El Fascismo, El Tiempo y El Lenguaje se dan Cita en El Cervantes

La Terquedad de Rafael Spregelburd es una trama en espiral hacia el infinito que despliega múltiples y contradictorios sentidos. Una obra imposible de concebir que lo abarca todo, colosal maquinaria teatral que se hace carne en el Teatro Cervantes, para deleite del público. Diez años de espera que valieron la pena.

La Terquedad es la última obra de la Heptalogía de Hieronymus Bosch (El Bosco) creada por Rafael Spregelburd. El proyecto teatral fue pensado como un diálogo estético y político entre La Mesa de los pecados capitales pintada por El Bosco a fines del siglo XV y los textos de hoy. Presentada ya en varios países, recién en el 2017, luego de diez años, pudo ver la luz en un teatro argentino. Este año está realizando su segunda temporada.

La obra, concebida en el 2008, en el marco de la Bienal Frankfurter Positionen, que en esa ocasión había convocado a artistas plásticos, cineastas y dramaturgos para que intentaran dilucidar una pregunta sobre la humanidad y sus avances: “Inventar la vida: ¿Por qué se producen tantas innovaciones tecnológicas que tienden a querer garantizar más vida, mientras que no parece haber ningún progreso en el ámbito de la ética?”.

De más de tres horas de duración, su extensión no va en detrimento del disfrute, al contrario, lo potencia. Es que la atención que requiere el seguimiento de la trama se logra sin dificultades. Una platea callada y concentrada disfruta de un gran relato clásico pero con muchas historias y diferentes puntos de vistas. Los tres actos representan un mismo momento temporal visto desde los tres puntos narrativos, disponiendo para tal fin diferentes caras del escenario que se mueve en forma circular a través de un tiempo caprichoso e inasible que va y vuelve. El futuro y lo incierto recorren esta obra que transcurre en Valencia y que habla sobre la nueva concepción de mundo que está dejando el fin de la guerra civil española.

Spregelburd interpreta a Jaume Planc, un comisario de la policía valenciana que inventa una lengua artificial universal a fines de los años 30, en el epílogo de la guerra. Es un fascista que se enmascara detrás de un pretendido proyecto humanista. Con la supuesta intención de ayudar a la humanidad a comunicarse mejor — como si ese fuera el conflicto, y no la lucha de clases, la reforma agraria, la propiedad y las diferentes ideologías — logra que una editorial publique, bajo presión, su famoso Diccionario de la Nueva Lengua. También logra que un traductor ruso viaje especialmente enviado por su gobierno para conocer el invento e invertir en él en caso de ser viable.

Es el último día de la guerra y el comisario espera ansioso en el living de su hogar. Una escalera lateral lleva al dormitorio de Alfonsa, la hija menor declarada loca, que delira de fiebre. En el primer acto discute con Aribau, un pequeño terrateniente fascista, que llega con la ex esposa del policía, con quien está casado ahora. También están presentes el cabo Riera, fiel ayudante de Planc, y Antonio Llinás, el editor. Frente al reciente robo de un arado y la desaparición de dos mujeres, se debaten entre las dos posturas tradicionales, ¿el producto del trabajo pertenece al dueño del capital o al que lo trabaja? Mientras unos piensan que debe perseguirse a los “rojos”, responsables de instalar el horror, otros menos extremistas sugieren que es un delito menor y que las mujeres pudieron haberse unido a ellos por voluntad propia. Sin embargo, ningún argumento es transparente. Cada uno tiene sus razones ocultas para bregar por una u otra postura. Todos, en definitiva, intentan salvarse de la desposesión, de la prisión, del maltrato, de una vida sin ideales, de la pérdida de la fe, de la locura. La obra tiene como conflicto central, que tanto el comisario, como sus hijas, como su esposa, como el cura de la ciudad, como incluso el editor, incluso un escritor amigo y sumando a la sirvienta, tienen la necesidad de conseguir una lista de nombres confeccionada por los republicanos de quienes están en su mira.

El personaje encarnado por el director de la pieza, se asemeja a él y a su proceso creativo. Un desdoblarse constante, una mente que quiere acapararlo todo y dar respuesta a todas las preguntas de quienes lo rodean. De hecho, Planc menciona constantemente que está muy ocupado, que no puede estar en todo, pero su obstinación nunca deja de interferir en los discursos del resto de los personajes, para sacar provecho y manipular sus puntos de vista y sus palabras.

Quien posee el medio de producción es aquí quien puede poseerlo todo. Él ha inventado el Katar, esa lengua artificial que lograría evitar las disidencias del mundo. Una moderna máquina reproduce un sistema matemático que reduce todos los conceptos a números en una lista. Pero el proyecto tiene un alto grado de arbitrariedad y es azaroso. Alfonsa le dicta las palabras del idioma Katar que vienen a su mente y su padre las clasifica y traduce a números. Quien decide cuáles son las palabras más importantes para formar parte del diccionario es el propio Planc.

Por momentos los personajes hablan en lengua valenciana, que es una suerte de dialecto del catalán. Se sienten desplazados por la supremacía de éste último, que ganó su lugar como lengua madre de la región. En su condición de valenciano, el protagonista desata una lucha lingüística que está directamente relacionada con la lucha política del momento.

Los momentos de confusión entre los personajes por su forma de hablar son los de mayor riqueza teatral y divierten al público. Las distintas nacionalidades, los dialectos, las malas pronunciaciones y los errores de puntuación al enunciar, hacen que no logren entenderse nunca. Esto sumado a los roces de una comedia de enredos amorosos que subyace a la trama principal.

Al alterar el código como medio a través del que se construye el mensaje, el comisario altera la realidad. La Terquedad es tiempo fragmentado, un momento que se repite hacia el infinito, como así también podemos ver esa repetición constante del conflicto entre fascismo y comunismo.

En el segundo acto, veremos la misma hora del presente de los personajes, pero en otro ámbito de la casa, en el dormitorio de Alfonsa. El living que antes podíamos ver queda relegado a un segundo plano. Luego el tercer acto mostrará el punto de vista del patio de la casa. Realidades paralelas que se marcan no sólo desde lo escenográfico sino también desde el vestuario que va sufriendo algunas modificaciones y desde lo sonoro a través de los motivos que ejecuta Fermina, la hija mayor, en el piano.

En este colosal universo teatral, para poder ver algo, otra cosa debe ocultarse. Escuchamos y vemos en la medida en que dejamos de hacerlo. Esa forma de concebir la pieza permite abrir continuamente numerosas interpretaciones, complementarias y opuestas de lo que transmite la obra. Quizás el comisario no está tan equivocado en la arbitrariedad de la nueva lengua que quiere imponer tercamente. Siempre estamos implementando la configuración del mundo a través de un lenguaje del uso y de la experiencia personal. Comprendemos los términos en tanto relación con otra cosa y en su contexto. Lo que es resulta ser en la medida en que no es otra cosa.

La Terquedad resulta entonces una nueva forma, sumamente original y comprometida, de concebir el tiempo y el lenguaje en escena.

 

Ficha técnico artística

Dirección: Rafael Spregelburd

Autoría: Rafael Spregelburd

Intérpretes:

Paloma Contreras (Nuria), Analía Couceyro (Fermina), Javier Drolas (John Parson), Pilar Gamboa (Alfonsa), Andrea Garrote (Magda de Aribau), Santiago Gobernori (Dimitri), Guido Losantos (Antoni Llinás), Monica Raiola (Natalie), Lalo Rotaveria (Carles Riera), Pablo Seijo (Roderic Aribau), Rafael Spregelburd (Jaume Planc), Alberto Suárez (Joan Pere Tornero i Sanchis), Diego Velázquez (Padre Francisco de Borja).

Música original: Nicolás Varchausky

Asistencia de dirección: Juan Doumecq

Escenografía: Santiago Badillo

Asistencia de escenografía: Isabel Gual

Diseño Audiovisual: Pauli Coton, Agustín Genoud

Vestuario: Julieta Álvarez

Iluminación: Santiago Badillo

Producción: Yamila Rabinovich, Ana Riveros

Colaboración artística: Gabriel Guz

Sala: Maria Guerrero, Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, CABA). Jueves, Viernes y Domingo 20hs. Hasta el 25/03/2018

Escribe Melina Martire

Soy licenciada en Artes Combinadas (UBA). Realicé la Especialización en Diseño y Planificación de Proyectos Culturales en la Alianza Francesa. Cursé el Posgrado en Gestión Cultural y Comunicación en FLACSO. En actuación me formé con Lorena Szekely, Pablo Mariuzzi, Paco Redondo, Diego Cazabat. Clown con Marcelo Katz, Marcos Arano y Pablo Fusco. Trabajé en diversas obras de teatro como actriz y gestora de prensa. Fui redactora de Revista Cultural Originarte. Publiqué en Revista Telón de Fondo. Fui redactora estable de críticas del área escénicas de Revista Funcinema, Revista Mutt, y Revista Feminacida. Actualmente escribo para Revista Colofón. Tomo clases de escritura creativa con Juliana Corbelli, ambito en el que estoy desarrollando un compilado de cuentos. En el 2019 estrené como actriz  la obra teatral Boicot en el Bauen, concebida en creación colectiva con la Compañia Irredentas. Formo parte desde hace tres años de un proyecto de investigación escénica llamado Haber Sabido con dirección de Gonzalo Facundo Lopez. En el 2020 estrené como actriz la miniserie web Una calle nos separa por Nube Cultural.

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