Crónica de Carnaval

Sebastián Gónzalez recorrió la previa del carnaval de Gualeguaychú, escribió y fotografió el ambiente en off. Un off con sonido propio.

 

Gualeguaychú

Entre Ríos

Argentina

 

Jueves 4 de Enero.

15:20 pm.

 

El corsódromo duerme la siesta al sol. Es un enorme ciempiés patas para arriba.

Una paloma canta desde lo alto de una columna de iluminación. Atravieso el enorme insecto por el vientre y decido sentarme en lo alto de una tribuna para conseguir una mejor perspectiva del predio. No hay mucho para ver por ahora. Han empezado a colocar los carteles de publicidad. Un grupo de personas avanza pintando la pista. El color elegido es, por supuesto, el blanco.  Sobre esa misma pista, dentro de dos días, desfilarán las comparsas.

Más allá de la pasarela, que ahora comienza a cegar producto del sol y de la pintura húmeda, un grupo de obreros descansa sobre la sombra que proyecta una tribuna.  Saco la libreta y anoto. En ese momento, un hombre de unos cincuenta años que atraviesa la pista con una escoba en la mano, me ve y automáticamente se agacha y simula atarse los cordones. Debe pensar que soy algún alcahuete que vino a controlarlos. Me divierto. Lo miro por unos segundos con aires de capataz disconforme; éste gira la cabeza hacia el grupo de compañeros que descansa de la resolana y les rumorea algo bajito.

Uno por uno comienzan a dispersarse.

 

 

Viernes 5 de Enero

9:45 am.

Calor en la ciudad.

Decido darme otra vuelta por el corsódromo para ver cómo va la cosa. A medida que me acerco al predio puedo escuchar la música de las comparsas que salen por las ventanas de algunas casas. Hay clima festivo. Supongo que en esta zona de la ciudad la gente vive el carnaval de otra manera. Es decir, es imposible, estando tan cerca del corsódromo, no estar atravesado por el carnaval. Para bien o para mal. Al que le gusta, disfruta. Al que no, lo padece. Es así. No hay mucha vuelta.

Ingreso al predio por calle Ayacucho, con dirección de norte a sur. A mi derecha, un grupo de gente se ha amontonado sobre las ventanillas de las boleterías. A juzgar por la cantidad de niños, parecen turistas. No creo que la gente de Gualeguaychú venga a comprar entradas con los gurises, teniendo en cuenta el calor. Además, por lo general, nosotros, la gente de la ciudad, nos ahorramos la molestia de anticiparnos para conseguir entradas. Casi siempre caemos a último momento y apurados; para luego poder despacharnos a gusto en las redes sociales de la “mala atención” de las chicas de boletería. Es un clásico. El de quejarnos, digo. El de comprar entradas a último momento también.

A pesar de lo que yo imaginaba, hay cierta tranquilidad dentro del corsódromo. Dos muchachos trabajan sobre los parlantes que están sujetos a las columnas de iluminación. Un poco más allá, bajo el violento sol, un grupo de mujeres desparrama y limpia sillas de plástico a los pies de una tribuna. La mala noticia es que el pronóstico del tiempo no es nada alentador para esta noche. Sin embargo ahí están, estoicas, realizando un trabajo que seguramente mañana tendrán que volver a realizar.

Para ellas, trabajadoras anónimas, vaya mi respeto.

Sábado 6 de Enero

10:30 am.

Salgo para el corsódromo a buscar el pase de Prensa. Antes de salir de casa me enchufo los auriculares para escuchar un poco de noticias locales. En la radio, naturalmente, están hablando del carnaval.

La gente de prensa me recibe muy bien. Me preguntan para qué medio trabajo y en qué va a consistir mi cobertura. Les digo que voy a escribir una crónica (llamo a esto crónica) para Revista Colofón. A la chica, que debe buscar mi nombre en las planillas de registro, se le iluminan los ojos: “¡Ah, de Crónica Televisión!” dice. Alguien la corrige con un grito. “Ah, perdón” dice la muchacha. Finalmente me encuentra y pide que firme mi conformidad. Firmo conforme y agradezco la gentileza. Guardo la credencial en el bolso y decido regresar a casa.

Ya está todo listo.

En cuestión de horas arranca el carnaval.

20:00 pm.

Me duele la cabeza. El sol se debe estar riendo de mí en alguna parte. Guardo lo necesario dentro del bolso y salgo para el carnaval. En realidad para el carnaval todavía no. Antes tengo pensado encontrarme con un amigo que ha de facilitarme el ingreso al galpón de la comparsa AraYevi, la campeona del certamen anterior. Mi idea es contar un poco cómo se desarrolla el (llamémoslo) “detrás de escena” del carnaval.

20:20 pm.

Las inmediaciones del corsódromo están valladas. Hay gente de tránsito por todas partes. Así que tengo que dar un rodeo larguísimo por calle Pellegrini para llegar a la casa de mi amigo. A esto me refiero cuando digo que hay gente que padece el carnaval: a la circulación vehicular limitada. Desde la Avenida Parque, mirando en dirección al corsódromo, veo que las carrozas ya han sido puestas en la entrada, en el sector que constituye “la previa”. No logro distinguir con claridad, pero supongo que sobre ellas (sobre las carrozas) se deben encontrar los carroceros ultimando detalles.

Finalmente, después de pasearme por medio Gualeguaychú, llego a la casa de mi amigo. Lo encuentro, por supuesto, escuchando música de carnaval a todo trapo.

—Pasá— me dice C (así le dicen a mi amigo) — que estoy terminando unos renders para la comparsa.

Paso. Veo que está descargando videos en un par de pendrives que están desparramados sobre su escritorio.

—¿Y eso?—Quiero saber.

—Esto son videos para una carroza. No llego.

— ¿Videos de qué?

— Son videos para poner en los LCD de la carroza. Uno, es de una chica que está pendiente de los “me gusta” de Facebook, otro es de la misma chica que está obsesionada con Instagram… y así.

—¡Ah, la ciber-dependencia!— bromeo.

—Algo así. Ahora tengo que conectarlos en la carroza y ver si andan.

—¿Cómo ver si andan? ¿No los probaste?

—Hasta que la carroza no esté por entrar al circuito no se puede probar.

—¿Por?

—Porque hay que enchufarla.

—¿A la carroza?

—Sí. ¿Nunca viste los cables que alimentan a las carrozas?

—Jamás.

—Van por el costado de la pista, junto a los carteles de publicidad.

— No tenía idea.

—Fijáte, vas a ver.

Termina de pasar los videos a los seis pendrives que han de conectarse a los LCD y salimos para el galpón de Ara Yevi.

En el trayecto, que hay de su casa al corsódromo, puedo ver que todos los vecinos están sentados con reposeras en la puerta de sus casas.

Definitivamente,  pienso que es más la gente que disfruta del carnaval que la que lo padece.

20:40 pm.

Llegamos al galpón de Ara Yevi. La batucada de la comparsa está ensayando en la calle frente a la puerta de ingreso. Da la impresión de que se están preparando para una batalla. Hay algo de salvajismo en todo eso, algo de estado primitivo que no logro descifrar con claridad. Los tambores, el cielo estrellado…

—Seguíme— dice C.

Lo sigo.

Nos abrimos paso entre un grupo reducido de integrantes que no dejan de bailar  y encaramos hacia una escalera.

Subimos.

—Acá es maquillaje— dice C.

Entramos.

El silencio que hay en maquillaje contrasta notoriamente con el bullicio de la planta baja.

Los integrantes me miran intrigados. Deben pensar que soy el soplón de otra comparsa.

—No pueden hablar mucho porque arruinan el maquillaje— me explica C, leyendo mis pensamientos.

Tiene sentido.

Dejo de lado mi paranoia persecutoria y me tranquilizo.

C me dice que va a hablar con el director de la comparsa para que le entregue las credenciales que le permitirán acceder a la pista. Creo que no lo dije, pero C es el fotógrafo de la comparsa.

Me quedo solo.

Saco mi libreta y tomo apuntes.

Al cabo de unos segundos, C regresa. Parece de la CIA con tantas credenciales colgadas del cuello.

—Y… ¿qué tal?— me pregunta.

—Bien— le digo

—Mirá, aquella es la pasista —. Me señala a una morocha que está siendo maquillada—Y el que la maquilla es el director de maquillaje. Vení, vamos a preguntarles como se sienten.

—No hace falta— le digo.

Es obvio que estamos molestando.

—Dale, vení—insiste.

Vamos.

—¿Cómo se preparan?— pregunta C, que ahora parece desempeñar el rol de cronista.

—Bien. Tranquilos— dice el director de maquillaje.

—¿Y vos?— le pregunta a la pasista.

—Bien, con nervios; pero dentro de todo tranqui.

—Quedáte quieta— dice el director—. Podés hablar pero no te muevas tanto.

—Bueno…— dice C, que de pronto se les fueron las ganas de preguntar— Nos vemos.

—Nos vemos—  le responden a dúo.

Nos alejamos a un rincón.

—Che, me parece que estamos molestando— le digo.

—No pasa nada.

—¿Vos decís?— insisto.

—Olvidáte. Vamos a vestuario si querés.

—Dale.

Encaramos para el lado de la puerta y antes de salir la voz del director de maquillaje nos alcanza como un rayo:

—¡Necesito alguien que maquille tetas!

C levanta la mano y me señala.

Dale, dejáte de joder—le digo—. Salgamos.

Salimos.

 

21:10 pm.

Bajamos a vestuario. Hay clima festivo. Supongo que se debe a la batucada que está ensayando en la calle. Arriba, en maquillaje, están más aislados del ruido, pero acá se puede sentir la vibración de los tambores. Se siente una especie de hormigueo en los pies que hace que los integrantes se pongan a bailar.

El vestidor consiste en un cubículo de madera de 3 x 3. No tiene espejos. Razón por la cual los integrantes se sacan fotos entre ellos para aprobar o desaprobar el traje que le han designado. Algunos se quejan. Otros no. Generalmente los que se quejan son aquellos que reciben trajes enterizos; es decir, trajes que no les permite mostrarse por completo. El narcisismo juega un papel importante. Hay que decirlo. Pienso que si yo me “mato” todo un año en el gimnasio para llegar en “forma” al carnaval y me encajan uno de esos trajes enterizos también me quejaría.

21:20 pm.

Una voz de mujer anuncia por los parlantes que los integrantes que ya estén listos vayan marchando para “la previa”. Hay ansiedad. Todos quieren rajarse.

Comienzan a salir en tanda de a dos.

—Vamos—me dice C, que todavía anda con el puñado de pendrives en la mano.

Salimos.

Afuera la batucada sigue ensayando.

21:25 pm.

Llegamos a “la previa”.

Poca gente por ahora.

C se acerca a un grupo de carroceros que parecen estar jugando lucha libre entre ellos y les pide una escalera para colocar los pendrives.  Yo me quedo un poco más atrás para observar cómo se produce el ingreso de los integrantes a la previa.

El intendente de la ciudad habla por los parlantes del corsódromo. “Será una temporada fabulosa” es lo único que alcanzo a oír.

C regresa a mi lado y me dice que ahora le van a conseguir una grúa.

Mientras tanto, a esperar.

21: 35 pm.

De a poco “la previa” empieza a llenarse de integrantes. Dentro del predio comienza un juego de luces que da por inaugurada la temporada “carnavalera”. Años anteriores eran los fuegos artificiales, pero a partir de la prohibición de la pirotecnia, en marzo de 2017, se optó por las luces. El objetivo es el de generar consciencia del estrés que sufren los animales y, por supuesto, las personas con TEA. Es una decisión que generó cierta polémica, sobre todo por parte de las empresas de fuegos artificiales que ven en esa Ley una especie de boicot contra ellos. La verdad, desde mi punto de vista, ha sido una decisión acertada. Una sociedad que toma consciencia del prójimo es, en definitiva, una sociedad que avanza.

21:45 pm.

Llegan los músicos y llega, de alguna manera, la alegría.  La música de la comparsa Ara Yevi empieza a sonar dentro de “la previa”. Los integrantes ahora parecen más animados. Casi todos bailan. Se forman grupitos de tres a cuatro personas. Me interesa saber que charlan entre ellos. Me acerco a un grupo conformado por tres chicas. Escucho que una dice “le queda espantoso el traje” y las otras se ríen. Le están sacando el cuero a alguien. No caben dudas. Intento adivinar a quién están despellejando sin compasión pero se me vuelve difícil. Hay mucha gente y lo único que alcanzo a ver son plumas por todos lados. Diviso un claro entre espaldar y espaldar y veo a una chica que está sola. Se me antoja saber el motivo de su aislamiento y me acerco con el afán de entrevistarla. Mientras me dirijo hacia ella, siento un fuerte golpe en la cabeza, me doy vuelta y veo a un tipo con un traje enorme. Está todo abrillantado y a juzgar por lo torpe de sus movimientos intuyo que el golpe fue involuntario. Vuelvo a enfocarme en la chica. Sigue sola. Me le acerco y le explico que estoy escribiendo una crónica y me interesaría poder entrevistarla. “Dale” dice y sonríe. Me cuenta que se llama V y que es el segundo año que sale en el carnaval. Cuando le pregunto por su aislamiento se encoge de hombros y sonríe. En ese momento, un tipo de unos cincuenta años se nos acerca. Tiene una credencial de prensa colgada y un pibe, que intuyo ha de ser su hijo, bajo el brazo. “Perdón” me dice a mí, pero mira a la chica. “¿Te podés sacar una foto con el nene?”. La muchacha, por supuesto, accede. El tipo saca el celular, se aleja unos cinco pasos y comienza a segregar baba como los perros de Pávlov. “Ahí está, no ves— babea—. Qué cosita más bonita la rubia. Ahí, dale. Así. Cosita”. Si se me hubiese ocurrido cerrar los ojos en ese momento me hubiese sentido dentro de una película porno. La “rubia” sonríe, pero noto incomodidad en sus ojos. “Gracias, eh” dice el tipo y el nene corre hacia su encuentro. Es demasiado chico todavía como para sentir vergüenza de su padre.

22:05 pm.

C se me perdió de vista. Imagino que debe andar con el tema de los televisores.  Decido apartarme un poco del tumulto para poder conseguir una mejor visual de lo que está pasando en “la previa”. Cinco tipos en zancos, disfrazado de vaya uno a saber que, pasan delante mío. Parecen seres mitológicos. Si me apuran digo que son “lobizones”, aunque la verdad no estoy seguro. En ese momento veo a una muchacha que se me hace vagamente familiar. Me doy cuenta de que es una de las integrantes de Agarráte Catalina, la famosa murga uruguaya. Por supuesto, le pido sacarnos una foto. “Obvio” dice la chica y les pega un grito a los demás integrantes que aparecen de la nada. “Foto, foto” dice uno de ellos sin perder la comicidad. Le paso mi celular a uno que anda por ahí y nos sacamos la foto. Les agradezco.  De nada,  me dicen y arrancan todos juntos hacia la entrada del circuito. En eso, aparece C. “Más cholulo no podés ser” me dice. Boludo, le digo, es Agarráte Catalina. “¡Cholulo!” remata él y nos quedamos un rato en silencio.

22:45 pm.

La voz oficial del carnaval arenga a la gente que está en las tribunas.

Ya está todo listo, en cuestión de minutos sale Ara Yevi.

22:50 pm.

Sale Ara Yevi. Los de seguridad abren las vallas del circuito e ingresan a la pista los tipos en zancos seguidos por una carroza.

La banda explota.

Los integrantes se ponen en posición. Alguien, con una credencial de la comparsa, corre de integrante a integrante y les aprieta las manos con fuerza: “¡Vamos, carajo! ¡Mucha mierda!”  Todo se vuelve explosivo y dinámico. Desapareció el nerviosismo y sólo queda la ansiedad. C corre hacia la carroza y comienza a programar los videos. Es una carrera a contra reloj. La carroza no deja de avanzar hacia la pista mientras C, controles remotos en mano, dispara como un pistolero hacia los televisores. Finalmente, los televisores arrancan.

Yo me quedo todavía un rato más en “la previa”, viendo como de a poco comienza a vaciarse. Dentro de poco llegarán los integrantes de O´Bahia y más tarde los de Papelitos.

Veo que C saca fotos dentro del circuito. Debajo de los carteles de publicidad descubro los cables que alimentan a las carrozas.

 

Escribe Sebastián González

Hablar de uno nunca es fácil. Supongo que habría que empezar por el lugar de nacimiento, la fecha y esas cosas. O tal vez se podría obviar y simplemente mencionar el acontecimiento más importante de mi vida, que sería (se cae de maduro): nacer. O tal vez no. En todo caso nací en Gualeguaychú, la llamada “capital del carnaval” para los espíritus alegres, y la llamada “ciudad de los poetas” para los espíritus más melancólicos. ¿El año? Mil novecientos ochenta y cinco. Lo demás es un largo bostezo que intento suprimir con la escritura. A veces tengo suerte y consigo que algunos de mis escritos integren libros de antología, formen una novela o un libro de cuentos. A veces no.

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Jugando a las escondidillas en CDMX

Cuento-crónica de un autor peruano perdido ubicado encontrado en Ciudad de México, David Jesús Flores Heredia. Ilustración de Mariano Lucano.

Un Comentario

  1. Me gustó mucho leerte en este género, Sebastián. Muy entretenida tu crónica. Mis respetos.

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