Un flaco fumeta, vecino de Villa Urquiza cultiva unas plantitas en la terraza del PH (al fondo, claro). Tiene una vecina con vocación de madraza que cada tanto sube a charlar y tomar unos mates. Un buen día se mezclan unas flores del flaco con la manteca de Doña Lola y de pronto, el barrio entero enloquece y quiere probar los bizcochos que empiezan a vender con la marca «Todo Hecho Casero». Y… un fantasma se larga a recorrer el barrio: El fantasma verde, un policial negro y divertido. Colofón entrega los capítulos 3 y 4 para que le des una calada (a la novela, claro). Escribe Orlando Espósito e ilustra de José Bejarano – Los capítulos anteriores en este link.
Capítulo 3
Y ahora, ¿qué vamos a hacer?, arrancó durante el desayuno. Serían las dos de la tarde pero pasadas y recién nos despertábamos. Hubo un despierte anterior, pero fue para darnos una revolcada de consuelo. Después seguimos durmiendo a pata tendida.
Serví la segunda taza de café, unté unas tostadas con queso, las cubrí bien hasta los bordes con miel y después las coroné con una media nuez. Trataba de encontrar una respuesta que pareciera sólida. Pero a veces pasa que tardo mucho en saber qué tengo que decir y más si estoy medio apurado.
No se te cae ni una idea ¿no?, insistió. Y… estamos jodidos, contesté. ¡Ah! dijo y giró la cabeza como si de pronto le hubiera llamado algo la atención en la puerta de la heladera. Parecía que le iba a salir espuma por la boca en el próximo segundo. Vi que hacía un esfuerzo para sacar las palabras. ¿Eso es todo?
Tenía que moverme; salir del punto adonde enfocaba la mira. Me levanté, fui hasta la mesada y empecé a preparar más café. Escuché un suspiro largo. Bueno, pensé, por lo menos no nos peleamos. Suspiré yo también. No sé por qué carajo suspiré.
Ella pensó que la estaba cargando. ¿Qué podía decir?: Viene de gastada la mano ¿no? Lena, escuchá, no te estoy gastando. No sé qué vamos a hacer pero nos vamos a arreglar. Nos van a pagar las indemnizaciones, apretándonos un poco, con eso tiramos unos meses. Algo va a salir.
Yo sabía que venías haciéndote el pelotudo, agregó como si hiciera falta agregar eso. Me picó y dije: A vos también te rajaron… ¡Sí! –casi gritó- pero porque cerraron la sucursal; no por fumeta y… y… reboluda.
Me fui para la calle sin hacer aspaviento. Salí cerrando la puerta bien despacito. El Colita andaba en el pasillo y vino a moverme la cola. Me olisqueaba, sacaba un ladridito, daba una vuelta, se paraba sobre las patas y movía las manos. Me acompañó hasta la vereda haciendo ese jueguito. ¿Estaría pidiendo una caladita?
El día era hermoso. Tuve ganas de volver a buscar a Lena y decirle que fuéramos a dar un paseo. Nos vendría bien caminar un poco, despejarnos. ¡Hola nene! Me saludó la Piru que venía, fija, a ver a su amiga. ¡Qué tarde, nene, qué tarde!
Caminé durante una hora. Urquiza es un barrio tranquilo. Chicos jugando, algunas mujeres en los portales y algún viejo sentado en el umbral (que fuma y espera). Muy cada tanto pasaba un auto. Iba de regreso cuando me di cuenta de que no estaba preocupado. Para nada.
Fue cuando vi al Chila que se me venía al humo. Cruzado, trabado por su porte de matón de cuarta, foto fuera de foco de un rudo en color sepia. Me esperaba en la esquina de Le Bretón. ¿Cómo andás, Flaco? Todo bien, Chila. ¿Y vos? De diez, Flaco, de diez. Vine a verte porque recibí de Paraguay.
Me fui de boca y dije: No, Chila, gracias por acordarte pero hice unas plantitas para mí. Manoteó mi brazo y se frenó. Quedamos frente a frente. ¿No estarás pensando en salir a hacerme la contra? ¡Ni en pedo, Chila! Vos fumá…
Capítulo 4
Tota –protesté- me lo volviste drogón al Colita, ¿estás loca? Ella reía y su carne blanca temblaba bajo los brazos y el mentón. Dijo: Hacía tantas fiestas que me dio pena y le di uno. Ahora no lo puedo parar.
Tota, está reloco el pobre… Bueno, retrucó, un poco de locura nos viene bien a todos…
¡Ja, ja, ja! A la Piru también le gustaron. ¡Ja, ja, ja! Hoy vino a pedirme la receta.
No le habrás dado la receta ¿no? ¡No! Le dije que era un secreto tuyo y que me traías los ingredientes preparados, que no sabía. La verdad, nene, le gustan a todos. Hoy le llevé unos pocos a Don Enzo. ¡Tendrías que haber visto cómo se puso! ¡Tuve que salir corriendo! ¿Al viejo también le diste? Tota, esto se está yendo al carajo; primero le das al perro y después al dueño del perro.
Al carajo nada, y tanto reía que empecé a sospechar que le había dado a las masitas. Nada se va a ir al carajo. Vamos a hacernos famosos con nuestros bizcochos “Todo hecho casero”. Ya lo tengo pensado; yo cocino y vos vendés.
Tota, Lena…
Lena ya sabe lo que pienso, corazón. Te la dejé bien mansita con una porción de ese bizcochuelo. ¡Ja, ja, ja!
Tota… vamos a ir en cana, Tota.
Olvidate de la cana. ¡Les preparamos unas pizzas con la manteca verde y listo!
Sí. Vamos rumbo al desastre y la tripulación lo único que hace es darle al churro. Imagino la gente –imagine all the people- haciendo cola para comprar nuestros productos de repostería casera para acompañar los mates de la tarde y detrás, infaltables, los matutes por las dos de muzza mientras la licuadora de neón azul indica a los vecinos que el PH es zona liberada.
Apenas pisé el pasillo Colita, de guardia en la puerta cancel, se me vino al trotecito meta mover la cola. Entré en casa de un salto y alcancé a cerrar antes de que me ganara de mano.
En el equipo sonaba Bob Marley y Lena, mansa, hecha una seda, meditaba en la posición del Loto. Aunque ya habían empezado los días fríos subí a la terraza tratando de no hacer ruido. Mejor que medite, pensé, como viene la mano acá vamos a tener que meditar mucho.
Había pasado el otoño. Pronto vendrían los días grises y las lluvias; tiempo ideal para encerrarse a escuchar música y dedicarse de una vez por todas a escribir. Olvidá la novela, me dije, habrá que salir a buscar laburo.
Estuve allí un rato, pensando y fumando, viendo ponerse el sol allá por donde debía de estar la General Paz. Hora pico; diez autos por metro cuadrado, bocinas, puteadas, choques y esquives de los que volvían a sus casas después de la jornada.