En este cuento de Dafne Casoy, el tiempo se condensa para dar cuenta del deseo y la sorpresa. La protagonista no quiere que nadie le controle la hora. Una caminata, un paquete de Siempre Libre sin alas y un retiro de ayahuasca. Ilustra Tano Rios Coronelli.
El líquido tibio se escurre por mi pantalón y no puedo hacer nada por evitarlo. Voy por la calle, mamá a mi lado, camino lo más cerca de la pared que puedo, pero, cada tanto, tengo que esquivar a los transeúntes que vienen de frente con bolsas de shopping o carritos de bebés. Le ofrezco a mamá llevar la bolsa de compra y la cargo de costado para taparme la cola. Nos cruzamos a un rubio alemán demasiado alto que por un instante me mira las tetas, pero enseguida relojea el rictus de mamá y sigue de largo. Mamá me compró Siempre Libre, son sin alas, y en este momento siento que me faltan las alas, o tendría que haberme cambiado antes, o mamá tendría que caminar más lento, pero algo de todo eso falla, o yo fallo, y lo único que quiero es volver rápido a casa, pegarme un baño y meter el jean con mi bombacha disimuladamente en un balde con agua y jabón en el lavadero. Después estoy en la cama de Hernán enseñándole a ponerse bien el forro. Hernán tiene un hermano mayor y no puedo entender que nunca le haya enseñado, y que ahora estemos un sábado en su casa solos y sea yo, con la mini-instrucción de mi prima que es apenas dos años más grande, pero la juega de experimentada, la que le enseñe a apretar el circulito que sobra para que no se pinche. Y un día se pincha y nos pegamos el susto de la vida y nos imaginamos con mellizos y a la mamá de Hernán decidiendo todo, en qué clínica, con qué pediatra e instalada en casa todas las noches durmiendo a los bebés a la madrugada porque estamos rotos de cansancio. Pero no tenemos mellizos y la pastilla del día después nos salva, o nos imaginamos que nos salva porque todavía somos jóvenes y creemos que tenemos espermatozoides y óvulos para poblar el planeta, pero todo igual se va al carajo con Hernán porque no queremos vivir juntos ni tener pibes, sólo queríamos coger un rato y acabar juntos. Pero ni acabo junto a él ni acabo junto a otros porque un día me doy cuenta de que no me banco a ningún tipo y estoy planeando mi cumple de cincuenta y no hago una fiesta ni en pedo y mejor me voy con mis amigas un fin de semana a tomar ayahuasca. Y antes del ayahuasca averiguo por la endocrinóloga que le congeló óvulos a mi amiga y me dice que podemos intentarlo, pero no me garantiza nada porque ya están medio avejentados y que lo ideal era haber ido antes, antes cuándo pregunto, y contesta que a los treinta, y yo a los treinta me estaba mudando de lo de mis viejos porque por primera vez tenía un trabajo estable y ni pensaba en pibes ni pensaba en convivir y lo único que quería era tener un televisor para mí sola en el cuarto, salir a tomar algo sin que nadie me controlara la hora y si podía dormir el sábado hasta las dos de la tarde mejor, pero igual lo intentamos y entonces me inyecto y congelo óvulos y me peleo con la obra social para que me cubra algo, más caro les cuesta un pibe, le grito por teléfono a la de comercial, y entonces me congelo los óvulos y la primera vez rescatamos uno, y lo hago una segunda vez y rescatamos dos más, y estoy agotada, pero me doy por hecha y entonces me voy a la India a un retiro de yoga y vuelvo y me tiro en la cama a no pensar en nada, y yo que siempre dormí como un bebé, me despierto a la noche sofocada de calor y pienso que debo estar enferma, pero me acuerdo de mis amigas más grandes y la menopausia la puta madre, y tendría que llamar al médico para un examen de hormonas, pero decido posponerlo, posponerlo mucho, irme de viaje otra vez, mandar el laburo a la mierda y aplicar para un work and travel en Australia, pero entonces la chica de veinte años que responde mis consultas por zoom me dice que el programa sólo se puede hasta los veinticinco, me parece que contiene la sonrisa mientras lo dice, y la mando a la puta que la parió en un inglés bien cerrado, el que aprendí en mi colegio cuando era mucho más chica que la pibita ésta que ahora se hace la canchera conmigo, y apago la computadora ya agotada para irme a dormir. A la madrugada me despierto otra vez sofocada.
Magistral descripción de la vida de una mujer contada en pocas palabras que arman una historia que la devoras en un instante .
Cuento claro y profundo a la vez , que te lleva a revivir episodios transitados por nosotras .
Gracias, Paola!
Una maravilla el relato, apresurado, con esa inestabilidad de una vida dura y que siente que el tiempo ha pasado y la felicidad que no llega …. La idea de escribirlo con puntos seguidos le queda perfecto a este conmovedor grito desesperado.
Claudio, gracias por el comentario!
Hermosa línea de tiempo atravesada por los sentires femeninos.
Gran cuento de Dafne Casoy.
Me encantó!
Graciasss!
Tremendo cuento, que condensa maravillosamente esa línea de tiempo de la vida femenina. De la pubertad y los miedos de la menstruación que te mancha el jeans, el sexo poco experimentado, el miedo a un embarazo aún no deseado, el deseado tardíamente, los sofocos de la menopausia. Todo repleto de imágenes. Super sensorial.
Marcela, gracias!
Vertiginoso relato! te zambulle en la experiencia de la protagonista con un ritmo vital y un humor sensible y mordaz a la vez! Muy bueno !
Gracias, Virginia!