Por la misma época en la que locos futbolistas, como los que aparecen en esta nota, hacían delirar con una pelota en sus pies a multitudes, asomaban ideas y prácticas que se propusieron quebrar el estigma y el sufrimiento que supone la locura. ´La locura es la revolución permanente en la vida de una persona´, afirmaba un antipsiquiatra sudafricano, remarcando la fuerza política del delirio que provoca el payaso disidente que todos llevamos dentro. A un viaje, justamente, hacia el sinsentido creador y feliz nos invitan las palabras que Juan Boldini le dedicó al emblemático Loco Houseman y que ahora compartimos con ustedes.
En mi locura he hallado libertad y seguridad; (…) la seguridad de no ser comprendido.
El loco – Khalil Gibran
La primera pista me la dio un hincha de Chicago apodado el Momia. El 22 de marzo publicó en facebook una foto dónde aparece él, sonriente, grandote y barbudo, abrazando a un escuálido y también sonriente Loco Houseman. Debajo de la foto, con olfato de quinielero el Momia señala la casualidad: el Loco falleció un 22.
La segunda pista me la dio el tarot, una baraja cuyos orígenes se remontan al siglo XIV y que tiene 78 naipes: 56 iguales a la baraja española o la inglesa (4 cuatro palos de 14 cartas), más otros 22 llamados arcanos mayores. Cada uno de ellos tiene una figura única: la muerte (el 13), el mago, la papisa, etc. Los arcanos mayores son fundamentales en el uso adivinatorio de la baraja de tarot.
A una de esas cartas se la considera fuera del tiempo y no tiene número: su figura es el loco. Sólo por ser la restante de las 21 se le atribuye el 22. También se la considera como el cero y se la asocia al impulso inicial y vital. En una tirada, si el loco acompaña a cualquier otra carta, la dota de impulso y energía. Salvo que aparezca patas arriba, en ese caso el impulso carece de cauce.
Varios y curiosos significantes se aúnan en esa figura. El personaje está retratado como un peregrino o un vagabundo, que atraviesa un camino acompañado por un perro. Mientras que con una mano se apoya en un bastón, con la otra lleva un atado al modo de los linyeras. Sus ropas son las de un bufón. En esta simbología aparece el camino, el desorden, la intuición, el vagar, lo desfachatado y lo irracional.
La figura del wing -delantero abierto por alguna de los dos extremos de la cancha- está asociada a la locura y la incorrección.
Garrincha, Corbatta y Houseman hacen una perfecta trilogía de wines malditos. Talentosos, adictos al alcohol, de origen humilde y con brillantes carreras que se consumieron a toda velocidad.
Juan Sasturain en un artículo de la Revista Humor sentenciaba: ´se es o no se es wing´.
Un poco antes del mundial de 1958 Manuel Francisco dos Santos, Mané Garrincha, fue diagnosticado como no apto ni psicológica ni físicamente para la competencia de alto nivel. Tenía una pierna más larga que la otra, la columna torcida, había sufrido de poliomielitis de pequeño y tenía pocas luces. Poco le importó todo eso a Garrincha que sacó a Brasil por primera vez campeón del mundo.
El wing no busca la efectividad. El wing derrocha gambeta y energía. Camina al borde del precipicio, metáfora del borde del campo de juego; abismo donde se acaba la convención lúdica y comienza la vida real.
El Loco Omar Orestes Corbatta, adicto al alcohol y analfabeto, hizo con 21 años en las eliminatorias de 1957 contra Chile el mejor gol de la selección argentina, previo al de Maradona. Seis años después ya estaba de vuelta. Falleció en el 91 sumido en la pobreza.
René Houseman heredó el apodo de Loco porque sus compañeros de Huracán lo comparaban con Corbatta.
Su irrupción en el profesionalismo fue vertiginosa, en un año pasó de ser campeón de la tercera división con Defensores de Belgrano, a ser campeón de la primera con Huracán. En 1973, con 19 años, era el jugador más desequilibrante de un equipo espectacular.
Ese mismo año no dudo en fugarse de la concentración de la selección nacional para irse a un cumpleaños en Castelar.
Houseman salió campeón a nivel local solo una vez. Eso no disminuye su fama, ni el tamaño de su recuerdo. Un loco siempre regala buena anécdotas.
Hubo otro loco que formó parte de un gran equipo que no ganó nada.
El Doctor Sócrates, en la selección brasileña. Tuvo el valor de llevar sus ideas de izquierda a la cancha en plena dictadura. Decía que el futbolista, en tanto artista tiene más poder que sus propios jefes. En el Corinthians logró una organización democrática y horizontal del plantel dónde, por ejemplo, los utileros votaban al igual que los jugadores la fecha o el medio de un viaje.
Cuando lo consultaron por la falta de títulos de la selección respondió categórico: “no hay que jugar para ganar, hay que jugar para que no te olviden”.
A propósito de las derrotas, el Negro Roberto Fontanarrosa atesora el recuerdo del día en que su querido Rosario Central perdió de local por goleada contra el Huracán de Menotti con el Loco Houseman como figura. Según recuerda el Negro, ese día la hinchada de Central aplaudió de pie a su rival y su categórica superioridad.
La prueba máxima de lo que generaba el Loco fue cuando lo aplaudió la hinchada de San Lorenzo (clásico rival de Huracán) mientras Houseman les clavaba un 3 a 1 en que el que hizo gatear por el área a Ricardo Lavolpe, el arquero.
Juan Sasturain explica que el niño juega de un modo, el deportista de otro, el apostador de otro. Y que el wing lo hace de esas tres maneras juntas.
La etimología de “jugar” se remonta al latín, iocari. Y su significado refiere a hacer algo con alegría. De la misma raíz etimológica viene la palabra broma (iocus) y de ahí lo jocoso. Casualmente o no, es el mismo origen de la palabra “joya”.
El vínculo entre el loco y la risa es fuerte. La representación del loco del tarot es un bufón palaciego que divierte, ridiculiza e irresponsablemente deja en evidencia el sinsentido de lo preestablecido.
En el verano de 1974 nadie soñaba con que Houseman fuera al mundial que se iba a disputar ese invierno en Alemania. El DT, Enrique Sívori, lo había desafectado después de que el Loco se fugara de la concentración. La obtusa hinchada futbolera lo acusaba de villero y de vendepatria.
Mientras tanto un periodista italiano rondaba inocentemente la pretemporada de Huracán. No lo buscaban a él, sino a Babington y a Brindisi, pero el Loco lo interceptó. Sin presentarse y riendo le dio un mensaje amenazador para el defensor lateral de la selección italiana, Giacinto Fachetti, luego presidente del Inter de Milán. “Que se prepare porque me lo voy a comer crudo”.
René sabía tal vez algo que el resto no.
Seis meses después, contra todos los pronósticos, el Loco Houseman participó del mundial (fue convocado luego de que cambiara abruptamente el DT). Jugó el mejor partido de su vida contra Italia. Fachetti estaba en cancha. Ese día marcó, según él, el gol más importante de su carrera.
Del arcano sin número del tarot, surge el comodín de la baraja española y el joker de la baraja de póker. La carta que es una y muchas a la vez.
La cultura popular del cómic encontró en esta figura un villano perfecto. Su primera aparición fue en 1940 para el Batman nº 1. El personaje -en un comienzo un maníaco homicida, con una extraña apariencia inspirada en el comodín de la baraja de póquer que anunciaba mediáticamente sus próximos crímenes para causar terror- iba a morir al final del capítulo. Pero el editor exigió una viñeta más que mostraba que había sobrevivido.
Desde entonces el éxito de Batman como héroe fue a la par del éxito del Joker como villano. El Joker, bromista en castellano, ama el caos, mostrando que el respeto hacia el orden es el punto débil de cualquier héroe. Villano perfecto, representa la multipotencialidad de la que el héroe carece.
Una tarde a mediados de la década del 1970 en Italia Padova y Cremonese jugaban un partido aburridísimo por la tercera categoría del Calcio. Se jugaban el ascenso, pero con el empate ascendían los dos. Ezio Vendrame, volante ofensivo rebelde, talentoso y de pelo largo, se hartó. Pidió la pelota en la mitad de la cancha como Maradona en el 86 y comenzó a gambetear a todo lo que se le cruzaba, sólo que en dirección opuesta a la de Diego. Iba hacia su propio arco.
Vendrame iba pasando uno a uno a jugadores que se quedaban atónitos, algunos eran sus compañeros. Cerca del área un par intentaron sacarle el balón sin éxito. La leyenda dice que después de dejar en el piso a su arquero, llego a la línea de meta y freno un instante. Luego, dio media vuelta y salió para el otro lado.
Todos, menos él, si querían podían continuar con la farsa.
Se dice que un hincha del Padova murió de un infarto en la tribuna al ver esa otra jugada de todos los tiempos. Cuando lo consultaron al respecto, Ezio respondió que era una irresponsabilidad ir a verlo jugar estando mal del corazón.
Después de retirarse se fue a escribir poemas al campo. Recomendaba enérgicamente a los chicos que tiren la play y salgan a perseguir amores. Su autobiografía se tituló, “Si me mandan a la tribuna, disfruto”.
El Joker, en sintonía con la figura arquetípica del tarot, no tiene pasado. O al menos no lo recuerda. Y cuando es consultado acerca de hechos contradictorios que supuestamente hizo, responde que su pasado es multiple choice.
En el caso de René, su genealogía da para una novela. Su abuelo fue un estafador estadounidense que llegó a la Argentina huyendo de su familia política después de un engaño que salió mal. Su padre se radicó en Santiago del Estero. Culto y refinado, lo arruinó la adicción al alcohol. La escasez de recursos los asentó en la villa del Bajo Belgrano dónde el pequeño René encontró el hogar del que nunca se quiso ir.
De chico era conocido por sus negativas.
Primero le decían el chancho, porque no lograban que se bañase. Luego Queno, porque era lo que respondía cuando le pedían algo.
Él mismo decía que asistió a la escuela primaria sólo porque le gustaba su maestra.
La relación con la villa se mantuvo durante toda su vida. Nunca quiso irse pese a que los clubes le compraban departamentos en zonas más residenciales, para alejarlo de sus amigos. Se mudaba brevemente pero volvía. Cesar Luis Menotti, my father según René, lo fue a buscar varias veces a la villa para recordarle sus compromisos profesionales.
En 1978 mientras estaba en la concentración de la Selección Argentina, René vio por televisión como el gobierno militar tiraba abajo su villa, para no dar una mala imagen a las visitas extranjeras.
Finalmente, en 2014 René Houseman cubrió el mundial de Brasil desde la favela en Rio de Janeiro con el equipo de la Garganta Poderosa. Decía que si hubiese sido millonario, se hubiese comprado una villa. Esa gente no suele ser millonaria.
En el fútbol el loco es un distinto. Afuera de la cancha, probablemente sea la representación de otro. El que se para en el revés resbaladizo de la razón: vagabundo, bufón, alcohólico, comunista, poeta, villano o villero.
El director y dramaturgo inglés, Peter Brook, dice que la tarea del actor es hacer visible lo invisible. La interpretación es el trabajo de una vida entera. Y el acto de interpretar es en sí un sacrificio. El de sacrificar lo que la mayoría prefiere ocultar.
Imagino todas las gambetas del loco Houseman vistas desde el cielo.
Si pudiéramos seguir su trazo en el césped, cada una parecería una –se me ocurre- una oración escrita con letra de médico: apurada, confusa e ilegible. Me gusta pensar que todas esas gambetas juntas formarían una gran novela dadaísta.
La gambeta en tanto arte físico del engaño, emparenta al actor y al wing.
La vida del loco es su obra.
René Orlando Houseman falleció un 22.
Housseman y Sócrates, que placer hubiese sido verlos en el mismo equipo…