Por Brunela Garófalo y Roberto Lepori
Reseña de la obra de teatro Montaraz, Teatro Estudio, La Plata, última función Viernes 24/08/2018 22:00hs.
“Cada día que pasa me doy cuenta que todo es una mierda, que el mundo es una mierda. Yo soy una mierda. Un día me voy a tragar una granada y voy a enchastrar al mundo con toda la mierda que tengo acumulada adentro. Me escucho decir ´mundo´ y me parece una generalidad tan vaga que me doy vergüenza. Me siento una bruta, una débil mental, una salvaje. Necesito hacer algo, ser productiva. Si no hago nada no existo, si no hago nada no existo. Creo que me voy a volver loca.” // Fragmento de ´Montaraz´
La Plata, agosto, noche. Salimos cuando era ya tardísimo para ser puntuales y aun así decidimos caminar. A pasos rápidos por las veredas encharcadas registramos entre la neblina el último tramo de diagonal 74 antes de alcanzar el teatro: la apagada terminal de micros, los vestigios de la Hermandad del Princesa, la abandonada heladería Tritón, y casas y más tiendas detenidas, olvidadas en ese inacabable viernes invernal.
Llegamos al Teatro Estudio con la fila en movimiento. Impulsados por el tráfico humano, trepamos huraños hacia las butacas más lejanas, mientras una de las actrices –de las cinco que tendrá la escena- orquesta el ingreso, con su rama-batuta en mano. ´Vayan por aquí, por allá, cuidado el led que se quiebra, obedezcan, acomódense´, comanda desafiante.
La sala, pequeña y acogedora, enfrenta las hileras de butacas destinadas a los espectadores, con el escenario rectangular y despojado. La mayor parte de su superficie es un cuadrilátero que, con la obra en acción, sabremos campo de juego y de batalla. En uno de los costados, dos músicos apostados; en el otro, tres o cuatro árboles de navidad verdes, desnudos. Al fondo del escenario y en espejo frente al público, ocupan sillas alineadas las otras cuatro actrices quienes entre murmullos, risas y comentarios cotidianos se quitan los abrigos disponiéndose a comenzar la función –o exhibición de destrezas, o implacable entrenamiento corporal, o danza brutal.
La entrada al ´mundo salvaje´ nace de la actriz más adelantada quien, rama entre dientes, da la señal con sus pestañas de ardilla a los músicos. Montan a partir de ahí con sonidos ambiente, con rasgueos, con riffs, con verdes pinos artificiales y con cuerpos maleables al límite del quiebre y del orgasmo, un esquivo universo montaraz que parece, en un primer momento, conducirnos al retiro de una cabaña al estilo Walden, en la que cinco amigas / hermanas se esconden para conspirar contra la sociedad y que, sin embargo, la dramaturgia vertiginosa convertirá en la puesta en escena de personajes fragmentados, con identidades frágiles, en crisis, que resultan más eficaces con sus cuerpos, que con sus palabras, al fin y al cabo, repetitivas, estandarizadas, urbanas.
´Montaraz´ trabaja sobre la orden, el mandato, la expectativa ajena, el deseo grupal. Montarás. La obra se desarrolla en imperativo y pone en escena relaciones de poder que se manifiestan tanto en luchas físicas y discursos explícitos como en enfrentamientos rapeados y potentes instantes de rock. Cada una de las cinco actrices responde en algún momento al juego de ocupar –por lo general, de forma impecable- el rol que le conceden las demás: danzar, correr, cantar (guitarra en mano), hacer chistes / mímicas, exhibirse, luchar, brotarse. Los personajes son entelequias / robots que narran lo inmediato y que pueden descartarse, como se descarta un acorde, un pinito, una campera, un gas estomacal, un mal comentario.
Uno de los mandatos constantes entre las actrices, hermanas conspiradoras, es la paranoia de que las demás ´no hagan grupitos´. ´No se puede hacer grupito´, es una frase que pone en tensión lo vincular, entre lo familiar y lo político. Son las voces de la manipulación constante. Hacé / no hagas. Intentá / mejor dejalo. El aliento y el boicot.
Lo salvaje –parece decirnos la obra- está hoy en la fiereza que un cuerpo puede montar en la ciudad. Se puede montar una máquina, ser una máquina corporal, se puede montar una (falsa) tormenta, se puede montar una obra para cumplir con la expectativa ajena –lo único que no se puede montar es la máquina salvaje de la revolución. Todo –incluyendo los afectos- está estallado, en estado de fiereza. Todos estamos desorientados y acaso sólo nos queda correr, saltar y tirarnos al suelo en loop en un escenario-ciudad (o ser espectadores de cómo otras corren, saltan, se tiran al piso, y lo hacen mucho, mucho mejor, porque ser salvaje y montaraz no es para nada fácil).
La vertiginosa coreografía de las cinco hermanas intermitentes, violentas, conflictivas, repletas de ira, es la danza infinita e infernal de mujeres-bomba, mujeres-fuerza que entran y salen del espacio de ficción, siempre al límite de desbordarse hacia los espectadores y llenarlos de esa mierda interna que es una mierda constipada, citadina, clasemediera.
´Me siento una bruta, una débil mental, una salvaje. Necesito hacer algo, ser productiva. Si no hago nada no existo, si no hago nada no existo. Creo que me voy a volver loca´. La actriz-bomba que recita estas palabras, una letanía o un manifiesto, cuando la repetición comienza a retumbar y las sacudidas y las tensiones se vuelven extremas, hacia el final de la obra corre en dirección al público con gestos agresivos, como si todos los mecanismos de llamados de atención, o de llamados a la acción, no hubieran sido suficientes, y hubiera tenido que recurrir ella a los objetos de la realidad para sacudirnos. Siempre atentas al boicot sobre la fantasía ajena, sus hermanas la detienen. El exacerbado pulso grupal decanta suavemente en un encuentro al que asistimos. Con ellas respiramos, disfrutando del estado de relajación y del descanso al que nos convidan tras cincuenta minutos de acción desbordada, aunque finalmente contenida por un rectángulo tirano que nos hizo olvidar de los buenos músicos y de los útiles pinitos del decorado.
Finalmente, todo ese caos solo nos deja una lánguida foto familiar y resonando el estribillo de un hit punk-rock que ilustra la frustración de cualquier mandato libertario, exactamente así o por el estilo: “Quiero ser una bola sin manija, correr en pelotas por una autopista. Quiero tener múltiples aristas. Quiero ser artista, marxista y drogadicta. Soy callada, pero no sumisa. Soy víctima de mi corazón clasemedista. Tengo algunas ideas en mente, lanzarme al mundo y matar al presidente…, matar al presidente…”.///
FICHA TÉCNICA
Dramaturgia: Braian Kobla
Intérpretes: Eliana Beatriz Giommi, Natalia Maldini, Julieta Ranno, Anabelén Recabarren, Denisse Van Der Ploeg
Músicos: Andrés Dillon, Francisco Raposeiras
Vestuario: Santiago Regulo Martínez, Sol Santacá
Escenografía: Sol Santacá
Video: El Pájaro Films, Pablo Jaime Eleno
Fotografía: Pablo Jaime Eleno, Denisse Van Der Ploeg, Erica Voget
Diseño gráfico: Lucila Perini
Asistencia de dirección: Rafael Gigena
Producción: Rafael Gigena, Denisse Van Der Ploeg
Dirección: Braian Kobla