Compartimos el tercer capítulo de El camino a Wigan Pier, un libro de George Orwell (1984, Rebelión en la granja) en el que el autor intentó analizar la forma de vida de los obreros en la década del ´30, realizando, para cuando finalizó, todo un testamento ideológico. Gracias a la traducción de Marcelo Zabaloy, vuelve a ser posible leer la última visión política de un gran escritor en nuestra lengua. Los capítulo anteriores pueden encontrarlo en este link. Ilustraciones de María Lublin.
Cuando el minero sale del pozo su cara es tan pálida que es notable incluso a través de la máscara de polvillo de carbón. Esto se debe al aire viciado que ha estado respirando y desaparecerá en un momento. Para un sureño, nuevo en las zonas mineras, el espectáculo de un turno de varios cientos de mineros fluyendo del pozo es extraño y ligeramente siniestro. Sus caras exhaustas, con la mugre pegoteada en todas las cavidades, tienen un aspecto salvaje y feroz. En otros momentos, con las caras limpias, no hay mucho que pueda distinguirlos del resto de la población. Tienen un andar muy erguido y espaldas anchas, una reacción del constante agacharse bajo tierra, pero la mayoría de ellos son hombres más bien bajos y sus ropas toscas y holgadas esconden el esplendor de sus cuerpos. La única cosa verdaderamente distinta son las escaras azules en sus narices. Todo minero tiene escaras azules en la nariz y en la frente, y las tendrá por el resto de su vida. El polvillo de carbón del cual el aire bajo tierra está lleno penetra cada corte, y después la piel crece encima y forma una mancha azul como un tatuaje, lo que en verdad es. Algunos de los hombres más viejos tienen sus frentes llenas de venas como queso roquefort por esta causa.
Ni bien el minero sube a la superficie se hace unas gárgaras con un poco de agua para sacarse lo peor del polvillo de carbón de la garganta y las narinas, y luego se va a casa y o se lava o no, dependiendo de su carácter. Por lo que he visto debo decir que una mayoría de los mineros prefiere comer primero y lavarse después, como lo haría yo en las mismas circunstancias. Es algo normal ver a un minero sentado a cenar con cara de Christy Minstrel[1], completamente negro excepto por unos labios muy rojos que se limpiaron comiendo. Después de la cena toma un fuentón grande y se lava metódicamente, primero las manos, luego el pecho, cuello y axilas, luego los antebrazos, luego la cara y la nuca (donde se le junta más mugre), y después su mujer toma la esponja y le refriega la espalda. Sólo se ha lavado la parte superior del cuerpo y probablemente el ombligo sea un nido de polvo de carbón pero incluso así requiere cierta destreza salir pasablemente limpio con un solo fuentón de agua. Por mi parte me di cuenta que yo necesitaba dos baños completos después de descender a una mina de carbón. Sacarse la mugre de los párpados es en sí mismo un trabajo de diez minutos.
En algunas de las minas de carbón más grandes y mejor equipadas hay baños de bocamina. Esto es una ventaja enorme, porque no sólo el minero se puede bañar entero todos los días cómodamente y con todo confort sino que cuenta con dos casilleros donde puede guardar sus ropas del pozo separadamente de su ropa de uso diario, de forma que a los veinte minutos de emerger completamente negro puede ir a ver un partido de fútbol vestido con sus mejores ropas. Pero sólo hay unas pocas minas que tienen baños, en parte porque una veta de carbón no dura para siempre, por lo que no necesariamente se justifica construir baños cada vez que se excava un pozo. No pude obtener números exactos pero creo que apenas una de cada tres minas tiene acceso a un baño de bocamina. Probablemente una gran mayoría de mineros siguen completamente negros de la cintura para abajo por lo menos seis días por semana. Les resulta casi imposible lavarse enteros en sus propias casas. Hay que calentar el agua, y en una pequeña sala de estar que contiene, además de la cocina y una cantidad de muebles, una esposa, algunos niños y probablemente un perro, sencillamente no hay lugar para tomar un baño como corresponde. Incluso con un fuentón se mojan los muebles. A las personas de clase media les gusta decir que los mineros no se lavarían bien incluso si pudieran, pero esto es una estupidez como lo demuestra el hecho que donde hay baños de bocamina prácticamente todos los hombres los usan. Sólo entre los muy viejos todavía circula la creencia de que lavarse las piernas causa lumbago. Es más, los baños de bocamina, donde existen, son pagados total o parcialmente por los propios mineros, del Fondo de Asistencia Social de los Mineros. A veces la compañía minera aporta, a veces el fondo se hace cargo de todo el costo. Pero sin duda incluso hoy mismo las viejas damas en las pensiones de Brighton dicen que ‘si les das baños a esos mineros, seguro que los usan para almacenar carbón’.
De hecho, es sorprendente que los mineros se laven regularmente como lo hacen, considerando el poco tiempo que tienen entre trabajo y sueño. Es un gran error pensar en el día de trabajo de un minero solamente como una jornada de siete horas y media. Siete horas y media es el tiempo que pasan en su trabajo específico, pero, como ya lo expliqué, a este tiempo hay que agregarle el tiempo que les insume el ‘viaje’, que raramente es menos de una hora y a menudo es de tres horas. Además la mayoría de los mineros deben emplear un tiempo considerable para ir y volver de la mina. En toda la zona industrial hay una aguda falta de viviendas y sólo en los pueblos mineros más chicos, donde el pueblo se forma alrededor del pozo, los mineros pueden estar seguros de vivir cerca de su trabajo. En las ciudades mineras más grandes en las que me he quedado, casi todos iban a trabajar en ómnibus; media corona[2] por semana parecía ser el monto normal del gasto en pasajes. Un minero con el que me alojé trabajaba en el turno mañana, que era de seis a una y media. Tenía que levantarse a las cuatro menos cuarto de la mañana y volvía alrededor de las tres de la tarde. En otra casa en la que me alojé un muchacho de quince años trabajaba en el turno noche. Se iba a trabajar a las nueve de la noche y regresaba a las ocho de la mañana, tomaba el desayuno y se iba rápido a la cama, dormía hasta las seis de la tarde; así que su tiempo libre era de unas cuatro horas por día –en realidad bastante menos, si se considera el tiempo de lavarse, comer y vestirse.
Los ajustes que debe hacer la familia de un minero cuando lo cambian de turno deben ser muy molestos. Si está en el turno noche llega a su casa a tiempo para el desayuno, en el turno mañana vuelve a casa a media tarde y en el turno tarde vuelve en la mitad de la noche; y en cada caso, por supuesto, quiere comer su comida principal del día ni bien llega. Noto que el reverendo W.R. Inge, en su libro Inglaterra, acusa a los mineros de glotones. Por mis propias observaciones debo decir que comen sorprendentemente poco. La mayoría de los mineros con los que me alojé comía ligeramente menos que yo. Muchos de ellos dicen que no pueden cumplir con los trabajos del día si comen algo pesado antes, y el almuerzo que se llevan es apenas un bocadillo, por lo común pan con grasa y té frío. Lo llevan en una caja chata llamada lata del picoteo que se prenden del cinturón. Cuando un minero regresa tarde de noche su esposa lo espera levantada, pero cuando está en el turno mañana la costumbre parece ser que se prepare su propio desayuno. Aparentemente la vieja superstición de que es mala suerte ver a la esposa antes de ir a trabajar en el turno mañana no se ha extinguido del todo. En los viejos tiempos, se dice, si un minero llegaba a encontrarse con su mujer en la madrugada daba media vuelta y ese día no trabajaba.
Antes de haber estado en las regiones del carbón yo compartía la ilusión extendida de que los mineros son relativamente bien pagos. Uno escucha afirmar vagamente que a un minero se le paga diez u once chelines[3] por turno y con un rápido cálculo concluye que cada minero está ganando alrededor de £3 por semana o £150 al año. Pero la afirmación de que un minero recibe diez u once chelines por turno es muy engañosa. Por empezar, es sólo al ‘picador’ de carbón que se le paga este importe; por ejemplo al ‘jornalero’ que se ocupa del techo, se le paga un importe menor, usualmente ocho o nueve chelines por turno. Insisto, cuando al ‘picador’ se le paga a destajo, tanto por tonelada extraída, como es en muchas minas, él depende de la calidad del carbón; la rotura de una máquina o una ‘falla’ –es decir, una vena de roca que atraviesa una veta de carbón– pueden robarle sus ingresos por uno o dos días cada vez que suceden. Pero de todos modos no se debe creer que el minero trabaja seis días por semana, cincuenta y dos semanas por año. Casi con seguridad habrá días en los que estará ‘despedido’. El ingreso promedio por turno trabajado para todo minero, de todas las edades y de ambos sexos, en Gran Bretaña, en 1934, era de 9s. 1 ¾ d. [4]. Si todos trabajasen todo el tiempo querría decir que el minero estaría ganando un poco por encima de £142 al año, o alrededor de £2 15s. por semana. Sin embargo su ingreso real está lejos de eso, ya que los 9s. 13/4d. es meramente un cálculo promedio sobre turnos efectivamente trabajados y no tiene en cuenta los días en blanco.
Tengo delante de mí cinco recibos de sueldos correspondientes a un minero de Yorkshire, por cinco semanas (no consecutivas) de comienzos de 1936. Promediándolos, el sueldo semanal bruto que representan es de £2 15s. 2d.; esto es un promedio de alrededor de 9s. 2 ½ d. por turno. Pero estos recibos de sueldos corresponden al invierno, cuando casi todas las minas funcionan a pleno. A medida que avanza la primavera el negocio del carbón afloja y más y más hombres caen en el ‘paro temporario’, mientras otros aun técnicamente trabajando son despedidos por uno o dos días por semana. Es obvio por consiguiente que £150 o incluso £142 es una sobreestimación inmensa para el ingreso anual de un obrero del carbón. Casualmente, para el año 1934 los ingresos brutos en promedio de todos los mineros a lo largo de Gran Bretaña fue de sólo £115 11s. 6d. Las variaciones fueron considerables de un distrito a otro, alcanzando un tope de £133 2s. 8d. en Escocia, mientras que en Durham estaba un poco por debajo de £105 o un poco más de £2 por semana.
Tomo estas cifras de The Coal Scuttle[5], de Mr. Joseph Jones, alcalde de Barnsley. Mr. Jones agrega:
Estas cifras cubren tanto los ingresos de jóvenes y adultos como los salarios más altos y los más bajos… cualquier ingreso particularmente alto estará incluido en estas cifras, como lo estarán los ingresos de ciertos funcionarios y otros hombres con sueldos elevados como asimismo los montos más altos pagados por horas extras…
Estas cifras, por ser un promedio, no permiten… mostrar la posición de miles de trabajadores adultos cuyos ingresos estuvieron sustancialmente por debajo del promedio y que recibieron sólo 30s. o 40s. o menos por semana.
Las cursivas son de Mr. Jones. Pero por favor tenga en cuenta que incluso estos ingresos miserables son ingresos brutos. Encima de esto hay todo tipo de deducciones que se restan del salario del minero cada semana. Aquí hay una típica lista de deducciones semanales que me dieron en un distrito de Lancashire:
Algunas de estas deducciones, como el Fondo Benévolo y la cuota sindical, son, por así decirlo, responsabilidad del propio minero, otras son impuestas por la compañía minera. No son las mismas en todos los distritos. Por ejemplo, la inicua estafa de hacerle pagar al minero por el alquiler de su lámpara (por seis peniques por semana se compra varias veces la lámpara en un solo año) no rige en todas partes. Pero las deducciones siempre parecen alcanzar el mismo importe. En los cinco recibos de sueldo del minero de Yorkshire, el ingreso promedio bruto por semana es de £2 15s. 2d.; el ingreso promedio neto, después de las deducciones, es de sólo £2 10s. 6 ½ d. –una reducción de 4s. 7 ½ d. por semana. Pero el recibo de sueldo, naturalmente, sólo menciona deducciones que son impuestas y se pagan a través de la compañía minera; hay que agregarle la cuota sindical, llevando el total deducido a un total de algo más de cuatro chelines. Probablemente se pueda decir con seguridad que las deducciones de uno y otro tipo recortan cuatro chelines o algo así del salario semanal de cada minero adulto. Así que las £115 11s. 6d. que era el ingreso promedio del minero en todo Gran Bretaña en 1934 en realidad debería ser algo más cerca de las £105. Por el contrario, la mayoría de los mineros reciben subvenciones en especie, pudiendo comprar carbón para su uso propio a un precio menor, normalmente ocho o nueve chelines por tonelada. Pero según Mr. Jones, más arriba citado, ‘el valor promedio de todas las subvenciones en especie para todo el país en su conjunto es de apenas cuatro peniques por día’. Y estos cuatro peniques por día se compensan, en muchos casos, por el monto que el minero debe gastar en pasajes para ir y volver del pozo. Entonces, tomando la industria en su conjunto, la suma que el minero puede llevar efectivamente a su casa como dinero propio no supera en promedio las dos libras por semana, o quizás un poco menos.
Mientras tanto, ¿qué cantidad de carbón produce un minero promedio?
El tonelaje de carbón extraído anualmente por persona empleada en la minería sube firme pero lentamente. En 1914 cada minero producía, como promedio, 253 toneladas de carbón; en 1934 producía 280 toneladas.[6] Desde luego esta es una cifra promedio para todo tipo de mineros; los que efectivamente trabajan en la cara de carbón extraen una cantidad enormemente mayor –en muchos casos, probablemente, bien por arriba de las mil toneladas cada uno. Pero tomando 280 toneladas como una cifra representativa, es digno de destacar el enorme logro que esto significa. Uno tiene una mejor idea al respecto comparando el trabajo de un minero en toda su vida con el de alguien más. Si vivo hasta los sesenta probablemente habré producido treinta novelas, o lo suficiente como para llenar dos estantes de una biblioteca de tamaño medio. En el mismo período el minero promedio produce 8.400 toneladas de carbón; suficiente carbón para pavimentar Trafalgar Square con un espesor de sesenta centímetros o proveer combustible para siete familias grandes durante cien años.
De los cinco recibos de sueldo que mencioné antes, no menos de tres tienen el sello de goma con las palabras ‘deducción por muerte’. Cuando un minero se mata en el trabajo es común que los demás mineros realicen una colecta, generalmente un chelín cada uno, para su viuda, y esto es recolectado por la compañía minera y directamente deducido de su salario. El detalle significativo acá reside en el sello de goma. La tasa de accidentes entre los mineros es tan alta comparada con la de otros oficios que las víctimas se dan por descontadas casi como lo serían en una guerra menor. Cada año un minero cada aproximadamente novecientos muere y aproximadamente uno cada seis resulta herido, la mayoría de estas heridas son, por supuesto, menores, pero un buen número terminan en incapacidad total. Esto quiere decir que si la vida laboral de un minero es de cuarenta años las chances son casi siete a uno en contra de salir ileso y no mayores de veinte a uno en contra de morir directamente. Ningún otro oficio se le acerca a este en peligrosidad; el más peligroso que le sigue es el oficio de la navegación, donde cada año muere un marinero sobre casi 1300. Las cifras que he brindado se aplican, por supuesto, a los mineros en su conjunto; para aquellos que efectivamente trabajan bajo tierra la proporción de lesiones sería mucho más alta. Cada minero viejo con el que he hablado ha estado él mismo involucrado en un accidente serio o ha visto morir algunos de sus compañeros, y en toda familia de mineros se cuentan historias de padres, hermanos o tíos muertos en accidentes. (‘Y cayó como doscientos metros y nunca habrían hallado sus pedazos si no fuese que usaba un encerado nuevo,’ etc., etc., etc.). Algunos de estos relatos son muy terribles. Un minero, por ejemplo, me describió cómo un compañero suyo, un ‘jornalero’, quedó enterrado por un derrumbe de rocas. Corrieron hacia él y alcanzaron a desenterrarle la cabeza y los hombros de modo que pudiese respirar, y estaba vivo y hablaba con ellos. Entonces vieron que el techo empezaba a desmoronarse de nuevo y tuvieron que correr para salvarse; el ‘jornalero’ fue enterrado por segunda vez. Otra vez corrieron hacia él y consiguieron desenterrarle la cabeza y los hombros, y de nuevo estaba vivo y hablaba con ellos. Entonces el techo se desmoronó por tercera vez, y esta vez no pudieron desenterrarlo por varias horas, después de lo cual, por supuesto, había muerto. Pero el minero que me contó la historia (él mismo había estado enterrado en una ocasión, pero tuvo la suerte de que la cabeza le quedase trabada entre las piernas de modo que tenía un pequeño espacio para respirar) no le pareció que fuera una historia particularmente horrible. Su importancia, para él, era que el ‘jornalero’ sabía perfectamente que estaba trabajando en una zona insegura, y había ido allí con la diaria expectativa de un accidente. ‘Y se le puso en la cabeza hasta el extremo de besar a su mujer antes de ir a trabajar. Y ella me dijo después que la besaba desde hacía más de veinte años.’
Las causas de accidentes más obviamente comprensibles son las explosiones de gas, que está siempre más o menos presente en la atmósfera del pozo. Hay una lámpara especial que se usa para detectar gas en el aire y cuando está presente en grandes cantidades se lo puede detectar por la llama de una lámpara Davy común quemando azul. Si se sube al máximo la mecha y la llama sigue siendo azul, la proporción de gas es peligrosamente alta; sin embargo es difícil de detectar porque no se distribuye de manera uniforme por la atmósfera sino que va metiéndose en grietas y hendiduras. Antes de empezar el trabajo un minero a menudo prueba si hay gas metiendo su lámpara en todos los rincones. El gas puede detonarse durante una chispa en las operaciones de explosión, o por un pico que provoca una chispa contra una roca, o por una lámpara defectuosa o por ‘fuegos de montón’ –combustiones espontáneas latentes en el polvo de carbón y muy difíciles de extinguir. Los grandes desastres mineros que suceden de vez en cuando, en los que mueren varios cientos de hombres, son causados habitualmente por explosiones; por eso se tiene a considerar a las explosiones como el peligro mayor de la minería. En realidad, la gran mayoría de los accidentes se deben a los peligros normales de todos los días en el pozo; en particular los derrumbes de techos. Existen, por ejemplo, los ‘baches’ –agujeros circulares desde donde un bloque de roca lo suficientemente grande como para matar a un hombre sale disparado con la velocidad de una bala. Con una sola excepción, hasta donde recuerdo, todos los mineros con los que hablé dijeron que la nueva maquinaria, y ‘la rapidez’ en general, han hecho el trabajo más peligroso. Esto puede ser parcialmente por el conservadurismo, pero ellos pueden dar muchas razones. Por empezar, la velocidad a la que hoy se extrae el carbón significa que por horas y horas una porción peligrosamente grande del techo permanece sin apuntalar. Después está la vibración, que tiende a aflojarlo todo con las sacudidas, y el ruido que hace más difícil detectar las señales de peligro. Hay que recordar que la seguridad de un minero bajo tierra depende en gran medida de su propio cuidado y habilidad. Un minero experimentado afirma conocer por una especie de instinto cuando el techo es inseguro; su manera de expresarlo es diciendo que ‘siente el peso del techo encima de él’. Puede, por ejemplo, oír los débiles crujidos de los pilares. La razón por la que generalmente todavía se prefieren los pilares de madera a las vigas metálicas es que un pilar de madera que está a punto de colapsar avisa crujiendo, mientras que las vigas ceden inesperadamente. El ruido devastador de las máquinas hace imposible escuchar cualquier otra cosa, y de esa forma el peligro aumenta.
Cuando un minero resulta herido es por supuesto imposible atenderlo inmediatamente. Yace aplastado bajo cientos de kilos de piedra en alguna temible grieta bajo tierra, e incluso después de haber sido extraído hay que transportar su cuerpo uno o dos kilómetros, quizás por galerías en las que nadie puede caminar erguido. Por lo común cuando uno habla con un hombre que ha sido herido descubre que pasaron un par de horas hasta que lo subieron a la superficie. A veces desde luego hay accidentes con la jaula. La jaula sale disparada cientos de metros hacia arriba o hacia abajo a la velocidad de un tren expreso y es operada por alguien en la superficie que no puede ver lo que sucede. Tiene indicadores muy delicados que le informan qué distancia recorrió la jaula, pero puede cometer un error, y ha habido casos de jaulas que se han estrellado en el fondo del pozo a toda velocidad. Esta me parece una terrible manera de morir. Porque a medida que esa pequeña caja metálica zumba a través de la oscuridad debe llegar un momento en que los diez hombres que están encerrados allí dentro saben que algo falló; y los segundos restantes antes de hacerse pedazos apenas puedo soportar imaginarlos. Un minero me contó que una vez estuvo en una jaula en la que algo falló. No frenó cuando tenía que hacerlo y pensaron que el cable se había cortado. Eventualmente llegaron al fondo indemnes, pero cuando salió descubrió que se había roto un diente; había apretado tan fuerte los dientes esperando esa terrible colisión.
Aparte de los accidentes los mineros parecen saludables, como obviamente tienen que ser, considerando los esfuerzos musculares que se les exigen. Son propensos al reumatismo y un hombre con pulmones defectuosos no dura mucho en ese aire impregnado de polvo, pero la enfermedad más característica de la industria es el nistagmo. Esta es una enfermedad de los ojos que hace que los globos oculares oscilen de una manera extraña cuando se acercan a una luz. Presumiblemente se debe a trabajar en una oscuridad parcial, y a veces produce una ceguera total. Los mineros que sufren esta incapacidad o cualquier otra son compensados por la compañía minera, a veces con una suma global y a veces con una pensión semanal. Esta pensión nunca llega a ser mayor que veintinueve chelines por semana; si cae por debajo de quince chelines el hombre discapacitado puede obtener algo del subsidio por desempleo o del PAC. Si yo fuese un minero discapacitado preferiría mucho más la suma global, porque entonces al menos sabría que he recibido mi dinero. Las pensiones por incapacidad no están garantizadas por ningún fondo centralizado, así que si la compañía minera quiebra ese es el final de la pensión del minero discapacitado, aunque figura entre los otros acreedores.
En Wigan me alojé un tiempo con un minero que sufría nistagmo. Podía ver el interior del dormitorio pero no mucho más allá. Había estado cobrando una compensación de veintinueve chelines por semana durante los últimos nueve meses, pero la compañía minera hablaba ahora de ponerlo en una ‘compensación parcial’ de catorce chelines por semana. Todo dependía de si el médico lo declaraba apto para trabajo ligero ‘arriba’. Incluso si el médico lo autorizaba, es ocioso decir que no habría ningún trabajo liviano disponible, pero él podría cobrar el subsidio por desempleo y la compañía se habría ahorrado quince chelines por semana. Viendo a este hombre ir a la minera a cobrar su compensación me sorprendió ver las profundas diferencias que todavía se hacen por status. Este era un hombre que había quedado medio ciego en uno de los trabajos más útiles de todos y estaba cobrando una pensión a la que tenía perfecto derecho, si es que alguien tiene derecho a algo. Sin embargo no podía, por así decirlo, exigir esta pensión –no podía, por ejemplo, cobrarla cuándo y cómo él quisiera. Tenía que ir a la minera una vez por semana a una hora especificada por la compañía y cuando llegaba allí lo tenían esperando por horas en el viento frío. Por lo que entiendo se suponía que tenía que tocarse la gorra y mostrar gratitud a quien fuera que le pagase; en todo caso tenía que perderse una tarde y gastar seis peniques en boletos. Es muy diferente para un miembro de la burguesía, incluso en un miembro venido a menos como yo. Incluso si soy un muerto de hambre tengo ciertos derechos vinculados con mi status burgués. No gano mucho más de lo que gana un minero, pero por lo menos lo recibo en mi banco de una manera caballeresca y lo puedo retirar cuando quiero. E incluso cuando mi cuenta se agota la gente del banco es pasablemente gentil.
La cuestión de las molestias mezquinas y la indignidad de hacerlos esperar, de tener que hacer todo según la conveniencia de otras personas, es inherente a las clases trabajadoras. Mil influencias oprimen al hombre trabajador a un rol pasivo. No actúa, es actuado. Se siente el esclavo de una autoridad misteriosa y tiene una firme convicción de que ‘ellos’ nunca le permitirán hacer esto, eso o lo de más allá. Una vez que estaba recolectando lúpulo les pregunté a los sudorosos recolectores (ganan algo así como seis peniques por hora[7]) por qué no formaron un sindicato. Inmediatamente me dijeron que ‘ellos’ jamás lo permitirían. ¿Quiénes eran ‘ellos’? , les pregunté. Nadie pareció saberlo, pero evidentemente ‘ellos’ eran omnipotentes.
Una persona de origen burgués va por la vida con alguna expectativa de obtener lo que desea, dentro de límites razonables. De allí el hecho de que en tiempos de estrés las personas ‘educadas’ tienden a ponerse al frente; no están más dotados que los demás y su ‘educación’ es generalmente bastante inútil en sí misma, pero están acostumbrados a un cierto monto de deferencia y consecuentemente tienen la cara que requiere un comandante. Que van a ponerse al frente parece que se da por garantido, siempre y en todo lugar. En la Historia de la Comuna de Lissagaray hay un pasaje interesante que describe los fusilamientos que tuvieron lugar después que se suprimió la Comuna. Las autoridades estaban fusilando a los cabecillas, y como no sabían quiénes eran los cabecillas, los escogían bajo la premisa de que aquellos de mejor clase serían los cabecillas. Un oficial recorrió una fila de prisioneros escogiendo los que tuviesen el tipo. Un hombre fue fusilado porque usaba un reloj, otro porque ‘tenía cara de inteligente’. Yo no quisiera ser fusilado por tener cara de inteligente, pero si coincido con que en casi toda revolución los líderes tenderán a ser personas que no se comen las eses.
[1] Grupo teatral creado en 1843 en Buffalo, New York por un señor Christy, todos con las caras embetunadas.
[2] NdT: una corona valía ¼ de Libra esterlina, por lo tanto 1/8. El salario medio de un minero en 1929 era de £118 16s. 4d al año o unas 2 libras por semana.
[3] NdT: una libra equivalía a veintiún chelines. Esto daría un salario semanal de tres libras por semana o doce libras por mes.
[4] Según el Colliery Year Book and Coal Trades Directory de 1935.
[5] NdT: La escotilla del carbón.
[6] The Coal Scuttle. El Colliery Year Book and Coal Trades Directory da una cifra ligeramente superior.
[7] Doce peniques es un chelín. Veinte chelines hacen una libra; seis chelines por siete horas y media de trabajos serían: 7,5 x 6 = 45 peniques por día /12 = 3.75 chelines x 6 días por semana= 22 chelines = 1 libra , es decir, 4 libras por mes.
Esto es una joya. Lo copio, lo imprimo y lo leo sentado en un sillón a la hora del primer trago.