Los músculos duros se tensan aún más. Está parada en el borde. Concentrada. Se baja las antiparras. Intenta no pensar en nada. Ve que la competidora de al lado es más alta. Nunca la había visto de cerca. Piensa en que corre con desventaja. Mira al agua, aún calma.
Suena un pitido y ella se pone en posición, como el resto. La posición consiste en arquear la espalda, flexionar levemente las rodillas y tomarse del borde de la plataforma de salida con las manos. Su pie derecho se apoya sobre la tabla que está atrás. Ese es el pie que la va a impulsar. Los dedos del pie izquierdo se agarran del borde como las manos. Mira mejor al agua.
Sentir de cerca el olor a cloro le genera ansiedad que se traduce en sudor. Vuelve a sonar el pitido y se lanza, perfectamente. El sudor de su espalda se confunde con el agua que se convierte en un mar de sudores, incertidumbres, exigencias y esperanzas. Principalmente de sudores.
El primer movimiento nace desde las caderas. Los brazos están estirados hacia adelante. No deben estorbar. Lo principal es conseguir velocidad. La cabeza se mantiene firme mirando hacia abajo. No respira. Los pies en punta favorecen la hidrodinámica.
O por torpeza o por nervios, el crol empieza antes de lo deseado. Se da cuenta pero sabe que un deportista, para ser bueno, para ganar competencias, antes de entrenar su cuerpo, debe entrenar su mente.
Saca el brazo derecho hacia la superficie. Sus piernas no cesan de patalear. Arriba y abajo sin parar, alternadamente. La fuerza sigue naciendo de las caderas. El brazo derecho vuelve a hundirse y se estira lo máximo posible hacia adelante. Ahora el brazo izquierdo es el que sube. Las piernas continúan moviéndose. Cuando el primer brazo vuelve a salir, la mitad de su rostro emerge hacia ese costado. Respira. Que no se olvide que sus pulmones necesitan oxígeno. Aunque respire por la boca. Aunque suelte el aire abajo del agua. El movimiento se repite.
Sabe que tiene que concentrarse en ella misma pero no puede evitar pensar que la de al lado ya le está ganando, que van a volver a cruzarse cuando la otra esté volviendo y ella aún no haya tocado la pared, no se haya impulsado luego del crol. Escupe.
El crol es lo que mejor le sale. Todos lo dicen. Sin embargo, un crol perfecto sin velocidad es en vano. La velocidad es mayor a la de cualquier persona. Pero no es la velocidad de una competidora olímpica, piensa mirando al piso de la pileta, las gradas afuera, las boyas que separan su andarivel del de al lado.
Vuelve a concentrarse en la carrera. Intenta alentarse como cuando entrena. Se dice vamos, dale, sos la mejor, dale, vos podés. Se lo dice a su mente. La natación es un deporte que requiere del auto aplauso. Abajo del agua solo se oyen las patadas y los propios pensamientos. Hay que tener cuidado con los pensamientos que se eligen. También con las patadas que se dan.
Ve a la competidora de al lado volviendo. Se olvida de alentarse o simplemente no puede. Solo mueve su cuerpo y respira. Al menos estás compitiendo. Su mente se escinde entre la de la fracasada y la de la alentadora. Todavía nada.
En frente suyo se presenta una cruz negra indicando que ahí está la pared. La nadadora coloca los dos brazos del crol estirados hacia adelante. Suspende la pataleada. Usa sus brazos para empujar hacia abajo y dar una vuelta. Cuando termina de girar, apoya las piernas sobre la cruz negra. Se empuja. El movimiento es el mismo que hizo al inicio, ese que solo consiste en mover las caderas y dejar el resto del cuerpo extendido.
Dale, se dice, dale. Pero al dale le sigue un para qué traicionero. Para qué nadar. Para qué competir. Para qué vivir. Ahora la nadadora no solo es humana porque respira sino también porque piensa en su propia existencia. Preguntas que la hunden. Es el agua, el silencio del agua el que le trae las preguntas. No es el momento, se lamenta. Escupe. Por qué y para qué.
Sigue nadando, igual. Es la mecánica. Las piernas de las demás competidoras ya se pierden en el horizonte acuático cuando sus brazos comienzan a hacer cada vez menos fuerza y se reduce la velocidad. No quiere pero tampoco puede abandonar o poner toda su energía en continuar. Simplemente nada. Nada de nadar. Al menos estás compitiendo, le repite su parte alentadora. Sin dejar de realizar los movimientos que la desplazan, sonríe abajo del agua y las lágrimas brotan. No puede verlas, tampoco la mojan porque ya está mojada. Sí las siente, sobre todo en la garganta.
Ve nuevamente la cruz negra adelante hasta que la toca con sus manos y levanta la cabeza. La saca del agua. Ve al resto de las competidoras agarradas del borde de la pileta, esperándola. Ve que todas sonríen. Algunas no ganaron, pero tampoco salieron últimas. Respira. Por la nariz.
Aguante la mecha
Grande Mechita linda!
Te felicito!
Tu Fa…
Este cuento me provoca la impresión de la inutilidad desoladora de la competencia individualista.Todo se arruina ante la pregunta esencial: ¿porqué, para qué, para quién?. Entonces es cuando el agua se hace densa,no es posible abandonar la carrera con valentía y exponerse ( ronda el fantasma de la cobardía antes de que la certeza de la libre elección), pero tampoco es posible seguir y recuperar el entusiasmo y la fe perdida. Ahí cobra dimensión lo difícil que es luchar por algo que ya dejó de motivarnos. Nos mueve la inercia y el consuelo final de la mediocridad, que siempre anestesia. Me pareció un cuento alegórico acerca de las decisiones difíciles.Muy bueno!
¡Muchas gracias por tu comentario! Es muy grato para quien escribe contar con tan acertadas interpretaciones. Saludos.
Las competencias siempre son con uno mismo; si la historia se desarrolla en el barrio cotidiano, en una pile o la expresión digital son detalles. El desafío es como a través de nuestras reflexiones, desde nuestras soledades aportamos a una construcción social que supere las injusticias inmediatas. Buen relato…