Torbellino de polvo sepia

Un hombre entre bulevares se pierde en un mundo que cruje bajo el lápiz de Sebastián Trujillo. Ilustra José Bejarano.

Una última luz de bengala estalló en el cielo. Y fue, al momento del estruendo, cuando el torbellino de polvo sepia se elevó del asfalto, quebró los cristales de la taberna y se llevó para siempre el sombrero del fotógrafo. 

El hombre, dominado por el agotamiento invencible de existir, tenía la cámara colgada del cuello. Configuró el lente y retrató el suceso de humo y polvo. Sobre la arquitectura los búhos giraban sus rostros al revés. 

Luego se distanció de la taberna, dejando atrás ventanas rotas. Despareció entre bulevares, el cementerio y tapas de alcantarillas. En la sangre corría la borrachera en memoria del amor cadáver. La faz de la medianoche iba oscureciendo sus huellas en el camino, mientras el tren loco de la ciudad atravesaba el firmamento con sus vagones casi vacíos. De norte a sur. Sur a norte. Una vez. Otra al rato.

Un barquito de madera, varias botellas de vino y saltar en el mar para encontrar un pez dorado. Años pasados, bajo el agua blanca de luna llena. Así perdió a su mujer. Ahogada en las profundidades del mundo de Leviatán. “Si careces de imaginación, obtendrás lo mismo. El esquizofrénico sentido común”.  Y suspiró al escuchar su voz de pintora en el recuerdo. 

En el estudio hizo los preparativos de revelación. Durante la labor meditó en la humanidad y su lucha incesante contra la soledad. Chispearon al interior del cráneo, como anuncios de neón, las siguientes palabras: matrimonio, trabajo, arte, teléfonos, ropa, vacaciones, restaurantes, mascotas, cucarachas, navidad, etcétera infinito. Y se sintió fulminado por un rayo que le consumía de aburrimiento y tristeza imperecedera. Puso música Rock en el estéreo y encendió un cigarrillo. 

Examinó la instantánea de su chica extraviada en el fondo del océano. Aquella atmosfera de la estancia era roja y negra. Colocó burdamente las fotografías en la pared. Utilizando alfileres. Nunca creyó en dimensiones metafísicas. Porque exteriorizaba razón narcisista, de hielo. 

Pero la habitación tembló y crujió de tal manera que le poseyó la idea de que las imágenes albergaban vida. O algo parecido. Un aroma de mujer fantasma penetró su nariz. A continuación, un incendio, que por misericordia no le calcinó, arrasó con hermosura la esquizofrenia acumulada en su sentido común. Al final cesaron las llamas. Las sirenas de los bomberos rompieron el silencio de los callejones. Después agua disparada a presión. Semejante a lluvias horizontales. Los socorristas repetían preguntas iguales, estúpidas, buscando el motivo lógico. El fotógrafo trató de aprehender la manifestación de eternidad. Y, derretido como hielo, sonrió al verificar que las cenizas pisadas eran de polvo sepia. Ella, balbuceó. Ella, chorreando salivas amargas. ¿Ella? 

Escribe Sebastian Trujillo

Sebastián Trujillo. Periodista nacido en el Caribe colombiano. 27 años. Ha escrito para la Revista Cinosargo, Chile. Revista Desbandada, Alemania. Revista Monolito, México. Revista Elipsis, Colombia.

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