Pobres criaturas, la película de Yorgos Lanthimos, es una pieza de relojería donde el caos genera un orden mayor. Escribe Gabriela Puente, ilustra Mariano Lucano.
Pobres criaturas es una película potente.
Quizás esta potencia se relacione con los tópicos en los que se centra, como la idea de progreso científico, de liberación femenina, de maternidad, de un eros capturado por la endogamia, quizás dicha potencia tenga también algo que ver con la desinhibición inocente de la protagonista, Bella, interpretada Emma Stone devenida en Frankenstein femenino.
Todo orden en Pobres criaturas se ve trastocado, uno de ellos es el relacionado con la evolución y el progreso, que puede interpretarse incluso desde el punto de vista más originario y vital, en el sentido de crecimiento; ya que la biografía de Bella no puede limitarse a narrar su infancia, adolescencia y adultez de manera lineal, porque ante cada intento clasificatorio sobreviene el monstruo, lo liminar.
La salida de la minoría de edad, tan cara a la Ilustración moderna de los siglos XVIII en adelante y que dio origen a la idea de progreso, es reconfigurada en la biografía de Bella, y se torna caótica, destructiva, desaforada.
Esta mayoría de edad que tanto ocupaba las mentes de los filósofos ilustrados ocurría cuando la conducta se volvía autoregulable por medio de las leyes de la Razón. Esto era así en el caso del Hombre, entendido como especie humana, pero también como género masculino; ya que la mujer parecía quedar fuera de la toma de decisiones que implicaba esa mayoría de edad, quedando atascada en una especie de infancia eterna.
En el caso de Bella, esta necesidad de alcanzar la mayoría de edad y salir de la endogamia, que la convertía en un objeto de estudio científico, es de importancia vital.
Se suma a lo anterior la urgencia de la protagonista por darse sus propios medios de supervivencia, es decir, por llevar a cabo algo así como un automaternaje. Tarea de importancia esencial teniendo en cuenta que la razón de su monstruosidad es en parte porque nació, o resucitó, por injerencia exclusiva de una figura masculina, mediada por la ciencia, sin la intervención de alguna variable materna entendida a la manera tradicional.
Un cuerpo monstruoso
Sobrevuela en la película una duda biologicista, acerca de si tienen los cerebros humanos masculinos y femeninos las mismas características; o, por el contrario, la actividad y desarrollo cerebral están vinculados a rasgos diferenciales de los sexos biológicos.
Esta pregunta de tintes cientificistas es pertinente porque en el caso de Bella, su cuerpo fue reavivado a través de la sustitución de su cerebro por el de un bebé (su propio bebé). Con cual no sólo la metáfora del automaternaje, a la que hacíamos referencia más arriba, se torna literal; sino que también nos lleva a preguntarnos si habría cambiado el comportamiento de Bella si el sexo del bebé hubiera sido masculino.
Podríamos ver en este caso una rica referencia a los casos de personas atrapadas en cuerpos de distinto género, que desde la psiquiatría actual son categorizados como dismorfia de género. Pero Lanthimos, acertadamente quizás, no explicita el género del bebé.
Por otro lado, estamos ante un cuerpo que no es una totalidad biológica, integrada por una homeostasis, sino que, por el contrario, la homeostasis es algo a lo que se arriba, con suerte, luego de varios intentos y experimentaciones caóticas.
Esta experiencia confusa que tiene Bella acerca de su propio cuerpo, es acompañada por un uso de distintos objetivos a la hora de llevar a cabo la filmación. Lanthimos, de manera deliberada y desaforada, mezcla en una misma escena una profundidad de campo gran angular, con una baja profundidad de campo, que logra captar, de modo más intimista, las dinámicas internas del personaje.
Todas estas deformaciones de la imagen recuerdan también al crecimiento caótico de las distintas partes del cuerpo de Alicia en su pasaje por el país de las maravillas.
El resultado es, nuevamente, unaestética de lo monstruoso.
La sexualidad del monstruo
La forma de conexión con el cuerpo más explorada por Bella es su sexualidad.
Una sexualidad que no se condice con lo que se espera de la performance femenina.
La de Bella parece ser una sexualidad orientada al consumo desenfrenado, más cercano a la caracterización de la sexualidad masculina desde el punto de vista patriarcal, donde priman variables tales como la cantidad, la aceleración y el descarte, como si los distintos cuerpos que pasan por Bella se ubicaran sobre una línea de montaje y su placer residiera en el pasaje de uno a otro, en su consumo y desecho.
Esta sexualidad, que parafraseando a Foucault pudiera calificarse de “anormal”, va mutando a lo largo de la película. En un principio se parece a una sexualidad de la autoexploración y de la autoexplotación de un cuerpo monstruoso que produce sensaciones sin detenerse, sin lugar para la recuperación impuesta por los ritmos vitales.
Pero poco a poco, Bella va encausando su sexualidad hasta convertir a su cuerpo en algo así como un medio de producción del cual ella se apropia, previo rodeo por la prostitución, en este sentido la experimentación de Bella nos recuerda a autoras de la teoría queer, como Virginie Despentes, quien en su libro Teoría King Kong narra vivencias similares a las de la protagonista.
Una libertad monstruosa y una problemática del feminismo
La película de Lanthimos parece hacer eco de cuestionamientos propios de los feminismos y teorías de género actuales, pero su relación con estos oscila entre los extremos de lo progresista, incluso demagógico, hasta la parodia grotesca. No sabemos cuál fue la intención de Lanthimos, quizás esto tampoco importe mucho, pero lo que es innegable es que la feminismo recorre como una corriente eléctrica toda la narrativa del filme.
Podemos pensar que la explícita sexualidad de Bella simula la performance masculina de las sociedades occidentales de los siglos XIX, XX y XXI; o que se retrotrae a estadios infantiles previos a la represión; pero, de una manera o de otra, esta sexualidad es representada en la película como monstruosa.
Su libertad consiste en insuflar algo de vida, a veces de manera caótica, a su carne inerte. Convertirse en un sujeto significa para ella extraer esa carne, que es su cuerpo, del laboratorio que dio origen al monstruo.
Pero quizás el desafío de Bella no sea simplemente acceder como sujeto a su propia libertad individual, sino que consiste en resistir la tentación de reproducir la lógica de un sistema que le es conocido. Salir del laboratorio significa también y, sobre todo, no reproducir un sistema que someta a otros, como antes la sometió a ella misma.
Porque, si un mensaje nos deja Pobres criaturas es que esa libertad puramente individual corre el peligro de tornarse mecánica, irrestricta, consumista y destructiva, o para decirlo en términos más poéticos con las palabras de Alejandra Pizarnik: “la libertad absoluta del sujeto humano es monstruosa” (Prosa completa, Barcelona, Lumen: 2014, p. 296).