Continua su camino de ascenso el poeta, luego de despedirse de su maestro Virgilio se reencuentra con una joven y bienaventurada Beatriz quien lo guía en su periplo por el último de los destinos del alma: el Paraíso. Gabriela Puente analiza en esta nota el concepto de Paraíso y su relación con el arte, el amor y la pérdida. Ilustra Tano Rios Coronelli.
El peligro de una sonrisa
Beatriz Portinari, una de las musas más célebres de la Historia de las letras, vio a Dante Alighieri sólo tres veces en su corta vida. Aquellos fugaces momentos marcan a fuego al poeta, quien, en el paroxismo de la emoción, encuentra una conexión entre el Paraíso y la sonrisa de la joven. Este vínculo no debería sorprendernos ya que la amada lleva en su nombre el signo de la felicidad: Beatriz proviene del latín Beatrix, cuya raíz etimológica se relaciona con beatitas que significa beatitud, felicidad y bienaventuranza.
La vida de Dante transcurre pendularmente entre el tiempo profano y los momentos extáticos en que ve a su amada; pero este fervor del poeta es ocultado hasta la muerte de Beatriz. Luego de ésta, transcurren dos años de infinito dolor para Dante, finalmente el padecimiento es transmutado en una oda de amor, la Vida Nueva; y unos diez años después en la Divina Comedia.
En la tercera parte de la Comedia luego de atravesar inefables tormentos se reencuentra con su amada. El amor y la felicidad, que le fueron negados en vida, son aprehendidos mediante la poesía.
Sin embargo, en las altas esferas del Paraíso Dante se torna vulnerable y el peligro que pareciera haber sido superado al abandonar el Purgatorio se guarece ahora detrás de las múltiples visiones gloriosas. El momento deviene crítico, y es entonces cuando el acatamiento de las dulces directivas de Beatriz se torna crucial.
Subsiste un peligro en el Paraíso que aqueja a un ser finito como Dante. Su osadía consiste en estar en un lugar que no es propio o que, en el mejor de los casos, aún no lo es. El poeta debe comportarse con la mayor cautela a riesgo de extraviarse, de despertar, de morir o, peor aún, de perder una vez más a su amor.
De alguna manera, no sólo Dante si no también el equilibrio del Paraíso en su totalidad corre un riesgo, el poeta debe sólo observar, y medir al máximo sus preguntas y su accionar. Beatriz vela por él e intenta socavar su ansiedad, signo de su existencia todavía temporal.
En el canto XXI del Paraíso, Dante, a pesar de seguir ascendiendo por los círculos concéntricos celestiales, es poseído por un resto de melancolía, o quizás de confusión: la música celeste de las esferas, así como la sonrisa de Beatriz, han cesado.
Beatriz da razones de ello: “(…) si yo riese (…) te quedarías como Sémele cuando fue reducida a cenizas: pues mi belleza, que según has visto, brilla más cuanto más asciendes por las gradas del eterno palacio, si no se moderase, resplandecería tanto, que tu fuerza mortal perecería ante su fulgor como la rama destrozada por el rayo.” (Alighieri, D., 2006: 482).
Más adelante, en el mismo canto, el abad y teólogo del siglo XI, Pedro Damián, da análoga razón por el cese de la música celeste: “Tu oído es tan débil como tu vista (…): aquí no se canta por la misma razón que Beatriz no sonríe.” (Idem.)
Revuelta en el Paraíso, el arte y el amor
Se introduce un elemento de disturbio en el Paraíso, una disrupción que potencialmente lleva a la locura y destrucción del poeta. Lo anterior es análogo al amor que sintió por Beatriz; éste debió ser rigurosamente ocultado, sublimado y transustanciado en poesía, porque en él se guarecía un peligro mortal.
En Vida nueva, la pasión es tan irrefrenable que Dante sueña con una Beatriz semidesnuda que devora silenciosamente su corazón, la escena de trémulo erotismo es también un vaticinio de muerte. La amada muere, y el amante la convoca en la lejanía. La distancia funciona a modo de círculo protector de un amor que aun después del desenlace fatal sigue siendo tan abrasador como “perturbador hasta la esquizofrenia y peligroso para el alma y el cuerpo” (Leonhardt, 1984: 58).
En el ocultamiento, disimulo y desplazamiento de ese amor revulsivo asume entonces el arte su función mediadora; existe en la obra de Alighieri una retroalimentación entre ésta y el amor: Beatriz anima el poema; y sólo a través de éste, es alcanzada por su amante.
En La vida nueva, se puede observar este mecanismo; la emoción, causada en el poeta por los encuentros platónicos con su amada, es morigerada describiendo, y más aun explicando, el mecanismo interno de sus poemas. En los momentos en los que está por llegar al cenit de la sensibilidad, cuando se acerca demasiado a la figura extática de Beatriz, recurre Dante a la explicación de la forma del poema (de sus formulismos y dispositivos estéticos) en sustitución de su amada.
El modelo de distanciamiento se reproducirá en la descripción del Paraíso de Divina Comedia, donde cada acercamiento a Beatriz estará mediado por un juego de espejos, de ecos y desplazamientos.
La forma del Cielo
También la conformación del Paraíso dantesco se enlaza con la existencia de Beatriz; ambos están signados por el número nueve.
A los nueve años conoce Dante a Beatriz, y exactamente nueve años después del primer encuentro, a la novena hora del día, la ve por segunda vez. De manera análoga, nueve son los círculos del Cielo (también los infernales), nueve son las órdenes de los ángeles que rodean a Dios, más allá del Empíreo. Y fue finalmente durante la primera hora del noveno día del mes, del noveno mes del año que la “nobilísima alma de Beatriz” abandona su existencia terrenal partiendo hacia su última, beatífica morada. (Cfr. Dante, 1999: 45).
Beatriz es el nueve, es decir, el Paraíso o su estructura. Y para explicar esta relación, Dante recurre a argumentos metafísicos, astrológicos y hasta a analogías matemáticas: si el tres es el factor del nueve, y el factor o Hacedor del mundo es la trinidad divina, se sigue de ello que la amada/nueve es nada más y nada menos que el milagro último del creador (Cfr. Ibid.).
Pero intentemos no sucumbir ante la visión flamígera del alma de Beatriz, concentrémonos en la noción de Paraíso. Podemos hipotetizar que éste es, ante todo, un límite a la existencia, límite que, aunque parezca una contradictio in terminis, es a la vez infinitud.
El cielo es ese punto donde es imposible ir más allá, porque cualquier más allá se difumina en la eternidad del ser infinito que es Dios.
Es también el espacio donde acaece la visión beatífica de las almas salvadas que giran su rostro hacia el trono de Dios.
Está conformado por nueve círculos: el de la luna, el más próximo a la tierra; luego el de mercurio, venus, el sol, marte, júpiter, Saturno, las estrellas fijas y el Primun mobile, primer motor inmóvil.
En esta estructura, Dante sigue el modelo aristotélico[1] cuya visión de los cielos ya había sido expresada en De Caelo, obra escrita en el siglo IV a. C., perdida luego durante gran parte del Medioevo y recuperada para Occidente en el siglo XII, aproximadamente unos cien años antes del nacimiento de Dante.
El Aleph, la visión divina y la pérdida de amor.
Seiscientos años después de la creación de la obra dantesca, en 1949, el escritor argentino Jorge Luis Borges publica un cuento, “El Aleph”, en el que describe su propia versión de la visión divina.
Un Aleph es algo así como una esfera en movimiento, se ubica en un punto del espacio que contiene a todos los demás puntos. Por tanto, aquel que experimente el Aleph tendrá acceso a una visión ubicua.
El relato cuenta con tres personajes principales, Borges, Carlos Argentino Daneri, cuasi anagrama de Dante Alighieri, y Beatriz Viterbo.
Beatriz ha muerto, Borges visita obsesivamente su casa, allí se encuentra con el primo de ésta, Daneri; quien es obtuso, rimbombante y sensiblero; también es escritor, y se propone narrar el Aleph, pero su carencia de talento lo hace detenerse profusa y ridículamente en la descripción de mecanismos internos del poema (quizás a la usanza de Dante en su Vida Nueva) algo que a los ojos de Borges resulta una especie de pecado estético/metafísico.
Borges toma entonces la palabra y describe el Aleph, no sin antes enfatizar que éste no puede separarse de la experiencia del amor, o mejor dicho de su pérdida. Con cierto patetismo, antes de descender al sótano donde se encuentra el punto del espacio que contiene a todos los demás puntos, Borges, se detiene extasiado ante el retrato de Beatriz, se aproxima a él y le dice: “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.” (Borges, 2007:751).
El susurro enamorado de Borges es a la vez que una declaración de amor, una afirmación de su propia identidad; así, él sólo se reconoce a sí mismo a través de su pérdida. El cuento fue dedicado a Estela Canto el amor no correspondido de Borges durante años.
El arte vuelve aquí a exponerse como el gran elemento transustanciador; Borges mata literariamente a Estela/Beatriz para poder poseerla desde la lejanía “sin esperanza, pero también sin humillación.” (Borges, 2007: 743).
En el caso de la obra de Dante, Beatriz es también Infierno y Purgatorio, entrelazados en un único punto, en una única emoción: la dolorosa pérdida del amor. Pérdida que finalmente es metamorfoseada en una especie de liberación, de una emoción que no es necesario ya ocultar. Y a partir de este sentimiento de liberación, se van figurando las esferas finales del Paraíso.
Bibliografía
Alighieri, Dante. (2006) Divina comedia. Madrid: Espasa-Calpe.
Alighieri, D. (1999). La Vida Nueva, Madrid: El Aleph.
Aristóteles. (1996). Acerca del cielo, Madrid: Gredos.
Borges, Jorge, Luis. (2007). Obras completas, Buenos Aires: Emecé.
Gangui, Alejandro. (2005). “La cosmología de la Divina Comedia”, en Revista Ciencia hoy, Buenos Aires: Asociación Civil Ciencia Hoy, vol. 15, nro. 89, pp. 18-23.
Paraíso Almansa, Isabel. (2015). “Dolce Stil Novo” en Diccionario español de términos internacionales, Madrid: CSIC. Recuperado de pág. Web: http://www.proyectos.cchs.csic.es/detli/sites/default/files/Dolce%20stil%20novo_0.pdf
Leonhard, Kurt. (1984). Dante, Barcelona: Salvat.
[1] La Filosofía tiene un lugar privilegiado en la obra del florentino y en el movimiento literario Dolce stil novo, del cual dante fue el máximo exponente. En este estilo los debates filosóficos de la época (sobre todo metafísicos y cosmológicos) hallan su plasmación estética.