Texto compartido por Sebastián Trujillo, dibujado por Mariano Lucano.
Esta es la historia robada a un borracho de ojos desesperados que me iba a matar porque no le creí.
La chica decía que quería tocar las nubes. Pero estaba tumbada en el pavimento de la borrachera. Era una tarde hermosa, plomiza, y Angela y yo teníamos el tráfico atascado por nuestro derrumbe.
Eres más pura que cualquiera, levántate, dije.
El tipo de algún vehículo lanzó un disparo al aire, destrozando el firmamento del domingo. Enrojeció con su bala perdida el color de la atmósfera. Pasamos al bulevar. Yo me veía bien. No la amaba, aunque disfrutaba escucharla hablar tanta mierda natural y verdadera.
Sin embargo, en ella se reflejó la sombra del dolor imperecedero. Luego llovieron insultos, bocinas, trozos de porquería, un beso lleno de luz. La luz buscada hasta en la basura.
De algún modo pensé en Andrés Caicedo. Como pudimos llegamos a mi apartamento. A pie, en tren, en nada. Igual que un sendero de arenas movedizas.
Por primera vez se quitaba cada prenda. Vi un cuchillo dorado, resplandeciente, salir de entre sus tetas de nieve. Tomo un poco del bien y el mal y todavía no es blanco y negro…te toca lidiar con lo real, muñeco: cantó música de Iggy Pop, girando, arriba, el filo de su arma.
Lo hicimos de una manera extraña, maravillosa, a blanco y negro. Con la tormenta mojando las ventanas y los rayos parpadeando en el cielo. Al terminar, se cortó una cruz en las mejillas. Quiso replicarlo en mi cara, pero le di un puñetazo que le rompió los dientes. Me violaste, gritó. Lo hiciste.
Y la sangre escurrió, ridícula, en dirección a las celdas por: violación, intento de homicidio, escándalo público, falsos testimonios, vivir en el tedio, Los Simpson, leer, misoginia, plagio, ausencia de Dios, feminismo, alcoholismo, celos, locura, perversidad, tontos, y etcétera, etcétera.
Nos gustaría una cerveza, digo al policía, cuando nos van subiendo a la patrulla. Sabe que hay dinero en la billetera que me quitó. Desaparece un instante y regresa con cigarrillos y cervezas para todos. Angela luce como una guitarra eléctrica sin cuerdas. Sonriendo y llorando al oficial de pacotilla. Y, bueno, salud.
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Entonces la esquivé, era la muerte embriagada. Le di un puñetazo estúpido. Después reventé la ventana del bar. Cuando el borracho cayó al suelo por el golpe, dijo que parecía una pelea de piratas. Tampoco le creí. Lo vi coger impulso contra mí, por enésima vez, con enésima forma. La sangre creó un charco en el piso.