Compartimos este micro-cuento de Lucas Iranzi con ilustración de María Lublin.
De camino a la oficina todo parece constante. Las ruedas de los autos atropellan el camino y la lluvia se desparrama en ventanillas y charcos. El sueño va quedando atrás, aunque todavía suena el eco de una alarma postergada ¿a quién le importa? En la historia de mi ciudad cada uno de estos detalles es irrelevante, ni hablar en la historia del planeta. Millones de años entreverados en una interpretación personal. Si miro hacia atrás el tiempo se dibuja en pocas formas.
Esta forma, la mía, es única, tanto como la de cualquier otra persona que se disponga a enmarañarse con el mundo. Aún así, a nadie le importa, no realmente. Pero a mí me importa, ¿por qué me importa? Porque no tengo más remedio.
Vivo sólo hace varios años y ensayé alguna que otra compañía. Compré dos plantas, una de interior y otra de exterior. La de interior tenía las hojas carnosas bicolores. La de exterior tenía pequeñas flores rosas. De por sí ambas irradiaban cierta alegría, mientras estuvieron vivas.
Ambas murieron a los pocos días. A la que necesitaba el sol, el sol jamás le llegó y a la que no necesitaba agua, la ahogué. No lo hice a propósito, nunca quise engrosar las filas de asesinos vegetales que pueblan esta urbe.
Me quedé mirando el techo. Quizás no se pueda desarrollar forma de vida alguna bajo mi supervisión. Los mosquitos luchan día a día por vivir en mi órbita y seguramente estaré lindando cifras genocidas. Seguro entre todos los átomos que componen mi pieza no hay ni una pizca de justicia. Así en el cielo como en las telas, prima la supervivencia de lo que conviene. Es fácil mirar a esa entidad intergaláctica, a ese panóptico universal y, si es que existe, juzgarlo y decir que está haciendo mal su trabajo por las guerras y los tsunamis, las tiranías y la pederastia. Pero entonces yo, como ser que existe, miro a mi alrededor y veo miles de elementos que CO-existen. Algo puedo controlar, pero es arbitrario e insuficiente. Si controlo una unidad, ¿será suficiente? ¿cómo podré controlarlas todas? Si paso productos de limpieza por las superficies del baño, ¿cuánta vida estaré privando? Por eso prefiero no andar juzgando dioses. Quizás es preferible que no presten atención y se pierdan en los detalles de una reflexión perpetua.
Lavando los platos me encuentro una telaraña en la bacha. De todos los lugares, la bacha. Siento que es un insulto interestelar hacia mi persona, porque esa araña puso esa telaraña ahí dando por sentado que nada más que bichos transitan esa zona. Entonces o me considera un sobredimensionado manjar o es una araña pretenciosa.
Quizás deba dejar de pensar como un insecto.