El corazón oscuro de la civilización según Orwell

Prólogo de la traducción de Marcelo Zabaloy de El camino a Wigan Pier de George Orwell. Ilustración de María Lublin.

Toda civilización tiene su corazón oscuro en el eje de su productividad. Los marineros que seguían a Ajab no iban en busca de ballenas por el mero placer de matar fauna marina, sino para acceder al aceite que iluminaba las ciudades. Orwell en El camino a Wigan Pier pone el ojo en la industria del carbón como centro de su mundo, en la suciedad y en cómo se impregna en la piel hasta joderte la vida.

La civilización cambia, pero siempre hay destinos aciagos que están reservados para los que viven con las opciones mermadas. En la industria del petróleo puede estar librada la ambición a un mortífero azar. En cuanto a la energía nuclear, los problemas se concentran en el centro mismo de la existencia. El desarrollo ha traído consigo dispersión, energías renovables, diferentes fuentes y tecnologías. La crítica y/u observación que hizo en su momento Aldous Huxley a la novela distópica 1984 de Orwell, fue que había quedado fuera contexto.  

Marcelo Zabaloy, traductor de este libro al castellano, me comenta que le resulta llamativo que un escriba critique a otro. Parafraseando al Huxley de Nueva visita a un mundo feliz, al escribir estamos buscando algún tipo de sentido, una definición, es decir, escribir es buscar tener -algún tipo de- razón.

Vuelvo a leer el párrafo de arriba y el uso de la primera persona del plural me resulta excesivo y manipulador. Como lector, hay un nosotros que no necesariamente comparto. ¿Quiénes somos? ¿Qué pensamos? Esa unidad en la enunciación me resulta inasible. Así me sucede cuando empiezo a leer Una utopía moderna de H.G. Wells, a Orwell en cambio le pasó otra cosa. Quienes hayan leído 1984 y Rebelión en la granja, encontrarán en El camino a Wigan Pier otra faceta del autor inglés.

En un prólogo escrito en 1946 a una edición de Rebelión en la Granja, Orwell expresa que la élite intelectual inglesa está condicionando los contenidos publicados. Demasiado atenta a lo que resulta conveniente, relega su intelectualidad a la obediencia de intereses determinados. No hay argumentos sino banderas y necesidades. Ser crítico de una política podía implicar favorecer a la oposición. Una oposición que era ni más ni menos que el fascismo. La Rusia a la que Orwell quería criticar era aliada, pero por su susceptibilidad también intocable. Verdades y sufrimientos reales quedaban relegados por los poderes de turno y el pensamiento, asfixiado.

Pienso que el síntoma que a cualquier transeúnte debería darle la pauta de esta falta de oxígeno es el lugar común. La vida misma en cambio, al ser observada en detalle, excede y oblitera todo espacio construido en base a ideas preconcebidas. Al volver sobre el trabajo de Orwell entiendo que, como escritor, pero sobre todo como persona, sabía que sus pensamientos debían contrastarse con lo que pasaba en la calle.

En las estructuras narrativas armadas, en los discursos excesivamente calculados, cuando se suceden los lugares comunes, no hay pensamiento sino propaganda. No se puede atravesar el prisma de la experiencia sin encontrar matices y salvedades. En El camino a Wigan Pier, Orwell cumple su función de actor cultural operando en los nervios mismos de nuestra sociedad: su desigualdad.

Orwell habla en este libro de un mundo que, para moverse, necesita de la minería y sobre todo del carbón. Este mundo, siga las órdenes de un presidente, el papa o la voluntad de un escriba, necesita que haya gente respirando aire viciado, a metros bajo el suelo que pisan sus autoridades.

Ahora, hoy el carbón ya no constituye la principal fuente de energía. Por ejemplo, Alemania está en el medio de una transición hacia energías renovables (léase eólica y solar). Políticas no solo acordes a los tiempos sino además sensibles a los vientos que migraron veneno de la vecina Ucrania, tras la tragedia en la planta nuclear de Chernobyl.

Traigo a colación lo ocurrido en esa planta porque fue un cambio significativo en cuanto a cómo se pensaba la energía atómica. Ese accidente -diría Gorbachov- funcionaría como acelerante para la caída del muro y para que, de forma global, lo discutible vuelva a discutirse. Mis libertades terminan donde empiezan las del otro. Si el otro no logra contener sus problemas, éstos son también mis problemas. En el caso de Chernobyl, el trazo grueso de la física no le dio opción alguna al egoísmo de turno. La Unión Europea financió el sarcófago necesario. 

Ahora que el mundo gira, pero con diferentes ejes, ¿sigue siendo el querido Orwell relevante? ¿siguen siendo sus observaciones sobre la vida de los mineros necesarias? Orwell vivió como linyera, entró en la mina para sentir en carne propia qué tan imposibles, qué tan distantes son ciertas realidades. Se enlistó en la guerra civil española porque consideró necesario luchar por sus ideas. Queriéndolo o no, sus palabras tuvieron todo el peso posible. Les dio un valor que excede lo monetario, el de la propia vida.

Es improbable que usted quiera acortar su línea vital internándose en una mina. Entiendo y comparto la decisión. Ni usted ni yo querríamos tampoco ir al encuentro de una bala, sea ésta fruto de una guerra o de una miseria. Si me pregunta, creo que tampoco nos convendría vivir en una ciudad regida por una policía del pensamiento. Y menos que menos bajo las ínfulas de un cerdo cualquiera. Quizás debamos agradecer a Orwell estas cautelas y, en esta ocasión, a Marcelo Zabaloy, el camino entre las lenguas.

Escribe Lucas Iranzi

Lucas Iranzi es egresado de la ENERC, escribió y dirigió tanto cortos de ficción como documentales. También guionó y produjo shows teatrales de escasa difusión. Tiene múltiples personalidades pero no partícipes de un desorden o, al menos, eso afirma él. Sin ir más lejos esto lo escribió él ¿Por qué usa la tercera persona? La verdad: No lo sé.

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