Un sueño de Marcelo Zabaloy ilustrado por Tano Rios Coronelli
Recuerdo un poco, no todo, del sueño. Lo que recuerdo es lo que borroneé (qué término borroso) en un registro que llevo. Se supone que fui yo mismo quien invitó un grupo de gente. Sí, los invité yo sin ningún criterio específico. Creo que hubo un procedimiento medio oscuro por el que decidí incluirlos en mi sueño porque hoy veo tipos del club, del mío y de otros clubes; el por qué de esto no lo tengo pero recuerdos dos o tres rostros no muy nítidos pero los reconozco. En un principio creo que me sentí feliz y contento de reunirme con ellos porque es muy infrecuente verme sonreír y estoy seguro de que en un momento sonreí. Posiblemente fue en el momento del sueño en que me figuré los ritos de recepción de mis huéspedes, los golpes de puño o los choque esos cinco, los chistes de rigor y el subsiguiente ofrecimiento del copetín. Quiero decir, no sé si estos ofrecimientos en efecto sucedieron pero sí creo que fue un chiste de uno de ellos que me hizo reír. En este momento que quiero revivirlo solo veo un jeroglífico en el borde superior del folio donde escribí dos o tres signos que no tienen el menor sentido. Tengo bien presente que dos individuos vinieron primero; es ridículo el vínculo que mi inconsciente les impuso; tío y sobrino y el club, Defensores. Tío y sobrino, los dos de Defensores. Ninguno de los dos, que yo recuerde resultó ser un niño ni un jovencito pero uno de ellos se comportó de un modo muy molesto y tuve que pedirles que se retiren. Esto me produjo inquietud. Lo que hizo el jovencito fue mover los pocos muebles de mi domicilio onírico de un modo que me irritó. Por ejemplo pusieron dos sillones pequeños en el medio de un living minúsculo y estrecho. Quise moverlos y no pude y esto me puso furioso. Ellos rieron y no quisieron reponer los sillones en su posición. Típico de Defensores, les dije, gente rebelde que se divierte con ese tipo de complots ridículos. En medio de mis gritos crecientes se fueron tristes pidiendo perdón, pero yo lo mismo los expulsé como un dios del mísero Edén de mi comedor. Vi el suelo lleno de conductores eléctricos tendidos entre los muebles y sujetos con cintex (celoplín) y deduje que el tendido fue hecho por los dos individuos de Defensores que se fueron tristes y pidiendo perdón. El borroso objeto del mitin fue un intento de conseguir un convenio de no sé qué con unos dirigentes del Deportivo cuyos rostros severos entreveo en el espeso cejo propio de los ejercicios de recuerdo de un sueño. Un convenio sin sentido con un fin inconsecuente en un living estrecho de un domicilio desconocido. Lo que describo es mi recuerdo de tiempo y posición. Lo que es muy difícil, si no imposible de recomponer en un sueño. Puedo ver dos cuencos sobre el cobertor de hule. Un cuenco tiene unos pebetes de queso y otro unos trozos gruesos de chorizo. Los trozos se ven no solo gruesos sino groseros y eso me produce disgusto de modo que no sonrío. Evidentemente sigue mi enojo por los dos tipos que expulsé y porque tuve que recoger los conductores eléctricos que estos dos dementes tendieron por todo el piso con el consiguiente peligro de electrocución. Creo que fueron ellos los que pusieron en el medio del living un implemento de coser, Singer, un modelo muy viejo, vetusto, lleno de óxido. Tuve que removerlo y no supe dónde meterlo pero creo que lo escondí en un dormitorio oscuro y húmedo, o en un ropero. Sigo oliendo el moho. De repente noto que el recinto es muy reducido y temo que los huéspedes que invité no entren. Esto es bochornoso y siento un golpe de rubor. Tengo dos dormitorios pero no puedo reunirme con ellos en un dormitorio. El dormitorio es un sitio íntimo y debe ser por ese silogismo que me pronto me vi desnudo y recorriendo el pueblo de noche, en un frío plenilunio, queriendo conseguir un refuerzo de comestibles puesto que consideré insuficientes los contenidos de los dos cuencos sobre el cobertor de hule. Ese sentimiento de desnudez es oprobioso. De vez en vez me sucede, verme expuesto en medio de un gentío que no me ve; ellos no me ven pero yo me escondo cubriéndome con lo que puedo, trozos de lienzo o restos de periódicos, y corriendo, siempre corriendo. Es imperioso vestirme. Pero, ¿dónde y cómo? En mi siguiente visión estoy en el living y vienen dos mozos ofreciendo un tentempié. Debe ser el copetín. Los mozos me piden dinero y como no tengo se comen todo. Oigo el timbre y sé que son mis huéspedes. Estoy desnudo, los mozos se ríen de mí. Me pongo nerviosísimo y sufro convulsiones de tos. Los toques de timbre siguen, insistentes e intensos. Después vienen golpes de puño y gritos descomedidos, insultos muy ofensivos. Temo que se despierten los vecinos del edificio, porque descubro que vivo en un edificio. Les ruego silencio en un léxico que ellos no comprenden. Por fin quito el cerrojo y se produce el ingreso de un número enorme de gente. Reconozco cinco o seis rostros de dirigentes del Deportivo, pero el resto son seres ignotos; los rostros son tristes, grises, hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos en procesión. Oigo unos tonos, creo que es folclore o un himno religioso. Los huéspedes comen y beben como si todo estuviese bien, me piden vino y quieren que les convide bifes de lomo. El resto del tropel revuelve el living. Es un ejército mudo de seres desnutridos. Los del Deportivo quieren discutir el convenio cuyo contenido, dicen, escribí en cien folios que no recuerdo ni encuentro.
La mano del maestro nos lleva por los meandros de este relato apretado, incómodo, acucioso. Nos hace vivir la incomodidad, el mensaje oscuro del inconsciente, la vergüenza de la impudicia. Pero ¡qué mal, maestro!, eso de recibir en pelotas a la gente. A mí, a veces, me pasa de andar así en los colectivos de Buenos Aires, pero usted, no ponerse nada encima mientras espera a los del Defensores… ¡Extraordinario!
Y la ilustración no se queda atrás.
Muy reconocido por su juicio; en efecto es un poco tortuoso pero vio como son los sueños, el cerebro discurre por sectores desconocidos. El dibujo lo dice todo. Un dispositivo de coser, posiblemente Singer y un cubresol sobre un lecho de disección. Todo un himno del sinsentido.