El camino a Wigan Pier – Parte 1 – Capítulo 6

Cuando yo era un niño pequeño en la escuela cada trimestre solía venir un orador que daba unas conferencias excelentes sobre famosas batallas del pasado, tales como Blenheim, Austerlitz, etc. Le gustaba citar la máxima de Napoleón, ‘Un ejército marcha sobre su estómago’, y al final de su conferencia solía volverse repentinamente hacia nosotros y preguntarnos, ‘¿Cuál es la cosa más importante del mundo?’ Se suponía que debíamos gritar ‘¡La comida!’ y si no lo hacíamos se decepcionaba.

Obviamente tenía razón en cierto sentido. Un ser humano es primariamente una bolsa para meter alimento dentro; las demás funciones pueden ser más celestiales, pero en cuanto al tiempo, vienen después. Un hombre muere y es sepultado, y todas sus palabras y acciones son olvidadas, pero el alimento que ha comido lo sobrevive en los huesos sanos o podridos de sus hijos. Creo que se podría discutir plausiblemente que los cambios de dieta son más importantes que los cambios de dinastía o incluso de religión. La Gran Guerra, por ejemplo, nunca podría haber sucedido si no se hubiera inventado la carne enlatada. Y la historia de los últimos cuatrocientos años en Inglaterra habría sido inmensamente diferente si no hubiese sido por la introducción de tubérculos y otros varios vegetales al final de la edad media, y un poco más tarde la introducción de bebidas sin alcohol (té, café, cacao) y también de licores destilados a los que los ingleses bebedores de cerveza no estaban acostumbrados. Sin embargo es curioso lo muy raramente que se reconoce la importancia de la comida. Uno ve por todas partes estatuas de políticos, poetas, obispos, pero ninguna de cocineros o curadores de tocino u hortelanos. Se dice que el emperador Carlos V erigió una estatua al inventor del arenque ahumado, pero ese es el único caso que se me ocurre en este momento.

Así que quizás lo realmente importante sobre los desempleados, la verdadera cosa básica si uno mira el futuro, es la dieta con la que viven. Como dije antes, la familia desempleada promedio vive con un ingreso de alrededor de treinta chelines por semana, de lo cual por lo menos un cuarto se va en alquiler. Vale la pena considerar con algún detalle cómo se gasta el dinero restante. Aquí tengo un presupuesto que me hicieron un minero desempleado y su mujer. Les pedí que hicieran una lista que representase lo más exactamente posible sus gastos en una semana típica. El subsidio de este hombre era de treintaidós chelines por semana, y además de su esposa tenía dos niños, uno de dos años y otro de diez meses. Acá está la lista:

Además de esto, la Infants’ Welfare Clinic les proveía tres paquetes de leche en polvo por semana.  

Aquí se requieren un par de comentarios, por empezar, la lista excluye un montón de cosas –betún, sal, pimienta, fósforos, leña, hojas de afeitar, reemplazo de utensilios, desgaste y roturas de muebles y ropa de cama, para nombrar algunas que me vienen a la mente. Cualquier importe que se gaste en esto resultará en una reducción del algún otro ítem. Un costo más serio es el tabaco. Este hombre resultó ser poco fumador, pero incluso así su tabaco difícilmente le cueste menos de un chelín por semana, resultando en una próxima reducción en comida. Los ‘clubes de ropa’ en los que los desempleados gastan tanto por semana son operados por grandes lenceros en todas las ciudades industriales. Sin ellos sería imposible para los desempleados comprar ropa en absoluto. No sé si compran o no ropa de cama a través de estos clubes. Esta familia en particular, por lo que pude saber, casi no tenía ropa de cama.

En la lista precedente, si uno se permite un chelín para tabaco y deduce este y los demás ítems no comestibles, le quedan dieciséis chelines con cinco peniques y medio. Digamos dieciséis chelines y dejemos el bebé afuera –porque el bebé recibía su paquete de leche en polvo semanal de la Welfare Clinic. Los dieciséis chelines tienen que proveer toda la alimentación, incluyendo combustible, de tres personas, dos de ellas adultas. La primera pregunta sería si es incluso teóricamente posible que tres personas se alimenten adecuadamente con dieciséis chelines por semana. En oportunidad de la disputa por el Means Test hubo una desagradable pelea sobre la mínima suma semanal con la cual un ser humano podía mantenerse vivo. Hasta donde recuerdo, una escuela de nutricionistas lo estableció en cinco chelines con nueve peniques, mientras que otra escuela, más generosa, lo estableció en cinco chelines con nueve peniques y medio. Después de esto hubo cartas a la prensa de un número de personas que decían estar alimentándose con cuatro chelines por semana. Aquí hay un presupuesto semanal (se publicó en el New Statesman y también en el News of the World) que tomé entre varios otros:

Por favor fíjense que este presupuesto no contiene nada para combustible. De hecho, el autor dijo explícitamente que él no podía permitirse el lujo de comprar combustible y que comía toda su comida cruda. Si la carta era genuina o falsa no importa por el momento. Lo que creo que se admitirá es que esta lista representa un gasto tan sensato como se podría pensar; si uno tuviera que vivir con tres chelines con once peniques y medio por semana, difícilmente podría exprimirle más valor nutritivo que eso. Así que tal vez alimentarse adecuadamente con el subsidio del PAC si uno se concentra en comida esencial; pero no de otro modo.

Ahora comparemos esta lista con el presupuesto del minero desempleado que detallé más arriba. La familia del minero gasta solo diez peniques por semana en verduras y diez peniques y medio en leche (recordemos que uno de ellos es una criatura de menos de tres años), y nada en fruta; pero gastan uno con nueve en azúcar (eso es alrededor de cuatro kilos de azúcar) y un chelín en té. Los dos chelines con seis gastados en carne puede ser un trozo de articulación y los ingredientes para un guiso; probablemente la mitad de las veces serán cuatro o cinco latas de carne enlatada. La base de su dieta, por consiguiente, es de pan blanco y margarina, carne enlatada, té con azúcar y papas –una dieta espantosa. ¿No sería mejor si gastaran más dinero en cosas saludables como naranjas y pan integral o si incluso, como el autor de la nota al New Statesman,ahorraran en combustible y comieran sus zanahorias crudas? Sí, por cierto, pero la cuestión es que ningún ser humano común haría jamás semejante cosa. El ser humano común y corriente se moriría de hambre antes que subsistir comiendo pan integral y zanahorias crudas. Y el mal peculiar es este, que cuanto menos dinero tiene uno, menos inclinado se siente a gastarlo en alimentos saludables. Un millonario puede disfrutar desayunando jugo de naranjas y biscochos Ryvita; un desempleado no. Acá es donde entra en juego la tendencia que mencioné en el final del último capítulo. Cuando uno es un desempleado, es decir subalimentado, hostigado, aburrido y desdichado, no quiere comer alimentos saludables insípidos. Uno quiere algo un poquito más ‘sabroso’. Siempre hay alguna cosa rica barata para tentarlo, ¡compremos tres peniques de fritas! ¡Ve corriendo y cómprame un helado de dos peniques! ¡Pon el hervidor y tomemos una rica taza de té! Así es como funciona la mente de uno cuando está en el nivel del PAC.  El pan blanco con margarina y el té con azúcar no son un alimento en absoluto, pero son más ricos (por lo menos eso piensa la mayoría de las personas) que el pan integral con grasa y agua fría. El desempleo es una desgracia interminable que debe ser constantemente mitigada, y especialmente con té, el opio del inglés. Una taza de té o incluso una aspirina es mucho mejor como estimulante temporario que una costra de pan integral.

Los resultados de todo esto son visibles en una degeneración física que puede estudiarse directamente, usando los ojos, o por deducción, revisando las estadísticas demográficas. El tamaño promedio en las ciudades industriales es terriblemente bajo, incluso más bajo que en Londres. En Sheffield se tiene la sensación de caminar entre una población de trogloditas. Los mineros son hombres espléndidos, pero son generalmente pequeños, y el mero hecho de que sus músculos estén endurecidos por el trabajo constante no significa que sus hijos nazcan con un físico mejor. En todo caso los mineros son físicamente lo mejor de la población. Los signos más obvios de la subalimentación es el mal estado de los dientes de todos. En Lancashire habría que buscar un rato largo antes de ver a una persona de la clase trabajadora con dientes naturales en buenas condiciones. de hecho se ven muy pocas personas con dientes naturales, aparte de los niños; e incluso los dientes de los niños tiene un frágil aspecto azulado que significa, supongo, deficiencia de calcio. Varios dentistas me han dicho que en las zonas industriales una persona mayor de treinta años con algún diente natural está empezando a convertirse en una anormalidad. En Wigan varias personas me dieron su opinión de que era mejor ‘hacerse sacar’ los dientes lo más temprano posible en la vida. ‘Los dientes son solo una desgracia’, me dijo una mujer. En una casa en la que paré había, aparte de mí, cinco personas, la mayor de cuarenta y tres y la menor un muchacho de quince. De estos el muchacho era el único en tener un solo diente propio, y sus dientes obviamente no le iban a durar mucho. Respecto de las estadísticas demográficas, el hecho de que en cualquier gran ciudad industrial la tasa de mortalidad y la tasa de mortalidad infantil de los barrios más pobres sean siempre casi el doble de las tasas en los barrios residenciales acomodados –bastante más del doble en algunos casos– apenas si requiere un comentario.

Por supuesto uno no debería imaginarse que el mal físico predominante se debe solo al desempleo, porque es probable que el físico promedio haya estado decayendo en toda Inglaterra durante un largo tiempo en el pasado, y no meramente entre los desempleados de las regiones industriales. Esto no se puede probar estadísticamente, pero es una conclusión se a uno se le impone si usa lo ojos, incluso en zonas rurales e incluso en una ciudad próspera como Londres. En día en que el cuerpo del rey Jorge V cruzó Londres rumbo a Westminster, me sucedió de quedar atrapado durante un par de horas en la multitud reunida en Trafalgar Square. Era imposible, observando un poco, no sorprenderse de la degeneración física de la Inglaterra moderna. Las personas a mi alrededor no eran mayormente gente de clase trabajadora; eran del tipo comerciante o viajante de comercio, con un toque de gente pudiente. Pero qué junta parecían. Miembros endebles, caras enfermizas, bajo el lloroso cielo de Londres. Apenas un hombre de buen porte o una mujer de aspecto decente, y ni una cara lozana en ninguna parte. A medida que pasaba el féretro del rey los hombres se quitaban los sombreros, y un amigo que estaba entre la multitud del otro lado de Strand me dijo después, ‘El único toque de color fueron las cabezas calvas.’ Incluso los Guardias, me pareció –había una escolta de guardias bordeando el féretro– no eran lo que solían ser. ¿Dónde están los hombres monstruosos con pechos como barriles y bigotes como alas de águila que desfilaban por mi mirada de niño veinte o treinta años atrás? Enterrados, supongo, en los pantanos de Flandes. En su lugar están estos muchachos pálidos que ha sido escogidos por su altura y consecuentemente parecen postes de lúpulo con gabanes, cuando la verdad es que en la Inglaterra moderna un hombre por encima del metro ochenta es usualmente piel y hueso y no mucho más. Si el físico inglés ha declinado, esto es sin duda parcialmente debido al hecho de que la Gran Guerra seleccionó cuidadosamente el mejor millón de hombres en Inglaterra y los asesinó, mucho antes de que pudieran reproducirse. Pero el proceso debió haber empezado antes que eso, y tiene que haber sido en última instancia por los modos insalubres de vivir, p.ej. el industrialismo. No quiero decir que el hábito de vivir en ciudades –probablemente la ciudad sea más saludable que el campo– pero la técnica industrial moderna que le provee a uno sustitutos baratos de todo. Podemos descubrir en el largo plazo que la comida enlatada es un arma más mortífera que la ametralladora.

Es lamentable que la clase trabajadora inglesa –la nación inglesa en general, para el caso– sea tan excepcionalmente ignorante respecto de la comida y tan derrochona. He señalado en otra parte cuan civilizada es la idea del obrero francés sobre una comida comparada con la de un inglés, y no puedo creer que jamás se vea semejante desperdicio en un hogar francés como habitualmente se ve en los hogares ingleses. Por supuesto, en los hogares muy pobres, donde todos están desempleados, no se ve mucho desperdicio, pero aquellos que pueden darse el lujo de desperdiciar comida, a menudo lo hacen. Puedo ofrecer casos sorprendentes de esto. Incluso el hábito norteño de hornear el propio pan es ligeramente antieconómico en sí, porque una mujer sobreocupada no puede hornear más de una o a lo sumo dos veces por semana y es imposible decir de antemano cuánto pan se desperdiciará, de forma tal que generalmente hay una cierta cantidad que se tira. Lo común es hornear seis panes grandes y doce chicos a la vez. Todo esto es parte de la vieja y generosa actitud inglesa con la vida, y es una cualidad amable, pero desastrosa en este momento.

El pueblo trabajador inglés en todas partes, hasta donde yo sé, rechaza el pan integral; por lo general es imposible conseguir pan integral en un barrio obrero. A veces dan como razón que el pan integral es ‘sucio’. Sospecho que la razón es que en el pasado el pan integral fue confundido con el pan negro, que está tradicionalmente asociado con el papismo y los zapatos de madera. (En Lancashire tiene bastante papismo y zapatos de madera. Una lástima que no tengan también el pan negro.) Pero el paladar inglés, especialmente el paladar de la clase trabajadora, ahora rechaza la buena comida casi automáticamente. La cantidad de personas que prefiere arvejas en lata y pescado en lata a las verdaderas arvejas el verdadero pescado debe estar creciendo cada año, y mucha gente que podría permitirse leche fresca en su té preferiría por lejos la leche enlatada –incluso esa horrible leche enlatada hecha con azúcar y harina de maíz y tiene escrito en la lata INAPROPIADA PARA BEBÉS en letras bien grandes. En algunos barrios se están haciendo esfuerzos para enseñarles a los desempleados más sobre los valores de la alimentación y más sobre el gasto inteligente del dinero. Cuando uno oye este tipo de cosas se siente entre la espada y la pared. He escuchado a un orador comunista enfurecerse desde la tribuna al respecto. En Londres, decía, grupos de damas de la Sociedad tienen la cara de meterse en los hogares de East End y darles lecciones de mercadeo a las esposas de los desempleados. Dio esto como un ejemplo de la mentalidad de la clase gobernante inglesa. Primero se condena a una familia a vivir con treinta chelines por semana, y después se tiene la maldita impertinencia de decirles cómo deben emplear el dinero. Tenía mucha razón –coincido de corazón. Pero de todos modos es una pena que, meramente por la falta de una tradición apropiada, la gente se embuche una basura como la leche enlatada y ni siquiera sepa que es inferior al producto de la vaca.

Dudo, de todos modos, si los desempleados se beneficiarían en última instancia si aprenden a gastar el dinero más económicamente. Porque es justamente el hecho de que no son económicos lo que mantiene sus subvenciones tan altas. Un inglés en el PAC obtiene quince chelines por semana porque quince chelines es el menor monto con el cual puede concebiblemente sobrevivir. Si fuese, digamos, un culi indio o japonés, que puede vivir con arroz y cebollas, no cobraría quince chelines por semana –tendría suerte si obtuviera quince chelines por mes. Nuestros subsidios de desempleo, miserables como son, se ajustan a una población con estándares muy altos y no muchas nociones sobre economía. Si los desempleados aprendiesen a manejarse mejor estarían mucho mejor y me imagino que en no mucho tiempo vendría el fin del subsidio.

Hay un gran alivio del desempleo en el norte, y este es lo barato del combustible. En cualquier parte de las zonas carboníferas el precio al por menor del carbón es de un chelín  con seis penique el quintal; en el sur de Inglaterra es de alrededor de media corona[1].  Es más, los mineros con trabajo pueden usualmente comprar carbón directo desde el pozo por siete u ocho chelines la tonelada, y los que tienen un sótano en sus casas a veces acopian una tonelada por vez y les venden (ilícitamente, supongo) a los que están desempleados. Pero aparte de esto, existe un inmenso y sistemático robo de carbón por parte de los desempleados. Lo llamo robo porque técnicamente es eso, aunque no le hace daño a nadie. En la ‘basura’ que se sube de los pozos hay una cierta cantidad de carbón quebrado, y las personas desempleadas pasa un montón de tiempo recogiéndolo de los montones de escoria. Todo el día encima de esas extrañas montañas grises uno ve gente deambulando de un lado a otro con sacos y cestos en medio del humo sulfuroso (muchos montones de escoria arden bajo la superficie), capturando las diminutas pepitas de carbón enterradas aquí y allá. Uno se encuentra con hombres empujando unas fantásticas y extrañas bicicletas caseras –armadas con partes oxidadas recogidas de la basura, sin asientos, sin cadenas y casi siempre sin neumáticos– sobre las que zampan bolsas con a lo mejor medio quintal de carbón, fruto de medio día de búsqueda.

En tiempos de huelga, cuando todo el mundo está escaso de combustible, los mineros aparecen con picos y palas y excavan los montones de escoria, de donde vienen los montículo que se ven en la mayoría de los montones de escoria. Durante las huelgas largas, en lugares donde hay afloramientos de carbón,  han hundido minas de superficie y las han llevado decenas de metros tierra adentro.  En Wigan la competencia  entre los desempleados por las sobras de carbón se ha vuelto tan feroz que ha llevado a una extraordinaria costumbre llamada ‘luchando por el carbón’, que vale la pena ver. De hecho me sorprende que nunca haya sido filmada. Un minero desempleado me llevó a verla una tarde. Llegamos al lugar, una cordillera de montones de escoria con una vía corriendo a lo largo del valle. Unos doscientos hombres rotosos, cada uno con una bolsa y un pico atado bajo su faldón esperaban en la ‘quebrá’[2]. Cuando la tierra sube del pozo se la carga en vagones y una máquina los lleva hasta el tope de otro montón de escoria a medio kilómetro y allí los deja. El proceso de ‘luchar por el carbón’ consiste en meterse en el tren cuando está en movimiento; cualquier vagón que uno haya conseguido abordar cuenta como ‘su’ vagón. De pronto el tren apareció. Con un aullido salvaje un centenar de hombres se precipitaron descendiendo la cuesta para tomarlo mientras tomaba la curva. Incluso en la curva, el tren iba a unos treinta kilómetros por hora. Los hombres se lanzaron encima, se agarraron de los anillos en la parte trasera de los vagones y se treparon usando los parachoques, cinco o diez en cada vagón. El conductor no les prestó atención. Llegó hasta el tope de la montaña de escoria, desacopló los vagones, y condujo la máquina de vuelta al pozo, regresando enseguida con una nueva hilera de vagones. Hubo la misma precipitación salvaje de figuras rotosas como antes. Al final solo cincuenta hombres no habían logrado subir a ningún tren.

Trepamos hasta el tope de la montaña de escoria. Los hombres estaba paleando la tierra fuera de los vagones, mientras que abajo sus esposas e hijos arrodillados escarbaban ágilmente con sus manos la tierra húmeda y recogiendo pedazos de carbón del tamaño de un huevo o menos. Se vería a una mujer precipitarse sobre un minúsculo fragmento de material, limpiarlo contra su delantal, inspeccionarlo para asegurarse que era carbón y zamparlo celosamente en la bolsa. Por supuesto, cuando uno aborda un vagón no sabe de antemano qué hay en él; puede ser efectivamente ‘tierra’ de los caminos o puede ser simplemente esquisto de los techos. Si es un vagón de esquisto no habrá carbón, pero entre el esquisto hay otra troca inflamable llamada cannel, que se parece mucho al esquisto común pero es ligeramente más oscuro y se lo reconoce por partirse en líneas paralelas, como la pizarra. Es un combustible aceptable, no los suficientemente bueno como para tener valor comercial pero suficientemente bueno como para ser afanosamente buscado por los desempleados. Los mineros en los vagones de esquisto recogían el cannel y lo partían con sus martillos. Al fondo de la ‘quebrá’ las personas que no habían logrado treparse a ningún tren recogían los pequeños fragmentos de carbón que caían rodando de arriba –fragmentos, éstos, no más grandes que una avellana, pero la gente estaba muy contenta de recogerlos.

Nos quedamos ahí hasta que tren quedó vacío. En un par de horas la gente había recogido hasta el último grano de tierra. Cargaron sus bolsas al hombro o a la bicicleta y comenzaron la esforzada caminata de tres kilómetros de regreso a Wigan. La mayoría de las familias ha juntado alrededor de medio quintal de carbón o de cannel, así que entre ellos pueden haber robado  cinco o diez toneladas de combustible. Este negocio de robar la mugre de los trenes tiene lugar todos los días en Wigan, sobre todo en invierno y en más de una minera. Por supuesto que es extremadamente peligroso. Nadie salió herido la tarde que estuve allí, pero un hombre había perdido las dos piernas unas pocas semanas antes, y otro hombre perdió varios dedos una semana después. Técnicamente es robar pero, como todo el mundo sabe, si el carbón no se robara simplemente se desperdiciaría. Una y otra vez, por una cuestión formal, las compañías mineras demandaban a alguien por robo de carbón, y en la edición de esa mañana en el periódico local había un párrafo diciendo que dos hombres habían sido multados con diez chelines. Pero las demandas no se mencionan –de hecho uno de los hombres nombrados en el periódico estuvo allí esa tarde– y los mineros juntaron el dinero entre ellos para pagar las multas. La cosa se da por sentada. Todo el mundo sabe que los desempleados tienen que conseguir combustible de alguna forma. Así que cada tarde varios cientos de hombres arriesgan sus cuellos y varios cientos de mujeres escarban en el barro durante horas –y todo por medio quintal de combustible inferior, valuado en nueve peniques.

Esa escena permanece en mi mente como una de mis imágenes de Lancashire: las mujeres rechonchas envueltas en chales, con sus delantales de arpillera y sus pesados zuecos negros, arrodilladas en el barro ceniciento y el frío glacial, revolviendo ansiosamente por unos pequeños trozos de carbón. Lo hacen bien contentas. En invierno se desesperan por el combustible; es más importante incluso que la comida. Mientras tanto en todo alrededor, hasta donde se puede ver, están los montones de escoria y las grúas de las compañías mineras y ni una de esas mineras puede vender el carbón que es capaz de producir. Esto debería llamar la atención del mayor Douglas[3]

Ilustraciones María Lublin



[1] NdT: Una corona son cinco chelines, por lo tanto, dos chelines y medio.

[2] NdT: si ‘broo’ fuese ‘brook’ , ‘quebrá’ sería ‘quebrada’ en boca de los mineros. Pero además, estar desempleado es ‘to be on the broo’. Quebrado.

[3]NdT:  Clifford Hugh Douglas (20 de enero de 1879 – 29 de septiembre de 1952) fue un oficial (mayor) en el ejército británico, ingeniero mecánico e industrial, y pionero del movimiento por el crédito social y la democracia económica. (Fuente, Wikipedia). Básicamente proponía que el ingreso de los trabajadores les permitiese comprar los bienes que producen.

Escribe Marcelo Zabaloy

Traductor aficionado y libros traducidos publicados por El cuenco de plata: Ulises y Finnegans Wake de James Joyce y El atentado de Sarajevo de Georges Perec

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