y tiene cuatro hijos y un ingreso total de treinta y dos chelines con seis peniques por semana del PAC no hay necesidad de tener orinales llenos por todo el comedor. Pero es igualmente cierto que sus circunstancias no estimulan la dignidad. El factor determinante es probablemente el número de hijos. Los interiores mejor mantenidos que vi fueron siempre en casas sin niños o en casas donde solo había uno o dos niños; con, por ejemplo, seis criaturas en una casa de tres habitaciones es casi imposible mantener nada decentemente. Una cosa que es muy notable es que la peor miseria nunca está abajo. Uno puede visitar un buen número de casas, incluso entre los más pobres de los desocupados, y salir con una impresión equivocada. Uno puede pensar que esta gente no debe estar tan mal si todavía tienen una buena cantidad de muebles y vajilla. Pero es en los cuartos de arriba donde realmente se muestra la delgadez de la pobreza. Si esto es porque la gente, por orgullo, se aferra a los muebles del comedor hasta el final, o porque las camas se empeñan más fácilmente, no lo sé, pero ciertamente muchos de los dormitorios que he visto eran lugares horribles. Entre la gente que ha estado desempleada durante varios años de manera continua yo diría que es la excepción tener algo que se parezca a un juego de ropa de cama completo. A menudo no hay nada que pueda ser considerado propiamente ropa de cama –solo un montón de viejos sobretodos y harapos surtidos sobre un catre de hierro oxidado. De esta manera se agrava el hacinamiento. Una familia de cuatro personas que conocí, el padre, la madre y dos criaturas, tenían dos camas pero solo podían usar una de las dos porque no tenían ropa de cama suficiente para la otra.
Cualquiera que quiera ver los efectos de la falta de viviendas en su peor expresión debería visitar las terribles casas rodantes que existen en cantidades en muchas ciudades del norte. Desde la guerra, ante la completa imposibilidad de conseguir casas, partes de la población ha desbordado barrios supuestamente provisorios en casas rodantes fijas. Wigan, por ejemplo, con una población de aproximadamente 85.000 personas, tiene casi 200 casas rodantes con una familia en cada una –quizás unas 1.000 personas en total. Cuántas de estas colonias de remolques existen a lo largo de todas las regiones industriales sería difícil de descubrir con alguna exactitud. Las autoridades locales son reticentes al respecto y el reporte del censo de 1911 parece haber decidido ignorarlas. Pero hasta donde puedo descubrir preguntando se encuentran en la mayoría de las ciudades industriales en Lancashire y Yorkshire, y tal vez también más al norte. La probabilidad es que por todo el norte de Inglaterra hay algunos miles de familias, no individuos, que solo tiene un remolque como casa.
Pero la expresión ‘casa rodante’ es muy engañosa. Evoca una imagen de un cómodo campamento gitano (con buen tiempo, por supuesto) con fogones crujientes y niños recogiendo bayas y ropas multicolores ondeando en los cordeles. Las colonias de casas rodantes en Wigan y Sheffield no son así. Les he echado un vistazo a varias de ellas. Inspeccioné las de Wigan con considerable cuidado, y nunca he visto semejante miseria excepto en el Lejano Oriente. De hecho cuando las vi me recordaron muchísimo las cuchas inmundas en las que había visto viviendo a los culis indios en Birmania. Pero en realidad nada en el lejano oriente puede ser nunca tan malo, porque allí uno no tiene que luchar con nuestro húmedo frío penetrante, y el sol es un desinfectante.
A lo largo de las orillas del lodoso canal de Wigan hay baldíos en los que se han arrojado las casas rodantes como si fuesen desperdicios descargados de un tarro de basura. Algunos de ellos son verdaderos remolques de gitano, pero muy viejos y mal conservados. La mayoría son viejos ómnibus de un solo piso (los buses más chicos de hace diez años) a los que les han sacado las ruedas y puesto sobre tacos de madera. Algunos son simples vagones con unos arcos arriba sobre los que tienden una lona, de modo que la gente adentro no tiene más que una lona entre ellos y el aire exterior. Adentro estos lugares tienen alrededor de un metro y medio de ancho por un metro setenta de alto (no pude pararme erguido en ninguno de ellos) y entre un metro ochenta y cuatro metros y medio de largo. Algunos, supongo, están habitados por una sola persona, pero no vi ninguno que contuviera menos de dos personas, y algunos contenían familias numerosas. Uno, por ejemplo, de cuatro metros de largo, alojaba siete personas –siete personas en un espacio de alrededor de 12 metros cúbicos; lo que quiere decir que cada persona tenía por vivienda un espacio bastante inferior a un compartimiento de un baño público. El hacinamiento y la suciedad de estos lugares son tales que no se los puede imaginar a menos que uno lo haya verificado con los propios ojos y más particularmente con la nariz. Cada uno contiene una diminuta cocina de cabaña y los muebles que se pueden meter dentro –a veces dos camas, más comúnmente una, en las que toda la familia tiene que amontonarse lo mejor que puede. Es casi imposible dormir en el piso, porque la humedad brota desde abajo. Me han mostrado colchones que seguían rezumando humedad a las once de la mañana. En invierno hace tanto frío que las cocinas deben mantenerse ardiendo día y noche, y las ventanas, no hace falta decirlo, nunca se abren. El agua se obtiene de unos hidrantes comunes que sirven a toda la colonia, con algunos de los ocupantes de los remolques teniendo que caminar 150 o 200 metros por un balde de agua. No hay instalaciones sanitarias en absoluto. La mayoría construye pequeñas chozas para usar como retretes en el pequeño terreno alrededor del remolque, y una vez por semana cava un pozo donde entierra la basura. Todas las personas que vi en estos lugares, especialmente los niños, estaban indeciblemente sucios y no dudo que también estaban llenos de piojos. No podía ser de otro modo. El pensamiento que me asaltó mientras iba de remolque en remolque fue, ¿Qué pasaría en esos interiores hacinados cuando alguien muere? Pero ese es, por supuesto, el tipo de pregunta que difícilmente uno se moleste en preguntar.
Algunas de estas personas han estado en su casas rodantes durante muchos años. Teóricamente el municipio está terminando con las colonias de casas rodantes y poniendo a los habitantes en casas; pero como las casas no se construyen, los remolques siguen estando. La mayoría de la gente con la que hablé ha abandonado la idea de volver a tener alguna vez una vivienda decente. Estaban todas sin trabajo, y un trabajo y una casa les parecían cosas igualmente remotas e imposibles. Algunas parecían no estar muy preocupadas; otras se daban cuenta muy bien de la miseria en la que estaban viviendo. La cara de una mujer sigue conmigo, una cara desgastada como una calavera en la que había una mirada de intolerable miseria y degradación. Deduje que en ese horrible chiquero, luchando para mantener limpia su numerosa cría, se sentía como me sentiría yo si estuviese cubierto de bosta. Hay que recordar que estas personas no son gitanos; son ingleses hechos y derechos que todos ellos en su momento, excepto los niños nacidos allí, han tenido sus propias casas; además, sus remolques son enormemente inferiores a las de los gitanos y no tienen la gran ventaja de ser nómades. Sin duda todavía hay gente de clase media que piensa que a las clases bajas esas cosas no les importan y quienes, si por casualidad ven una colonia de casas rodantes desde el tren, asumen inmediatamente que la gente vive ahí por elección. Hoy en día no discuto más con esa clase de personas.
Pero vale la pena notar que quienes viven en casas rodantes no se ahorran ningún dinero viviendo allí, porque pagan más o menos el mismo alquiler que pagarían por una casa. No supe de ningún alquiler de menos de cinco chelines por semana (¡cinco chelines por un espacio de menos de 6 metros cúbicos!) y hay casos en que los alquileres llegan a los diez chelines. Alguien debe estar haciendo un buen negocio con esos remolques. Pero es evidente que su existencia continua se debe a la falta de viviendas y no directamente a la pobreza.
Hablando una vez con un minero le pregunté cuándo comenzó la aguda falta de viviendas en este distrito; me contestó: ‘Cuando se nos informó al respecto’, queriendo decir que hasta hace poco los estándares eran tan bajos que daban por sentado casi cualquier grado de hacinamiento. Agregó que cuando él era niño los once miembros de su familia dormían en un cuarto y no lo consideró raro, y que después, cuando se hizo adulto, él y su esposa vivían en una de las viejas casas fondo con fondo en la que no solo tenían que caminar un par de cientos de metros para ir al retrete sino que a menudo había que esperar en la cola una vez ahí, porque el retrete se compartía con treinta y seis personas. Y cuando su mujer estaba enferma de la enfermedad que la mató, ella tenía que hacer ese viaje de doscientos metros hasta el retrete. Esto, dijo, era la clase de cosa que la gente tenía que aguantar ‘hasta que se les informó al respecto’.
No sé si esto es cierto. Lo que es cierto es que nadie ahora cree tolerable que once personas duerman en un cuarto, y que incluso personas con ingresos holgados están vagamente preocupadas por la idea de las ‘villas miseria’. De allí el bochinche sobre la ‘reubicación’ y la ‘limpieza de las villas’ que hemos tenido cada tanto desde el final de la guerra. Obispos, políticos, filántropos y todo eso gustan hablar piadosamente sobre la ‘limpieza de las villas’, porque de ese modo pueden desviar la atención de males más serios y pretender que si se eliminan las villas miseria se elimina la pobreza. Pero toda esta charla ha conducido a unos resultados sorprendentemente pequeños. Hasta donde se puede ver el hacinamiento no mejoró, tal vez sea un poco peor, que lo que era una docena de años atrás. Hay ciertamente una variación en la velocidad a la que las distintas ciudades enfrentan sus problemas de vivienda. En algunas las ciudades la construcción parece estar paralizada, en otras avanza rápidamente y el propietario privado está siendo barrido del negocio. Liverpool, por ejemplo, ha sido reconstruida en gran medida, principalmente por los esfuerzos del municipio. Sheffield también, está siendo demolida y reconstruida a buen ritmo, aunque tal vez, considerando la brutalidad incomparable de sus villas miseria, no lo suficientemente rápido. [3]
Por qué la reconstrucción de viviendas en su conjunto se ha movido tan lentamente, y por qué algunas ciudades pueden pedir dinero prestado para construir mucho más fácilmente que otras, no lo sé. Estas preguntas tendrían que ser respondidas por alguien que conoce mejor que yo la maquinaria del gobierno local. Una casa municipal cuesta normalmente entre trescientas y cuatrocientas libras;[4] cuesta un poco menos cuando se construye de manera directa en vez de por contrato. La renta de estas casas sería un promedio de veinte libras al año sin contar impuestos, así que se supone que, incluso asumiendo gastos superiores e intereses del crédito, le rendiría a cualquier municipio construir tantas casas como puedan alquilarse. En muchos casos, por supuesto, las casas tendrían que ser habitadas por personas en el PAC, de manera que los organismos locales estarían simplemente sacando dinero de un bolsillo y poniéndolo en otro –por ejemplo, pagando dinero como subsidio y recuperándolo como alquiler. Pero de todos modos tienen que pagar el subsidio y hoy una proporción de lo que pagan se lo tragan propietarios privados. Las razones dadas para el lento ritmo de construcción son la falta de dinero y la dificultad de encontrar terrenos –porque las casas municipales no se levantan poco a poco sino en ‘bloques’, a veces de cientos de casas a la vez. Una cosa que siempre se me ocurre como un misterio es que a tantas ciudades del norte les parezca adecuado construir ellas mismas inmensos y lujosos edificios públicos cuando sufren una lamentable falta de viviendas. La ciudad de Barnsley por ejemplo recientemente gastó cerca de £150.000 en una municipalidad nueva, aunque reconocidamente necesita 2.000 nuevas viviendas para las clases trabajadoras, por no mencionar los baños públicos. (Los baños públicos en Barnsley contienen diecinueve bañeras para hombres –esto en una ciudad de 70.000 habitantes, gran parte de ellos mineros, de los cuales ninguno tiene un baño en su casa.) Por £150.000 podrían haber construido 350 casas municipales y todavía quedarse con £10.000 para gastar en un palacio municipal. De todos modos, como digo, no pretendo entender los misterios del gobierno local, simplemente registro el hecho de que las viviendas se necesitan desesperadamente y se construyen, en general, con una lentitud paralítica.
Con todo, las casas están siendo construidas, y los bloques de construcciones municipales, con sus hileras tras hileras de pequeñas casas rojas, mucho más parecidas que dos arvejas (¿de dónde viene esa expresión? Las arvejas tienen una gran individualidad) son una característica constante en los suburbios de las ciudades industriales. Respecto de cómo se ven y cómo son en comparación con las casas de las villas miseria, puedo dar una mejor idea transcribiendo otros dos extractos de mi diario. La opiniones de los inquilinos sobre sus casas varían muchísimo, así que daré una favorable y una desfavorable. Ambas son de Wigan y ambas son casas de las más baratas del ‘tipo sin recibidor’.
- Casa en Beech Hill Estate.
Planta baja. Comedor grande con estufa, alacenas y aparador amurado, piso de baldosas. Pequeño vestíbulo, cocina grande. Moderna cocina eléctrica alquilada al municipio casi al mismo precio que una cocina a gas.
Planta alta. Dos dormitorios grandes, uno chico –adecuado solo como depósito o dormitorio temporario. Baño, inodoro, agua fría y caliente.
Pequeño jardín. Esto varía en todo el barrio, pero en general más chicos que una quinta[5].
Cuatro de familia, los padres y dos niños. El marido con un buen empleo. Las casas parecen bien construidas y son muy agradables de ver. Varias restricciones, p.ej. está prohibido criar pollos o palomas, alojar huéspedes, subalquilar o emprender cualquier tipo de negocio sin permiso de la municipalidad. (Este se concede fácilmente en el caso de alojar huéspedes, pero no en ninguno de los otros casos.) Inquilino muy satisfecho con la casa y orgulloso de ella. Las casas de este barrio todas bien mantenidas. El municipio se ocupa bien de las reparaciones, pero tiene a raya a los inquilinos respecto de la prolijidad del lugar, etc.
Alquiler 11s. 3d., impuestos incluidos. Boleto de ómnibus hasta la ciudad 2d.
- Casa en Welly Estate.
Planta baja. Comedor 5, 20 por 3 m., cocina bastante más chica, pequeña despensa debajo de la escalera, baño pequeño pero bastante bueno. Cocina a gas, luz eléctrica. Retrete exterior.
Planta alta. Un dormitorio de 3,60 por 3 m. con pequeña estufa, otro de la misma media sin estufa, otro de 2,10 x 1,80 m. El mejor dormitorio tiene placar.
Jardín aproximadamente 20 por 10 m.
Seis de familia, los padres y cuatro hijos, el mayor de diecinueve, hija mayor de veintidós. Ninguno trabaja excepto el hijo mayor. Inquilinos muy descontentos. Sus quejas son: la casa es fría, hay corrientes de aire y húmeda. La estufa del comedor no calienta y llena el cuarto de polvo –atribuido a que es muy baja. La estufa del mejor dormitorio no sirve de nada por ser demasiado pequeña. Las paredes de la planta alta se cuartean. Debido a la inutilidad del pequeño dormitorio, 5 duermen en un dormitorio, 1 (el hijo mayor) en el otro.
Los jardines de este barrio están todos descuidados.
Alquiler 10s. 3d. total. Distancia a la ciudad más de un kilómetro y medio –no hay ómnibus hasta allí.
Podría multiplicar los ejemplos, pero estos dos son suficientes ya que los tipos de viviendas municipales que se construyen no varían mucho de un lugar a otro. Dos cosas son inmediatamente obvias. La primera es que en el peor de los casos las viviendas municipales son mejores que las villas miseria que reemplazan. La mera posesión de un cuarto de baño y un pedacito de jardín superaría casi cualquier desventaja. La otra es que son mucho más caras de habitar. Es muy común que un hombre sea desalojado de una casa condenada donde paga seis o siete chelines por semana y se le de una vivienda municipal donde tiene que pagar diez. Esto solo afecta a quienes tienen trabajo o que lo han tenido recientemente, porque cuando un hombre está en el PAC el alquiler se estima en un cuarto del subsidio que recibe, y si es más que esto obtiene un subsidio extra; en todo caso, hay ciertas clases de viviendas municipales en las que no se admiten personas que están cobrando el subsidio de desempleo. Pero hay otros modos en los que vivir en una casa municipal es caro, tengo uno trabajo o no. Por empezar, debido a los alquileres más altos, los negocios del barrio son mucho más caros y no hay tantos. Luego también, en una casa relativamente grande y separada, lejos del amontonamiento maloliente de la villa miseria, hace mucho más frío y hay que quemar más combustible. Y además está el gasto, especialmente para un hombre con trabajo, para ir y volver de la ciudad. Este último es uno de los problemas más obvios de la reubicación. La erradicación de villas miseria significa difusión de la población. Cuando se reconstruye a gran escala, lo que en realidad se hace es quitar el centro de la ciudad y redistribuirlo en las afueras. Esto está muy bien en un sentido; se saca a la gente de fétidos callejones y se los ubica en lugares donde pueden respirar; pero desde el punto de vista de las personas en sí mismas, lo que se ha hecho es levantarlas y arrojarlas a diez kilómetros de su trabajo. La solución simple son los departamentos. Si la gente va a vivir definitivamente en grandes ciudades deberá aprender a vivir uno encima del otro. Pero los obreros del norte no se llevan bien con los departamentos; incluso donde los departamentos existen son despectivamente llamados ‘conventillos’. Casi todos dirán que ‘quieren una casa propia’, y aparentemente una casa en el medio de un bloque homogéneo de casas de cien metros de largo les parece más ‘propia’ que un departamento en el aire.
Volviendo a la segunda de las dos viviendas municipales que acabo de mencionar. El inquilino se quejaba de que la casa era fría, húmeda y todo eso. Tal vez la casa estaba mal construida, pero es igualmente probable que estuviese exagerando. Se había mudado ahí de una casucha inmunda en el medio de Wigan que casualmente yo había inspeccionado; mientras estaba allá había hecho todo lo posible por apoderarse de una vivienda municipal y no hizo más que estar en la vivienda municipal que ya quería estar de vuelta en la villa miseria. Esto parece ser mera capciosidad pero cubre una queja perfectamente genuina. En muchísimos casos, quizás en la mitad de los casos, he descubierto que a las personas en las viviendas municipales en realidad estas no les gustan. Están contentas de salir del tufo hediondo de la villa miseria, saben que es mejor para sus hijos tener un espacio donde jugar, pero no se sienten realmente en su casa. Las excepciones son por lo general personas con buenos empleos que pueden afrontar un pequeño gasto extra en combustible y muebles y traslados y que en todo caso son del tipo ‘superior’. Los demás, los típicos habitantes de villas misera, extrañan la olorosa calidez de la villa. Se quejan de que ‘en el campo’, es decir en el borde de la ciudad, se ‘mueren de frío’. Ciertamente la mayoría de los barrios municipales son bastante desapacibles en invierno. Algunos que he recorrido, enclavados en gredosas laderas desarboladas y barridos por vientos helados, deben ser unos lugares horribles para vivir. No es que los habitantes de las villas quieran para ellos la mugre y el hacinamiento, como a ese gordo burgués le encanta creer. (Ver por ejemplo la conversación sobre la erradicación de las villas miseria en El canto del cisne de Galsworthy, donde la adorada creencia del rentista de que es el villero que hace la villa miseria y no a la inversa, es puesta en boca de un filántropo judío.) Désele a la gente una vivienda digna y enseguida aprenderán a mantenerla limpia. Es más, con una casa linda donde vivir mejoran en dignidad y cuidado personal y sus hijos empiezan a vivir con mejores oportunidades. Sin embargo, en un barrio municipal hay una atmósfera incómoda, casi carcelaria, y la gente que allí vive es perfectamente consciente de ello.
Y es aquí donde aparece la dificultad principal del problema de la vivienda. Cuando uno camina por las tenebrosas villas miseria de Manchester piensa que lo único que hay que hacer es demoler estos adefesios y construir en su lugar viviendas decentes. Pero el asunto es que destruyendo las villas también se destruyen otras cosas. La falta de viviendas es desesperante y no se construyen lo suficientemente rápido, pero en la medida en que se hace la relocalización, se la hace de un modo –quizás sea inevitable– de una monstruosa manera inhumana. No digo simplemente que las casas sean nuevas y horribles. Todas las casas deben ser nuevas en algún momento, y de hecho el tipo de vivienda municipal que se construye hoy no es en absoluto desagradable de ver. En las afueras de Liverpool hay ciudades enteras formadas en su totalidad por viviendas municipales, y son muy agradables a los ojos; los bloques de departamentos de obreros en el centro de la ciudad, construidos según el modelo de los departamentos de obreros en Viena, son unos edificios verdaderamente hermosos. Pero hay algo despiadado y desalmado en todo el asunto. Tomemos por ejemplo las restricciones que se imponen al habitante de una vivienda municipal. No está permitido tener la casa y el jardín como uno quiere –en algunos barrios hay incluso una regulación exigiendo que todos los jardines deben tener un mismo tipo de cerco. No se permite criar pollos ni palomas. Los mineros de Yorkshire son aficionados a las palomas mensajeras; las tienen en el patio trasero y las llevan a correr los domingos. Pero las palomas son aves sucias y la municipalidad de hecho las elimina. Las restricciones sobre los negocios son más serias. El número de negocios en un barrio municipal está rígidamente limitado y se dice que la preferencia la tienen los co-op [6]y las cadenas de tiendas; esto pude no ser estrictamente cierto, pero la verdad es que estos son los únicos negocios que habitualmente uno ve por allí. Esto es lo suficientemente malo para el público en general, pero desde el punto de vista del comerciante independiente es un desastre. Muchos pequeños comerciantes terminan arruinados por completo por un plan de relocalización que no tiene en cuenta su existencia. Toda una sección de la ciudad es condenada en bloque; luego las casas son demolidas y las personas son transferidas a alguna vivienda a kilómetros de distancia. De esta manera todos los pequeños comerciantes del barrio pierden toda su clientela de un solo golpe y no reciben un penique en compensación. No pueden transferir su negocio al barrio, porque incluso si pudieran afrontar la mudanza y los alquileres mucho más altos, probablemente se les niegue una licencia. Respecto de los pubs están casi completamente prohibidos en los barrios municipales y los pocos que quedan son unos deprimentes locales falso estilo Tudor equipados por las grandes destilerías y muy caros. Para una población de clase media esto sería una molestia –supondría caminar un kilómetro y medio para tomarse un vaso de cerveza; para una población de la clase obrera, que usa el pub como club, es un serio golpe a la vida comunitaria. Es un gran logro poner a los habitantes de las villas miseria en casas decentes, pero es lamentable que, debido al particular humor de nuestro tiempo, se considere necesario robarles al mismo tiempo los últimos vestigios de su libertad. Las personas sienten esto, es este sentimiento lo que están racionalizando cuando se quejan de que sus nuevas casas –mucho mejores, como casas, que aquellas de las que salieron, son frías, incómodas y ‘poco hogareñas’.
A veces pienso que el precio de la libertad no es tanto la vigilancia eterna[7] como la mugre eterna. Hay algunos barrios municipales en los que los nuevos inquilinos son sistemáticamente despiojados antes de ser autorizados de ocupar sus casas. Todas sus posesiones excepto lo que pisan les son retiradas, fumigadas y enviadas a la nueva casa. Este proceso tiene sus cuestiones, ya que es una pena que la gente lleve chinches a una casa nueva (una chinche lo sigue a uno en su maleta si tiene la mínima oportunidad), pero es la clase de cosa que le hace desear a uno que la palabra ‘higiene’ fuera desterrada del diccionario. Las chinches son malas, pero la situación en la que un hombre se deje sumergir[8] como una oveja es peor. Quizás, de todos modos, cuando se trata de una erradicación de villa miseria, se debe dar por sentado una cierta cantidad de restricciones e inhumanidad. En definitiva, lo más importante es que la gente debe vivir en casas decentes y no en chiqueros. He visto demasiadas villas miseria como para caer en éxtasis chestertonianos al respecto. Un lugar donde los niños puedan respirar aire puro y las mujeres tengan unas pocas comodidades que las salven de la esclavitud, y un hombre tenga un pequeño jardín para labrar, tiene que ser mejor que los apestosos callejones de Leeds y Sheffield. Mirándolo bien, los barrios municipales son mejores que las villas miseria; pero solo por poco margen.
Cuando estaba viendo la cuestión de la vivienda visité e inspeccioné cantidades de casas, tal vez cien o doscientas casas en total, en varias ciudades y pueblos mineros. No puedo terminar este capítulo sin remarcar la extraordinaria cortesía y amabilidad con que siempre me recibieron. No fui solo –siempre me acompañó algún amigo local entre los desempleados haciéndome de guía– pero incluso entonces, es una impertinencia ir a meterse en casas de extraños y pidiendo ver las rajaduras en las paredes de un dormitorio. Sin embargo todos fueron increíblemente pacientes y parecían comprender casi sin explicaciones por qué los interrogaba y qué era lo que quería ver. Si cualquier persona no autorizada entrara a mi casa y empezara a preguntarme si el techo tenía filtraciones y si me molestaban mucho las chinches y qué pensaba del propietario, probablemente lo hubiese mandado al diablo. Esto solo me pasó una vez, y en ese caso la mujer era ligeramente sorda y me tomó por un soplón del Means Test[9]; pero incluso ella se tranquilizó en un momento y me brindó la información que yo quería.
Se dice que es mala educación que un escritor cite sus propias reseñas, pero aquí quiero contradecir a un crítico en el Manchester Guardian que dice a propósito de uno de mis libros:
Establecido en Wigan o en Whitechapel Mr. Orwell seguiría usando un poder infalible para cerrar su visión a todo lo bueno con el fin de seguir con su sincero vilipendio de la humanidad.
Error. Mr. Orwell se ‘estableció’ en Wigan por bastante tiempo y no le inspiró ningún deseo de vilipendiar la humanidad. Le gustó mucho Wigan –la gente, no el paisaje. De hecho solo le encuentra un defecto, y tiene que ver con el célebre Wigan Pier[10], que se había empeñado en ver. ¡Caramba! Wigan Pier había sido demolido, e incluso el terreno donde estaba ya es incierto.
[1] NdT: ningún juego; el gas se pagaba metiendo peniques en una ranura, un monedero.
[2] NdT: maderas podridas por un hongo.
[3] El número de viviendas municipales en construcción en Sheffield al comienzo de 1936 era de 1.398. para reemplazar enteramente las villas miseria se dice que Sheffield tiene que construir 100.000 casas.
[4] £300 de 1936 son £21,749.08 de 2021; £400= £28,998.77
[5] NdT: los lotes para hacer una pequeña quinta se alquilaban a la municipalidad.
[6] NdT: CO-OPERATIVE GROUP LIMITED, cadena fundada en Manchester en 1844.
[7] ‘ El precio de la libertad es la vigilancia eterna’ es una frase atribuida a Jefferson, pero nunca la dijo.
[8] Los ovinos se desparasitan sumergiéndolos en bañaderas con remedios para la sarna.
[9] Organismo de evaluación de ingresos.
[10] El muelle de Wigan.