Revista Colofón le solicitó a Gabriela Puente una breve biografía que sirviera de presentación. Fue entonces cuando la editora se hizo algunas preguntas… Retrato de María Lublin.
Nací cuando el sol transitaba por Leo, más específicamente el grado 21 de ese signo; la luna, por Tauro; lo supe años después en un curso de astrología donde aprendí a leer mi carta natal.
De niña viví tironeada entre dos mundos: pasaba las vacaciones en un pueblito del interior y el resto del año en Buenos Aires.
Fui hija única y desde corta edad desarrollé un interés voraz por los libros, que atiborraban mi soledad con personajes de ficción, acaso más reales que mis compañeritos del colegio.
Mi asombro infantil se desplegaba ante los mitos griegos, con cuya materia confeccionaba extensos árboles genealógicos para los dioses y héroes que más capturaban mi fascinación. Le siguieron lecturas de Julio Verne, adaptaciones infantiles de leyendas de pueblos originarios y de algunos clásicos como Las mil y una noches y sobre todo los cuentos de hadas de Hans Christian Andersen. Las protagonistas de sus narraciones eran tan niñas como yo en aquel entonces, pero con sus cortas vidas quebradas por la pobreza y las injusticias; porque a lo largo de la Historia ser niño fue equivalente a ocupar un lugar de vulnerabilidad, pero ser niña lo fue aún más. Años después, las teorías feminista y de género confirmaron mis presentimientos.
En la secundaria descubrí a Platón y sellé con su lectura un pacto tácito con la Filosofía. Algo en él me devolvió el pathos de lo mítico. Sin embargo, años después, la academia (no la de Platón, sino Puán) me enseñó que no hubo nada a lo que el filósofo se opusiera con tanta virulencia como al mito.
En las décadas de mis 20 y 30 años pude recibirme, escribir numerosos artículos, tener un libro publicado, un premio al mejor ensayo de Filosofía, un posgrado en Estéticas y algunos etcéteras. A mis 32 años nació mi hija y me reveló, entre tantas otras cosas, que el amor más pleno no tenía por qué ser intempestivo para colmarlo todo. Aun no planté ningún árbol, pero sueño con montes y bosques y con una vida en la naturaleza, quizás por culpa de mi luna en Tauro, con la que, debo confesar, no logro llevarme del todo bien.
Hoy escribo mucho, leo aún más, interpreto el Tarot, otra de mis grandes pasiones que se mantiene a través de los años, y diagramo clases sobre los temas que me apasionaron y me siguen apasionando. Vuelvo de vez en cuando a lo griego; el mito y la tragedia todavía me conmueven, sospecho que lo harán hasta el último día de mi vida. Retorna también el tema filosófico del tiempo y de la barbarie que carece de todo tiempo; como parte de mi infancia, entre Buenos aires y aquel pueblito del interior, que también, a veces, retorna.