Reseña de la obra de teatro Yo no duermo la siesta de Paula Marull
Una de las cosas que le gusta decir a mi abuela todo el tiempo es que yo aprendí a escribir a los cuatro años. No dice que una de las primeras palabras que escribí fue Haydeé. Tan difícil, sí, Haydeé: el nombre de la mujer que me cuidó desde que nací.
La sala queda al fondo de un pasillo largo. Mi amiga me dice que el lugar es como de cuentos. Asiento. Entramos y con solo ver la escenografía, distingo el sello Marull. El empapelado de flores, la mesa de la cocina, la ropa tendida, la pared sin revocar. Así son las casas de pueblo, las casas de mi infancia. Así son las casas Marull.
El miércoles a la noche me tiene aturdida y no sé qué esperar de Yo no duermo la siesta, simplemente me dejo llevar por esta historia que inicia con una mujer durmiendo en una cama precaria (María Marull). La despierta un hombre que le reclama su amor (Mauro Álvarez). Ella lo rechaza, no sin dolor. Apagón y el día comienza. La historia cambia de dirección: la “señora” (Sandra Grandinetti), como llama la chica que dormía a la dueña de casa, y su hermano con retraso madurativo (Marcelo Pozzi) están sentados afuera, saludan a la gente que pasa, a las motos, toman mates. Tan típicamente de pueblo. Tan típicamente Marull.
Con Haydeé yo hacía todo: los mandados, los deberes, la comida, la siesta.
Desde el momento en que la obra se inicia todo parece conflictivo pero el conflicto, el conflicto verdadero, comienza con la negativa de Natalie (Luciana Grasso), la amiguita invitada de Rita (Agustina Cabo), ante la orden de dormir la siesta. La Siesta; esa institución del pueblo que parece que todo lo ordena pues, cuando no se respeta, aparecen las fallas. O quizás simplemente todo sucede como realmente es: el capricho de una nena como válvula de escape a una situación familiar difícil, un hombre adulto obstinado en trepar un árbol, un amor al que le falta comunicación, un perro muerto, una dueña de casa imperativa.
La dramaturgia de Paula Marull acciona mi risa tocando temas tan complejos como sombríos. Río alucinada por el mundo mágico de la siesta incluso cuando veo que Dorita, quien se encarga de absolutamente todos los quehaceres domésticos, llora sin parar, está cansada, se le burlan, duerme en una habitación miniatura.
Todo funciona gracias a la interpretación de los actores. Llama la atención el nivel de trabajo que tienen los personajes: Sandra Grandinetti se mueve en el escenario con paso firme dando cuenta de su autoridad, Marcelo Pozzi representa al hombre grande con retraso madurativo de forma verosímil y sin necesidad de recurrir a clichés, María Marull la rompe en el papel de Dorita, con simples gestos o movimientos te cala el sentimiento, Mauro Álvarez que, siendo el hijo de Cacho, combina tosquedad y ternura y, finalmente, Agustina Cabo y Luciana Grasso representando a las nenas de una forma tan encantadora que, además de llevarme a creer que realmente son nenas, me condujeron a pensar en el futuro que tienen. Las interpretaciones se unen bajo la dirección de Paula Marull y dan lugar a una obra digna de aplausos.
A ello se suma el vestuario diseñado por Jam Monti que aporta a la escenificación de un pueblo. El broche de oro lo aporta la música como ese elemento que ayuda a la historia a avanzar mientras le da el toque gracioso de las telenovelas bizarras, esas de la hora de la siesta.
Un día Haydeé tuvo que irse. Me dijo, llorando, que se había enamorado del sodero, que se iban a ir a vivir juntos a otro lugar. Recuerdo todo. La tarde de verano, el sol entrando por la persiana, mi hermano y yo escuchando, Haydeé inventando una historia de amor, las lágrimas, la angustia, la revelación de su truco para preparar la chocolatada perfecta, los celos hacia el sodero ficticio inventado para reemplazar a la persona real de un hombre que la buscaba para matarla. Un cuento más de Haydeé, de esos lindos que contaba. De la verdad me enteré años más tarde. Quizás cuando volví a verla, mucho tiempo después, cuando supimos que estaba enferma, averiguamos su dirección y fuimos a visitarla. En el reencuentro también nos contó que tenía dos canarios: Mercedes e Isidro, mi nombre y el de mi hermano.
Desde la nostalgia coincido con Dorita alentando a Rita, quien la reclama más que a una madre. Dice Dorita que “en todas partes pasa algo feo, pero también pasa algo lindo”. Así, a partir de esa simpleza se entrelazan la belleza de las palabras y la verdad, formando un pequeño poema que retumba en la mente, quizás en el alma.
Yo no duermo la siesta es una obra que puede llevar a explorar aspectos complejos mientras su comicidad evita algo de la angustia y el peso de ese tipo de cuestionamientos.