La sustancia, o aquello que puede un cuerpo 

La sustancia, la película de Coralie Fargeat protagonizada por Demi Moore, ¿body horror o un cuento de hadas siniestro? Gabriela la vio y la analiza en esta nota. Ilustra María Lublin.

En los albores de la Modernidad, el filósofo Baruch Spinoza afirma en su Ética demostrada según el orden geométrico que «nadie sabe lo que puede un cuerpo», la frase funciona como una forma de oposición al mecanicismo cartesiano de su época. 

Cuatrocientos años después de la publicación del libro de Spinoza volvemos a encontrarnos con la, ahora omnipresente, temática del cuerpo; preguntándonos una y otra vez por aquello que puede y no puede. Sin embargo, varias de las preguntas de hoy surgen desde un punto de enunciación más encarnado en las corporeidades femeninas o feminizadas. Un boceto de respuesta a estas preguntas por la potencia del cuerpo (femenino) es dada por la directora Coralie Fargeat en su película «La sustancia». 

Este filme se centra en la figura de Elisabeth, una ex estrella de cine de mediana edad, cuya carrera parece concluir al ser despedida de su trabajo en la tv. En este punto se encuentra con una propuesta, una sustancia que al inyectarse puede crear (o liberar) una versión más joven y perfecta de ella misma; sin embargo, como en todo contrato es menester leer las letras pequeñas, Elisabeth no lo hace y creyendo que podrá rejuvenecer su propio cuerpo, será por el contrario, sustituida por Sue, su alter ego tan perfeccionado como inescrupuloso. 

Una dinámica hostil comienza a darse entre ambas, mientras el cuerpo del Sue es expuesto «frame by frame» en la pantalla, el de Elisabeth se repliega más y más entre las sombras.  

En todo esto hay un cambio no sólo en la forma de exponer el cuerpo, sino correlativamente en la mirada ante la cual el mismo se expone. Elisabeth vivió su esplendor mediático en momentos en que la estrella de cine, mediante el culto a la imagen, era eróticamente idealizada y parecía retener algo de aura; mientras que, por el contrario, Sue habita un nuevo culto al cuerpo modelado por un dispositivo pornográfico-publicitario que fue apropiado y llevado al extremo en el caso de los influencers de las redes sociales. Esta novedad permite una especie aplanamiento del cuerpo, donde este pierde tridimensionalidad, y las formas se destacan por sobre todo.  

Este cuerpo superpuesto con su imagen, permanece como cerrado sobre sí mismo, y sin posibilidad de expresión. El cuerpo de Sue es de una belleza tan pétrea como inalcanzable. 

Sin embargo, el poder genera resistencias, de manera que el monstruo no puede sino rebelarse. Y el género body horror, al cual pertenece esta película, es quizás el lenguaje cinematográfico más acorde al proceso de rebelión corporal. 

Este género llega a momentos álgidos de la visibilidad, incluso allí donde el porno, por mantenerse en el ámbito de la imagen, no llega; dado que, a pesar de la exposición de las interpenetraciones físicas, se mantiene al borde y en el borde de los cuerpos. 

La película marca el pasaje entre el male gaze, o mirada masculina, del dispositivo porno-publicitario a la mirada del horror, pasando por filtro del humor negro.  

El cuerpo hegemónico de Sue se va mezclando con el envejecido de Elisabeth, y surge el monstruo: Elisabeth-Sue es el lugar en que los cuerpos se desarman y confunden; allí donde ya no puede actuar el principio de individuación. 

A la vez, permite una catarsis, ya que esta rebelión del monstruo libera incluso los cuerpos de los espectadores que comienzan a revolverse en sus butacas de acuerdo a las sensaciones de la incomodidad y la risa; pero sobre todo del asco. 

Recordemos que este último sentimiento es, para la teoría estética tanto antigua como moderna, uno de los límites del arte, porque justamente impide la distancia contemplativa necesaria para que la obra surja.  

La relajación corporal del monstruo implica una liberación del biologicismo de la mirada porno-publicitaria, donde la belleza es sinónimo de juventud, o más específicamente, de fertilidad. Cuando el director del programa donde trabajaba Elisabeth, interpretado por un repulsivo Dennis Quaid, le dice al despedirla que algo se detiene en la mujer al cumplir los cincuenta años, la literalidad de sus palabras adquiere formas corpóreas. Ante la pregunta «qué se detiene» toda mujer sabe la respuesta, pero, por si quedan dudas en el espectador, la hemorragia incontrolable hacia el final parece corresponderse con la del último ciclo menstrual, en esta escena las referencias a otra obra maestra del body horror, Carrie, son inevitables. 

El conflicto de Elisabeth se disuelve al ritmo de sus procesos corporales. Y el lazo con su propio cuerpo parece tornarse placentero. 

La vertiginosidad e inexorabilidad del cambio corporal es signo tanto de la ascensión del monstruo, como una advertencia de que su tiempo se acaba. Lo cual parece provocar en Elisabeth no tanto temor sino deseo; porque el deseo, ausente en la vida de la protagonista durante toda la película, parece necesitar de la apertura generada por la posibilidad de la muerte. 

Ficha técnica: 

«La sustancia», Francia, Reino Unido, 2024, 140 minutos. 

Electo: Demi Moore, Margaret Qualley, Dennis Quaid, Tom Norton, Joseph Valderrama. 

Guión: Coralie Fargeat. 

Dirección: Coralie Fargeat. 

Estreno en cines de Argentina desde el 19 de septiembre.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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