También hoy se suceden guerras en el mundo. Similares a las que hacían debatir a Einstein con Freud. Alguna vez hubo una película de un país subalterno donde el protagonista se preguntaba ¿qué hemos hecho para merecer esto?, mientras en el fondo se veía su casa destruida. Para entrar en el Infierno o en el Paraíso de Dante había que tener motivos. Sin embargo, los ucranianos de hoy, los sirios de hace poco, entre muchos otros pueblos, nos recuerdan al poema Deportación de Reznicoff una vez más, como la dificultad de poner en palabras y otorgar sentidos posibles a ciertas cuestiones del malestar en la cultura. Escribe Anahí Almasia, ilustra Lucas Iranzi.
En el diálogo epistolar entre Albert Einstein y Sigmund Freud iniciado el 30 de julio de 1932 a expensas de la propuesta de la Liga de las Naciones y su Instituto Internacional de Cooperación Intelectual en París, se plantea un problema: “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?”. Según el científico, comprender el asunto era de vida o muerte para el futuro de la civilización. Utiliza palabras como “impotencia” y “anhelo” y culmina con un último interrogante dirigido al padre del psicoanálisis: “¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad?”. No me extenderé en el rico debate que tuvieron en aquella ocasión, aunque cito aquí la última frase que Freud le responde a Einstein “Todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra” en tanto fortalecimiento de la actividad espiritual y renuncia a la pulsión de destrucción. Con esta intención rescatamos la figura de Charles Reznicoff (1894-1976), un poeta norteamericano objetivista que utilizó como materia de su poesía las grabaciones de los juicios a criminales nazis. El poeta centró su trabajo en una guerra específica, pero todas las guerras se parecen.
La poética del poema “Deportación” de Charles Reznicoff no espera la inspiración de las musas como en la épica clásica, sino que construye un armado, recorte y collage basado en los quince volúmenes de los juicios de criminales de guerra ante los tribunales militares de Núremberg y los seis volúmenes del Registro literal del juicio y apelación de Adolf Eichmann, un Caronte contemporáneo que en vez de conducir la barca hacia el Infierno dantesco, dirigía la organización de los trenes hacia los campos de exterminio. Sin embargo, este montaje da por resultado un poema que podemos considerar épico en el sentido de que narra el viaje de un conjunto social subalterno.
En “Deportación”, primer poema de Holocausto, la epopeya narra dos tipos de heroísmo. Por un lado, los judíos perseguidos y su gesta del intento de escapar a un destino que se intuía espantoso; y, por otro lado, la gesta de aquellos que buscaban vías de escape para evitar que los judíos cayeran en manos de los nazis.
La transcripción de los testimonios narrados en los juicios pueden convertirse en poemas bajo la pluma de Reznicoff. Su casi ausencia de lirismo se comprende por el origen del material con el que trabaja y, también, por cierto borde difícil de franquear cuando de holocaustos se trata. ¿Qué tipo de poesía es posible frente a determinados temas? En “Deportación” se borra la presencia del yo poético para dejar aparecer fragmentos recortados de las transcripciones de los juicios y hacerlos dialogar con las escrituras sagradas. El objetivismo al que adscribía Reznicoff enfatizaba la capacidad del poeta para mirar con claridad el mundo, vaciaba de emoción y metáforas los poemas e hizo coincidir estos textos con historias tomadas de la Torah y del Viejo Testamento.
El reordenamiento, recorte y montaje del material de las transcripciones de los juicios supone una condensación que potencia el mensaje, trasmuta el material y provoca una problematización moderna de una épica en diálogo con la tradición de Homero en la Odisea, por un lado, y de la Divina Comedia, por otro, donde se observan las torsiones del modelo epopéyico antiguo por Dante Alighieri. Estamos ante un pueblo que busca la supervivencia y vive la experiencia migrante de la diáspora judía, un pueblo perdido en su peregrinación que es el modelo de la subjetividad contemporánea.
La universalización es posible gracias a que los nombres de víctimas y victimarios no son transcriptos al poema. Todo ser humano perseguido es todos los hombres y todas las mujeres perseguidos, todo migrante es todos los migrantes, cualquier hombre de las SS representa a todos los victimarios. También atraviesa los tiempos, no sólo los personajes, vale para cualquier momento y lugar, una operación de universalización de la deportación, la presencia casi sin mediación de la voz del héroe épico nos conmueve porque lo percibimos en sus palabras, sin la intervención de un yo poético que mediatice la narración de la gesta. Este orden sincrónico nos permite también concebir el Infierno de Dante como subyacente al destino de Holocausto narrado en “Deportación”, lo lejano en relación con Dante y lo contemporáneo de las deportaciones de la Segunda Guerra. El vestíbulo que atraviesan Dante y Virgilio los conduce al Infierno como los trenes de Alemania a Polonia conducen al infierno de los campos de exterminio.
Una sintaxis que apela a lo narrativo y construye un relato épico que deja poco ligado a la ambigüedad, las alusiones a Jerusalem y Palestina dejan a la vista el nostos, la nostalgia provocada por la diáspora que, en este caso, aparece bajo su negativo cuando los judíos reciben los gritos de expulsión a Palestina y su forma positiva cuando se refieren al camino de Jerusalem a Jericó. Es un poema que trabaja con la historia y sugiere la existencia de un tiempo cíclico, algo ya narrado en las escrituras sagradas que cobra vigencia en los tiempos narrados en el poema.
“¡Deje aquí toda esperanza aquel que entra!” se lee en el canto tercero de La Divina Comedia y podría considerarse en el poema “Deportación” que, hasta la aparición del sacerdote que rescata personas de la deportación, el Infierno se expresa en versos como:
“¡Los judíos a Palestina! ¡Que se vayan a Palestina!”,
“¡Ustedes llegaron con menos que eso a Alemania—
no pueden llevarse más!”.
El poemario Holocausto, en su conjunto, es un muestrario de las aberraciones castigadas en el Infierno de Dante, no ya el Purgatorio, porque de allí se sale. Si consideramos el anillo exterior del séptimo círculo, se castiga a quienes se dejaron llevar por la violencia contra el prójimo, hundidos en el río de sangre hirviente Flegetonte, pagan sus pecados por la eternidad. En este sentido, el material con el que trabaja el poeta, las grabaciones de los juicios y todo el acto de ser juzgados, se constituyen en los centauros vigilantes de este círculo.
También los miembros de la “división de entretenimiento” nombrados en el poema son traidores ya que sus acciones envuelven el engañar a alguien con quien se tiene una relación de poder, quizás coincidente con la Ronda 2, Antenora, donde están los traidores a las entidades políticas. Estas fuerzas del orden no protegen a sus habitantes, sean judíos o no, sino que los envuelven en engañosas mentiras para su propio goce y la futura destrucción. Y también la Ronda 3 donde se traiciona a los huéspedes, los polacos que fueron acogidos en Alemania y ahora se expulsan en trenes rumbo a los campos:
“Una noche, un policía vino y le dijo—
él había llegado desde Polonia y se había quedado
en Alemania casi treinta años”
La tradición como un orden simultáneo: todos los textos existen en el presente, a la vez, nos permite considerar, además de la Divina Comedia, a la Ilíada como precursora de los relatos épicos posteriores. Esta unidad en el objeto de este poema condensa las formas y realizaciones poéticas previas, establece un “multiverso” en el sentido que William James le dio, un conjunto de universos interconectados, no hay un relato único, sino relatos espejados en otros relatos. Así lo ha planteado T. S. Eliot en su crucial ensayo “La tradición y el talento individual” (1917): “Ningún poeta, ningún artista, posee la totalidad de su propio significado. Su significado, su apreciación, es [también] la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos.”
Formas de cargar de sentido lo incomprensible
Cuando la materia es cruda y el tema no admite recursos tradicionalmente atribuidos a la poesía, es necesario recurrir a otras modalidades literarias para cargar de sentido a las palabras. Respecto de las tres grandes formas de otorgar sentido a las palabras, Ezra Pound (1977) describe la fanopoeia, melopoeia,y logopoeia.
Para Roger Caillois, la fanopeia acude a significar las imágenes como aquello que vuelve inagotable al poema, permite la evocación y la asociación con otras imágenes. las imágenes a las que apela el poema son altamente concentradas, describe hechos paradigmáticos de una deportación así como la búsqueda de posibilidades de evitarla (ir a la oficina de la comunidad judía de la ciudad, acercarse al sacerdote que los rescataba), las imágenes sonoras permiten reconocer la voz de los nazis sin mediación (“No lleven nada consigo—/solo sus pasaportes”, “¡Ustedes llegaron con menos que eso a Alemania—/no pueden llevarse más!”), aunque podría pensarse en cierta aparición del yo poético que selecciona en el verso: “Los hombres de los escuadrones de la S.S./estaban “protegiéndolos”’. Este entrecomillado signa la marca de que se cita la voz de los nazis y al mismo tiempo se señala el tipo de protección de la que se habla como efecto de esa marca de puntuación. Hay poderosas imágenes sensoriales: el ácido que quema las manos, la lluvia que los moja, el estiércol en el establo.
Respecto de los aspectos sonoros y musicales del poema, su melopeia, el poema utiliza una entonación coloquial, fluida, que reconstruye narrativamente las escenas de la deportación. Siguiendo a Denise Levertov en su obra Algunas notas sobre la forma orgánica (1965), desde una visión orgánica de la forma en poesía contemporánea las combinaciones de metros y rimas pueden ser infinitas en tanto sus fines expresivos también lo son. La presencia de onomatopeyas, “¡Corran! ¡Corran!”, que a su vez son citas textuales de las transcripciones de los enunciados en los juicios, presentifican al héroe anónimo y universal sometido a la deportación. El verso libre, de métrica irregular, crea su propia forma orgánica al aplicar un corte de verso que refuerza la potencia de ciertas palabras y, a su vez, la presencia de unos guiones largos pareciera corresponderse con la acentuación del silencio, el acento, la detención que refuerza el sentido de lo anterior.
Los efectos que logra con esta forma y melopeia es la transformación desde lo documental, testimonial y jurídico en la gesta épica de un pueblo que es todos los pueblos. Simboliza a aquellos que están en el camino de la vida (de Jerusalem a Jericó) y que, ante las dificultades de una parte de la humanidad, es una invitación a la empatía y al compromiso con la situación. Una logopeia de la humanidad toda como viajera de una epopeya llena de dificultades que se cruza con ladrones de lo más preciado, la vida, como aquellos que atacaron al hombre en el camino de Jerusalem a Jericó. Una expansión del motivo de la visita al reino de los muertos que está como amenaza al final de la deportación. El efecto logrado iguala a todos los hombres sin distinciones de credos o ideologías.
Así leemos:
“En este camino había una vez un judío
que había sido atacado por unos ladrones
y el que lo ayudó no era judío.
El Dios que yo venero me dijo:
‘¡Ve y haz como él!’”.
La aristeia dividida en tres momentos no está ligada a lo heroico como una victoria, sino como el cumplimiento de una misión o destino, en este caso, el intento de sobrevivir, encontrar la forma de esquivar la deportación en el caso de los judíos y, en el caso del sacerdote, la misión del ir y hacer como el que ayuda a quien es diferente y va en la línea de los valores humanos por sobre las pasiones destructivas. El primer momento es la descripción de la captura bajo la “protección” de los nazis, el segundo momento describe el intento de buscar ayuda a través de la propia comunidad y la humillación de los SS y, el tercer tiempo, es la narración de la ayuda provista por quienes no son del pueblo judío.
Siguiendo a Auerbach en la Cicatriz de Ulises (1950), algunos escritores contemporáneos utilizan la narración de un episodio para intentar percibir lo esencial, esa es la maestría del montaje realizado en “Deportación”, captar un momento que ha comenzado tiempo atrás y que se proyectará en otros relatos que no se puede esperar relatar en su totalidad, por eso se confía en contar lo que ocurre a pocas personas, “de manera que del cruzamiento, complemento y contradicción de ellas resulte algo así como una visión sintética del mundo”. Por otro lado, este tipo de estructura: descripción de un proceso (la deportación)+ exhortación (a tomar acción por el compromiso), puede encontrarse en muchos poemas de distintos tiempos, como en el poema 46 de Catulo. Este movimiento arquetípico a nivel morfológico es habitual en el arte como forma de remedar las experiencias de las que surge y exhorta a la reparación de una vivencia por el camino de un saber ancestral. Eso es el camino de la humanidad, la locura de la pulsión destructiva desenfrenada de las guerras y los miles de actos de reparación que durante años nos veremos forzados a recorrer para intentar hacer algo con aquello indecible. Aquella búsqueda espiritual de la que hablaban Einstein y Freud como pacificadora de las pulsiones de muerte.
Charles Reznikoff. “Deportation” (“Deportación”), incluido en Holocaust (“Holocausto”, 1975). Versión en español por Carlos Soto Román. Ed. Zindo & Gafuri
DEPORTACIÓN
1
Una noche, un policía vino y le dijo—
él había llegado desde Polonia y se había quedado
en Alemania casi treinta años—
le dijo a él y a su familia,
“A la estación de policía, ahora.
Pero van a volver de inmediato”, agregó el policía.
“No lleven nada consigo—
solo sus pasaportes”.
Cuando llegaron a la estación de policía,
vieron hombres, mujeres y niños judíos,
algunos sentados, otros de pie—
muchos llorando.
Todos fueron llevados a la sala de conciertos
del pueblo—
judíos de todos los barrios de la ciudad—
y los dejaron ahí por veinticuatro horas,
y luego los llevaron en camiones de la policía
a la estación de trenes.
Las calles por las que los camiones pasaron
estaban llenas de gente gritando,
“¡Los judíos a Palestina! ¡Que se vayan a Palestina!”
Y pusieron a todos los judíos en un tren
y se los llevaron hacia la frontera polaca.
Llegaron allá a la mañana—
trenes desde todas partes de Alemania—
hasta que los judíos sumaron miles.
Ahí fueron registrados
y si alguien llevaba más de diez marcos,
el resto era confiscado;
y los hombres de la S.S., los nazis de los
escuadrones de protección, tomándolo decían,
“¡Ustedes llegaron con menos que eso a Alemania—
no pueden llevarse más!”.
Los hombres de los escuadrones de la S.S.
estaban “protegiéndolos”
mientras caminaban hacia la frontera con Polonia;
azotando a los que se demoraban
y arrebatando cualquier valija que pudieran agarrar
mientras gritaban “¡Corran! ¡Corran!”
Cuando llegaron a la frontera con Polonia,
los oficiales polacos examinaron
los papeles de los judíos
y vieron que eran ciudadanos polacos
y los llevaron a un pueblo de casi seis mil habitantes—
los judíos eran por lo menos el doble.
La lluvia caía fuertemente
y los polacos no tenían lugar donde ponerlos
salvo en establos,
el suelo estaba cubierto de estiércol de caballo.
2
Un judío había ido a la oficina
de la comunidad judía de la ciudad
encontró que la oficina estaba cerrada
y dos hombres de un escuadrón S.S. con cascos
de acero y rifles estaban en la puerta.
(Los dos eran miembros de la “división de entretenimiento”
y hacían todo tipo de cosas
para entretenerse ellos mismos y a otros).
Le dieron al judío una cubeta con agua caliente
y le ordenaron que limpiara los peldaños de la entrada;
el agua tenía un ácido que le quemaba las manos.
El rabino jefe de la comunidad, que llevaba
su túnica y su manto de oración,
fue empujado junto a él
y también le ordenaron limpiar los peldaños;
los otros hombres de la S.S., parados alrededor y
otros que pasaban sonreían o se burlaban.
3
Un sacerdote en Alemania les encontraba
refugio a los judíos
y los judíos iban a él para esconderse.
Él los enviaba a trabajadores en los suburbios
de Berlín y a granjeros fuera de la ciudad,
y ellos protegieron cientos—
ninguna puerta fue cerrada.
Contándole a otro sacerdote por qué hacía esto,
le preguntó al cura —que había estado en Palestina—
“¿Conoces el camino de Jerusalén a Jericó?”
El sacerdote al que le hablaba asintió;
y el cura que hacía la pregunta continuó:
“En este camino había una vez un judío
que había sido atacado por unos ladrones
y el que lo ayudó no era judío.
El Dios que yo venero me dijo:
‘¡Ve y haz como él!’”.