Cuento corto que relata una tristeza o dos. Escribe Sebastián Trujillo e ilustra María Lublin.
Era una noche miserable. Había estado, borracha, contándoselo a su hermana en una cantina del centro. Ahora, arrodillada sobre charcos y migajas, buscaba fuego, dos cerillas, cigarrillos.
El encargado les había repetido la canción. Destapaba otra botella.
-Haces unos cuantos pesos-dijo- y tu confianza en la vida la sustentas en ello.
Lloraba negro, por el maquillaje. La hermana bebió rápido. Sirvió más.
Su marido solía guardar los billetes bajo el colchón. Era un tendero que empezaba a llenarse los bolsillos. En la mañana despertó, revisó las ganancias y le faltaba uno de veinte. Ella fumaba en la sala, disparando el humo por el ventanal. El cigarrillo voló y al caer ardió para, lentamente, ir quemándolo todo. Fue un puñetazo húmedo de transpiración, algo frío por el anillo.
– ¿Sabes lo qué puedes comprar con veinte?
-Bueno… – respondió la hermana.
Me robaste, dijo su marido luego de golpearla. A sus pies encontró cristales rotos, sangre, el agua que vació para evitar el incendio. El cuchillo.
– Se acomodó los huevos, -continuó ella-, la gorra. Pateó la puerta y se largó.
Cerró los ojos. El cráneo tambaleaba.
– Faltándole uno de veinte, -dijo, tratando de equilibrarse.
-Terrible. Te he dicho que lo dejes. Sí, que lo dejes.
-Siempre lo dices. Lo estás diciendo ahora.
-Tu ojo parece…
Llovía. Pagaron. Ella con el de veinte. Se marcharon en el cruce de un semáforo. Empapadas, brillando bajo luces de relámpagos, guapas, sin nada. Antes de llegar a la sala se miró en los restos del espejo colgados en la pared: trozos de dientes. La consuetudinaria expresión briaga, de encarcelada en un mundo desesperante. El ojo. Cogió un rollo de dinero. Cayó de rodillas. Encendió uno de los escasos cigarrillos. Quemó varios billetes, despacio. Volviéndose ceniza, pensó sencillamente en todo lo que pueden causarle a la gente. Después, buscó más fuego, dos cerillas… y se quedó examinando las llamas hasta que el amanecer penetró, gris y esclavizante, a través del ventanal.